La relación entre China y el suministro eléctrico de Silicon Valley puede sonar paradójica: el mayor competidor tecnológico de Estados Unidos ayudando a encender las luces, literalmente, del corazón de la inteligencia artificial (IA) mundial. Pero detrás de esa aparente contradicción hay una red energética y económica profundamente interconectada, donde la dependencia tecnológica se vuelve una forma de poder.
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La alimentación energética de China hacia Silicon Valley
Si bien China no envía electricidad directamente a Silicon Valley, sí domina varias fases críticas del proceso que permite que esa energía exista y circule. Estados Unidos obtiene parte importante de su energía renovable, solar y eólica, a partir de componentes fabricados en China.
Más del 80% de los paneles solares del mundo se producen en territorio chino o en países bajo su influencia industrial. Eso significa que, incluso cuando gigantes tecnológicas como Google, Meta y OpenAI se jactan de operar con “energía limpia”, gran parte de la infraestructura que lo hace posible nace en fábricas de Shanghái, Jiangsu o Xinjiang.
Esa red se completa con un segundo factor: las “tierras raras” y minerales críticos necesarios para producir baterías, semiconductores y sistemas de almacenamiento energético. China concentra cerca del 70% de la producción mundial de estos materiales y controla gran parte de su refinado.

En otras palabras, sin esos recursos, los centros de datos californianos no podrían sostener la demanda eléctrica brutal que requiere entrenar modelos de IA como GPT o Gemini.
Además, hay una conexión menos visible pero igual de determinante: la red de energía verde virtual. Muchas empresas de Silicon Valley compran créditos de carbono o energía renovable generada en parques solares y eólicos chinos, compensando así sus emisiones locales. Esto crea una dependencia simbólica y financiera: parte de la “energía limpia” que ilumina las oficinas de San Francisco o los servidores de Mountain View proviene de la producción energética china, aunque no cruce físicamente el océano.
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La postura global de China en la guerra por la inteligencia artificial
En el contexto de la guerra por la inteligencia artificial, este entramado tiene consecuencias profundas. Mientras Washington intenta cortar a China el acceso a chips avanzados de Nvidia o TSMC, Pekín mantiene su influencia desde otro flanco: la energía y los materiales que hacen posible fabricar y alimentar esos chips. El dominio chino del litio, el grafito y el silicio ultrapuro se vuelve una carta estratégica que equilibra la balanza.

Al mismo tiempo, China impulsa sus propios centros de datos impulsados por energía hidroeléctrica y nuclear, buscando independizar su IA de los cuellos de botella occidentales. Iniciativas como la red eléctrica “UHV” (Ultra High Voltage), capaz de transportar electricidad a miles de kilómetros con pérdidas mínimas, son el esqueleto de su expansión tecnológica.
Esas redes no solo alimentan fábricas y laboratorios locales, sino que están pensadas para sostener el procesamiento masivo que exige su propio desarrollo de modelos de inteligencia artificial, como Ernie o Tongyi Qianwen.




