La periodista italiana es coautora, junto Sergio Rubín, del libro “El Jesuita”, que recorre, a partir de una serie de diálogos mantenidos con el entonces cardenal Jorge Bergoglio, su historia, su personalidad y sus puntos de vista sobre los más variados temas.
Cuando en abril de 2001 el cardenal Jorge Bergoglio aceptó participar de un encuentro con miembros de la Asociación de Corresponsales Extranjeros, nadie podía imaginar que doce años más tarde el arzobispo de Buenos Aires se convertiría en el primer Papa sudamericano. “Yo sabía que Bergoglio no era afecto a los reportajes y que hasta ese momento había dado poquísimas entrevistas”, recuerda hoy Francesca Ambrogetti, corresponsal de la agencia italiana ANSA, quien ocupaba en aquel entonces la presidencia de la Asociación. Sin embargo, contra lo que ella hubiera imaginado, Bergoglio no rehuyó el convite. “Cuando lo llamé por teléfono –relata– me atendió él personalmente y no quiso lo fuéramos a buscar; prefirió venir en transporte público hasta el Freedom Forum, en Cerrito y Libertador, donde se desarrollaba el ciclo de conferencias. Al llegar, lo vimos venir caminando con su portafolio y un colega, sorprendido, me preguntó si estaba segura que se trataba del cardenal Bergoglio”. Ese primer acercamiento sería el punto de partida de un proyecto que vería la luz, nueve años después, con el título de “El Jesuita”. El libro, escrito por Francesca Ambrogetti y Sergio Rubín, es actualmente un best-seller y ha sido traducido a más de quince idiomas.
– ¿Qué impactó tuvo la figura del cardenal Bergoglio en los asistentes a ese encuentro que organizó la Asociación de Corresponsales Extranjeros?
– La mayoría de los colegas no eran creyentes. Sin embargo, a todos les impactó su personalidad. Las preguntas principales, obviamente, estaban referidas especialmente a la situación argentina. La crisis se venía venir; había nubes negras en el horizonte y ya se observaban algunos relámpagos. Bergoglio demostró una comprensión cabal de la situación e hizo un análisis muy lúcido. Se habló también del contexto mundial y nos llamó la atención que tuviera tan claro el panorama de los distintos países de proveniencia de los colegas. Es una persona que muestra un gran conocimiento, una gran cultura, pero se acerca y dialoga como uno más. Eso es lo que hoy asombra el mundo.
– ¿Qué rol jugaría Sergio Rubín en este proyecto?
– Tras ese conferencia, me reuní con Sergio y le dije que creía que valía la pena “tirar del hilo” para ver que había detrás de esa figura. A Sergio la idea del libro le pareció muy buena, pero dudaba que consiguiéramos que Bergoglio aceptara. Curiosamente, después de ese encuentro con los corresponsales, el cardenal le dio una entrevista a Sergio y luego otra a mí para un diario del Piamonte, región de origen de su familia en Italia. Después, por muchísimo tiempo, no dio más reportajes. De todos modos, decidimos intentarlo. Nos reunimos con Sergio para decidir qué asuntos debíamos abordar y preparamos una hoja con un listado de temas, con la salvedad que Bergoglio podía quitar aquellos que no quisiera tratar o agregar otros que fueran de su interés. El compromiso, que luego cumplimos a rajatabla, era que él corrigiera todo el material antes de su publicación.
“DÉJENME PENSARLO…”
– ¿Cómo le hicieron el planteo y cuál fue la respuesta de Bergoglio?
– Recuerdo que en esa época el cardenal solía reunir a los periodistas para saludarlos con motivo de las fiestas. Fue unos días antes del estallido de la crisis del 19 y 20 de diciembre de 2001. Ahí le presentamos la idea. Él sonrío y nos contestó: “Déjenme pensarlo”. Dobló el papel y lo guardó en un bolsillo. Al año siguiente, volví a plantéarselo y nuevamente me pidió tiempo. Fue una etapa en la que él se había cerrado a la prensa y no hacía declaraciones. Un período largo, que se prolongó hasta el cónclave de 2005 para elegir al sucesor de Juan Pablo II. Cuando volvió del cónclave, hubo algunos cambios en el Vaticano y él debió viajar nuevamente a Roma para participar de un sínodo. Al regresar a Buenos Aires, por primera vez brindó una declaración en el aeropuerto. Entonces lo llamé inmediatamente a Sergio porque entendí que ése es el momento. Pedimos una cita con él y el cardenal nos la concedió.
– ¿Qué recuerdos tiene de esa primera reunión en el Arzobispado?
– Empezó mal. Ese día Bergoglio, que es muy cálido y buena persona, se mostró distante. Gentil, pero distante. Nos recibió con amabilidad y colocó sobre la mesa todo el material que él había publicado hasta entonces, homilías, cartas pastorales, y nos dijo que nos iba a hacer llegar otros textos que faltaban y que habían sido publicados por Ediciones Paulinas. Ahí yo tuve un rapto de inspiración y le dije: “Perdone, pero eso sería un collage”. Él nos miró y dijo: “La verdad es que tienen razón”. Nos daba la razón, pero no cedía en la posibilidad del libro. En determinado momento se hizo un silencio y ya parecía que la historia se había terminado. Para decir algo y salir del paso, yo recordé que una persona amiga, en una reunión, me había comentado sobre una frase especial que solía utilizar Bergoglio: “Transitar la paciencia”. Entonces se me ocurrió decirle: “Disculpe, antes de irnos, ¿nos podría explicar qué quiso decir con eso de “transitar la paciencia”? Fue como un disparador; él cambió su actitud. Fue como si nos dijera: “Si me corren para ese lado, me van a encontrar”. Y empezó a responder. Ese día hablamos más de una hora. Al finalizar ese primer encuentro, en un clásico acto fallido, yo me olvidé unos lentes. Fue como que, inconcientemente, quería volver. En el siguiente encuentro con el cardenal, él me los devolvió.
– ¿La editorial estaba al tanto del proyecto del libro?
– No, para nada. Nosotros trabajamos dos años con conversaciones, a lo que se suma otro año de preparación, durante bastantes horas, sin saber qué iba a pasar con el libro. No se lo propusimos a ninguna editorial hasta que estuviera terminado. Había un interés que iba más allá de lo periodístico. Consideramos que era alguien que tenía algo que decir y valía la pena escucharlo. Nos pusimos de acuerdo para conversar con el cardenal Bergoglio una vez por mes. Lo más gracioso fue cuando le preguntamos con quién debíamos hablar en su secretaría para acordar los días y horarios. Él sacó una agendita negra de su bolsillo y se puso a revisarla. Propuso encontrarnos un determinado día a las ocho de la mañana. Recordemos que él se levanta a las cinco de la mañana. Negociamos para que el encuentro fuera a las nueve. Así se fue creando una relación de confianza.
“EL PAPA DEBE SER UN PASTOR”
– ¿Qué destacarían de esas largas charlas con el cardenal?
– Quiero recalcar una virtud extraordinaria que tiene: cuando estaba hablando con nosotros, él estaba ahí escuchándonos. Es lo mismo que está sintiendo ahora la gente y que se vio en su reciente viaje a Brasil. Parece que tuviera todo el tiempo del mundo para dedicarle a cada persona. Tiene una gran capacidad de concentrarse en lo que está haciendo. Y eso es muy bueno a la hora de comunicar.
– El libro también recorre mucho el tema de la pedagogía y de la educación. Se lo ve muy interesado…
– Esa es realmente parte de su vocación. Él es un educador y la experiencia que tuvo como docente fue fantástica. Hay una frase muy significativa en el libro que tiene que ver con su pastoral y con su teología. Él dice que sus alumnos le enseñaron a ser más hermano que padre. Él se considera un hermano más, incluso ahora como Papa.
– ¿Cómo fueron convenciéndolo, en el libro, para que contara la historia de su familia?
– Uno de los temas que yo quería tratar era la inmigración y era lógico llevarlo a que nos recordara la historia de su familia. Aclaremos que, luego de su elección como Papa, muchos periodistas se equivocaron al decir que su padre era ferroviario. En realidad, era empleado administrativo; trabajaba como contador en una empresa ferroviaria. Vino con 24 años a la Argentina. Era una familia de clase media, pero muy sobria y austera. En el libro Bergoglio cuenta que no se iban de vacaciones y yo creo que no era una cuestión de necesidad económica, sino, más bien, una actitud personal. Fue así como, a pesar de su renuencia, lo llevamos a hablar de él mismo y de su historia.
– ¿Cómo veía Bergoglio el rol del Papa antes de su elección?
– Vuelvo a una anécdota de aquella primera entrevista con los corresponsales extranjeros. El Papa Juan Pablo II ya estaba enfermo y se sabía que en un momento no tan lejano iba a tener que elegirse un sucesor. Yo le pedí que nos dijera cuál debía ser el perfil del nuevo Papa. Sin dudar un segundo, él contesto: “Un pastor”. Bergoglio lo tenía muy claro en 2001, cuando acababan de nombrarlo cardenal y no tenía ninguna posibilidad de llegar a Papa. Yo creo que a él ni se le pasaba por la cabeza que un día sería él ese pastor. Salió publicado que incluso tenía elegido el cuarto donde iba a retirarse después de este último cónclave. En una de las charlas que tuvimos para el libro, admitió que él sentía que le quedaba “poco hilo en el carretel” y dijo que estaba ordenando sus papeles.
– ¿Cómo observa estos primeros meses de Pontificado de Francisco?
– Me parece que primero quiere poner orden en la casa, en el Vaticano. Su prioridad es una Iglesia organizada, ordenada, transparente, confiable, que se acerque a los fieles. El otro punto interesante es que se está moviendo en círculos concéntricos. Él está haciendo mucho trabajo pastoral en Italia y se ocupa mucho de Argentina porque fue su lugar pastoral. Él fue pastor acá y no puede olvidar a sus ovejas. Y efectivamente se va abriendo, pero primero se dedica a la pastoral del lugar donde está. Realmente Argentina le dio al mundo un gran Papa. El amor que le tienen en Italia es impresionante. Yo personalmente fui a una de las misas en la residencia Santa Marta y le conté al Papa que había escuchado una frase que le iba a gustar. Es de primo mío allá en Italia, que me dijo: “Me gusta este Papa porque parece un párroco”. Es lo que él quiere ser: el párroco de una parroquia inmensa, la de toda la iglesia católica. Y lo está demostrando. Es realmente sorprendente.
“LA POLÍTICA ES LA MÁS ALTA EXPRESIÓN DE LA CARIDAD”
– ¿Cómo explica la tensión que existía entre el entonces cardenal y el Gobierno?
– Yo creo que fue una mala interpretación del Gobierno. Bergoglio, en realidad, no era un opositor y el mismo lo dijo en libro cuando aclaró que los que así lo consideran estaban mal informados. Me parece que lo demuestra además cuando, luego de su elección como Papa, su primer encuentro es con la Presidenta en el Vaticano. Él la invita a almorzar, dándole un trato preferencial que iba más allá del mero protocolo. Dicen que la Presidenta se emocionó mucho. Él llega siempre al corazón de las personas.
– ¿Cómo interpreta Bergoglio la política?
– Utiliza una frase muy linda: la política es la más alta expresión de la caridad. Dice que la política, bien entendida, es servicio.
– En cuanto a sus opiniones sobre los distintos temas que trataron en el libro, se lo ve muy abierto al diálogo con otras posturas ideológicas, con otras religiones y se nota que no es para nada dogmático.
– Él demostró siempre una gran apertura. Hace poco repitió una frase que nos había dicho a nosotros en una de las charlas: “¿Quién soy yo para juzgar a los homosexuales?” Tiene esa notable capacidad de no juzgar a los demás, de ponerse en el lugar del otro y, sobre todo, del que sufre. Se muestra abierto al diálogo interreligioso, al ecumenismo y al diálogo con el no creyente. Recuerdo una anécdota que nos contó. Un día, él iba caminando por Constitución y se encontró con una señora que le pidió celebrar una misa para ella y sus amigas por el Día del Amigo. Él aceptó encantado. Acordaron una fecha y se hizo efectivamente la misa. Al terminar la celebración, se dio cuenta que las amigas de esa señora eran las prostitutas del barrio. Y él lo cuenta con total naturalidad. Y seguramente, si le hubieran dicho quiénes eran, hubiera celebrado la misa de todos modos. Nos contó también de una señora boliviana que trabajaba en unos talleres clandestinos y pudo ser liberada. Ella le pidió que bautizara sus hijos y él lo hizo. Era ya cardenal y fue sin ningún problema a la sede de La Alameda, la organización que se ocupa de la trata de personas, para celebrar ese bautismo.
– ¿Cómo abordaron el tema de la dictadura?
– Esa fue la única discusión que tuvimos con Sergio Rubín sobre el libro. Siempre conciliábamos. Pero esa vez no nos pusimos de acuerdo. Yo prefería respetar el silencio de Bergoglio. Recuerdo que un día nos sentamos en un bar y estuvimos mucho tiempo discutiendo. Como no pudimos tomar una decisión, preferimos dirimirlo con el propio cardenal y él aceptó hablar del tema por primera vez.
– El caso que tomó más trascendencia fue el de los dos sacerdotes jesuitas que realizaban un trabajo social en las villas miseria.
– Fue una de las preguntas más frecuentes de los periodistas de todo el mundo que entrevistaron tanto a Sergio como a mí después del 13 de marzo. Ambos contestamos que, de haber tenido la menor duda, jamás habríamos escrito el libro. Y recordamos que tanto Jorge Bergoglio como la Compañía de Jesús se preocuparon por la liberación de los dos sacerdotes lo que finalmente ocurrió. ¿Qué sentido hubiera tenido el haberlos entregado si lucharon después tanto por liberarlos? El libro contiene además el testimonio de Alicia Oliveira, conocida defensora de los derechos humanos, que relata cómo él la ayudó a ella y a otras personas durante la dictadura.
-¿Cree que es importante que un estado mantenga actualizadas sus FFAA aún cuando no tenga amenazas hipotéticas apremiantes?
-La defensa nacional es una imposición constitucional y legal. Siendo el nuestro un país pacífico, con actitud defensiva y cooperativa hacia todo el mundo, la caracterización de nuestras fuerzas debe ser para el cumplimiento de esas misiones. El grado de riesgo que la autoridad política decida asumir, frente a las posibles amenazas, es lo que mide la situación de las FFAA. La capacidad de un Estado de disuadir el uso de la Fuerza de otros y llevar los conflictos a la mesa de negociaciones está dada por la capacidad de una represalia que haga costoso el empleo de la violencia como modo de negociación. Esta es la base de los gastos en Defensa, apoyan la firmeza de las posiciones frente a otros Estados, a la vez que atraen a otros Estados a la cooperación, muestran las ventajas de una alianza, hacen valorizar la seriedad y la responsabilidad del Estado frente a compromisos de defensa de la paz, cooperación ante emergencias, cumplimiento de compromisos internacionales, etc. Como dijera el ministro Nelson Jobim, tener las fuerzas armadas modernizadas nos da la capacidad decir que no.
“EL JESUITA. La historia de Francisco, el primer Papa argentino”
Autores: Sergio Rubín y Francesca Ambrogetti
Editorial: Vergara (1º edición: 2010)
Páginas: 192