La península de Crimea, que acaba de ser admitida en el seno de la Federación Rusa, había sido incorporada en 1954 a la entonces República Socialista Soviética de Ucrania por decisión de Nikita Kruschev. Tras la desaparición de la URSS, Moscú y Kiev lograron un acuerdo para evitar la secesión y poner fin al contencioso sobre la flota del Mar Negro. Hoy todo vuelve a fojas cero.

La decisión tomada por el líder soviético Nikita Kruschev de incorporar a Crimea a la entonces República Socialista Soviética de Ucrania se convertiría, medio siglo más tarde, en un “regalo envenenado” para las autoridades de Kiev. Apenas disuelta la URSS, comenzaron las disputas entre Rusia y Ucrania por la apetecida península y la suculenta flota del Mar Negro. Hoy la tensión entre estos dos ex aliados soviéticos ha llegado a niveles insospechados y se ha convertido en un nuevo foco de tensión entre Moscú, Washington y sus aliados de la OTAN. Para entender las causas de la actual crisis, es necesario repasar la historia reciente de las relaciones ruso-ucranianas.

DE LA CAÍDA DE LA URSS A LOS ACUERDOS DE 1997

En abril de 1992, apenas cuatro meses después de la disolución de la Unión Soviética, el Parlamento de Ucrania concedió a la península de Crimea un amplio estatuto de autonomía, mientras el gobierno de Leonid Kravchuk negociaba con Boris Yeltsin una solución a la controversia surgida en torno a la propiedad de la flota del Mar Negro. Sin embargo, días más tarde, el Soviet Supremo de Crimea declaraba su “autodeterminación estatal” y convocaba a un referéndum para que los ciudadanos se pronunciaran sobre la opción de seguir perteneciendo al naciente Estado ucraniano o la “independencia en alianza con otros Estados”, en clara alusión a Rusia.

Por su parte, en una movida autónoma del Kremlin que terminó por avivar el fuego, el Soviet Supremo (Parlamento) de la Federación Rusa aprobó en mayo de 1992 una moción que invalidaba la anexión de 1954 de la península de Crimea a Ucrania, al considerar esa decisión de Kruschov había sido tomada “en violación a los procedimientos jurídicos y constitucionales” y, por consiguiente, carecía de “valor jurídico”. Más tarde, en julio de 1993, el propio Soviet Supremo ruso votó a favor de una resolución que confirmaba el estatuto de Sebastopol -sede de la base naval de la flota del Mar Negro- como “ciudad federal rusa”, lo que fue considerado por Kiev como “una declaración de guerra a Ucrania”.

En junio de 1995, los presidentes de Rusia, Boris Yeltsin, y de Ucrania, Leonid Kuchma, llegaron a un compromiso sobre el reparto de la flota del Mar Negro, que en los hechos quedó totalmente bajo la órbita de Moscú en virtud de la adquisición del 50% que le correspondía a Kiev. Hubo que esperar otros dos años, hasta mayo de 1997, para que Rusia y Ucrania alcanzaran finalmente un acuerdo sobre el arriendo por 20 años de la base naval de Sebastopol (1997-2017). Como contrapartida, la Federación Rusa aceptaba la integridad territorial de Ucrania, que a su vez se comprometía a “no firmar ningún tipo de acuerdo con países terceros” que pusiera en riesgo las relaciones de buena vecindad. Léase, Ucrania renunciaba a cualquier pretensión de acercarse a la OTAN, bloque militar liderado por EE.UU. y último resabio de la Guerra Fría.

LAS CRISIS DEL GAS Y UNA NUEVA NEGOCIACIÓN CON RUSIA

Tras ocho años de relativa estabilidad, la “Revolución Naranja” en Kiev -que llevó al poder a una alianza opositora pro-occidental- reavivó las cenizas del conflicto. En 2006 y 2009, sendas crisis en torno a los precios del gas obligaron a las autoridades ucranianas a negociar con Moscú nuevos acuerdos energéticos, proceso que fue seguido de cerca por la Unión Europea ya que buena parte del gas consumido en la UE proviene de gasoductos rusos que atraviesan el territorio de Ucrania. En enero de 2009 la entonces premier Yulia Timoshenko hizo gala de su pragmatismo para sentarse a la mesa con Vladimir Putin y poner fin al litigio, a costa de una reestructuración del precio del gas en favor del coloso estatal ruso Gazprom.

En 2010, tras la derrota de Timoshenko -una de las líderes de la “Revolución Naranja”- en las elecciones presidenciales, el nuevo gobierno de Viktor Yanukovich -apadrinado por Putin- volvió a la mesa de negociaciones con Moscú. El Kremlin puso como condición la ampliación del plazo de arriendo de la base de Sebastopol. Putin se salió con la suya: en abril de 2010, a cambio de un descuento del 30 por ciento en el precio del gas, consiguió de su contraparte ucraniana una prolongación de 25 años para la permanencia de la flota rusa del Mar Negro, que de esta forma se quedará en Sebastopol hasta 2042.

BARAJAR… Y DAR DE NUEVO

Hoy todo ha vuelto a “fojas cero”. El referéndum independentista en la Península y la incorporación del territorio a la Federación Rusa ha generado la condena casi unánima de la comunidad internacional. La pregunta es si la tensión seguirá in crescendo y difundiéndose hacia el este del país, de mayoría rusófona, poniendo en peligro el delicado equilibrio entre Rusia y Ucrania tras la disolución de la Unión Soviética.