“Brasil no habla bajo con los poderosos ni habla fuerte con los más débiles”.
Celso Amorim, en su despedida de Itamaraty, enero de 2011
Adaptación de una definición de Chico Buarque:
“O Brasil não fala fino com os Estados Unidos e não fala grosso com a Bólivia”.
DEF dedica gran parte de esta edición al particular fenómeno que genera Brasil en la región. Lo hacemos desde diferentes ángulos, con las notas y comentarios sobre el próximo libro de Celso Amorim que publicará nuestra editorial, con un importante documento de la Fundación TAEDA sobre “la vigencia del pensamiento geopolítico brasileño” –cuyo autor es el joven politólogo Matías Battaglia– y otras notas de actualidad del hoy coloso de Sudamérica.
Tenemos con el país hermano más de una década de una particular relación profesional y amistosa que consideramos excelente, incluso muy personal e íntima para quien esto escribe. Esa relación profesional está cimentada en muchas visitas a las propias entrañas del Brasil, trabajamos con sus ONG, entramos a algunas de sus favelas y acompañamos el trabajo sin descanso contra la delincuencia y el narcotráfico. Tuvimos oportunidad de conocer también sus extraordinarios avances vinculados al desarrollo, a la energía y a la defensa. Construimos una relación de trabajo conjunta entre el Estado de Río de Janeiro y la Provincia de Buenos Aires, cuyo fruto fue una obra comparativa que analizaba la común problemática vinculada con la inseguridad y el delito. De manera recíproca, recibimos la visita en nuestra Fundación de Nelson Jobin, quien como Ministro de Defensa nos ilustró sobre la proyección estratégica de su país en los próximos cuarenta años, en una conferencia que no olvidaremos.
Incluyo también en este análisis, que intenta llegar a una comparación entre lo ocurrido con Brasil y con la Argentina, mi punto de vista personal, desde los ojos lejanos de un niño de primaria. Mi familia acompañó a mi padre a mediados de la década del 60 en una gestión diplomática, cuando Brasilia aún no existía y nuestro país tenía una maravillosa Embajada en la zona de Botafogo, en Río de Janeiro. Tengo inolvidables recuerdos de esos años, junto a un afecto imborrable, y me he permitido recoger, a continuación, los datos básicos de ambas naciones en aquella época:
- Población
Argentina contaba con una población de 22.283.100 habitantes. Brasil contaba con una población de 80.855.158 habitantes.
- Contexto político
Argentina: En 1965 era gobernada por el Dr. Arturo Illia, quien había llegado al poder como candidato de la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP) en las elecciones presidenciales de 1963, en las que consiguió apenas el 26 por ciento de los votos, en unos comicios caracterizados por el masivo voto en blanco peronista. En marzo de 1965 Illia decidió, de manera audaz, levantar la proscripción del peronismo, que se impuso en las elecciones legislativas de ese mismo año bajo la sigla partidaria “Unión Popular”.
Brasil vivía los albores de una larga dictadura militar, iniciada con el golpe de abril de 1964 que depuso al mandatario democrático João Goulart, el popular Jango, quien a su vez había sucedido al renunciante Jânio Quadros. Al frente del Ejecutivo se encontraba ahora el general Humberto Castelo Branco, quien promulgaría en octubre de 1965 el “Acta Institucional Nº 2”, que suspendió el pluripartidismo y la elección directa del Presidente de la República, “institucionalizando” el gobierno de facto con el solo funcionamiento de un único partido político autorizado, la Alianza Renovadora Nacional (ARENA).
- Datos económicos
Argentina: En 1965 el valor de las exportaciones argentinas alcanzó los 1490 millones de dólares, en tanto que las importaciones totalizaron 1205 millones de dólares. La industria tenía ese año una participación del 42por ciento en el PBI de nuestro país, mientras que la participación de la agricultura era del 17por ciento y la de los servicios, del 41por ciento. El PBI per cápita en 1965 era de 2144 dólares (medido en dólares de 1985). La deuda externa ascendía a cerca de 2600 millones de dólares y representaba alrededor del 10por ciento del PBI.
Brasil: En 1965 el valor de las exportaciones brasileñas totalizó 1600 millones de dólares, en tanto que las importaciones sumaron 1100 millones de dólares. La industria tenía ese año una participación del 33por ciento en el PBI brasileño, superada por los servicios, con un 48por ciento, en tanto que la agricultura representaba un 19por ciento. EL PBI per cápita en 1965 era de 724 dólares (medido en dólares de 1985). La deuda externa ascendía a 3800 millones de dólares y representaba el 16por ciento del PBI.
Resultan curiosos estos datos anteriores porque coinciden con la intuición de aquel niño, por entonces solo preocupado por evitar papelones ante los extraordinarios jugadores de fútbol en la playa, pero que entendió por entonces que la Argentina era un país muy importante para Brasil y para la región. De esos parámetros comparativos sale ese superior desarrollo y también la realidad incontrastable de lo que fuimos y ya no somos. Me permito aquí contar una anécdota, repetida por mi padre durante décadas, en la que no creo faltar a su memoria dado el tiempo transcurrido, que hace prescribir cualquier reserva y la deja solo como un dato valioso. Él informaba durante los primeros meses de su gestión que lo que observaba era que Brasil era una “caldera próxima a explotar”; sin embargo, al poco tiempo ya veía esos datos como dudosos y, finalmente, llegó al convencimiento absoluto de que tal acontecimiento nunca ocurriría. Mil veces comentó que a su regreso a la Argentina recibió el mote de “probrasileño” por esas afirmaciones.
Todo lo dicho viene a cuento de que no cansaremos a nuestros informados lectores con una comparación actual entre nuestros dos países, que es obvia y conocida por todos. Brasil integra las grandes ligas del mundo, esas que según Celso Amorim “generan molestia en muchos actores” y que algunos pocos líderes del país hermano creyeron posible, pero que estoy seguro que todos y cada uno de los brasileños a lo largo de su historia soñaron como el “paraíso” donde desearían vivir. Quizás sea esta idea, ese gen, gran parte del secreto del éxito, la famosa y bromista frase de O mais grande do mundo, que se transformó de golpe, por acción, energía y brutal insistencia, en una realidad palpable. Brasil se volvió un coloso, una referencia indiscutida en la región y sus datos económicos y su desarrollo apabullan y deberían dejarnos sin aliento, porque esos cambios fueron generados en menos de cincuenta años. Registremos solo algunos:
– Brasil es actualmente la octava economía del mundo, con un PBI de 2,19 billones de dólares y tiene una población de 192 millones de habitantes.
– Es el segundo exportador mundial de soja, solo superado por EE.UU.; aunque la Secretaría de Agricultura estadounidense prevé que Brasil será el mayor exportador mundial de soja en la zafra 2022-2023, con 63,8 millones de toneladas, por encima del propio EE.UU., quedando ubicada Argentina en tercer lugar.
– En el sector de los biocombustibles, se ubica como el segundo productor mundial de etanol y el primero de etanol de caña de azúcar, con una producción del orden de los 30.000 millones de litros por año.
– En cuanto a sus recursos hidrocarburíferos, gracias al éxito de sus exploraciones off-shore y los enormes recursos encontrados en la capa pre-sal de las cuencas de Santos y Campos, la Agencia Internacional de la Energía prevé que Brasil se convertirá de aquí a 2035 en el sexto productor mundial de petróleo.
– De acuerdo con el ranking de 2013 de la prestigiosa revista Forbes, Petrobras se ubicó como la 20° empresa del planeta, con un valor de actual mercado de 123.110 millones de dólares.
– Embraer es el tercer mayor fabricante mundial de aviones comerciales, detrás de los gigantes estadounidense Boeing y europeo Airbus. Registró en 2013 ventas por 6.235 millones de dólares.
– Brasil es además el primer receptor de inversión extranjera directa (IED) de América Latina, al recibir durante el primer semestre del año pasado -último dato de la CEPAL- un total de 39.014 millones de dólares, lo que representó el 38por ciento del total de IED en la región.
Estas cifras increíbles fueron conseguidas por Brasil, partiendo de situaciones de base no muy diferentes a las nuestras e, incluso, a las de otros países de la región. Los brasileños sufrieron las mismas interrupciones democráticas, tuvieron regímenes militares y padecieron de los vaivenes de la Guerra Fría y de las crisis económicas que todos vivimos. Se beneficiaron también con el nuevo contexto internacional (al igual que el resto de Latinoamérica), con la irrupción de la demanda de 2500 millones de personas (China e India), necesitadas de nuestras materias primas y que, además, a diferencia de los países centrales, tenían economías complementarias con las nuestras y demandaban, principalmente, materias primas agrícolas, minerales e hidrocarburos. Seguramente es imposible siquiera intentar dar una respuesta completa, en este escaso espacio, a lo que ha ocurrido, pero podríamos destacar lo siguiente: la coherencia de una clase dirigente, la continuidad de sus políticas, el respeto por el funcionamiento de la administración (aun cuando las instituciones democráticas fueron interrumpidas) y el respeto por lo hecho, incluso cuando fuera mérito de una anterior administración de signo contrario, como las máximas respetadas por todos. Incluyendo en ese todo a gobiernos civiles o militares, educadores, sindicatos o pensadores, a los industriales y emprendedores, a lo largo y ancho del país y en el curso del tiempo.
Hace pocos meses, realizamos en Bogotá un seminario sobre seguridad regional en conjunto con la universidad colombiana Jorge Tadeo Lozano. Analizábamos allí que la ausencia de políticas de mediano y largo plazo aplicaban a todos nuestros países excluyendo siempre a Brasil. No hay duda de que esta expresión es verídica y tiene un peso fundamental en todo lo que estamos examinando. En el documento Del gobierno de facto al Partido dos Trabalhadores: Un caso exitoso de adaptación, que publicamos en las próximas páginas y cuya lectura recomiendo, se observa con claridad la coherencia geopolítica de los pensadores que desarrollaron este modelo exitoso. Fueron ellos Golbery Couto e Silva, entre 1964 y 1980, Meira Mattos, entre 1975 y 1984 y Darc Costa, entre 1999 y 2011. Esa coherencia se sostiene contra viento y marea y las correcciones son solo coyunturales y se corresponden a los cambios que indica la realidad mundial, lo que no incluye jamás modificar la base irrenunciable del proyecto común de Brasil. Me permito incluir como figura imprescindible para cualquier análisis a Antônio Delfim Netto, el controvertido economista y político brasileño, con influencia determinante a lo largo de veinte años de gestión en diferentes gobiernos como Ministro de Hacienda, de Agricultura y de Planeamiento. Fueron muchos, más allá de cualquier cargo, los que cimentaron con su gestión el “milagro brasileño” y a él están indisolublemente ligados.
Mientras muchos renunciaron a la propia geopolítica por considerarla fuera de época y vinculada a la doctrina de la Seguridad Nacional, en Brasil hubo políticas aggiornadas que dieron pasos a realidades concretas, las cuales nunca fueron producto de la improvisación y mucho menos de la casualidad: la proyección sobre el Amazonas, la salida al Pacífico, el desarrollo fundamental de la industria de Defensa, las políticas sobre el Atlántico, la proyección sobre el África y la Antártida, son pasos incluidos en sus Planes Nacionales para el Desarrollo y conservan una coherencia en el tiempo que provoca envidia y también pemiten comprender las razones de lo que allí ha ocurrido.
Hoy, en la coyuntura inmediata, Brasil debe ratificar sus éxitos con importantes compromisos ante la mirada del mundo entero: el inminente Mundial de Fútbol, la próxima elección presidencial y los cercanos Juegos Olímpicos de Río de Janeiro lo encuentran en una situación compleja en lo social, en el marco de importantes gestos de disconformidad de una nueva clase media y ante el duro desafío de combatir, con las armas de la legalidad, el delito y el narcotráfico.
Ocurra lo que ocurra, éxito o fracaso ante estos duros compromisos, nada cambiará la dirección de la proa de este gran transatlántico que representa Brasil en el mundo de hoy, para quien Sudamérica no fue otra cosa que una plataforma necesaria e imprescindible para expandir su propia identidad hacia el mundo entero.
Tan cerca de que nuestras selecciones de fútbol se enfrenten, hagamos una tregua e intentemos ganar con Messi el Mundial. Pero aceptemos luego que ahí hay un espejo donde mirarse, que más allá del fútbol, Brasil es un socio y un amigo imprescindible y que ha recorrido un camino que deberíamos intentar emular.
Verdad verdadera,diría uno que yo conozco. Algo tendrá Brasil para que le vaya tan bien en el contexto mundial. Deberíamos ser inteligentemente humildes o humildemente inteligentes para aprender algo.
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