Donald Trump autorizó a Nvidia a vender su chip de inteligencia artificial (IA) H200 a China, una decisión que marca un giro importante en la política estadounidense en lo que respecta al control tecnológico.
El permiso no implica una apertura total: las ventas solo podrán hacerse a “clientes aprobados” por Washington y bajo una condición inédita, un recargo del 25% que el gobierno de Estados Unidos cobrará por cada operación realizada en territorio chino.
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La nueva reglamentación para Nvidia con China
El permiso excluye los chips más avanzados de Nvidia, como Blackwell y Rubin, que siguen bajo prohibición estricta debido a su potencial uso militar. Aun así, la medida genera un impacto considerable en la industria global y en la relación entre las grandes potencias tecnológicas.
Durante años, Estados Unidos mantuvo una estrategia de restricciones muy duras para evitar que China accediera a hardware avanzado capaz de impulsar sistemas de vigilancia masiva, modelos militares y capacidades de supercomputación.

Bajo la administración Biden, e incluso durante el primer mandato de Trump, esas limitaciones se ampliaron y afectaron de lleno a empresas como Nvidia, que llegó a anticipar pérdidas de miles de millones por no poder exportar sus chips a uno de los mercados más grandes del mundo. La presión de la industria, la competencia global y el interés de obtener ingresos directos parecen haber influido en este giro político.
Para Nvidia, la decisión significa recuperar acceso a un mercado estratégico. China es un comprador fundamental de chips para centros de datos, nubes de IA y desarrollo de modelos de lenguaje. Aunque el H200 no es el chip más avanzado de la compañía, sigue siendo lo suficientemente potente como para marcar la diferencia en laboratorios y compañías tecnológicas chinas.
Inteligencia artificial: el impacto de la medida en el mercado de tecnología
La reacción del mercado fue inmediata: las acciones de Nvidia subieron tras el anuncio y analistas interpretaron la medida como un alivio para la empresa en un año dominado por tensiones regulatorias.
Si bien los chips más potentes continúan fuera del alcance de China, el acceso al H200 acorta la distancia tecnológica y fortalece su ecosistema de IA. Este avance es justamente la preocupación central de quienes critican la medida: temen que incluso un chip “intermedio” pueda contribuir de manera significativa a capacidades militares o cibernéticas del país asiático.

Estados Unidos afirma que los controles sobre los clientes aprobados serán estrictos, pero existe un historial internacional de desvíos, reexportaciones encubiertas y compras a través de intermediarios que despierta dudas sobre la eficacia real de estas barreras.
En el plano geopolítico, la autorización introduce una nueva estrategia: Estados Unidos deja de depender exclusivamente de la prohibición para gestionar su ventaja tecnológica y empieza a utilizar un modelo mixto que combina control, recaudación y vigilancia.
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Para algunos especialistas, se trata de una señal de pragmatismo económico; para otros, una apuesta arriesgada que puede terminar reduciendo la distancia tecnológica entre ambas potencias. El hecho de que Trump haya sugerido que este esquema podría extenderse también a empresas como AMD e Intel abre la puerta a un rediseño completo del régimen de exportaciones tecnológicas.




