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Siria: ¿un juego de suma cero?

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El conflicto sirio se ha convertido en la mayor guerra por poder desde Vietnam. Refleja la influencia que han tratado de imponer diversos actores en Medio Oriente desde medio siglo atrás y que se evidencia como una guerra existencial en la que todos quieren sacar sus ventajas y muy pocos están dispuestos a perder. Escribe Omar Locatelli (Especial para DEF)

El conflicto sirio es complejo, de difícil solución militar y menos aún diplomática. Pero esta nueva guerra por poder, a su vez, tiene la clave de solución inmersa en sus propios actores: la contienda militar solamente cesará cuando los EEUU, Rusia, Irán y Arabia Saudita sientan las consecuencias negativas de la misma y concluyan que sus intereses mejorarán cuando se termine.

La situación actual del mundo islámico regional se podría reducir a considerar que las petromonarquías conservadoras de Arabia Saudita, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos, junto a Jordania, apoyan a los rebeldes porque suponen que sin Assad se debilitará la influencia de Hezbollah e Irán y se reducirá la influencia chiíta en la región. Los sunitas salafistas del Líbano y Kuwait también apoyan a la oposición. Turquía ya busca la calma en sus fronteras para concluir sus propios problemas étnicos con las minorías kurdas. Y los movimientos salafistas pan-islámicos buscan que sus combatientes, como el Estado Islámico en Irak y la gran Siria, exploten el caos para establecer comunidades islámicas “puras”.

De algún modo, el conflicto en Siria reedita una nueva batalla de la antigua Guerra Fría entre EE.UU. y Rusia. Moscú quiere impedir que Washington determine el destino de los regímenes de Medio Oriente. También espera la derrota de los islamistas rebeldes anti-Assad por sus cercanos lazos con los islamistas rebeldes anti-rusos concentrados en sus principales conglomerados urbanos. El supuesto ataque quirúrgico de EE.UU., junto a Francia y a otros poderes extranjeros (como lo ha hecho Israel en dos oportunidades), buscaba disuadir no solo a Siria, sino también a Hezbollah y a otros eventuales actores, de usar armas avanzadas o prohibidas, y potenciar un nuevo tipo de orden árabe.

Hasta ahora, el comunicado de Ginebra de junio 2012 es el único marco sobre el cual todos los actores han estado de acuerdo para terminar las hostilidades y explorar un camino para una transición política. La propuesta de una segunda conferencia de Ginebra para el próximo noviembre parece improbable, pues la oposición política no se sentará a negociar sin la expresa condición de que cualquier solución incluya la salida de Assad, cuestión descartada por el gobierno sirio. Más aún, el propio Assad declaró que no encuentra ningún  motivo que impida su postulación para ser reelecto en los comicios del 2014.

No obstante, una eventual solución para esta guerra por poderes está inmersa en la misma naturaleza del conflicto. La capacidad del gobierno sirio y también de los grupos de oposición para continuar la lucha depende, en gran parte, del continuado apoyo de los actores externos. Pero hay dos últimos acontecimientos que pueden acercar el horizonte político: el acuerdo ruso-americano, apoyado por el Consejo de Seguridad de ONU, para eliminar las armas químicas de Siria, y la buena voluntad de EE.UU. e Irán para negociar seriamente sobre los programas nucleares de Teherán y su vinculación con las respectivas sanciones.

El acuerdo ruso-americano mostró que los poderes hegemónicos pueden iniciar acciones que los poderes locales deben aceptar, fortaleciendo el rol del Consejo de Seguridad de la ONU. La certidumbre de la nueva relación de EE.UU. con Irán podría cambiar los cálculos anteriores de Teherán sobre como mejor alcanzar sus objetivos en la región. No obstante. se necesita de otra voluntad encontrada, con suficientes intereses en el conflicto y en la región para concretar el horizonte buscado: Arabia Saudita.

Los intereses saudíes en el conflicto rondan el debilitamiento iraní, a través de su control nuclear, el derrocamiento del poder alawita de Assad, la contención de la influencia shiíta de Hezbollah, la reafirmación del predominio político sunita en la mayor parte del mundo árabe, y el reforzamiento de los lazos de los regímenes pro-occidentales en Medio Oriente. La monarquía saudí, al considerar la exitosa y pacífica obtención de estos objetivos, entraría en un diálogo con Teherán, Moscú y Washington. Y si la credibilidad del diálogo norteamericano-ruso-iraní progresa, los saudíes estarían impacientes para unirse a la conversación a fin de asegurar los máximos beneficios. Las otras potencias hegemónicas –Israel y Turquía- junto a los otros actores regionales interesados – Jordania y Qatar- no tendrían más influencia que seguir el ritmo de la nueva opción vinculante. La mayor influencia saudí en Siria y Egipto, y la disminución relativa de la Hermandad Musulmana en Egipto ha potenciado la hegemonía saudita en la región.

Los cuatro interlocutores, una vez sentados en la misma mesa, probablemente decidirán cuál es el mejor acuerdo que sirve a los intereses estratégicos de cada uno. EE.UU. y Arabia Saudita verían que con Assad fuera del poder y con los objetivos hegemónicos y nucleares de Irán controlados, se vigilaría la influencia shiíta en la región. Rusia, viendo debilitado a los rebeldes islamistas sirios, daría una salida airosa a Assad, habiendo detenido cualquier intento de ataque unilateral de Washington. Irán aseguraría una aceptación formal de EEUU, que complazca a Israel y a Occidente, y que le asegure su derecho a una capacidad pacífica nuclear, que finalice con las sanciones en contra de ello. EEUU evitaría la concentración de extremistas jihadistas con apetencias extremistas regionales y mundiales.

Entre los cuatro se podría formalizar una reunión de estilo de Ginebra que permitiría: un alto el fuego, una ayuda humanitaria que incluya las repatriaciones de refugiados, y una transición pacífica a un gobierno sin Assad y sin el partido Baath, con una descentralización significativa de poder del gobierno central, y la protección legal de todos los grupos religiosos.

La próxima reunión en el otoño de Ginebra puede ser premonitoria de nuevas conversaciones y de mejores entendimientos para que este conflicto por poderes sea resuelto directamente por los actores interesados, en beneficio de la mayoría de sus partes, sin que la suma cero sea el resultado necesario del conflicto.

El autor es exagregado de Defensa en la Embajada de la Argentina en Israel y experto en geopolítica de Medio Oriente.

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