Diego Golombek

Diego Andrés Golombek es un biólogo y divulgador científico argentino, especialista en cronobiología. Se desempeña como profesor titular regular de la Universidad Nacional de Quilmes y como investigador superior del CONICET. Por sus tareas de divulgación científica ha ganado el premio Konex 2007 y nuevamente en 2017, esta vez el Konex de Platino.

1 – Rayuela (1963), de Julio Cortázar
Esas primeras 4 palabras – ¿encontraría a la Maga? – eran una puerta a uno de los más hermosos experimentos de la literatura. Para ese lector adolescente que se animaba a recorrer las páginas de manera lineal o rayuelística el mayor descubrimiento era que se podía – y se debía – jugar con las palabras, exprimirlas hasta extraerles nuevos mundos y significados. Después nada volvería a ser lo mismo.

2 – Inventario (1980), de Mario Benedetti
Para un nerd en ciernes, nada mejor que la inspiración justa a la hora de decirle algo a la persona que nos quitaba el sueño. Y Benedetti nos inspiró como nadie. ¿Cómo olvidar que “el mundo/y yo/te queremos de veras/ pero yo siempre un poquito más que el mundo”? No sé si realmente me permitió conquistas imposibles, pero al menos me ayudó a soñarlas.

3 – La niña que iluminó la noche (1955), de Ray Bradbury
Si la verdadera patria de los hombres es la infancia, como diría el poeta Rilke, su pasaporte son los libros de la niñez, como esta niña mágica que no apagaba la luz, sino que encendía la noche, los grillos y las estrellas. En la misma colección, los tres astronautas de Umberto Eco siguieron encendiendo la imaginación.

4 – En busca de Klingsor (1999), de Jorge Volpi
Existe un género literario que se ha dado en llamar “ciencia en ficción”: no es literatura de anticipación sino una forma de contar la ciencia de manera fascinante. Aquí Volpi – una de las grandes plumas del continente – nos da una lección de física nuclear en el marco de una historia de intrigas en la Alemania nazi, y las páginas no se pueden parar.

5 – Las partículas elementales (1998), de Michel Houllebecq
Desfachatado como personaje, pero irresistible como escritor, Houllebecq recuerda sus años de ingeniero agrónomo para escribir una novela inquietante, apenas distópica, en que nos hace preguntarnos dónde estamos parados, cómo la tecnología nos pasa por encima y cómo, en fondo, seguimos siendo tan irresistiblemente humanos.