Existe una creciente preocupación por la competencia entre barcos pesqueros y ballenas por el krill, un crustáceo fundamental en la cadena alimentaria antártica. Si bien por ahora las capturas comerciales no alcanzan valores que puedan comprometer la sustentabilidad de la especie, su importancia en el delicado equilibrio del ecosistema antártico hace necesaria una correcta administración de este recurso pesquero.
Krill, un recurso codiciado y con mayor potencial
El krill es consumido por focas, pingüinos, ballenas y otras aves voladoras que lo atrapan en los cardúmenes de diversas densidades, incluso cuando se encuentra totalmente disperso, como por ejemplo después de una tormenta. ¿En qué afecta la densidad del cardumen? Mientras los pingüinos capturan especímenes individuales, las ballenas filtran grandes cantidades de agua donde se encuentran por toneladas.

Por otra parte, es codiciado por los seres humanos porque lo utilizan para alimentar animales -como en los criaderos de salmón- y, una pequeña fracción, en la elaboración de productos farmacéuticos. Su consumo directo por parte del hombre es ínfimo. Por esta razón, el potencial alimenticio para la humanidad se reduce aproximadamente a un 10% de lo que podría ser una fuente de alimento directo. Dicho de otro modo, pese a las urgentes demandas alimenticias a nivel global, el alto valor proteico del krill no es aprovechado de forma “racional” para mitigar las necesidades actuales.
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La gestión del krill: regulación y conservación
Esta importante demanda ha llevado a la Comisión para la Conservación de los Recursos Vivos Antárticos, CCRVMA, (organización internacional que se encarga de conservar la vida marina en el Océano Austral) a plantearse la necesidad de una administración sectorizada del recurso estableciendo, en la región de la península Antártica, límites de captura total y su posterior distribución por áreas.
Sin embargo, este enfoque no parece suficiente para atender la diversidad de los impactos que la pesca puede producir en las distintas especies y momentos en los que se llevan a cabo las capturas comerciales (no es lo mismo reducir la disponibilidad para los pingüinos durante el invierno que en la época reproductiva).

Adicionalmente, una asociación de compañías pesqueras de krill decidió autolimitarse en las regiones próximas a las islas Shetland del Sur y la península Antártica para proteger la mayoría de las especies que habitan cerca de las costas. De este modo, las regiones de alta mar quedan abiertas a la captura comercial en franca competencia con las ballenas, por lo cual, para asegurar la conservación del conjunto de las especies que dependen del krill, es evidente la necesidad de un control más preciso de las capturas.
Dentro de la CCRVMA, existen dos tendencias. Por un lado, algunos miembros consideran prematuro establecer limitaciones a la pesca sin un efecto comprobado científicamente del impacto negativo de las capturas. Por otro, la exigencia en el marco de esta convención de un enfoque precautorio ha dado pie a iniciativas como la que presentan Argentina y Chile al proponer el establecimiento de un área marina protegida, donde las regulaciones a la pesca se establezcan sobre la base de la presencia y distribución de los predadores de krill.

Por último, si bien solo se captura un pequeño porcentaje de la biomasa total de krill, la pesca se concentra en los cardúmenes más densos y accesibles, por lo cual el impacto en la disponibilidad de alimento para los cetáceos podría ser significativo.
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La ausencia de un plan de gestión actualizado, sumada al aumento de la actividad pesquera en la región, intensifican las inquietudes sobre la sostenibilidad del ecosistema antártico.