Un convoy del Ejército Iraquí en Mosul, Irak. Foto: AFP.

Después de la decisión del presidente de EE. UU. Donald Trump de incrementar los presupuestos para las tropas norteamericanas en Siria y en Irak, muchos se preguntan si las guerras que se libran en la región no son incursiones militares fallidas. Escribe Omar Locatelli / Especial para DEFonline

A partir de la reunión de los presidentes de EE. UU. y Rusia en Helsinki el 16 de julio pasado, el presidente norteamericano Donald Trump pergenió una nueva estrategia para Medio Oriente, evidenciada en la aprobación del presupuesto fiscal para el 2019 un mes más tarde.

En contra de sus anteriores declaraciones de retirar o disminuir sus tropas en la región, EE. UU. incrementó los montos para el apoyo a las tropas, tanto en Siria como en Irak, lo que despertó un interrogante entre los pensadores del Pentágono sobre si las guerras que se libraron (o que se libran) en la zona son de difícil final o incluso, si eventualmente son guerras fallidas.

Siria y sus múltiples frentes de combate

Para el caso sirio, el interrogante surge a partir de la intención manifiesta de su presidente, Bashar al-Assad, de lanzar una ofensiva contra los rebeldes en Idlib, como forma de consolidar su supuesta victoria sobre gran parte del país. No obstante, la conquista de este último gran bastión de la insurgencia hace que los observadores se pregunten si significará el fin de la guerra con un manifiesto apoyo de las acciones de Hezbollah e Irán.

El de las alturas del Golán, en tanto, es un frente que se encuentra –momentáneamente– solucionado tras la reunión del presidente ruso Vladimir Putin con Trump. La cumbre del 16 de julio fue seguida por un acuerdo entre Moscú y Tel Aviv por el que las fuerzas iraníes se retirarían a 53 millas (100 km aproximadamente) de la frontera sirio-israelí. Este acuerdo se logró luego de reuniones previas y posteriores que le aseguraron, tanto a Irán como a Israel, que ninguno de sus aliados –Rusia y EE. UU.– firmarían acuerdos bilaterales que les fueran perjudiciales, tanto territorial como diplomáticamente. También aseguraron disminuir la tensión en la zona del Golán, donde se encuentran aún rebeldes sirios combatidos por Hezbollah, que podrían amenazar la frontera con Israel. Irán busca mantener su presencia a través de Hezbollah para moldear sus intereses estratégicos en Siria a fin de mantener un puente de tierra con Líbano en contra de Israel.

Otro eventual logro fue el comienzo de un trabajo en conjunto entre los grupos de Astana (conformado por Rusia, Turquía e Irán) y Ginebra (integrado por EE. UU., Reino Unido, Francia y Alemania) en la búsqueda de una nueva constitución para Siria.

Las conversaciones planificadas en Astana (trasladadas a Sochi a finales de julio último) que involucran a Rusia como cabeza de las ambiciones sirias proponen permitir la continuidad de Assad, mientras que el grupo encabezado por EE. UU. en Ginebra, busca avanzar con cualquier forma que permita sacar a Assad del gobierno. Estos cambios geopolíticos tendrán repercusiones significativas para los diversos actores en Siria, incluido Hezbollah.

Las negociaciones de Astana buscan permitir la permanencia de Al-Assad en el poder.

Lo que es seguro es que todos quieren una solución política en Siria, con negociaciones destinadas a evitar un enfrentamiento en Idlib. Según la evolución de estas negociaciones, podría disminuir significativamente el número de combatientes de Hezbollah desplegados en Siria. Esto, sin embargo, también depende de que no se establezcan nuevas formaciones jihadistas opuestas al gobierno sirio, con capacidad de producir nuevas ofensivas. Al respecto, se estima que siete mil militantes libaneses de Hezbollah están luchando en Siria junto a las fuerzas de Assad, acorde con los informes sobre el terrorismo del Departamento de Estado de EE. UU.

La capacitación a impartir por Irán y Hezbollah está dada en la experiencia de ambos en el desarrollo de grupos de resistencia, a fin hacerlo en las Fuerzas de Defensa Local en Siria. La idea original siria es que sus fuerzas se formen en la réplica del modelo del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica en Siria, como han hecho en Irak con las Unidades de Movilización Popular.

Respecto de las acciones de combate de Hezbollah en Siria, estas se han basado en participar en las principales ofensivas terrestres, para luego de la captura consolidarse en el terreno, y, a posteriori, capacitar a las fuerzas sirias del gobierno, en especial a las Fuerzas de Defensa Local. Entre sus campañas exitosas se cuenta su participación en Aleppo, Deir ez-Zor y en el sur de Siria. Sus actuales posiciones incluyen las de Qusayr, Qalamoun y Aleppo. Al respecto, la fuerza aérea israelí atacó en mayo pasado una supuesta base de Hezbollah dentro de la provincia de Homs, en el aeropuerto militar de Dabaa y su área circundante, que supuestamente, habrían sido sitios de almacenes de armas de Hezbollah.

El futuro de Hezbollah en Siria se definirá no solo por los intereses de Irán, sino también, y más importante aún, por los cálculos rusos. La alianza de Rusia e Irán en el campo de batalla logró el objetivo compartido de salvaguardar el régimen de Assad. No obstante, a medida que las cosas avanzan, sus respectivos intereses en Siria pueden comenzar a divergir. No está claro aún, como podrá contener Rusia la creciente influencia de Irán en la agenda siria, y tampoco si Moscú tiene una voluntad de hacerlo. EE. UU. e Israel parecen tener la esperanza de que Rusia sirva como bloque a las ambiciones iraníes en Siria, pero esto podría ser una ilusión. Por ello, el interrogante es la validez de seguir combatiendo en una guerra que luego de la degradación de ISIS podría extenderse a otras grupos jihadistas, y hasta, eventualmente, a otras fronteras como la siria-israelí.

Irak, en un delicado equilibrio

En cuanto a las acciones armadas en Irak, también el Pentágono las ha calificado como una guerra fallida. El análisis iraquí de la situación ha hecho que su premier, Haider al-Abadi, haya buscado equilibrar las relaciones de su país, tanto con EE. UU. como con Irán, para no perder a ninguno de sus aliados de apoyo. A partir de que se reactivaron las sanciones de Washington contra Irán el 7 de agosto pasado, se incrementaron notoriamente sus acciones a tal efecto.

La propia declaración de Abadi, el mismo 7 de agosto, referida a que Irak cumplirá con las sanciones de EE. UU., provocó el enojo de Irán, haciendo que muchos partidos y milicias proiraníes lo criticaran y le pidieran que se retirara de su puesto. Del mismo modo, los funcionarios iraníes lo cuestionaron y le pidieron a Irak que pagara una indemnización de guerra a Irán por los ocho años de combates en la Guerra Irán-Irak, de 1980-1988 si fuera a apoyar las sanciones de EE. UU. contra Irán.

Después de la reacción en su contra, Abadi finalmente aclaró seis días más tarde que Irak planea cumplir solo con parte de las sanciones contra su vecino, no con todas. “Irak no usará el dólar en su comercio con Irán”, dijo Abadi, y agregó que su país comerciará con Irán utilizando otras monedas.

Marines estadounidenses y fuerzas de seguridad iraquíes posan para la foto en Irak. Foto: Departamento de Defensa de EE. UU.

Un día después de la aclaración del premier iraquí, el Departamento de Estado de EE. UU. reaccionó a través del vocero del Departamento de Estado, Heather Nauert, quien respondió: “Conocen nuestras preocupaciones sobre Irán y sobre el comercio con Irán. Seguiremos responsabilizando a los países por cualquier violación de las sanciones”.

La agencia de noticias iraní Mashregh News, asociada con el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, afirmó que la posición inicial de Abadi, con respecto a cumplir con las sanciones estadounidenses, fue satisfacer a EE. UU. para que garantizase un segundo mandato.

Abadi también enfrenta una difícil situación para mantener una vinculación de equilibrio, tanto con Turquía como con Washington, en razón de las últimas diferencias surgidas por el apoyo a diferentes fracciones en la frontera sirio-turca. En su visita a Ankara, en una conferencia de prensa conjunta con el presidente turco Recep Tayyip Erdogan el 15 de agosto, Abadi dijo que el gobierno iraquí apoya a Turquía en su crisis económica como resultado de las sanciones impuestas por EE. UU. Además, señaló que, tanto Irán como Turquía están trabajando para usar sus monedas locales en el comercio en vez de dólares estadounidenses, para reducir los efectos de las sanciones en sus economías.

Como la economía iraquí necesita desesperadamente bienes iraníes y turcos, es probable que Irak se una a esta tendencia de usar las monedas de sus vecinos u otras monedas en lugar de los dólares estadounidenses en el comercio con ellos. Es un motivo más para acercar a Irán y Turquía a Irak, a fin de brindarle a Abadi la oportunidad de obtener su apoyo para un segundo mandato luego de que ya obtuviera el respaldo de EE. UU.

También aquí, Occidente se pregunta si es necesario balancear acciones armadas en apoyo de Irak, mientras trata de disminuir la influencia iraní y evitar el crecimiento de Hezbollah, que busca accionar en la frontera israelí y hasta despejar para su ventaja un corredor sobre la frontera jordana que vincule a Teherán con Beirut.

Final abierto e incierto

A partir de la salida de EE. UU., en mayo de 2018, del acuerdo de control nuclear sobre Irán, el tablero estratégico regional sufrió una alerta de consideración. La amenaza de una escalada nuclear de Irán, no solo preocupa a Israel (su principal destinatario) sino también a Arabia Saudita por el incremento del poderío shiíta dentro de los países islámicos y la región. Por su parte, la Unión Europea duda de si está en capacidad de poder controlar sola (sin apoyo de EE. UU.) la evolución nuclear de Irán o si deberá salir del acuerdo, lo que podría desatar una incontrolable escalada nuclear de inimaginable final.

Además, la evolución diplomática de la región se vio sacudida por dos hitos que movilizaron nuevamente el tablero estratégico: la firma de un acuerdo entre EE. UU. y Turquía para el patrullaje conjunto en Manbij, el 29 de junio pasado, y la reunión de los presidentes de EE. UU. y Rusia en Helsinki para tratar de combinar un accionar conjunto, tanto en Siria como en Irak.

El acuerdo sobre Manbij detiene el enfrentamiento entre la Fuerza Democrática Siria (unión de rebeldes sunitas y kurdos apoyados por EE. UU.) y el Ejército Libre de Siria (rebeldes sirios apoyados por Turquía en contra de los kurdos). La finalidad es asegurar la salida de las agrupaciones kurdas de las localidades fronterizas con Turquía y el fin de su eventual apoyo al Partido de los trabajadores Kurdos. No obstante refuerza la posición victoriosa siria en contra de los rebeldes en su último bastión en Idlib, pues hace que estos se concentren en la zona.
Respecto de la reunión de presidentes, si bien Medio Oriente no fue el único tema de la agenda (ni el principal) acordaron la ayuda humanitaria en conjunto, tanto para Siria como para Irak. Además, prometieron reunir los grupos de trabajo de Astana y Ginebra para confeccionar una nueva constitución para Siria. El último tema acordado fue el alejamiento de cualquier tropa iraní de la frontera israelí en los Altos del Golán, como forma de evitar cualquier acción de Hezbollah en la zona.

Si bien los dilemas de las potencias hegemónicas en Medio Oriente podrían facilitar la unión de los gobiernos árabes sunitas (dirigidos por Arabia Saudita) en contra de los shiítas (Irán y Siria), el indeciso rumbo de EE. UU. para con sus aliados favorece la influencia rusa en la región y su pérdida de papel hegemónico diplomático.
La permanencia de diversas tropas occidentales en la región es muestra del interés de sus países en la misma, aunque este no se ve reflejado en una adecuada y firme coherencia diplomática en sus resoluciones. Esto abre el peligroso juego de tener que descifrar cuándo los amigos de mis amigos se vuelven mis enemigos.