La NASA anunció que, a partir de distintos estudios y análisis, los días van a durar 25 horas, y aunque el titular suena impactante, la realidad es más compleja que una profecía apocalíptica del tiempo. No se trata de un cambio inminente ni de un error en la rotación del planeta, sino de un proceso astronómico real, lento y perfectamente estudiado.
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Los análisis y explicación de la NASA
La NASA y otros organismos científicos vienen explicando desde hace décadas que la rotación de la Tierra se está desacelerando. No es algo nuevo ni repentino. De hecho, cuando los dinosaurios caminaban sobre el planeta, un día duraba aproximadamente 23 horas. Hace unos 1.400 millones de años, duraba apenas 18 horas. La razón principal de este fenómeno es la interacción gravitatoria entre la Tierra y la Luna.
El mecanismo clave se llama fricción de marea. La gravedad de la Luna genera mareas en los océanos terrestres, y ese movimiento constante del agua actúa como un freno sutil pero persistente sobre la rotación del planeta.

Al mismo tiempo, la Luna se aleja de la Tierra unos 3,8 centímetros por año, robándole energía rotacional. El resultado es que el día terrestre se alarga, pero lo hace a un ritmo casi imperceptible: alrededor de 1,7 milisegundos por siglo.
Cómo sería el impacto en la Tierra
Según los cálculos científicos citados por la NASA y universidades asociadas, para que un día terrestre dure 25 horas tendrían que pasar aproximadamente 200 millones de años. Es decir, no es una advertencia para nuestra generación, ni para la humanidad tal como la conocemos, sino una proyección astronómica a escalas geológicas.
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En el corto y mediano plazo, el impacto es mínimo, pero no inexistente. Hoy en día, por ejemplo, los relojes atómicos son tan precisos que detectan estas variaciones diminutas en la rotación terrestre.

Por eso existe el concepto del “segundo intercalar”, que se agrega ocasionalmente para sincronizar el tiempo civil con el tiempo real del planeta. Sistemas como el GPS, las telecomunicaciones y los satélites dependen de esta precisión extrema.
A muy largo plazo, un día más largo podría influir en los ritmos biológicos, el clima y la dinámica atmosférica, pero estos cambios ocurrirían de manera tan gradual que la vida tendría tiempo de adaptarse. No habría un “salto” de 24 a 25 horas, sino millones de generaciones viviendo días apenas más largos que los anteriores.




