
Cuando la doctora le confirmó que era celíaca, a Glenda Bustos se le vino el mundo abajo. Hoy, cuenta su historia. Por Florencia Illbele
Cuando la doctora le confirmó que era celíaca, a Glenda Bustos se le vino el mundo abajo. “Fue una bomba”, describe la joven de 27 años acerca del día que marcó un antes y un después en su vida. En ese momento, hace casi una década, transitaba su adolescencia y el diagnóstico la desencajó.
“Los primeros tres meses estuve muy enojada. ‘¿Por qué a mí?’, pensaba. Si bien con el tiempo entendí que hay millones de enfermedades peores, y que para tratar el celiaquismo no hace falta medicación sino alimentarse de una manera diferente, al principio fue difícil”, dice acerca de dejar de comer trigo, avena, cebada, centeno y productos derivados de esos cuatro cereales.
Glenda es Diseñadora Gráfica y Patinadora de Patinaje Artístico. Además, lleva adelante la parte de Marketing de La Noelia Pastelería (@lanoelia_pasteleria), un emprendimiento familiar de pastelería casera. Criada en el barrio porteño de Belgrano, durante su infancia y gran parte de su adolescencia, naturalizó el hecho de vivir con dolor de panza.
Las respuestas llegaron de la mano de la televisión. Mientras hacía zapping “enganchó” un programa donde un gastroenterólogo hablaba sobre la celiaquía. “Mi mamá, que estaba sentada al lado mío, me dijo: ‘Le voy a pedir a tu médica que te haga un análisis de sangre porque tenés todos esos síntomas’”.
CON VOZ PROPIA
-¿Cómo fueron las semanas posteriores al diagnóstico?
-Difíciles. Había recibido un montón de información que necesitaba procesar. Fue como que, de un día para el otro, me dijeron que tenía una enfermedad que iba a ser de por vida y que tenía que cambiar la forma en que me venía alimentando desde que nací. Parece exagerado, pero cuando alguien hace una dieta para, por ejemplo estar mejor físicamente, tiene sus “permitidos”. En este caso no los hay. Recuerdo que una de las advertencias del gastroenterólogo fue: “Si comés una pizca de harina, todo lo que avanzás vuelve para atrás”. Ahora ya es costumbre, pero al principio era un bajón tener que llevar mi comida a todos lados.
-¿Te cuesta conseguir alimentos libres de gluten? Por ejemplo, si vas al supermercado o a comer afuera, ¿encontrás opciones para celíacos?
-Hoy en día la mayoría de los supermercados tienen góndolas con productos sin TACC aunque, en mi opinión, debería ser un sector más amplio. En la mayoría de los bares o restaurantes se jactan de contar con opciones libres de gluten para la gente celíaca. Te dicen: “Tenemos hamburguesas” o “Hay una ensalada sin TACC”. La realidad es que esas no son opciones para celíacos: esos son los platos que tienen en la carta que puedo comer. Lo ideal sería que ofrecieran un menú, como una tarta o unas pastas, igual a las que sirven a otros comensales pero para celíacos.

-Existen varios mitos acerca de los celíacos. Uno de ellos dice que no pueden compartir cubiertos. ¿Es realmente así?
-Todavía hay personas que creen que, porque no podemos comer harina de trigo, nos alimentamos más sano. Lo cierto es que comemos otros tipos de harinas o fécula de mandioca marinada. Con respecto a los cubiertos, no los compartimos para prevenir la contaminación cruzada. O sea, para asegurar que los alimentos que son aptos para gente celíaca no se contaminen con gluten.
De hecho, en la cocina de mi casa hay un sector destinado a todas las harinas y galletitas que yo puedo comer y otro donde está el resto de la comida. Incluso tengo mis propias fuentes y utensilios. No uso las mismas que el resto de mi familia, porque a veces aunque se laven bien, quedan restos y por más minúsculos que sean me puede hacer mal. Igual, como mis padres no son celíacos, cuando se prepara comida con harina de trigo o avena la puerta de la cocina queda cerrada y después se limpia todo muy cuidadosamente con alcohol.
“EN LA MAYORÍA DE LOS RESTAURANTES SE JACTAN DE TENER MENÚS LIBRES DE GLUTEN PARA GENTE CELÍACA, PERO NO ES ASÍ”
-A la hora de pedir delivery o de ir a comer afuera, ¿cómo te garantizás que no haya contaminación cruzada?
-Es imposible. A mí me encantan las papas fritas y, cuando voy a comer afuera lo hago con desconfianza. Si las papas te las fríen en el mismo aceite que usaron para las milanesas o las cortan con un cuchillo que antes usaron para cortar pan, sonaste. En el momento no te das cuenta, pero al otro día te sentís mal o amanecés con la panza hinchada. Decís: “Listo, fueron las papas”.
-¿Esta situación te llevó a cocinar más?
-Yo soy bastante vaga (risas). Pero por suerte a mi mamá le gusta cocinar y me hace galletitas y budines caseros libres de gluten. También para ahorrar un poco, porque los alimentos sin TACC no son para nada económicos. Es muy injusto, pero es real. Se supone que hay una ley que nos ampara (N. de la R.: la Ley 26.588 de Enfermedad Celíaca) y que obliga a las obras sociales a que nos reintegren una suma en pesos, pero solo de lo que gastamos en harina. No en el resto de los productos. Por eso siempre digo que los mejores amigos del celíaco son el tupper, el freezer y el microondas o el horno. Cocinás, congelás y
después calentás. Si vas a comer a lo de un amigo, te llevas el “tuppercito”.
-En comparación con el resto de los alimentos, ¿qué gusto tiene la comida libre de gluten?
-Pasaron tantos años que ya olvidé el sabor de lo que no es para celíacos. No sé cómo describirlo, pero la comida sin TACC es como más seca. Igual me acostumbré, porque empecé a sentirme mejor y eso no tiene precio. Sí hay una comida que extraño y para la que nunca encontré un reemplazo: los sánguches de miga.
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