Fernanda Araujo, presidenta de la Comisión de Familiares de Caídos de Malvinas e Islas del Atlántico Sur, dialogó con DEF sobre los logros y desafíos de esta organización, que mantiene vivo el recuerdo de los héroes que lucharon y cayeron en defensa de nuestra soberanía.

“Malvinas es una prolongación de nuestra vida. La Comisión de Familiares de Caídos es como nuestro segundo hogar”, afirma Fernando Araujo, hermana del soldado Elbio Eduardo Araujo, muerto en combate en Monte Longdon, y presidenta de esa organización, fundada en 1982 por Héctor Cisneros y que mantiene viva la memoria de los Caídos. Destaca que en estos 38 años tuvieron que “surfear con una tablita de telgopor el tsunami de la desmalvinización” y enfatiza que los Caídos “no fueron víctimas de la guerra, sino verdaderos héroes”. “La vara que mi hermano dejó es muy alta. Él y todos los Caídos son, hoy en día, ejemplos de valores”, añade. “El otro día me preguntaron cómo podemos seguir homenajeándolos; yo dije que debemos hacerlo llevando el ejemplo de sus valores: estudiar, ayudar a tu compañero, no criticarlo, cantar el Himno con la cabeza en alto… Esas son maneras de homenajear. Son ejemplos de valores”, completa.

-¿Cómo llegaste a la Comisión?
-Llegué con mamá y con mi papá, cuando tenía diez años. Hoy me toca la responsabilidad y honor de llevar adelante la presidencia. Al dolor lo pudimos transformar en amor. A mí me ayudó mucho a superar la bronca una carta que Eduardo había escrito. Allí nos decía: “Perdón por la letra, les escribo a la luz de los fósforos pues la situación así lo impone. Quédense todos tranquilos que el soldado Araujo monta guardia por la Argentina, la de todos, próspera y soberana, y es fiel a su juramento”. Ahí me acordé que una vez fuimos a hacer mandados con Eduardo cuando vivíamos en Berazategui; él ya había cumplido con su servicio militar obligatorio y me acuerdo que comenzó a apurarse para llegar a casa, en la esquina se encontró con un amigo y recuerdo que hablaban de la palabra “guerra”. Yo era chica y no me gustó. En la conversación en casa, cuando Eduardo decía que tenía que ir a presentarse, mi mamá le decía que si lo necesitaban lo iban a llamar. Eduardo lo miró a mi papá y le dijo que él había hecho un juramento -mi papá siempre nos enseñó que la palabra dada se cumple-, “¿Lo que me enseñaste?”, le preguntó a mi papá, que siempre se acordó de esas palabras.

“Malvinas es una prolongación de nuestra vida”, dice Fernanda Araujo, presidenta de la Comisión de Familiares de Caídos en un nuevo aniversario de la guerra. Foto: Fernando Calzada.

-¿Cómo sentís la causa Malvinas hoy?
-El mundo de los familiares es paralelo al de los Veteranos de Guerra y, si bien vamos de la mano, pertenecemos a mundos diferentes. Estoy de acuerdo en que hay que mirar al Veterano para enaltecerlo, pero también hay que seguir luchando por la memoria de nuestros Caídos. Nosotros queremos que se respete eso y por eso cuidamos la memoria del que no está. Los familiares de los Caídos somos los grandes olvidados de la historia. El Veterano de Guerra volvió y pudo hablar. Los Caídos no volvieron, no pudieron manifestarse y los familiares quedamos en una soledad terrible. El Veterano pide ayuda para la esposa y para el hijo que lo tienen que sostener; ellos tienen contención y el beneficio no solo económico sino también de su salud. En cambio, yo como hermana no tengo ese beneficio. Por ejemplo, a mí me atendía un psicólogo no especializado en estrés postraumático. Tuve un intento de suicidio porque nunca había tenido ayuda. Mis padres tampoco la tuvieron y no me podían ayudar a mí. Hay una historia con los hermanos y otra historia con los hijos, con un común denominador: los hermanos menores somos los grandes abandonados por nuestros padres. En mi caso, con un hermano diez años mayor, amoroso. Yo era, hasta ese momento, el centro de la familia. De golpe quedé en un rincón, en la oscuridad. Y así les pasó a muchos. Mis padres tuvieron un resarcimiento económico recién en 1991. ¿Qué pasó en esos casi diez años posteriores a la guerra? Fueron años esenciales porque atravesaron mi infancia y mi adolescencia. Otra hermana de nuestra organización tiene el recuerdo de su madre haciéndole la comida de rodillas, pues era tanto el dolor de esa mujer que no podía caminar y, aun así, tenía que cocinarles a sus hijos.

-Ustedes, los familiares, fueron testigos del quiebre de la familia…
-Nosotros presentamos un proyecto de ley en el Congreso, cuyo texto comenzaba así: “La misma bomba que le cayó a mi hermano cayó en casa”. Esa “bomba” nos destruyó. A todos nos pasó lo mismo. Nuestros seres amados se fueron llenos de vida, llenos de salud, con 19 años. Y recién 36 años después, nosotros nos enteramos qué le pasó a mi hermano Eduardo.

-¿Qué le ocurrió a Eduardo en Malvinas?
-Lo que nosotros pudimos reconstruir, a partir de las historias de sus compañeros, es que cayó una bomba y que quedó diseminado en Monte Longdon. Cuando empezó el tema de la identificación a través del ADN, la Comisión no estaba de acuerdo, porque se habían empezó a mezclar las cosas con la política. Cuando vimos que las cosas habían tomado un rumbo, dijimos que sí.  Cuando a nosotros nos informaron que el soldado Araujo había sido identificado, a mis hijos les volvió el alma al cuerpo porque la abuela –madre de Eduardo– iba a encontrar paz y la mamá no se iba a volver loca de nuevo. Reencontrarnos con Eduardo nos cambió la vida. En esa ocasión, nos dieron sus pertenencias, entre ellas el registro de conducir, una estampa de la Virgen de la Merced, una medallita de la Virgen Milagrosa y unas páginas de un cuaderno con el rezo del Rosario. Mi hermano muy creyente y se ve que rezaba mucho en la trinchera. Yo tenía la idea de que Eduardo estaba diseminado en Monte Longdon, y por eso le pregunté a la antropóloga si estaba muy lastimado. Ella me contó que estaba entero: tenía lastimaduras en el pecho, producto de las esquirlas que le produjeron la muerte. Mi mamá sintió alivio, al saber que estaba entero. En ese momento, mi mamá le tomó las manos a la antropóloga y le dijo emocionada: “Con ellas vos tocaste a mi hijo”. La antropóloga tuvo un quiebre ahí, porque se dio cuenta que ella era el vínculo entre una madre y un hijo fallecido 36 años atrás. Pasamos por distintos sentimientos y fue un momento que terminó con risas. El psicólogo me preguntó cómo me sentía y yo le expliqué que tenía ganas de correr a abrazarlo, que era lo que hacía cuando era chiquita y lo veía. De hecho, fue lo que hice cuando llegué al cementerio, sabiendo en qué tumba estaba: lado B, tercera fila, tumba 16.

-¿Por qué terminaron accediendo al reconocimiento de las tumbas?
-No queríamos que se mezcle con lo político, pero no sabíamos todo lo bueno que iba a traer. Lloré, me preparé, me senté con mamá, le pedí que pensara desde el lugar de mamá y le pregunté si quería saber si estaba Eduardo en el cementerio. Ella me dijo que la necesidad de abrir las tumbas no la tenía y me explicó que tenía muchos miedos, pero que había otras madres que sí lo necesitaban. Entonces dijo: “¿Quién soy yo para quitarle a otra mamá el derecho de encontrar a su hijo?”. Lo que sí me pidió fue que si Eduardo llegase a estar, ella necesitaba que le prometieran que lo iban a tratar con respeto y que lo iban a enterrar de nuevo. Ese fue el puntapié.



“Los familiares de los Caídos en Malvinas somos los grandes olvidados de la historia. Nuestra Comisión no tiene todavía sede propia”.



-¿Las autoridades los consultan y los tienen en cuenta?
-El primer funcionario que nos vio fue Daniel Filmus [secretario de Malvinas, Antártida y Atlántico Sur]. Una persona que siempre ha estado atento a la Comisión es Mark Kent, el embajador británico, que fue quien nos dio su apoyo para que lleguemos a ciertos lugares. Filmus ya nos había recibido siendo diputado. Ahora lo que pedimos como institución fue que nos ayudara para que el Presidente de la Nación nos conociera. La pregunta es cómo podemos homenajear a los Caídos. Yo digo que la respuesta es reconociendo al familiar. El Veterano de Guerra necesita que lo reconozcan y el familiar también. El reconocimiento es sanador. Es tan poco lo que pedimos. Queremos que el Presidente conozca a las madres de Malvinas, esas madres de la Patria que con amor dieron todo, y que conozca a los hijos y a los hermanos. Es tan poco lo que pedimos.

-Desde tu lugar de presidenta de la Comisión, ¿qué te gustaría lograr?
-Me gustaría que la comisión tuviera su sede propia. Es increíble que esta comisión haya logrado un monumento, que está en el cementerio de Darwin, cuando los dos países todavía estaban en litigio; que haya logrado inaugurarlo instando allí la imagen de la Virgen de Luján que, antes de llegar a Malvinas, peregrinó desde La Quiaca hasta la Antártida; que haya logrado 28 viajes a la islas y que haya logrado dos viajes al lugar del hundimiento del Crucero General Belgrano. Hoy logramos localizar 115 tumbas y no tenemos sede propia. Una vez nos dieron un espacio en Avenida Pueyrredón 19, pero necesitábamos en aquel entonces dinero para reconstruirlo y era mucho dinero.

-¿Cómo se viven los días previos al 2 de abril?
-Nosotros ahora empezamos a revivir los días previos a aquel 2 de abril de 1982. A principios de marzo, a mi hermano le estaban dando la baja. Después empezamos a vivir el 2 de abril, que es un día fuerte, en San Andrés de Giles; es un día de festejo, pero festejo de qué. Porque si no hubiese pasado ese 2 de abril, mi hermano no hubiese tenido que ir a combatir. Revivimos también los días posteriores; mi hermano murió el 11 de junio y nosotros esperamos la fecha para recordar ese momento con el Regimiento de Infantería 7 de La Plata. Cada año, allí se encienden las antorchas en silencio y en la oscuridad y, de golpe, explota una bomba. Así comenzó la batalla de Monte Longdon, cuando un inglés pisó una mina y se desató el combate. Hoy hay cementerio simbólico en ese lugar, donde están las cruces de los caídos del Regimiento 7, detrás de un roble por significado de esa madera resistente.

-¿Qué pensás que te pediría Eduardo?
-Yo creo que él tendría un mensaje para las autoridades. Si tuviesen cinco minutos para bajar y hablar con el Presidente, con los políticos y los Veteranos, ¿qué pedirían? Lo que pedirían es que cuiden a los padres, a sus familias y que las lleven más seguido a verlos al cementerio en Malvinas. Todos piden que el cementerio permanezca en las islas porque son el mojón de soberanía y en eso estamos de acuerdo. Ahora bien, para que el cementerio permanezca, hay que llevar a las mamás y permitir que los puedan ir a visitar. Yo creo que Eduardo hoy me diría: “Quedate tranquila, hacé tu vida”. Yo estoy tranquila, no sé si en paz porque voy a tener paz el día que yo vea que pudimos lograr tener una sede propia. Cualquier Centro de Veteranos de Guerra tiene su sede, su museo y nosotros no tenemos nada. Tenemos las cruces originales del cementerio, tenemos las lápidas que dicen “Soldado argentino solo conocido por Dios” y contamos con una muestra que no podemos abrir porque no tenemos presupuesto. Uno de nuestros pedidos a Filmus fue conseguir pasajes para que los familiares del interior pudieran asistir a las reuniones. Estoy tranquila porque desde le institución se logró enaltecer y llevar a nuestros Caídos al bronce. Hoy empezamos de cero, ayudando a los que no recibieron ayuda. Los familiares de los Caídos en Malvinas necesitan ayuda. La Comisión necesita ayuda.