Bella, prístina y lejana, la Antártida sigue representando un desafío para los seres humanos, especialmente para quienes se atreven a abordarla e intentar develar sus misterios. Dueña de una extensa tradición austral, la Argentina se destaca en la formación del personal que integra las bases en el continente blanco a través de cursos únicos en la región. Por Susana Rigoz (Desde Caviahue, Neuquén)
Es el sexto continente. Ubicado al sur del paralelo 60º S y rodeado por tormentosos mares, bastan algunos datos para confirmar que se trata de un lugar extremo: casi 14 millones de km2 de superficie (el 98 por ciento cubierto por el hielo); una altura media de 2000 metros sobre el nivel del mar y temperaturas mínimas que en 1960, llegaron a menos de 89,2 grados centígrados y vientos de 327 km/h de velocidad máxima. Desde 1961, está bajo la órbita de un instrumento jurídico internacional único, el Tratado Antártico. Ejemplo de simpleza, con solo 14 artículos regula la actividad de la región. Entre ellos, establece que solo podrá ser utilizada con fines pacíficos, y que en ella no podrán realizarse maniobras o explosiones nucleares ni establecerse bases militares. Diversas convenciones y acuerdos complementarios perfeccionaron el cuidado y protección de este excepcional ecosistema. Por eso, fue designado “reserva natural dedicada a la paz y la ciencia”.
Presencia argentina
Territorio consagrado al conocimiento, la actividad antártica está planificada por la Dirección Nacional del Antártico –DNA-, organismo que tiene, entre otras funciones, la misión de dirigir, controlar y coordinar los diversos proyectos científicos y técnicos que se desarrollan en las bases argentinas. Las Fuerza Armadas por su parte son las responsables de la actividad logística que abarca desde el aprovisionamiento de las bases y el relevo de su personal hasta el mantenimiento de las instalaciones y el acompañamiento a los científicos destacados en ellas. Actualmente la Argentina cuenta con seis bases permanentes –Orcadas, Esperanza, General San Martín, Marambio, Belgrano II y Carlini- y siete bases temporarias –Brown, Cámara, Decepción, Petrel, Melchior, Primavera y Matienzo- que son aquellas que funcionan solo en verano.
Los inicios
La necesidad de una formación especial que permita afrontar los desafíos de un medio tan hostil fue una de las principales preocupaciones del pionero antártico, Hernán Pujato, quien apenas aprobado su proyecto antártico en 1949 se dirigió a Alaska para participar del “Curso de Supervivencia Polar” realizado allí por el Ejército de los Estados Unidos. Fue al norte del Círculo Polar Ártico donde llevó a cabo el entrenamiento técnico –movilidad sobre nieve, supervivencia, primeros auxilios, equipos, raciones y comida- y entrenamiento táctico –avance en el terreno, organización de defensa, entre otros aspectos-, y participó del adiestramiento de perros polares, de los que trajo los primeros 36 ejemplares que llegaron a la Argentina.
De regreso al país, eligió a tres experimentados montañeses para iniciar su sueño austral: el teniente primero Arnoldo Serrano, el subteniente Adolfo Molinero Calderón y el soldado conscripto Emiliano Jaime. Seleccionó también un alejado lugar de la provincia de Neuquén cuyas características se asimilaban al territorio hasta entonces inexplorado, Copahue. Fue allí donde se produjeron las primeras víctimas de esta heroica epopeya. Los tres expertos esquiadores y baqueanos de la cordillera fueron sorprendidos durante un recorrido por una tormenta de nieve que los desorientó, impidiéndoles volver al campamento. Murieron congelados y sus cuerpos recién pudieron rescatarse años después.
Pese al abatimiento que esta tragedia generó, los planes no se detuvieron. Peleando contra el tiempo y las vicisitudes, convencido de que se trataba de un deber patriótico, el entonces coronel Pujato convocó a siete valientes y armó con ellos la primera expedición continental. Puro esfuerzo, sacrificio y desinterés, este equipo invencible logró sortear innumerables obstáculos y contra todo pronóstico fundar en 1951 la primera base en continente antártico, denominada Base General San Martín, que abrió un camino que fue recorrido desde entonces por cientos y cientos de compatriotas.
El devenir de la historia
Con el correr de las décadas, se fueron ampliando los programas científicos y técnicos ajustándose a las disposiciones nacionales e internacionales. Las instalaciones se volvieron más confortables y seguras; las comunicaciones, claras y efectivas y la preparación de las campañas más compleja y coordinada con otras Fuerzas. Incluso, con la llegada de las familias a la Base Esperanza en 1978, estas tierras se humanizaron aun más.
Todo fue cambiando. Las comunicaciones telegráficas dejaron paso a la radio; el teléfono a Internet, que permite una conexión casi permanente. El buque de la Segunda Guerra Mundial Santa Micaela que atravesó en 1951 el Círculo Polar Antártico fue reemplazado tres años después por el primer rompehielos argentino, el Q4 General San Martín, que operó como buque insignia de las campañas antárticas hasta 1979. En 1980, tomó la posta el ARA Q5 Almirante Irízar que se interrumpió con su incendio el 10 de abril de 2007. Los trineos tirados por perros, expertos baqueanos capaces de adivinar grietas traicioneras, fueron sustituidos por vehículos a oruga y motos de nieve.
Cultura antártica
Reafirmando el lema de que “No se ama lo que no se conoce”, a principios de los años 80 y a pedido del entonces denominado Comando Antártico de Ejército –actual Dirección- comenzó a dictarse en la Dirección Nacional del Antártico un curso para transmitir los conocimientos básicos de diversas disciplinas –geografía, climatología, historia, geología, biología, oceanografía, glaciología, política antártica, alta atmósfera, cambio global, protección del medio ambiente, entre otros- a los militares que iban a desempeñarse en las bases prestando apoyo a los científicos. Aunque en un primer momento hubo que persuadir a varios de los investigadores que no se sentían cómodos en la función docente, el tiempo demostró que fue una gran decisión ya que no solo contribuyó a la formación general de los antárticos sino que generó un vínculo estrecho entre civiles y militares, relación que fue profundizándose a lo largo de las distintas campañas a favor de una convivencia armónica y carente de prejuicios. Como no existía aún un estructura específica de formación, los oficiales con alguna capacitación especial –andinismo, navegación terrestre, por ejemplo- instruían al resto. Otros conocimientos se adquirían en diversos organismos como en el Instituto Geográfico o en el Hospital Militar, o cada persona realizaba cursos según su especialidad. Esto incluía a las esposas de los antárticos que iban a Base Esperanza ya que nadie va sin ocupación específica. Las mujeres, con el rol de auxiliares, se desempeñaban y aún lo hacen en la radio, la escuela, la biblioteca o en trabajos administrativos, según las necesidades de cada dotación.
Escuela de Capacitación Antártica
Finalmente y como un paso más adelante en esta carrera en 1995 se creó la Escuela de Capacitación Antártica –primera y única en la región-. Dependiente de la Dirección Antártica de Ejército y bajo la órbita de la Dirección General de Educación, vino a formalizar la capacitación impartida hasta entonces.
El curso pre antártico tiene una duración anual y está orientado a capacitar a los futuros integrantes de las bases en los conocimientos y aptitudes indispensables para desempeñarse en un ambiente tan exigente como riguroso, además de desarrollar la capacidad de adaptación necesaria para trabajar en equipo. No hay que olvidar que las personas constituyen un pequeño grupo humano que convivirá aislado por el lapso de un año en un ambiente extremo.
En l primer semestre, denominado Técnica Polar I, además de cultura antártica, se enseñan los conocimientos y destrezas básicas para realizar las actividades específicas: cómo desplazarse en el hielo, qué medidas de seguridad se deben tener en cuenta para entrar a un glaciar, cuáles son los distintos tipos de nudos que se utilizan en las cordadas, cómo sobrevivir ante la eventualidad de quedar aislado –qué animales comer, cómo armar un iglú, etc-, cómo conseguir agua dulce, entre otros muchos aspectos necesarios para la supervivencia. Durante esta etapa, un grupo seleccionado se entrena en la ciudad de Bariloche, en Río Negro, durante marzo y abril en tareas de búsqueda y rescate en la zona de glaciares, grietas y hielo. En el segundo, Técnica Polar II, se practica este aprendizaje.
El lugar elegido
Después de más de medio siglo, la región de Copahue-Caviahue, al norte de la provincia de Neuquén en plena cordillera de los Andes, sigue siendo la elegida para este entrenamiento por sus condiciones geográficas y meteorológicas, similares a las que deberán afrontar en el sexto continente. Cerca de cien cursantes entre ellos, invitados de países de América latina, invitados de países de América Latina, Patrulla de Rescate de la Policía de Mendoza, científicos del Instituto Antártico Argentino y el Club Andino Bariloche, se reúnen en dos escenarios bien definidos. El pueblo de Caviahue, ubicado a una altura de 1.600 msnm al pie del volcán Copahue, y en la villa homónima, reconocido centro termal a casi 2000 msnm, que en invierno queda cubierta de nieve y hielo, los futuros antárticos van practicando rotativamente todas las destrezas y adquiriendo las aptitudes que los habilitarán para su desempeño en los hostiles hielos polares.
En el lago Caviahue, se practica buceo en aguas gélidas, navegación con botes neumáticos, técnicas de flotación, etc. Además del entrenamiento cotidiano y la práctica de esquí de descenso, se ejercita el mantenimiento de una base antártica a través de la construcción de un futuro centro de entrenamiento en la villa. Quince kilómetros en dirección a Copahue, en una zona conocida como Las Maquinitas, la instrucción se centra en el manejo de motos, el esquí de travesía, interpretación de cartas, manejo de navegadores satelitales, navegación terrestre y técnicas de supervivencia como la construcción de un iglú o de cuevas de nieve.
Siguiendo una vez más las enseñanzas del pionero antártico que exigía ya en la primera expedición que cada uno tuviera los conocimientos básicos de cada especialidad, todos los integrantes del curso rotan por las distintas áreas de práctica.
De regreso a la Ciudad de Buenos Aires, cada uno continúa con la preparación de su función específica: mecánicos de vehículos o de construcciones, cocineros, topógrafos, expertos en comunicaciones, encargados del manejo de los residuos, entre otras especificidades que siempre tienen una vuelta de tuerca cuando uno se encuentra aislado en una geografía tan misteriosa, singular y desafiante.
Balance y perspectivas
Mucho ha cambiado en el transcurso de más de medio siglo. Mucho se investigó desde que en 1904 la Argentina iniciara la ocupación permanente de las islas Orcadas del Sur, transformándonos en el único ocupante permanente del sector antártico durante 40 años. Y mucho también se avanzó en el conocimiento y ocupación de este blanco desierto desde que en 1951 partió del Puerto de Buenos Aires la Primera Expedición Científica a la Antártida Continental Argentina, conformada por ocho voluntarios que se aventuraron hacia tierra desconocida sin más motivación que extender las fronteras de la patria, desafiando el descreimiento de muchos que hasta los tildaron de “locos” o “suicidas. Sin embargo, casi 200 años después de las primeras incursiones argentinas en la región realizadas por los cazadores de focas que operaban en aguas australes, el hombre que va a la Antártida continúa necesitando una vocación férrea que lo contenga y una mística que le permita afrontar con valor los grandes desafíos que impone una geografía tan fascinante como hostil.