InicioMedioambienteCanziani: “Proteger las fuentes de vida es un desafío ético”

Canziani: “Proteger las fuentes de vida es un desafío ético”

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Con esta entrevista al científico argentino Osvaldo Canziani, DEF inicia una serie de reportajes sobre los desafíos y amenazas que representa el cambio climático en los recursos naturales y la especie humana.

El cambio climático ya es una realidad palpable, a diario padecemos sus consecuencias, a través de eventos extremos cada vez más frecuentes y graves, y otros efectos menos visibles, como la extinción de especies. Pese a que la comunidad científica internacional ha demostrado que las actividades cotidianas del quehacer humano -el transporte, las tareas agrícolas, el consumo energético, la deforestación o los cambios en el uso de suelo, por mencionar solo algunas- son las principales responsables de este fenómeno, los seres humanos continuamos ejerciendo una presión ilimitada sobre los recursos naturales.

-Dr. Canziani, ¿cómo podemos definir el cambio climático y cuáles son las causas fundamentales que lo generan?

-Ante todo, creo que es importante diferenciar entre cambio y variabilidad climática, que es un proceso atmosférico que produce variaciones temporales del clima. No me refiero a las modificaciones que podemos observar durante la ocurrencia de los eventos extremos, sino a procesos variables en frecuencia y duración. Su característica principal es que, una vez que cesan las causas que los originaron, las condiciones climáticas vuelven a su estado normal. Un ejemplo claro de ello son los procesos del fenómeno de El Niño. En cambio, cuando hablamos de cambio climático nos referimos a una modificación en el estado del clima que persiste durante un período extendido, como décadas o intervalos mayores. Esto se traduce en que el sistema climático pasa a ser otro y su incidencia sobre los distintos sectores del quehacer humano y la sociedad, diferente. Respecto de las causas, hay tres fundamentales: el tamaño de la población mundial, el sobreconsumo de recursos y servicios, y la falta de tecnologías apropiadas para producir y consumir recursos naturales y servicios.

-¿Cómo influirá este fenómeno en nuestro futuro?

-La naturaleza, los componentes sociales, ambientales y económicos, junto al nivel cultural de cada comunidad, definen las condiciones de vulnerabilidad, tanto de las personas como de sus bienes y servicios. Los impactos resultan diferentes, de acuerdo con su capacidad de reacción y resistencia a condiciones diferentes. Es decir, dependen de su estado de vulnerabilidad. Por razones similares, sus efectos serán diferentes en distintas regiones y países.

-Un elemento vital, cuya escasez ya es evidente en diferentes puntos del planeta, es el agua. ¿Qué impactos se prevén?

-Es importante recordar que el 97% del agua del planeta es salada y que buena parte del tres por ciento restante no está disponible de manera directa para el uso humano. Se halla en forma de nieve y hielo en glaciares, los polos y otras estructuras físicas. Definitivamente, el calentamiento terrestre modificará la distribución temporal y espacial del agua, por lo cual será indispensable conocer las proyecciones de su futura disponibilidad, en función del tamaño de la población mundial. Estas evaluaciones fueron realizadas por el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático y constituyen un componente fundamental del desarrollo sostenible de los seres humanos, los ecosistemas y la economía, a corto y largo plazo. Al respecto, el número de personas que habitan en cuencas con alto nivel de tensión hídrica aumentaría de un valor medio de unos 1500 millones, en 1995, a un valor medio que, a mitad del presente siglo, sería tres veces mayor, cerca de 4500 millones. Las regiones áridas y semiáridas están particularmente expuestas a los efectos adversos del cambio climático sobre este recurso. Además, el aumento de la temperatura, la intensidad de las precipitaciones y los largos períodos de flujos reducidos de los cursos de agua incrementarían las diversas formas de contaminación del agua, con impactos sobre los ecosistemas y la salud humana, y afectarían la confiabilidad de los sistemas hídricos y sus costos de operación. En síntesis, el cambio climático afectará adversamente el suministro y manejo hídrico. En la región latinoamericana, se estima que, para la segunda mitad del siglo XXI, podrían sufrir tensión hídrica entre 60 y 150 millones de personas.

-Teniendo en cuenta estas proyecciones, ¿se están desarrollando estrategias de adaptación?

-Sí, según los países y regiones. Globalmente, las proyecciones muestran que, hacia mitad de siglo, la escorrentía y la disponibilidad de agua aumentarán de 10 a 40%, en las latitudes altas y en algunas áreas tropicales, y disminuirán de 10 a 30% en algunas regiones áridas de latitudes medias y en los trópicos áridos, algunos de los cuales se hallan ya en grave stress hídrico, como ocurre con las sequías trágicas del Cuerno de África y en regiones del sur de los Estados Unidos. En este contexto, se estima que las áreas afectadas por sequías serán más extensas y los eventos que producen precipitaciones intensas aumentarán su frecuencia, con un incremento creciente del riesgo de inundaciones. En cuanto a la disponibilidad futura de agua fresca en el mundo, según las proyecciones, en el extremo sur de América del Sur se presentarían incrementos importantes de las escorrentías al este del meridiano 60º Oeste y la costa, entre aproximadamente los 20º y los 40º de latitud Sur, con valores que oscilarían entre el 20% y 50% de las escorrentías actuales. El centro oeste del Cono Sur, desde la latitud de 29º S hasta los 46º S, a ambos lados de la cordillera de los Andes, sufriría pérdidas de entre 10% y 50%, mientras que el extremo sur de Argentina y Chile podría sufrir desde leves pérdidas hasta un incremento de entre 10 % y 20 % en sus escorrentías. Esto demuestra la urgente necesidad de monitoreo de precipitaciones en esta región del continente, y el establecimiento y operación eficiente de sistemas de vigilancia hidrometeorológica.

-¿Cómo se adaptarán los ecosistemas a estas modificaciones?

-Aunque los registros geológicos del pasado muestran que los ecosistemas tienen ciertas capacidades para adaptarse naturalmente, la realidad es que nunca padecieron una demanda tan grande como la actual, por lo que desconocemos si se verán o no excedidos por este cambio sin precedentes en el sistema climático. Hablamos de inundaciones, sequías, incendios naturales, aumento del área de acción de insectos y pestes, acidificación de los océanos, entre otras cosas, a los que se suman los cambios del uso de la tierra, la contaminación y la sobreexplotación de los recursos. Aproximadamente entre el 20% y 30% de las especies evaluadas hasta mediados de la primera década de este siglo, y dependiendo de las características regionales, estarían en riesgo de extinción en el caso que la temperatura media global excediera en 2º a 3º C sus valores preindustriales. El riesgo de pérdida de diversidad biológica por extinción de especies es muy importante en la América Latina tropical, donde se encuentran 7 de los 25 lugares más críticos con concentración de especies endémicas.

-¿Se verá afectada la seguridad alimentaria?

-Es indudable que, como consecuencia de estas condiciones futuras, el cambio climático aumentaría el número de personas en riesgo de hambre, debido al impacto que sufrirán la producción de recursos y servicios, entre ellos la producción forestal y la acidificación de las aguas por el aumento de dióxido de carbono en la atmósfera, con su incidencia en la acidificación de las aguas, y la consecuente mortandad de peces. Por ello, los propietarios de pequeños emprendimientos agrícolas, los granjeros y los pescadores artesanales sufrirán impactos locales y complejos. En consecuencia, se proyecta un incremento del comercio de alimentos y productos forestales, con una dependencia creciente de los países en desarrollo en la importación de alimentos. Pero no todo es negativo, ya que las proyecciones indican que si bien un incremento en la temperatura media global, entre 1º y 2,5º C, tendería a reducir la productividad de cereales en las latitudes bajas, en latitudes medias y altas, esta productividad tendería a aumentar, siempre y cuando no se excedieran los 3º C. En nuestra región, el número de personas en riesgo de hambre podría alcanzar los 26 millones para 2050.

-¿Cuál puede ser el futuro esperable para las costas y áreas bajas?

-Las costas ya experimentan las consecuencias del cambio climático y el aumento del nivel medio del mar. Los ejemplos abundan, desde los desastres en las costas bajas de Bangladesh hasta las pérdidas en Nueva Orleans a raíz del huracán Katrina en 2005, o el reciente Irene que en agosto último afectó las costas orientales de los Estados Unidos, con pérdidas superiores a los 1500 millones de dólares. Los riesgos de desastres aumentarán con la convergencia de efectos del calentamiento terrestre, como el aumento del nivel medio del mar, de tormentas de lluvia y viento o cambios en la circulación atmosférica, por mencionar algunos. Todos estos impactos estarán exacerbados por la ocupación de zonas costeras que devendrán en conflictos frecuentes y aumento de migrantes ambientales. La tendencia de muchas personas a vivir cerca del mar debería ser reglamentada, en función de cotas de seguridad por encima de las cuales podrían levantarse viviendas permanentes. Respecto a la Argentina, estos factores afectarán la captación de agua dulce en las zonas ribereñas vecinas a mares y océanos, en particular en los estuarios abiertos como el Río de la Plata. Los estudios científicos también muestran una tendencia en la erosión de las costas bonaerenses, afectadas por el aumento del nivel medio del mar, tormentas intensas y sudestadas. Localidades como General Lavalle y Villa Gesell han sufrido los efectos del viento y las inundaciones costeras.

-En la actualidad, el 50% de la población global vive en las ciudades. ¿Qué impacto tienen estos asentamientos humanos?

-El consumo y la generación de efluentes -sólidos, líquidos y gaseosos- en las ciudades ya exceden los dos tercios del total mundial. Debido a la tendencia global hacia la urbanización, esas emisiones continuarán incrementando el calentamiento terrestre. El comportamiento de los ciudadanos -me refiero al incremento de vehículos, el aumento del confort, el acondicionamiento de ambientes, entre otros- va a definir en las próximas décadas las tendencias y efectos del calentamiento terrestre. Ahora bien, según un informe de las Naciones Unidas, uno de cada tres habitantes de la ciudad vive en las denominadas “villas miseria”; esta población ya suma 1000 millones de personas y se calcula que alcanzará los 1400 millones hacia 2030. Este es otro efecto de la actual crisis ambiental, debido a que estas migraciones derivan de los cambios ambientales.

-¿La exposición a los cambios del clima afectará la salud de las personas?

-Indudablemente, el cambio climático contribuye a la alteración de la salud, sus problemas críticos y a las muertes prematuras, tanto en los casos de exposición directa a la temperie (como calor o humedad elevados) como, de una manera indirecta, en lo relativo a la disponibilidad de agua segura, alimentos apropiados, confort espiritual, etc. Las proyecciones muestran que los principales problemas tendrían que ver con la agudización de la mala nutrición, con implicaciones en el crecimiento y desarrollo de los niños; el aumento de muertes, enfermedades y lesiones debido a olas de calor, inundaciones, tormentas, incendios naturales y sequías; incremento de enfermedades diarreicas y cardiorrespiratorias; cambios en la distribución espacial de vectores de enfermedades infecciosas, entre otras. En América Latina, las mayores preocupaciones están vinculadas con la malaria, el dengue, el cólera y otras enfermedades de origen hídrico.

-¿Cuáles son los principales impactos que ya podemos ver en América Latina?

-Como le mencioné antes, en las últimas décadas la región registró cambios importantes en los ciclos y procesos atmosféricos que definen su clima. Así ocurrieron la primera tormenta ciclónica en el Atlántico Sur (el Huracán Catarina) frente a las costas de Río Grande do Sul en 2004; la inundación de 8 millones de hectáreas en la Pampa Argentina (2001 y 2002); la sequía en la Selva Amazónica (2005); las tormentas de granizo en Bolivia (2002), en el Gran Buenos Aires (2006) y en Rosario (2007); la inundación de la ciudad de Santa Fe (2003); huracanes, ciclones y aludes. Todos estos eventos fueron agravados por la falta de suficiente información meteorológica, debido a la carencia de sistemas y equipos de observación modernos; la falta de monitoreo de los eventos hidrometeorológicos; la ausencia de sistemas de vigilancia hidrometeorológica y de sistemas de alerta temprana. Además, la carencia de sistemas de recuperación de zonas dañadas, en los países en desarrollo de la región, hizo que las condiciones de desastre perduraran por largo tiempo, luego de ocurridos los fenómenos. Valga la oportunidad para mencionar que la FEMA (Federal Emergency Management Agency) de los Estados Unidos de América falló miserablemente en la formulación del alerta temprano de desastre para Nueva Orleans y, posteriormente, en el enfoque inmediato de las soluciones de los desastres generados por la ola de tormenta del Katrina.

-Por último, ¿cree que hay una conciencia real en la sociedad?

-Mire, por un lado está el ciudadano común que no ha podido aceptar aún la necesidad de un desarrollo que permita la sostenibilidad propia y la de sus descendientes. Creo que proteger las fuentes de vida es un desafío ético y una deuda pendiente de una sociedad que, carente de equidad y solidaridad, vive ciega de la realidad ambiental, por la falsa premisa de un crecimiento infinito que es imposible. Por otra parte, están los gobiernos que -aunque la investigación científica evaluada por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático a partir de 1988 ha concluido que el calentamiento terrestre es producto inequívoco de las actividades humanas- por razones de competitividad, suficiencia y/o angurria económica, no están actuando como corresponde. Esta falencia podría ser justificada por la costumbre generalizada de llevar adelante proyectos sin análisis completos e integrados de los impactos que tienen sobre el ambiente en el corto, mediano y largo plazo. Como una débil justificación, podríamos decir que es probable que la clásica dicotomía ciencia/política -que, lamentablemente, se observa en los países que menos progresan-, se deba a que muchos tomadores de decisión consideraron que los efectos del calentamiento global se proyectaban para un futuro más bien lejano. De más está decir que olvidaron el principio precautorio, adoptado en la Conferencia Cumbre de Río de Janeiro (1992). Por otro lado, jamás podrían prever estrategias de desarrollo, pues no cuentan con información geofísica y biológica sólida ni disponen de escenarios socioeconómicos viables. Evidentemente, los responsables ya debieran haber implementado acciones para mitigar las emisiones de gases de efecto invernadero y también para promover la maternidad responsable. Sin embargo, pareciera que poco hemos aprendido desde 1948, cuando Arnold Toynbee afirmó que “Las civilizaciones no se destruyen, se suicidan”.

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