A los 91 años, falleció en Moscú el último jefe de Estado de la Unión Soviética. Una figura polémica en su propia patria, contribuyó a la distensión entre su país y EE.UU. y a los históricos acuerdos sobre control de armas nucleares.

Tras una larga enfermedad, el padre de la perestroika y artífice del deshielo en las relaciones entre la Unión Soviética y Occidente falleció en el Hospital Clínico Central de Moscú. Nacido en la localidad de Privolnoie el 2 de marzo de 1931, hizo su carrera política dentro del Partido Comunista de la U.R.S.S., del que llegó a ser secretario general en 1985. Antes había sido primer secretario del comité local del comité municipal del partido en Stavropol (1955-1958) y luego del comité regional (1970-1978). Desde 1970, ocupó también un escaño de diputado en el Soviet Supremo, el principal órgano legislativo del Estado comunista.

Llegado al poder en 1985, lanzó un proceso de apertura y transparencia dentro del hermético régimen soviético, lo que le valió no pocos enemigos en el establishment de Moscú. El 8 de diciembre de 1987, firmó en Washington, junto a Ronald Reagan, el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio, en un intento por frenar la escalada armamentística protagonizada por las dos grandes potencias.

Tal vez, la mayor polémica de su mandato fue la gestión del accidente nuclear de Chernóbil, ocurrido el 26 de abril de 1986. En un primer momento la U.R.S.S. intentó ocultar lo sucedido, pero las evidencias de fuga radioactiva obligaron a adoptar medidas inéditas y a evacuar todo el radio de la central. En 2006, cuando se cumplían dos décadas del trágico accidente, el propio Gorbachov afirmó que “el accidente nuclear de Chernóbil fue quizás la verdadera causa del colapso de la Unión Soviética”.

Tal vez el año más importante de su carrera política haya sido 1989, que también fue clave en el destino del orden mundial. En mayo, las últimas tropas soviéticas se retiraron de Afganistán, tras una década de guerra contra los rebeldes islamistas apoyados por Washington. En noviembre de ese año, la caída del Muro de Berlín marcó el comienzo del fin de la Guerra Fría y el comienzo de una nueva era en las relaciones entre Moscú y Occidente. Ese protagonismo le valió el Premio Nobel de la Paz en 1990.

Sin embargo, en diciembre de 1991, tras el fallido golpe de Estado de la nomenklatura soviética, Gorbachov renunció a su cargo y puso fin a la existencia del Estado soviético. Vaciado de poder y presionado por los presidentes de las hasta entonces repúblicas de la U.R.S.S. liderados por el ruso Boris Yeltsin, había perdido toda autoridad. El nacimiento de la Comunidad de Estados Independientes, acordado por los mandatarios de Rusia, Bielorrusia y Ucrania, había enterrado a la U.R.S.S.

Alejado de la vida política, tras una fracasada candidatura a la Presidencia de la Federación Rusa en 1996 -cuando obtuvo apenas el 0,5% de los votos-, se refugió en su Fundación y en el dictado de conferencias. Elogiado en el mundo occidental pero impopular en su propia tierra, su voz se fue apagando durante los años de Vladimir Putin, quien no ocultó sus críticas a los hechos que derivaron en el fin de la U.R.S.S., calificado como la “mayor tragedia geopolítica del siglo XX”.