En el marco de la guerra entre Ucrania y Rusia, la innovación tecnológica ha pasado a ocupar un rol decisivo. En ese escenario, los SeaBaby, drones marítimos desarrollados por la inteligencia ucraniana, se convirtieron en una de las herramientas más disruptivas del conflicto.
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Drones: cómo funciona el Sea Baby de Ucrania
El Sea Baby es uno de los desarrollos más sorprendentes de la guerra en Ucrania. Se trata de un dron marítimo no tripulado diseñado por el Servicio de Seguridad de Ucrania (SBU), en conjunto con la Marina y empresas privadas, que transformó la manera en que se libra la batalla naval en el Mar Negro.
Este vehículo de superficie, conocido por su velocidad, alcance y potencia de carga, le permitió a Ucrania compensar la enorme diferencia de recursos frente a Rusia y llevar la guerra a zonas donde antes no tenía presencia.
El Sea Baby funciona como una embarcación autónoma controlada a distancia, capaz de alcanzar velocidades de hasta 90 kilómetros por hora y cubrir más de 1.000 kilómetros, con versiones nuevas que llegan incluso a 1.500. Está construido con un casco de bajo perfil que lo hace casi invisible al radar, y puede transportar hasta dos toneladas de carga útil, según el modelo.

Esa carga puede ser explosiva, pero también adaptarse para portar lanzacohetes, ametralladoras o sensores de reconocimiento. Esta flexibilidad convierte al dron en un sistema modular capaz de cumplir funciones ofensivas, defensivas y de inteligencia.
El funcionamiento del Sea Baby combina navegación satelital GNSS, sistemas inerciales y, en sus versiones más avanzadas, componentes de inteligencia artificial que ayudan a identificar objetivos y evitar interferencias. Una vez lanzado desde la costa o desde una embarcación, el dron navega hacia su objetivo siguiendo una ruta programada.
Puede actuar como vehículo kamikaze, impactando contra un buque enemigo o infraestructura costera, o como plataforma de ataque remoto, disparando cohetes o ametralladoras estabilizadas. Algunas unidades incluso fueron adaptadas para colocar minas navales en rutas estratégicas, un método que ya habría dañado varios buques rusos.
El impacto de los drones ucranianos en la guerra
Sin una flota tradicional poderosa, Ucrania encontró en el Sea Baby una herramienta para equilibrar el poder naval ruso. Gracias a estos drones, logró golpear bases enemigas, dañar barcos de guerra y forzar el repliegue de la Flota del Mar Negro.
Moscú se vio obligada a trasladar parte de sus operaciones a puertos más lejanos, lo que redujo su control sobre las costas ucranianas y limitó su capacidad de bloqueo marítimo. Además, el uso de estos drones ayudó a proteger rutas comerciales vitales para la exportación de granos y otros productos ucranianos, que habían quedado en riesgo por la ofensiva naval rusa.
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El dron rompe con la lógica de las flotas tradicionales basadas en grandes buques y apuesta por la agilidad, el bajo costo y la multiplicación de unidades. Un solo dron cuesta una fracción de lo que vale un barco de guerra, pero puede causar daños equivalentes o incluso superiores.

Esta asimetría económica convierte a los drones marítimos en una herramienta letal y eficiente, capaz de cambiar la relación entre inversión y poder destructivo. Además, al ser operados de forma remota, eliminan el riesgo humano en combate, lo que facilita su uso en operaciones de alto riesgo.
El éxito ucraniano con estos drones incluso inspiró el interés de otros países en desarrollar sistemas similares, lo que sugiere que el modelo podría expandirse más allá de este conflicto.
Las polémicas y los riesgos detrás del Sea Baby
Sin embargo, la eficacia del Sea Baby depende en gran medida de la sorpresa y de la falta de contramedidas, y Rusia ya está invirtiendo en sistemas de detección y guerra electrónica para neutralizarlos. A pesar de su bajo perfil, los drones pueden ser detectados y destruidos si se enfrentan a defensas bien preparadas.
También existen limitaciones logísticas: su operación requiere infraestructura costera, personal altamente entrenado y una cadena de suministros capaz de producirlos en volumen.
Además, su uso plantea dilemas legales y éticos, especialmente en aguas internacionales. Los ataques de drones no tripulados pueden alterar rutas comerciales o poner en riesgo embarcaciones civiles, lo que introduce tensiones diplomáticas en una región ya inestable.
Otro riesgo es la proliferación de esta tecnología: si otros actores la copian o adquieren, el mar podría transformarse en un campo de batalla saturado de vehículos autónomos, lo que incrementaría los peligros para el comercio y la seguridad global.




