Quizás uno de los mayores errores de inserción internacional en el que podría incurrir el gobierno argentino sería traspolar de manera automática el esquema utilizado en la década del 90 para hacer frente a la triada compuesta por la unipolaridad post colapso soviético, el avance del capitalismo sobre el comunismo desde 1979, y el colapso del modelo económico argentino reflejado en la crisis de la deuda en 1982 y crudamente evidenciado por las hiperinflaciones de 1989 y 1990.
Por otra parte, y afortunadamente, la actual administración no tiene en su hoja de ruta el que sería otro error grueso de percepción sobre la estructura de poder internacional: la creencia en la supuesta existencia de una crisis profunda y acelerada del poder americano. En la década anterior, y en especial en el último lustro, el pasado gobierno pareció guiarse con esa visión, que tenía como contrapartida un mundo donde los nuevos vectores de poder pasarían fundamentalmente por China, Rusia y Brasil. Un GPS realista y prudente para la Casa Rosada debería estar alejado tanto de un extremo como del otro.
Uno de los más destacados académicos de los estudios internacionales, Robert Gilpin, advertía allá por 1981 que las erosiones hegemónicas distan de ser lineales, mecánicas y fatalistas. Si para los años 70 se había puesto de moda decir que se asistía a un deterioro agudo e irreversible del poder americano, pocos años después se combinaron tres fenómenos que echaron por tierra con ese cliché. Se trató del liderazgo fuerte, carismático y movilizador de Ronald Reagan a partir de 1980, la maduración de la tercera revolución industrial (las PC, internet, telefonía celular, etc) con epicentro en EEUU, y el fracaso del modelo socioeconómico comunista. Mientras en los 70 se reflexionaba sobre la erosión hegemónica americana, para la segunda mitad de los 80 se comenzaría a hacer referencia al mundo unipolar.
La actual bipolaridad emergente dista de poder ser vista como un calco de la vigente entre 1945-89 entre Washington y Moscú. En primer lugar, por el hecho de que EE.UU. y China son ambas capitalistas y tienen una fuerte interdependencia comercial y financiera. Las altísimas tasas de crecimiento de la potencia asiática desde 1979 se basaron y basan aún en gran medida en el boom de las exportaciones de manufacturas a EE.UU., Europa Occidental y otras potencias occidentales.
Además, en materia de diferencias con la bipolaridad con los soviéticos post segunda guerra mundial, un hecho no menor es el mayor protagonismo y peso actual de actores transnacionales como multinacionales, bancos, ONGs, grupos terroristas, sean en red como Al Qaeda o territorialistas como ISIS, movimientos sociales y fenómenos como el cambio climático, el narcotráfico, pandemias, la proliferación de armas destrucción masiva en manos de Estados y actores no estatales.
Sin embargo, es importante destacar que existe una característica que se repite en ambos casos: la confrontación de dos paradigmas políticos diferenciados, la democracia republicana americana vis a vis el partido único y omnipresente en China.
Nuestro país dista de estar en una zona caliente de la geopolítica internacional, pero no por ello el campo de la política, de la academia, de la inteligencia estratégica y del mundo empresarial debe postergar una reflexión más articulada sobre el posicionamiento de nuestro país en los bosquejos que van prefigurando una nueva bipolaridad.
Algunas premisas básicas en este análisis interdisciplinario son, en primer lugar, la importancia de articular algunos consensos básicos con Brasil y Chile frente a esta configuración de poder que se ve en el horizonte. Además, tener muy en cuenta el rol importante que tiene y tendrá China como comprador de materias primas y como inversor en temas de infraestructura. Con ciertas remembranzas con el Reino Unido de fines del siglo XIX en estas pampas.
Asimismo, es importante reconocer que el hemisferio americano será una zona de influencia fundamental de los EE.UU. aún en un escenario con rasgos más multipolares o aun bipolares.
Quizás uno de los mayores aciertos del presidente electo de EE.UU., Donald Trump, ya sea por instinto de tiburón blanco o por sus ya reiterados encuentros con Kissinger, haya sido poner el tema chino y de su ascenso y poder sobre el tapete. En este sentido, existen indicios de que el presidente argentino, Mauricio Macri, tiene al parecer la intuición orientada a buscar senderos que ayuden a la Argentina a sacar provecho de esta proto bipolaridad.
La fuerte y amplia recomposición de la relación con los EE.UU. que ha promovido Buenos Aires en los últimos 12 meses, así como la continuidad y hasta ampliación de proyectos con financiamiento y tecnología china en temas nucleares, represas, transportes, comunicaciones, etc, es un dato no menor en este sentido. La decisión de mantener la autorización para la base espacial China en Neuquén es otro ejemplo a mencionar.
En este GPS para orientar nuestra política exterior y de defensa en las turbulentas y cambiantes aguas del sistema internacional pos unipolaridad, nuestra dirigencia política, empresarial y social debe evitar usar o manipular temas tan sensibles para ganancias facciosas de corto plazo y jueguitos para la tribuna.
Suena a voluntarismo y hasta idealismo dada la usual dinámica cavernícola de nuestra vida nacional. Pero en este mundo donde lo establecido colapsa y lo que parece inmutable cambia sorpresivamente, quizás esto nos ayude a cambiar nuestro país. Me permita el lector este toque idealista dentro de un escenario global que requerirá de mucho realismo.