El joven escritor argentino lanzó una novela ambientada en la guerra y postguerra de Malvinas. Dialogamos con él para conocer su mirada desde las letras y desde una generación posterior a la que combatió.

A pesar de no tener ningún lazo familiar con la guerra de Malvinas, Juan Terranova, una de las plumas más interesante de la generación de escritores argentinos de “cuarenta y pico”, decidió escribir una novela de ficción ambientada en todo lo que fue (y es) Malvinas. Puerto Belgrano (Penguin Random House) narra la historia de Eduardo Dumrauf, teniente de navío y médico cirujano de la Armada Argentina, embarcado en el ARA General Belgrano al momento de su hundimiento el 2 de mayo de 1982. La novela abarca desde los tiempos de guerra, hasta la larga postguerra que parece extenderse hasta la actualidad.

Terranova comenzó a gestar esta novela desde su trabajo como coordinador del Área de Investigación del Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur. Convirtió una profunda investigación, que incluyó una cincuentena de entrevistas, tanto a civiles como a militares que participaron de la guerra, en un relato con la exactitud y potencia de su pluma, y que hace justicia a uno de los temas más queridos y sensibles para todos los argentinos.

Además, completó la experiencia con un viaje a Malvinas posterior a la publicación de la novela, del que trajo la idea de un nuevo libro sobre la actualidad de las islas.

-¿Cómo llegás a la temática de Malvinas? ¿Tenías algún contacto con lo que fue la guerra?

-Tenía un contacto literario. No estaba formado en el tema Malvinas. Había leído novelas y algo más. Me acuerdo de un muy buen texto de Hobsbawm, que me impresionó mucho. Él lo narraba desde el punto de vista del marxismo inglés y le pegaba mucho y con muy buenos fundamentos a Tatcher. En un momento dado, yo tenía ganas de entrar a trabajar en un museo y surgió la posibilidad de entrar a trabajar en el Museo Malvinas, porque yo quería ir a un museo que tuviera un corte político. Entonces, empezó una experiencia que me afectó muchísimo: entrar a la ex ESMA, trabajar ahí, encontrarme con los excombatientes, empezar a elaborar mi propia biblioteca de Malvinas… Eso fue hace más de tres años. No te voy a decir que trabajar ahí me cambió mi manera de leer, pero estoy muy agradecido porque le sumó a mi biblioteca personal un anexo muy importante.

-¿Qué recordás de la guerra?

-Yo vivía en la calle Beauchef, en Caballito, y había empezado primer grado en el Normal 4. En abril estalló la guerra y recuerdo los cantitos de cancha aggiornados… “El que no salta es un inglés”, etc. Me acuerdo que un amigo mío, que ahora es cantante de tango, Pablo Bellini, me enseñaba los cantitos antes de entrar al aula. Y después me acuerdo que mi madre, con un humor muy de mi familia, decía que los ingleses iban a tirar la bomba atómica en Parque Centenario. Nosotros nos íbamos a morir instantáneamente y no íbamos a sufrir los padecimientos de la radiación. Esa era una gran ventaja, porque te morías enseguida. También recuerdo tomar el Sarmiento para ir a Ramos Mejía y ver a un tipo muy grandote, vestido de fajina con borceguíes verde militar, vendiendo banderitas argentinas. Eso ya fue cuando tenía 10 u 11 años y mi papá me dijo: “Vamos a comprarle una banderita a ese señor porque estuvo en la guerra”. Es un recuerdo muy claro. La primera posguerra fue muy dura para los excombatientes porque el Estado no los reconocía.

-¿Cómo armaste el personaje del médico cirujano naval?

-Yo quería contar la guerra. Leí las memorias de la guerra de Alberto Deluchi Levene y me impresionó el médico en el Belgrano. El médico tiene el juramente hipocrático de no lastimar. Me llamaba la atención que un mé- dico cirujano fuera, a la vez, un guerrero, un militar. Eso me interesó y me pareció que por ese lado podía decir algo más, que no fuera el conscripto en el pozo, Los pichiciegos o Los chicos de la guerra. Tenía ese pliegue. También me atrajo mucho el tema del Belgrano, sobre el que leo aún y me interesa mucho. Esos tipos que fueron a pelear una guerra en un barco que había estado en la Segunda Guerra Mundial. Es una historia increíble. Malvinas tiene eso: están en un lugar geopolíticamente privilegiado y es muy interesante para pensar la política internacional del siglo XXI. El problema que tiene para un novelista o para un historiador es que tirás de un piolín y encontrás un conflicto, una historia, una problemática.

-¿De qué fuentes te fuiste nutriendo?

-Yo trabajo en el museo con Mario Volpe, del Regimiento 7 de La Plata, que estuvo en el Monte Longdon. Era militante de izquierda, del CECIM de La Plata. Yo estoy muy agradecido de poder trabajar con él. Más allá de que se un referente de los derechos humanos, un militante y un excombatiente, es una enciclopedia de Malvinas. Trabajar con alguien así, para una persona que está empezando como yo, es impresionante. Cada tanto le tiro un poco de la lengua para que me cuente su experiencia, algo que le cuesta un montón. Es un tipo, no pudoroso, porque tiene un humor muy lindo, pero no cree en los elogios desmedidos, en las fanfarrias. Con mucha razón, él dice: “Éramos héroes, pero en la década del 80 no entrábamos en ningún lado, éramos unos parias”. Me costó ganarme su confianza para que me fuera contando cómo fue herido, dónde estaba, de sus compañeros.

-¿En las Fuerzas Armadas te recibieron?

-En las más de cincuenta entrevistas que tuve que hacer para el trabajo y que usé para el libro, siempre me encontré con gente muy generosa. El excombatiente de Malvinas te da todo. Primero, te baja línea 15 minutos, después te dice que sos un “boludo” unos 15 minutos más y, si vos te bancás eso, escuchás y le demostrás que vas a respetar lo que tenga para decir, él se brinda absolutamente. Te invita a comer a la casa, te presenta a la familia, te lleva con el auto, te invita a comer un asado, a jugar al fútbol, te cuenta lo que quieras saber. En las diferentes Fuerzas Armadas también encontré algo parecido. Fernando Santos, un marino contador que estuvo en el ARA “Bahía Paraíso”, es un tipo muy interesante: era muy joven, hizo la campaña antártica, estuvo en la Guerra de Malvinas. Yo recupero mucho esa necesidad de hablar sobre Malvinas.

-¿Creés que no han sido escuchados suficientemente los excombatientes? ¿Es todavía una historia por contarse?

-Si decimos la verdad, hasta la llegada del kirchnerismo los excombatientes eran marginales. Más allá de los problemas que tenían puntualmente el Ejército o la Armada con cada uno de los gobiernos, los centros de excombatientes tenían muchos problemas. Y el kirchnerismo les dio mucho. Algunos lo reconocen, otros no. Algunos militan en el kirchnerismo, otros no. Algunos están con el intendente del partido donde viven y dependen de eso. Pero, viéndolo en retrospectiva, se les reconoció una pensión importante; a los de la provincia de Buenos Aires los insertó en el sistema educativo, porque se les dio la posibilidad de trabajar en los colegios. Eso es importantísimo. El que más o menos puede ver la cuestión con claridad se da cuenta que darle un trabajo en un colegio a un excombatiente es hacer un “click”.

-¿Y a nivel social?

-Para la sociedad siempre fueron héroes. Si caminás por la calle en un barrio con un excombatiente, lo conoce todo el mundo y todos lo abrazan y lo saludan. La sociedad argentina sabe, desde el minuto cero, que son héroes. Yo estaba una vez leyendo un libro castrense, de Carlos Túrolo, Así lucharon, en un bar. Vino el mozo a cobrar, me dio la mano y me dijo: “Que tengas buen fin de semana”. Me llamó la atención. Volví al mismo bar a hacer tiempo y le pregunté a otra persona, que me dijo que el hermano de ese mozo había estado en Malvinas combatiendo. Me contaron que cuando él iba al bar, cerraban el local y le ofrecían algo para tomas. Las clases populares entienden la guerra de una manera muy simple. La Argentina no tiene experiencia en eso porque no tuvo guerras desde la del Paraguay.

-¿Sentiste presión desde la mirada de la sociedad o de la intelectualidad a la hora de escribir sobre Malvinas?

-Sí, obviamente, no podía escribir cualquier cosa. Lo de la intelectualidad no me preocupa porque no lo entienden. Los grandes centros intelectuales actuales, como la carrera de Historia de la UBA, no estudian Malvinas porque no les interesa. A nivel estatal, sí hay una presencia del tema. No me interesa tanto lo que tenga para decir algún otro escritor o La Nación. Sí me preocupaba ser lo más fidedigno posible en donde yo quería contar lo que había pasado. El escritor es una especie de miserable vampiro. Preguntás: “¿Qué se siente manejar una ametralladora?”. Y el tipo te responde: “La verdad es que yo estaba muerto de miedo y cuando empezamos a tirar, empezamos a insultar…”

-¿Te gustaría que alguien en particular leyera el libro?

-Me gustaría que lo lea personal efectivo del Ejército en la actualidad y gente que esté cumpliendo funciones en la Armada. Yo sé que escribo para mis amigos, para los amigos de mis amigos y alguna gente de Facebook. Después, ya no veo qué hay del otro lado.

DE PRIMERA MANO

-¿Cómo fue la experiencia del viaje a Malvinas? ¿Ibas con miedo?

-El libro lo había escrito mucho antes. En el viaje corroboré un montón de impresiones. Con miedo no iba, pero sí preparado para ser castigado impiadosamente por el clima. Por supuesto fui a un hotel y no sufrí las inclemencias del tiempo como las sufrieron los soldados. Lo disfruté mucho.

-¿Y la relación con los kelpers?

-Bien. Están los obsesivos militantes. Me crucé con uno solo en el cementerio de Darwin. Lo salvé de que lo lincharan algunos excombatientes. Fue un viaje que me gustó mucho. No vi nada de la riqueza de la fauna de las islas, pingüinos, etc. Fui a los montes Longdon, Brooks, Tumbeldown con los excombatientes. Me gustó mucho “Puerto Stanley”, como le digo yo. Lo recorrí, saqué muchas fotos. Ahora estoy escribiendo una novela sobre Malvinas hoy, que es todo un desafío.

-¿Cuál es el status de los isleños? ¿Están apoyados o a la buena de Dios?

-Yo creo que ahí se ve muy claramente que los Windsor le imprimieron al Imperio británico un sesgo muy racista, como una sociedad de castas. Ahí en Malvinas, la “frontera” se suele ver: primero están los ciudadanos británicos y después los que no son ciudadanos británicos –que son los más furibundos antiargentinos, porque algunos nacieron el Hospital Británico de Buenos Aires o en Río Gallegos, no tienen pasaporte y tienen que pedir permiso para ir a Gran Bretaña–. Nosotros, en cambio, tenemos una sociedad muy igualitaria, forjada en una idea muy humanista, que no tiene nada que ver con México, Colombia o Chile. En las islas uno se pregunta qué es la libertad, qué es la identidad. Son ideas que nosotros en Argentina apreciamos mucho. Para ellos no es importante. Para el tipo que vive en las islas lo que importa es la previsibilidad, poder pagar el crédito de la Land Rover; y los que son más inteligentes se hacen unos mangos con el turismo y, cuando vienen los antiargentinos, se quedan callados y no dicen nada. Ahora, lo que tenemos que hacer nosotros es viajar y darnos cuenta de lo que ellos tienen, de lo lindo y especial que es el lugar.

-¿Cómo ves es camino a seguir en la cuestión de soberanía?

-Yo estoy convencido de que vamos a recuperar las islas. En todo el siglo XX hubo adelantos y retrocesos. La guerra fue, en muchos sentidos, un retroceso, pero en muchos otros fue un adelanto. El tema apareció de otra manera en el sentir argentino. Yo entiendo que la dictadura se equivocó muchísimo, entre otras cosas en el planteo militar del conflicto. Pero creo que, al margen de eso, siempre se avanzó. La guerra, como toda guerra, fue muy ambigua y se adelantó y se atrasó en muchas cosas.

-¿Por qué estás convencido de que vamos a recuperar las islas?

-Porque es una situación colonial y todo el mundo se da cuenta. En algún momento nos vamos a tener que sentar a discutir. Hay muchas fechas: por ejemplo, en el 2041 se vence el Tratado Antártico y tenemos que discutir. Colaboramos todos en la Antártida. Nosotros tenemos una capacidad científica de un país del segundo mundo, pero estamos al lado. Los estadounidenses invierten un dinero increíble, pero están mucho más lejos. Negociémoslo. Busquemos todas las formas. Los isleños tienen cola de paja porque saben que están metidos en un lugar que no es de ellos. Entonces se victimizan, recuerdan que eran chicos cuando fue la guerra y sufrieron un montón. Pero recordemos lo que fue la Segunda Guerra Mundial, que terminó en 1945 y ya en la década del 60 EE. UU. y Alemania habían arreglado todo y a nivel económico despegaron.

-Me decías que los kelpers usan la guerra como carta de victimización. ¿Qué significa el hecho bélico para la sociedad argentina? ¿Es algo que causa vergüenza?

-No creo. Lo que pasa es que no tenemos experiencia. Si vas a EE. UU. o Israel, tienen un montón de veteranos y la guerra es muy común. Ir a un campus universitario y tener un docente que fue excombatiente y un diputado que es veterano de guerra es normal. Nosotros tuvimos la suerte de no haber tenido esa experiencia. Tenemos otras experiencias traumáticas, como las guerras civiles del siglo XIX y XX. Creo que el tratamiento que la sociedad argentina dio a Malvinas fue justo: pegar la calcomanía en el auto, si ven a un veterano ir a darle la mano. La guerra generó mucha cohesión interna, en ese sentido.

-¿Y desde el hecho artístico? ¿Hay una brecha entre la biblioteca militar, por un lado, y el discurso sobre dictadura, por el otro? ¿Hay una cuestión patrioteril?

-Yo creo que la sociedad civil no hace esa diferencia. Lo patrioteril no existe. Eso es un vocabulario del progresismo bien pensante. Yo no conozco a nadie patrioteril. Conozco gente muy patriota y gente a la que no le interesa. Hablemos del nacionalismo “patriotero”. Yo no lo veo en los argentinos; en cambio, sí lo veo en los ingleses, que cierran filas. Nosotros estamos todo el tiempo discutiendo, cuestionándonos, desde las cátedras y desde los medios de comunicación, qué significa ser argentino. Paremos un poco con la neurosis obsesiva. Cerremos filas en algunos temas. En Malvinas, por ejemplo, lo hacemos. Por supuesto siempre se pueden encontrar personajes desagradables para uno, nacionalistas recalcitrantes, peronistas o antiperonistas recalcitrantes, pero sacando a esos, el argentino de a pie tiene mucho afecto por su tierra y le gusta ser argentino. Es mentira que la Argentina sea chata, que el argentino sea mala persona. Eso lo heredamos del progresismo reaccionando contra la dictadura, pero es mentira. El argentino es un tipo gentil, hace un asado y te invita, le encanta la sobremesa. Hay un nacionalismo sano en la Argentina. Nos gusta mucho discutir y a veces discutimos sin saber de qué, pero eso es muy bueno. En contraposición, lo que he visto con los ingleses en Malvinas es que son racistas.

SIGNOS DE LOS TIEMPOS

-Tu literatura se enmarca en la de un grupo de autores muy interesantes. ¿Qué definió la generación que integrás?

-Creo que la crisis de 2001 nos empujó. En general, se da un relevo generacional cada diez años. La década del 90 se desdibujó, aunque aparecieron algunas cuestiones. Desde 1998 hasta 2003 o 2004, se cayó en una cosa muy castigadora de los lectores de clase media, económica y simbólicamente. Eso va a detonar en la crisis de 2001. Nosotros veníamos golpeados por la hiperinflación –que se produjo cuando empecé el secundario– y el menemismo –que fue muy liberal y le permitió a los profesores universitarios viajar por el mundo con un sueldo de 1000 pesos, mientras los alumnos no sabíamos qué hacer porque no había trabajo–. Éramos muy desconfiados. Hasta 2003 hubo una cosa muy contenida, que se desató cuando aparecieron un montón de nuevas editoriales, apareció Internet y una serie de factores que ayudaron.

-¿Cómo ves el panorama literario argentino actual?

-Ahora hay una disforia general, después de la euforia del kirchnerismo. Hay escritores que se nuclean alrededor de La agenda, que es un medio netamente gubernamental. No me parece mal. Lo que me parece mal es que sostienen ese proyecto político, de gobierno, pero siempre declamando que son liberales y que escriben porque les pagan. Para mí los escritores que apoyan a Cambiemos tendrían que dar un paso adelante y hacerse cargo. Y del otro lado, la críticas son muchas veces muy generales, de “estar en contra de los neoliberales”. La crítica debe jugarse y ser más puntual. Yo creo que el actual gobierno tomó algunas decisiones en Cultura que están muy bien. Hay funcionarios, como Enrique Avogadro, que están ordenando las cosas, que no son guitarreros como los kirchneristas, que eran unos improvisados. Y lo digo como empleado del Ministerio de Cultura. Aunque tengo muchas diferencias, veo que ahora están jerarquizando. Lo que veo es que los escritores siguen pensando que ellos pueden criticar superfluamente o adherir al poder, sin que eso después les pase factura. Me parece que es un error y hay que tener una lectura de eso.

-¿Cómo ves la proliferación de talleres de escritura?

-Siempre hubo talleres. Me parece muy bien. Es una riqueza muy grande de Buenos Aires, Córdoba, Rosario, Tucumán y de la Argentina en general, que no existe en otros países. A los talleres uno va a charlar con otras personas. Creo que todos nos hemos formado, en cierto modo, yendo a esos talleres, donde también se forman lectores. Hace unos años fui a Tucumán a dar unas clínicas y una de las personas de extensión de la Universidad Nacional de Tucumán dijo que era muy importante que yo estuviera ahí, junto con otros escritores, porque la provincia necesitaba invertir para que surgieran nuevos escritores. Desde Buenos Aires, una ciudad muy cosmopolita y muy poblada, podríamos preguntarnos para qué necesitamos escritores. Sin embargo, una provincia como Tucumán, que fue muy castigada por una derecha muy retrógrada en su momento, lo ve como una carencia. Entonces, en ese sentido, no hay que ser tan porteño-céntrico y considero que sería una gran riqueza federalizar esta iniciativa de los talleres. No es lo mismo estar escribiendo solo en tu casa con Facebook –que ya es una socialización importante–, que ir todos los viernes a encontrarte con un grupo, que te lean y te escuchen, leer vos lo que escribís enfrente de otros, etc. Es muy positivo.


JUAN TERRANOVA

-Nació en Buenos Aires en 1975. Caballitense de cabo a rabo. Es hincha de Ferrocarril Oeste.

-Escritor y crítico literario, estudió la carrera de Historia en la UBA. -Es coordinador del Área de Investigación del Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur.

-Entre sus obras se destacan las novelas El pornógrafo, El vampiro argentino y Los amigos soviéticos; y los ensayos Los gauchos irónicos y Sexo, nazismo y astrología.