Federico Lorenz, autor de “Unas Islas demasiado famosas”, ratifica su convicción de que discutir el tema Malvinas nos permite revisar nuestras nociones de pertenencia, identidad y comunidad. Por Patricia Fernández Mainardi
Poco tiempo después de terminada la Guerra, Jorge Luis Borges escribía un poema en el que un soldado argentino y otro británico, morían enfrentados en unas “islas demasiado famosas”. Quizá algunos recuerden cada párrafo del poema, otros probablemente apenas lo recuerden y, seguramente algunos, ni siquiera han leído a Borges. Paradójicamente lo mismo sucede con las Islas Malvinas.
En la presentación del libro Unas Islas demasiado famosas, Federico Lorenz escribe: “Basta tomar la Autovía Buenos Aires- La Plata para encontrarnos, en el peaje Hudson, con un cartel vial que dice “Malvinas 1.890 km”. Cualquier automovilista medianamente avispado sabe que ese anuncio es una doble quimera: porque no se llega a un archipiélago por tierra, y porque las islas están en manos británicas desde hace 180 años. Pero la utopía de la recuperación del archipiélago usurpado por los británicos es una de las más fuertes en la cultura política argentina”.
En diálogo con DEF, Lorenz describe el proceso que lo llevó a escribir el libro y se refiere al anclaje de la Guerra de Malvinas en la sociedad argentina. Una mirada sobre los vacíos y rupturas que, a nivel social, nos provoca la Guerra de Malvinas.
¿Qué te llevó a escribir “Unas Islas demasiado famosas?
El libro es el resultado de muchos años de trabajo en relación con la historia de Malvinas, especialmente los aspectos relativos a la guerra y la posguerra de 1982. Lo que quise fue reunir en él una serie de artículos que muestran distintos costados de la “experiencia Malvinas”. Por eso lo titulo tomando prestado uno de los versos del poema de Borges “Juan López y John Ward”, porque creo que las Malvinas son “demasiado famosas” en términos de las pasiones y discusiones que desatan entre nosotros, muchas veces alimentadas mucho más por los sentimientos que por el conocimiento. Yo traté en este libro de sumar ambos elementos, las razones y las pasiones.
¿Qué son las Malvinas para vos?
Las Malvinas son mi principal obsesión profesional: trabajo sobre ellas desde que comencé a investigar, hace más de quince años. Han sido distintas cosas a lo largo de esos años: una sensación de injusticia, cuando pensaba en el lugar simbólico que tenían los ex combatientes y veteranos de guerra. Una profunda curiosidad, a medida que me iba compenetrando de las historias fascinantes y dramáticas en torno al conflicto bélico. Hoy por hoy son un hermoso lugar al que me gustaría volver otra vez (tuve la suerte de visitarlas dos veces) y en el que se cifran muchos temas de la historia argentina más, larga, la que va mucho más allá del año 1982.
Profesionalmente te especializaste en “Violencia política”, ¿se puede decir que hablar de Malvinas hoy sea una manifestación de este tipo de acción?
El tema de la historia de la guerra de Malvinas debe ser procesado en el marco de la dictadura que la produjo, para comprender las lógicas que llevaron al gobierno militar a tomar esa decisión y las formas en las que condujo la guerra y la posguerra. Las Fuerzas Armadas que combatieron en Malvinas son las mismas que gobernaban el país de facto desde 1976, y que se habían preparado para la represión interna desde mediados del siglo XX. ¿Quiere decir esto que “Malvinas es lo mismo que la dictadura”? No, simplemente quiere decir que para darle complejidad a la historia del conflicto y poner en contexto el proceso histórico debo tener en cuenta esa obviedad, que políticamente muchas veces dejamos de lado porque es “incómoda”. Y esto no va en desmedro de los veteranos o de sus convicciones, sino precisamente apunta al sentido contrario: poner en su justo lugar a los que combatieron, así como a los responsables de las condiciones en las que lo hicieron.
¿Cuál pensas que es hoy el principal problema, o consecuencia, que experimenta la sociedad argentina con respecto a Malvinas?
Aún hoy, plantear que la guerra por Malvinas tiene que ver con la dictadura es visto por muchos como una crítica o cuestionamiento a los derechos argentinos. Al ser una guerra por una “causa nacional” no debería cuestionarse: el contexto político en el que se produjo pasa a un segundo plano. A la inversa, aún hoy también se piensa que evocar la guerra u honrar a sus combatientes es una apología de la dictadura. Lo cierto es que el proceso es bastante más complejo que esa forma maniquea en la que es analizado.
En el libro decís que los historiadores están en deuda con Malvinas, ¿por qué?
Porque, hijos de su época, sobre todo en los primeros años de la democracia dejaron de lado el tema. Porque olía a reivindicación nacionalista y a cuestiones que podían dejar bien parados a los militares, en un contexto de fuerte crítica social a los mismos. La coyuntura política subordinó el estudio de la guerra a otros temas más urgentes e impactantes socialmente, como las violaciones a los derechos humanos. Pero hablo de “deuda” porque esa mirada simplista que tiende a ver actitudes pro militares en decir “hay que estudiar Malvinas” olvida que ocho de cada diez argentinos combatientes en Malvinas eran soldados conscriptos: cumplieron un deber cívico. Tenían la obligación de ir, más allá de que muchos estuvieran orgullosos de hacerlo…
También te referís a Malvinas como una construcción polisémica, ¿hay una lucha por la apropiación del sentido?; ¿qué lugar tienen, en esta construcción, los Veteranos?
“Malvinas” quiere decir muchas cosas. De acuerdo a la edad, al lugar en el que vivimos, a si fuimos combatientes o no, a nuestras ideas políticas. Sin embargo, hay un significado dominante y es el que transforma al nombre del archipiélago en “la guerra”. La marca en nuestra memoria es tan grande que la palabra “Malvinas” remite casi de manera automática al año 1982. Eso es lógico, si pensamos que muchos somos contemporáneos a los acontecimientos, que además tuvieron una capacidad movilizadora y una carga dramática muy grande… Pero esa misma polisemia puede jugarle en cuenta al reclamo argentino, porque nos “congela” conceptualmente en la guerra, en el país que fue a combatir en ese año. Y lo cierto es que desde la fecha de la derrota, sucedieron muchas cosas, tanto en el archipiélago y a nosotros como sociedad, como, más ampliamente, a la Argentina. No somos el mismo país que reclamaba las islas en 1982, pero a veces parecería que sí. Y eso es funcional a la estrategia británica, que nos presenta como agresores, tanto entonces como ahora.
Aquí entran los veteranos, que hablan en primera persona: son los que combatieron, los que reclaman su lugar en la historia. A veces, sin querer, ese reclamo, que es justo y se mantiene debido a una postergación social que vivieron durante años, puede alimentar ese proceso, obviamente sin proponérselo.
¿Qué procesos intervienen en esta construcción simbólica que se hace de Malvinas?
El papel de los medios, del cine y la literatura, es central. El del Estado, que educa y sostiene las políticas, también. En ese sentido, es interesante ver que muchas veces los discursos públicos sobre la guerra y el archipiélago refuerzan esos estereotipos que venimos comentando. Conviven, sobre la guerra, dos discursos centrales: el de la gesta patriótica, y el victimizador. El primero, consiste básicamente en contar la guerra de Malvinas como aprendíamos historia en las escuelas hace unos cuantos años, en esa lógica épica de las guerras de independencia. El segundo, que surge por reacción a este, tiende a enfatizar las condiciones penosas (y reales) en las que combatieron muchos de los argentinos. Condiciones creadas en gran medida por obra y gracia de sus propios mandos. Si uno presta atención, ve que estos estereotipos se repiten año a año, y cambian de acuerdo a la coyuntura política.
Además te referís a una dificultosa forma de procesar, socialmente, el “pasado”, ¿por qué?
Porque la realidad es bastante más compleja que estos dos polos, el de héroes o víctimas. Desde el final de la guerra al presente, estos sentidos sobre Malvinas, que por un lado la redujeron solamente a la guerra, y a la vez ofrecieron dos formas tan antagónicas de referirse a la experiencia bélica, son los que condicionaron la reapropiación social del pasado. La causa por la soberanía de Malvinas, de una profunda raigambre popular, ha quedado manchada para siempre por el gobierno militar que produjo una guerra en su nombre. En mi lectura, es secundario que los británicos hayan estimulado el belicismo de los dictadores, y más aún, la justicia de los títulos argentinos… Mientras no podamos discutir acerca del país que fue a la guerra y a la vez emergió derrotado de esta, siempre será más cómodo apelar a uno o dos de estos relatos arquetípicos. Lo que queda en segundo plano, paradójicamente, es lo que debería funcionar como el tema central, que es el de pensar el reclamo. De este modo, los vínculos argentinos con el archipiélago están congelados en dos fechas traumáticas: 1833 y 1982.
Adjudicas parte de la lucha por el sentido alrededor de Malvinas a la gestión del gobierno de Perón, ¿qué caracteriza esta gestión con respecto a Malvinas?
EL gobierno peronista, y antes el gobierno militar que tomó el poder mediante el golpe de 1943, desarrollaron una activa campaña de concientización acerca del tema de las Malvinas desde el Estado: en las escuelas, en las instituciones. “Malvinizar”, como diríamos hoy, era una polí1tica de estado. De un estado mucho más fuerte, además, de lo que es el Estado argentino hoy. Vale destacar, sin embargo, que este impulso que las dos presidencias de Perón potenciaron en realidad venía con fuerza desde la década del treinta.
¿Por qué consideras que pensamos Malvinas desde un eje porteño-céntrico?
En primer lugar, porque la caracterización histórico – política del conflicto no tuvo en cuenta que las relaciones entre civiles y militares en otros lugares de la Argentina que los grandes centros urbanos son distintas, y lo eran en 1982. No es lo mismo ser conscripto de un regimiento urbano, como el RI 7 de La Plata, que del RI 5 de Paso de los Libres, del que buena parte de sus soldados eran de origen rural, y muchos de ellos descendientes de pueblos originarios… En segundo término: ¿es lo mismo haber ido a la escuela en esos meses en Buenos Aires que en Río Gallegos, donde había toques de queda, oscurecimientos y ejercicios de evacuación? El eje porteño céntrico lo es tanto temático como desde la perspectiva de muchos de los que piensan el problema. Esto no es dicho en un sentido esencialista, pero entre otras cosas prestar atención a las marcas regionales obliga a pensar de otro modo el consenso que tuvo la guerra. Por lo menos, este no puede ser despachado con tanta facilidad como con la idea del flautista de Hammelin, de un Galtieri que embaucó o malversó las esperanzas de millares de argentinos con ganas de que les mintieran. Pero sucede que como con muchos otros temas, las líneas maestras de la crítica histórica se trazan en Buenos Aires, y así perdemos la posibilidad de pensar con más riqueza la historia.
Esto no se remite solamente a la cuestión de la guerra. También, a la historia larga, la que va desde el descubrimiento al presente. ¿Qué ganaríamos si pensáramos la historia de las Malvinas a partir de los puntos de unión con la de la Patagonia continental, y no a partir del hecho traumático de la usurpación? ¿Qué ejes debemos enfatizar si pensamos en una clave de historia regional del Atlántico Sur?
¿Por qué pensas que nos cuesta, como sociedad, reconocer a los ex combatientes?. ¿Qué consecuencias podemos experimentar como sociedad? Y, a nivel individual, ¿cómo pensas que los afecta a ellos?
Pienso que debemos prestar atención a las escalas locales y regionales, y no solamente a las nacionales. Muchas veces, a escala de vecinos, de pequeñas localidades, los veteranos son reconocidos y respetados. Pero a escala nacional, tanto el gobierno militar como los primeros gobiernos democráticos desplegaron una política ya de ocultamiento, ya ambigua en relación con los combatientes de Malvinas. La dictadura, porque darles voz significaba demostrar lo palmario de su fracaso, impericia y desaprensión. La democracia, porque era difícil separar las aguas (lo es hoy) entre homenajear a los ex combatientes y no darle argumentos al Proceso de Reorganización Nacional para lavar su imagen…
A nivel individual, el impacto de esas ambigüedades y ninguneos ha sido costosísimo. Los suicidios tienen que ver con eso: más allá de las consecuencias psicológicas propias de la batalla, como sociedad durante muchos años las hemos agravado al no dar posibilidades de que las historias de los soldados circulen, sean conocidas y apropiadas por sus compatriotas. La ley de beneficios a los ex combatientes, sancionada en 1984, fue reglamentada recién a finales de la década, lo que habla de una brecha de casi un lustro en el que los jóvenes que habían sobrevivido a la batalla habían quedado librados prácticamente a su suerte. Hoy el panorama puede ser distinto, pero las omisiones de esos primeros años son irreparables, sobre todo si lo pensamos en el plano individual, insisto, de aquellos que no sobrevivieron a la posguerra.
¿Pensas que “Malvinas” va a continuar siendo el paraguas de la argentinidad en el futuro?
Pienso, más que nada, que “Malvinas”, por su polisemia, es una excelente entrada para pensar lo que entendemos por ser argentinos, por el tipo de comunidad que queremos construir, es decir: qué tipo de sociedad es la que desea recuperar las islas. Es decir: en este enfoque, la cuestión de la disputa es para mí secundaria. Pienso que no podremos ser eficaces en nuestra política al respecto mientras no llevemos los avances que como sociedad hemos logrado en otros planos a la disputa con Gran Bretaña. Entonces, más que un paraguas de la argentinidad, “Malvinas” es un espejo que nos devuelve imágenes de nosotros mismos. A mi juicio, algunas agradables, y otras no. En todo caso, para mí la vigencia de la cuestión tiene que ver tanto con la herida del 82 y la latencia e la disputa como por lo desafiante de una situación colonial en el Sur que nos obliga a pensar con inteligencia de qué modo resolverla. La retórica del reclamo y ciertas formas de entendernos como nación, arrogantes y centralistas, fueron derrotadas en el archipiélago tanto a manos de los ingleses como de nuestras propias limitaciones. Es poco inteligente repetirlas sistemáticamente como si eso no hubiera sucedido. Es lo mejor que podemos hacer en función de la política británica de permanentes hechos consumados y caracterizaciones de los argentinos como exaltados y pasionales, además de autoritarios y violentos. Son ellos la potencia imperial, y no nosotros. No deberíamos portarnos como tal.
¿Con qué se va a encontrar el lector de “Unas Islas demasiado famosas?
Creo que con una invitación a revisar sus ideas en torno a un tema muy emotivo para los argentinos, pero que creo que debe ser pensado asumiendo responsabilidades como sociedad sobre nuestros actos y con preguntas honestas y creativas acerca del futuro.
Libro: Unas islas demasiado famosas. Malvinas, historia y política
Autor: Federico Lorenz
Editorial: Capital Intelectual
Año: 2013 // Págs: 235
Perfil Federico Lorenz:
Doctor en Ciencias Sociales (UNGS-IDES) y licenciado en Historia por la Universidad Nacional de Luján, investigador adjunto del CONICET y profesor de Historia en el Colegio Nacional de Buenos Aires.
Se especializa en temas de historia reciente argentina, en particular de la guerra de Malvinas y violencia política. Es autor de Algo parecido a la felicidad. Una historia de la lucha de la clase trabajadora durante la década del setenta (2013); Las guerras por Malvinas (2006, reedición 2012); Los zapatos de Carlito. Una historia de los trabajadores navales de Tigre en la década del 70 (2007); Combatientes por la memoria. Huellas de la dictadura en la Historia (2007); Fantasmas de Malvinas. Un libro de viajes (2008); y Malvinas. Una guerra argentina (2009). En 2012 publicó Montoneros o la ballena blanca, su primera novela.
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Muy buena la nota y muy buena la forma de plantear las preguntas para permitir que el autor se explayara
Muy buena la nota, y gran profesor
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