Intel se encuentra en el centro de la llamada guerra de los chips, un conflicto estratégico que enfrenta a Estados Unidos y China por el control de los semiconductores más avanzados del planeta.
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La jugada de Japón en la guerra de los chips
En este escenario, la compañía recibió un respiro clave: SoftBank invirtió 2.000 millones de dólares en la firma, lo que le dará alrededor del 2% de participación accionaria. La noticia disparó el valor de Intel en Wall Street, mientras que los títulos de SoftBank en Tokio cayeron ligeramente, reflejando la magnitud y el riesgo de la jugada.
Masayoshi Son, CEO de SoftBank, justificó la inversión señalando que Intel es un “líder confiable en innovación” y que los semiconductores de última generación tendrán un papel decisivo en la expansión tecnológica de Estados Unidos. La apuesta también se alinea con la estrategia de la propia compañía japonesa de ampliar su huella en Norteamérica, en un contexto en el que Tokio busca reforzar su alianza con Washington frente a la creciente influencia de Pekín en la industria tecnológica.

El impacto de Estados Unidos en Intel
El movimiento no llega solo. Según Bloomberg, la administración de Donald Trump analiza la posibilidad de tomar hasta un 10% de participación en Intel, lo que convertiría al gobierno en el mayor accionista individual, por encima de gestores de fondos como Vanguard.
Sería un paso inédito: una intervención estatal directa en una empresa privada considerada estratégica para la seguridad nacional. El propio Trump insistió en que los semiconductores son “el petróleo del siglo XXI” y advirtió que la dependencia de Asia en este rubro es un riesgo inaceptable para Estados Unidos.
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Intel, que durante décadas marcó el rumbo del sector, perdió terreno frente a Nvidia y AMD en el segmento de chips para inteligencia artificial, y frente a TSMC en capacidad de fabricación de última generación. Su nuevo CEO, Lip-Bu Tan, asumió hace apenas cuatro meses con la misión de ejecutar un plan de recuperación. Aunque inicialmente Trump había criticado su nombramiento, acusándolo de tener vínculos con China, tras reunirse con él en Washington cambió de tono y lo elogió públicamente.
Para SoftBank, este movimiento es también una jugada geopolítica. El conglomerado japonés, que controla Arm, apunta a posicionarse como socio clave en la reconfiguración de la cadena de valor de los chips, aprovechando que Washington busca repatriar parte de la manufactura y reducir la exposición a Taiwán y China. El propio gobierno japonés presiona a Trump para flexibilizar los aranceles a cambio de inversiones, y esta participación en Intel se inscribe en ese delicado equilibrio diplomático.

El impacto de esta operación va más allá de los números. Si el gobierno estadounidense concreta su entrada como accionista, enviaría una señal inequívoca al mundo: Intel es un activo estratégico, no solo una empresa tecnológica.
En paralelo, la Casa Blanca endureció las condiciones para compañías como Nvidia o AMD, obligándolas a ceder parte de sus ingresos por ventas de chips de IA a China. Al mismo tiempo, impuso nuevas rondas de subsidios a la producción nacional, enmarcadas en la CHIPS Act.
Analistas señalan que Intel posee un activo estratégico irremplazable: es la última gran fabricante de chips de alto nivel con plantas en suelo estadounidense. Esa sola condición convierte su supervivencia en un asunto de interés nacional.




