La llamada Cúpula Dorada, impulsada por la administración de Donald Trump, se perfila como uno de los proyectos de defensa más ambiciosos y costosos de la historia reciente de Estados Unidos. La idea es construir un sistema de defensa antimisiles “multicapa” que proteja el territorio frente a amenazas cada vez más sofisticadas: desde misiles balísticos intercontinentales hasta armas hipersónicas, drones y misiles de crucero.
El concepto recuerda a la Iniciativa de Defensa Estratégica de Ronald Reagan, conocida como “Star Wars”, pero adaptada al contexto actual, con un fuerte componente espacial y tecnológico.
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Las empresas que se acercaron al gobierno para la Cúpula Dorada
El Pentágono ya comenzó a convocar a las principales empresas del sector militar y tecnológico para integrar el proyecto. Entre las que han mostrado mayor interés está SpaceX, la compañía de Elon Musk, que aparece como favorita por su capacidad de lanzamientos frecuentes, su experiencia en la operación de constelaciones satelitales y su infraestructura para mantener redes en órbita.

Su papel sería clave en la instalación de una vasta red de satélites capaces de detectar misiles en sus primeras fases de vuelo y, eventualmente, desplegar interceptores espaciales.
A su vez, Palantir, conocida por su software de análisis de datos y su estrecha relación con agencias de inteligencia, se presenta como el actor ideal para procesar la información generada por miles de sensores y coordinar las decisiones en tiempo real. A ella se suma Anduril, una empresa emergente de defensa especializada en drones y sistemas autónomos, que podría encargarse de desarrollar tecnologías de intercepción y vigilancia no convencionales.
El interés no se limita a estas compañías. Contratistas tradicionales como Lockheed Martin, Northrop Grumman y Raytheon también buscan un lugar en el proyecto. Estos gigantes de la industria bélica aportarían experiencia en radares, misiles interceptores y sensores infrarrojos, mientras que L3Harris trabaja ya en satélites diseñados para rastrear amenazas hipersónicas.
Incluso Amazon, a través de su proyecto Kuiper, ha sido contactada para ofrecer servicios de retransmisión de datos, y startups como Rocket Lab o Stoke Space podrían complementar la capacidad de lanzamientos. El resultado sería una combinación inédita de empresas históricas de defensa y actores de la nueva economía espacial, uniendo músculo financiero, innovación tecnológica y redes privadas en un mismo programa.
Cómo funcionará el proyecto de defensa de Donald Trump
En cuanto a su funcionamiento, la Cúpula Dorada estaría compuesta por varias capas de defensa. La primera consistiría en constelaciones de satélites, se mencionan cifras de entre 400 y 1.000, capaces de detectar lanzamientos de misiles y rastrear trayectorias en tiempo real.

A esto, se sumarían sensores terrestres y marítimos, radares de alta precisión y estaciones de comando que integrarían la información. El paso siguiente sería la neutralización: interceptores terrestres similares a los que ya se utilizan en sistemas Patriot, armas experimentales basadas en el espacio y drones autónomos que actuarían como última línea de defensa.
Una de las propuestas más polémicas es que el gobierno no necesariamente sea dueño de estos satélites, sino que contrate el servicio a las empresas bajo un modelo de suscripción, lo que plantea dudas sobre soberanía y control estratégico.
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El cronograma es ambicioso. La Casa Blanca espera mostrar resultados iniciales hacia 2026, aunque los expertos estiman que la versión completa no estaría operativa antes de 2030. El costo proyectado es monumental: se habla de decenas o incluso cientos de miles de millones de dólares, lo que abre un debate sobre prioridades presupuestarias. Además, el plan enfrenta críticas por su viabilidad técnica.
Por último, algunos especialistas advierten que un ataque masivo podría saturar el sistema, que los interceptores espaciales aún no han sido probados en condiciones reales y que la militarización del espacio podría violar tratados internacionales.