Predicción, racionalidad y estrategias para enfrentar al terror. Escribe Horacio Sánchez Mariño / Especial para DEF

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Las imágenes de los atentados terroristas en Bélgica nos acongojan especialmente. Se trata del lugar donde nació mi hijo menor y que aprendimos a amar con mi familia. Un país pacífico, culto y tolerante, donde grupos sociales segmentados de diferentes culturas e idiomas conviven dentro de un modelo político que Arendt Lijphart llamó la democracia “consociativa”. Hoy sufre el ataque de algunos de sus propios ciudadanos, nacidos y educados en bellas ciudades como Bruselas y Brujas. Europa y los Estados Unidos deben ajustar sus análisis para enfrentar estos ataques sin perder de vista los valores de Occidente, el respeto de los derechos humanos, la democracia y el estado de derecho. Las sociedades abiertas no pueden vender el alma al diablo y sus líderes no deben perder la calma.

En nuestro país, transitamos el fin de un ciclo político que dejó un alto grado de inseguridad, donde el recuerdo de los atentados de la embajada de Israel y de la AMIA se mantiene en las tapas de los diarios. Las amenazas del crimen organizado y el narcotráfico que se anunciaban a fin del siglo XX se han materializado y existe riesgo cierto de que se vuelvan endémicas, como en otros lugares de la Tierra. Desde la conducción política del Estado, se elaboran estrategias y planes para enfrentar los problemas de seguridad. Para diseñarlos, hay que desarrollar primero una visión de la realidad, proponer objetivos y luego exponer posibles maneras de conjugar los medios disponibles para alcanzarlos. Todos estos pasos conllevan problemas difíciles de solucionar.

En primer lugar, predecir el futuro es difícil, si no imposible. Pensadores de distintas épocas se han interrogado sobre el tema y se sabe que existen limitaciones para prever los acontecimientos de los hombres. Entre ellos, se destaca Karl Popper, quien concluyó que se debía rebajar a la categoría de disciplinas “blandas” tanto a las ciencias sociales como a la historia. Sus reflexiones fueron expresadas en medio de polémicas con el marxismo y su veta hegeliana. Popper contradecía este pensamiento sosteniendo que se apoyaba en una concepción determinista de la historia.

Hayek, un economista de los que basaban sus creencias en la pura incertidumbre, sostuvo algo parecido en su libro La ficción del conocimiento. Su tesis era que el conocimiento tenía limitaciones que lo hacían imperfecto, por lo que era difícil utilizar herramientas de las ciencias puras, las matemáticas por ejemplo, en una ciencia social como la economía. De allí, sostuvo que un planificador no podía conducir una economía con éxito porque siempre habría variables que no estarían a su alcance. Siempre aparecerían cuestiones que superarían su conocimiento de la realidad y ninguna ecuación podría sintetizar lo que ocurría en la vida real. Otro pensador que tuvo su hora de gloria, Herman Kahn, adquirió prestigio por sus ideas y métodos de la prospectiva, herramienta metodológica para plantear escenarios futuros. Sus consejos perdieron valor cuando ocurrió la crisis del petróleo en 1973, que llevó al mundo al borde de la guerra, sin que sus predicciones lo hubieran siquiera alertado.

En nuestro medio, Alejandro Corbacho analizó el tema desde la perspectiva de las relaciones internacionales, de la estrategia y del campo de los negocios, llegando a conclusiones similares (Mirar al futuro a través del experto. Limitaciones y potencialidades de los pronósticos en las relaciones internacionales, 2007). Corbacho dice que “la predicción se expresa como la probabilidad de que un resultado ocurra” y que los pronósticos se realizan sobre la base de un conocimiento pasado. Citando a un reconocido autor, Robert Jervis, presenta una serie de problemas que enfrentan los actores internacionales: los eventos políticos son el producto de múltiples interacciones complejas; las decisiones tomadas por cualquiera de ellos puede ejercer una influencia decisiva en los resultados y las predicciones pueden afectar las expectativas de los actores involucrados.

Esta situación es discutida desde la década del 70 por teóricos que sostienen que el objeto de estudio de una ciencia social es el sujeto y la manera en la que este interpreta y cambia su mundo. Las ciencias sociales, por lo tanto, deben emplear métodos diferenciados. De allí surge la variante hermenéutica y también el comprensivismo, que explican la vida social mediante el conocimiento de los intercambios comunicativos entre sujetos sociales. El mundo social es el resultado de la construcción intersubjetiva de sujetos conscientes que actúan en condiciones determinadas, de acuerdo a su sentido común. Estas perspectivas gozan de prestigio, pero pueden presentar algunos peligros. A veces resulta difícil diferenciar ciencia de ideología y se puede perder la distancia necesaria entre teoría y conocimiento cotidiano. Corbacho agrega que en los procesos de toma de decisión basados en el conocimiento pasado existe el “prejuicio de la certeza retrospectiva”, que limita el número de opciones de las que creen disponer quienes deben pensar a futuro.

La teoría tiene importancia en el intento por predecir ya que, como señala Corbacho, una posible solución consiste en la extrapolación: sobre la base de las tendencias actuales, linealmente se proyecta un futuro posible. Este método fue desacreditado por Hume, quien sostuvo que si las predicciones se basaban en el pasado, solo se repetiría si se repitieran las aquellas condiciones y el comportamiento de los actores. Otros problemas mencionados en el paper de Corbacho incluyen la proximidad temporal al presente, porque los sistemas sociales llevan siempre una inercia: a mayor cercanía temporal, mayor influencia; luego, cuanto menores sean las observaciones extrapoladas, más difícil será pronosticar. Además, influirá cómo se distribuyan las observaciones en el tiempo: a mayor dispersión, mayor incertidumbre, lo que trae menos confiabilidad.

Otro problema consiste en las “no linealidades”. Estos casos fueron explicados popularmente por un autor que alcanzó celebridad con la crisis financiera de 2008, Nassim Nicholas Taleb (El cisne negro. El impacto de lo altamente improbable. 2008). Este matemático, que trabajó muchos años en la Bolsa de New York, discute con sentido del humor los pliegues de la estadística, a través de personajes de su ámbito profesional. Sus conclusiones son a menudo desesperantes, ya que nos hacen tomar conciencia de cómo el azar domina nuestras vidas y, si somos afortunados, viviremos solo el porcentaje de desgracias correspondiente a nuestras probabilidades. Siempre y cuando no aparezca el cisne negro, el suceso altamente improbable que, sin embargo, es posible. Otra característica del cisne negro es su alto impacto, como una catástrofe financiera, un cáncer o un cataclismo natural, que ocurren con poca frecuencia, pero cuando llegan son devastadores. Los atentados terroristas de Bélgica y los anteriores pueden considerarse dentro de esas no linealidades catastróficas. De hecho, Taleb debió abandonar abruptamente su ciudad natal, Beirut, la París de Medio Oriente, que por ochocientos años había visto convivir pacíficamente a cristianos musulmanes y judíos, al estallar la guerra civil.

Fettweis agrega como debilidad de la extrapolación de tendencias la impredecibilidad de los principales sujetos de la política, los seres humanos, quienes pueden comportarse a veces en forma errática e irracional. Corbacho se pregunta cuándo es posible recurrir a este método y analiza las condiciones bajo las cuales se lo podría emplear, concluyendo que “la lección es dura; no es ni fácil ni evidente un modo por el cual pueda saberse a priori si las predicciones son ciertas o falsas”. Destaca, sin embargo que la teoría es un elemento esencial en el desarrollo científico. Esta permite la descripción del fenómeno según un modelo que contiene pocos elementos, puede detectar algunas relaciones y describe aspectos fundamentales del comportamiento de los actores que no son coincidencia o anomalía. Esto facilita algún tipo de predicción, si la relación se mantiene constante.

Las construcciones teóricas permiten predecir cómo será el mundo, de acuerdo a sus parámetros teóricos. Siguiendo a Keneth Waltz, un autor fundamental de las relaciones internacionales, serían diferentes las predicciones según el nivel de análisis, el de los individuos, el de la política interna de los Estados o el del sistema internacional. Los analistas pueden sacar conclusiones si conjugan estas variables complejas que interactúan. Las imágenes como el “telescopio” para ver de lejos o el “climatólogo” para ensayar pronósticos abarcadores dan una idea de las posibilidades moderadas para predecir fenómenos futuros.

Para Lebow, pueden realizarse predicciones condicionales, analizando cadenas de causas que llevarían a configurar escenarios y sus eventos posibles. Luego, los modelos formales de la ciencia política, a pesar del prestigio del que gozan, no garantizan predicciones certeras sin un conocimiento profundo del objeto de estudio. Falk y Kane, por caso, críticos de los modelos formales, apoyan a Waltz en el sentido de que “la información sin elaborar es inútil hasta que no se desarrolle una teoría para explicarla”. Corbacho sostiene que el razonamiento deductivo solo no alcanza. En los fenómenos del escenario internacional, los mejores resultados provienen de la preparación del experto, de su sabiduría, como ilustra el caso de George Kennan y su comprensión integral de la amenaza que representaba la Unión Soviética junto a sus debilidades –que constituirían el germen de su caída final– y el modo en que Occidente debía enfrentarla. La realidad confirmó el análisis de Kennan, a pesar de las distorsiones, exageraciones y errores de los diferentes gobiernos.

La solución de la estrategia

A pesar de estas dificultades, aun cuando la ciencia no ayuda demasiado, los gobernantes deben enfrentar los problemas de seguridad. Lo más normal es que hagan sus apuestas y definan estrategias. ¿Qué es la estrategia, una disciplina de gran simplicidad que siempre es mencionada y no pocas veces despreciada? En su libro Estrategias de la contención, el historiador estadounidense John Lewis Gaddis nos da una definición económica en palabras, pero profunda en significado: “Por estrategia, quiero mencionar simplemente el proceso por el que los fines son relacionados con los medios, las intenciones con las capacidades y los objetivos con los recursos”. Su análisis de las estrategias de los Estados Unidos para enfrentar a la Unión Soviética es ya un clásico de lectura obligatoria.

Por su parte, otro gran estratega como John Collins sostiene que la estrategia es “el arte y la ciencia de emplear el poder nacional bajo cualquier circunstancia para ejercer los grados deseados y tipos de control sobre los opositores a través de la amenaza, la fuerza, las presiones indirectas, la diplomacia, subterfugios y otros medios imaginativos, con lo cual se satisfacen intereses y objetivos de seguridad nacional”. En otro texto (Grand Strategy: Principles and Practices. 1973), afirma: “Estrategia militar y gran estrategia están interrelacionadas pero no son sinónimos. La estrategia militar está basada en la violencia física o en la amenaza de la violencia. Busca la victoria a través de la fuerza de las armas. La gran estrategia, si es exitosa, alivia la necesidad de la violencia. Igualmente importante, mira más allá de la victoria hacia una paz duradera. Estrategia militar es principalmente competencia de los generales; la gran estrategia es incumbencia de los hombres de Estado. La gran estrategia controla a la estrategia militar, la que es solamente uno de sus elementos”.

Existen también voces que contradicen a estos potentes autores. Robert Jervis escribió que los Estados Unidos no podían diseñar una gran estrategia por cuanto no existía una amenaza de nivel mundial, al estilo de la Unión Soviética. Este autor sostuvo que los intereses vitales se reducían a, primero, darse seguridad ante una posible invasión; segundo, tener la capacidad de proteger a sus aliados más cercanos; y tercero, garantizar la prosperidad económica. Recordaba que los analistas coincidían en que los tres objetivos se conseguían gratis, sin grandes esfuerzos, en parte por la disposición de las armas nucleares. No existían amenazas para los Estados Unidos ni para Europa Occidental, lo que Karl Deutsch llamaba una comunidad de seguridad. Los sucesos del 11 de septiembre, de Atocha, de Londres, de Francia y Bélgica y la extensión en el tiempo y territorio de los atentados terroristas parecen contradecir al profesor estadounidense, aunque este llamaba a evitar caer en una política de venganza o de cruzada.

La postura de Jervis es importante porque toma en cuenta las consecuencias de las políticas de un gigante como los Estados Unidos. Sus conductores deben ser cuidadosos porque en la historia puede verse cómo una gran estrategia equivocada, aun con las mejores intenciones, puede resultar nefasta tanto para uno mismo como para el resto del mundo. Gaddis trae el ejemplo de Walt Rostow, conocido por sus investigaciones sobre los ciclos económicos y su teoría del take off de las naciones en desarrollo. Rostow elaboró una estrategia de la administración Kennedy, cuya idea principal buscaba inmunizar a los países del Tercer Mundo contra la enfermedad del comunismo. En 1961, escribió a Kennedy: “Debería ser posible, si trabajamos duro, que Argentina, Brasil, Colombia, Venezuela, India, Filipinas, Taiwán, Turquía, Grecia y, posiblemente, Egipto, hayan logrado un crecimiento autosostenido para 1970 y que recurran a fuentes especiales internacionales solo por un poco de capital”. Lo que ocurrió fue muy distinto, empezando por el endeudamiento generalizado de los países nombrados, sin generarse el crecimiento económico pretendido.

Otro ejemplo triste lo constituye la estrategia desarrollada durante la guerra de Vietnam. El secretario de Defensa Robert McNamara impuso una teoría de seguridad modernizadora y de avanzada para la época. Este exdirector de la Ford apuntó a la racionalización de gastos y al manejo de las acciones militares de acuerdo a pautas modernas de gerenciamiento, de moda por aquella época, para combatir a un enemigo que según las computadoras nunca podría vencer a los Estados Unidos. Esta “revolución McNamara en el Pentágono” terminó en un estruendoso fracaso y los Estados Unidos debieron abandonar Vietnam del Sur, sufriendo una gran derrota, dejando más de 59.000 norteamericanos y millones de asiáticos muertos. Lo más doloroso fue su reconocimiento en su libro In Retrospect y en el documental Fog of the War, donde admitió que tanto él como su staff estuvieron “terriblemente equivocados”.

Los autores mencionados remarcan las dificultades para la predicción, tanto desde el punto de vista lógico, fenomenológico, como teórico. Como sostiene Corbacho, en las sociedades modernas es necesario contar con el conocimiento del experto que maneja las teorías de la comunidad académica y ha mantenido una larga relación con el objeto de estudio, que ha leído la historia y tiene un sentido común desarrollado sobre los fenómenos que analiza. El experto tiene ventajas por sus conocimientos, pero opina sobre la base de los libros leídos y no tiene en cuenta los libros no leídos. Todo experto debe ser modesto porque, como enseñó Popper, nuestro conocimiento siempre es incompleto, son siempre conjeturas.

Quienes toman decisiones en nuestro país están obligados a elaborar políticas para enfrentar los graves problemas de hoy. Al respecto, deben basarse en la racionalidad para diseñar estrategias que tengan éxito, apoyándose en la dura experiencia de nuestro país. Discutiremos las dificultades del modelo de racionalidad en futuros artículos, pero afortunadamente expertos de gran formación y experiencia han aceptado enfrentar los desafíos. Los intelectuales cool que dicen “no conocer gerentes” pueden aburrirse tranquilos. Estas despectivas manifestaciones parecen adoptar una postura de superioridad o una pretendida pertenencia a la clase trabajadora. La torre de marfil es muy peligrosa y la teoría marxista aclara que los intelectuales no pertenecen a la clase trabajadora. Los problemas que enfrentamos son complejos, es difícil saber qué ocurrirá, pero debemos confiar en nuestras capacidades intelectuales y morales para salir adelante. En definitiva, como en otros momentos difíciles de nuestra historia, el llamado de hoy está dirigido a personas capaces que no duden en arriesgar su reputación y tranquilidad para defender a sus compatriotas.