En medio de una fuerte caída en las tasas de vacunación en la Argentina, en el mes de noviembre se produjeron dos hechos más que preocupantes.
El primero de ellos se relaciona con la visita de cuatro ciudadanos uruguayos que recorrieron, entre el 14 y el 16 de noviembre, varias provincias argentinas, mientras se encontraban enfermos de sarampión. Detectado este hecho, el Ministerio de Salud emitió una alerta sanitaria con el objetivo de, según señala el texto oficial, intentar “identificar rápidamente a quienes pudieron haber estado expuestos en los diversos trayectos de su recorrido y reforzar la vigilancia de enfermedad”. Y además recomendó que quienes presenten síntomas -fiebre y erupción- hasta el 12 de diciembre se dirijan a un centro de salud.
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Días después, el jueves 27, se llevó a cabo -organizado por la diputada del PRO por Chaco (especialista en Turismo), María Inés “Marilú” Quiroz -, un acto antivacunas, descrito por los participantes como el primer paso para exigir que se analice la eliminación de obligatoriedad de la vacunación. Aunque el inexplicable evento generó cuestionamientos de parte de legisladores y sectores de la comunidad médica, no se descarta el fuerte impacto que puede generar en la sociedad, susceptible ante este tema, en especial luego de las aplicaciones realizadas durante la pandemia.

En un momento en que la comunidad médica internacional celebra los avances que incrementaron exponencialmente nuestra expectativa de vida —gracias a elementos tan fundamentales como el agua potable, los antibióticos y, crucialmente, la vacunación—, Argentina enfrenta un preocupante resurgimiento de enfermedades erradicadas o controladas. Mientras que la ciencia avanza en investigaciones rigurosas, un sector de la sociedad impulsa, en nombre de un falso concepto de la libertad individual, la derogación de la obligatoriedad de las vacunas. Este debate se desarrolla en un escenario donde la caída en las tasas de vacunación, ejemplificada por el descenso en los refuerzos de polio y el brote de sarampión en todas las provincias, ya tiene consecuencias fatales en niños no vacunados.
De hecho, al día de hoy, hay cerca de diez chicos fallecidos por enfermedades que estaban controladas. “Ya fallecieron seis niños con coqueluche. Cuatro de ellos, en edad de vacunación, no lo estaban. Los otros dos, menores de 2 meses, no tenían la vacuna por edad, pero con seguridad, si los índices de cobertura, no hubieran caído en casi a la mitad; seguramente estarían vivos”, afirma el doctor Rubén Omar Sosa, médico pediatra e infectólogo (M.N. 62507) que se desempeñó durante 40 años en el Hospital Público Elizalde. Y explica que en la actualidad en nuestro país “hay un brote de todas las enfermedades controlables por vacunas: sarampión, tos convulsa, paperas, etc.”.
Sarampión, una enfermedad erradicable que vuelve a ser una amenaza
-¿A qué se debe la baja tasa de vacunación y cuáles pueden ser las consecuencias?
La baja tasa de vacunación se debe a causas multifactoriales. Si bien las posturas de los antivacunas son incorrectas —dado que estas vacunas están totalmente probadas—, no se les puede atribuir toda la responsabilidad. Otra causa significativa es la caída generalizada de la confianza en las campañas masivas tras la pandemia de COVID-19 y en las instituciones políticas. Sin embargo, la confianza en la palabra del médico pediatra sigue siendo alta, por eso es clave que todos alienten a la vacunación.

El riesgo es claro: cuando la tasa de vacunados desciende, las enfermedades reaparecen, como ya está sucediendo con el sarampión y la tos convulsa. Una persona sin anticuerpos no solo tiene alta probabilidad de adquirir la infección, sino que puede contagiar, debido a que se transmite por vía respiratoria, a 16 o más personas.
El problema del sarampión se soluciona cuando la población alcanza índices de cobertura superiores al 95%. Esta vacuna ofrece grandes ventajas, ya que su período de incubación es menor que el de la enfermedad y confiere inmunidad de por vida, permitiendo su uso como vacuna de bloqueo. Otra cosa a tener en cuenta es que la vacuna incluida en el calendario nacional no solo previene el sarampión, sino que también protege contra la rubéola, una enfermedad especialmente peligrosa si afecta a embriones, y puede causar graves secuelas como cardiopatías, ceguera y alteraciones del sistema nervioso central. Es lamentable que todavía existan casos de rubéola congénita, existiendo una vacuna tan efectiva. Al igual que se erradicó la viruela en su momento, el sarampión, la polio y la rubéola son enfermedades erradicables. El problema reside precisamente en las bajas tasas de cobertura.

-¿Cómo describiría esta enfermedad?
No es una enfermedad benigna; puede provocar complicaciones severas a corto y largo plazo, que incluyen secuelas respiratorias y neurológicas, y puede ser mortal. Afortunadamente, el virus nos ofrece una gran oportunidad para erradicarlo del planeta, tal como sucedió con la viruela.
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Para lograr su desaparición, la población debe alcanzar índices de cobertura superiores al 95%.
El poder de la ciencia y la seguridad de las vacunas históricas
-¿Se erradican las enfermedades o, en realidad, circulan, pero no nos enfermamos por los anticuerpos que nos dan las vacunas?
-Cuando la cobertura de vacunación es alta, la circulación de la enfermedad se detiene. El verdadero riesgo surge de la formación de ‘bolsones’ o focos de personas no vacunadas. Incluso con porcentajes bajos acumulados a lo largo de los años, estos grupos pueden generar brotes epidémicos. Si bien una tasa inferior al 50% es crítica, un 85% de cobertura es un nivel generalmente seguro para frenar la diseminación. Por ello, son esenciales las campañas de refuerzo y las acciones focalizadas.
-¿Cree que es importante separar la discusión sobre la seguridad de las vacunas nuevas con las del calendario de vacunación?
-Creo que es clave que la sociedad tenga en claro que no debe confundir los efectos adversos de las vacunas recientes contra el COVID-19 con aquellos del calendario nacional. En estas últimas, la seguridad siempre se prueba rigurosamente antes de confirmar su eficacia.

-¿Algo más?
-Al iniciar mi formación como pediatra, la Casa Cuna contaba con una sala completa dedicada exclusivamente a enfermedades infecciosas, segregada por patología. Una sección completa estaba reservada para la Hepatitis, una enfermedad que hoy es una rareza gracias a la VHB, pero que antes forzaba a trasplantes hepáticos urgentes por su naturaleza fulminante. Había sectores para casos de Meningitis causados por meningococo (que puede provocar amputaciones de miembros por alteraciones en la coagulación) o por Haemophilus influenzae (que puede resultar en un daño cerebral severo), secuelas graves que ya son historia.
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Es muy probable que aquellos niños hoy sean adultos que sufren consecuencias como retraso mental o dependencia de silla de ruedas. Todo es prevenible por una simple vacuna administrada a los 2, 4 y 6 meses. Otra sala entera se dedicaba a la tos convulsa, una infección que no solo afecta los pulmones, sino que provoca hipertensión pulmonar y daña el ventrículo derecho, un daño hoy evitable. Incluso las otitis graves disminuyeron drásticamente gracias a la protección contra Haemophilus influenzae. Estos son solo ejemplos que demuestran el inmenso poder de la ciencia para modificar la historia natural de las enfermedades, pese a las tendencias que buscan discutir conceptos tan valiosos que nos costó tanto construir.




