Según un informe presentado por el Fondo Mundial para la Naturaleza, la Argentina se encuentra en el noveno lugar dentro de los diez países con mayor riqueza y diversidad natural. Conversamos con Diego Moreno, director de la Fundación Vida Silvestre, sobre el rol estratégico de la Argentina como proveedora de servicios ambientales.

Infografía Recursos Naturales

La diversidad biológica, el estado de los ecosistemas y la utilización de recursos naturales son los elementos que analiza el informe elaborado por el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) en el reporte bianual denominado Planeta Vivo. Según este estudio, hay diez países que concentran alrededor del 60% de las riquezas naturales del planeta, que son las que brindan los servicios ambientales de los que depende la vida, como por ejemplo alimentos, madera, biocombustibles, medicinas, suelos, nutrientes, entre muchos otros.

El ranking está constituido por Brasil, China, Estados Unidos, Rusia, India, Canadá, Australia, Indonesia, Argentina y Francia. “Todos países con grandes extensiones de territorio, que poseen algunas zonas de alta productividad y capacidad de generar beneficios ecosistémicos -como la producción de alimentos o agua dulce-, o que tienen superficies importantes para conservar bosques nativos y retener dióxido de carbono”, explica Diego Moreno.

ARGENTINA, UN PAÍS PRIVILEGIADO

Con sus 3,7 millones de kilómetros cuadrados, Argentina se ubica en el séptimo lugar a nivel mundial y cuarto -después de Canadá, Estados Unidos y Brasil- en América en cuanto a su superficie. Llanuras, selvas, bosques, mar, hielos eternos y desiertos constituyen algunas de las riquezas propias de una diversidad climática y geográfica excepcional.

Entre las regiones con mayor relevancia, Moreno destaca el noreste y noroeste del país, donde se encuentran algunas de las zonas boscosas más extensas de Latinoamérica, como son los bosques del Gran Chaco, las selvas de yungas y la selva misionera, “selvas subtropicales con una diversidad biológica muy alta”. Por otro lado, es determinante la función que cumplen los bosques en la regulación del agua -ese invalorable y escaso recurso, mal distribuido a nivel mundial-, la preservación de las cuencas hídricas y el control de las inundaciones. “Estos ecosistemas son particularmente relevantes a la hora de asegurarnos la provisión de agua en cantidad y calidad suficientes para sostener la actividad humana. Hablo de la región chaqueña y del Chaco oriental, donde estos bosques se combinan con humedales, como los Esteros del Iberá, los Bajos submeridionales y otras zonas húmedas”, detalla el especialista.

En el centro del territorio, tenemos la región pampeana que es “el foco de la actividad agrícola y buena parte de la ganadera de Argentina, basada en la productividad de las tierras y en la de los pastizales naturales, ambientes típicos de la pampa, que generó la riqueza de los suelos por su materia orgánica que nos permite hoy ser un país agroexportador”.

Otra zona significativa es la del Mar Argentino, “al que muchas veces no tenemos presente y que, sin embargo, es a nivel mundial una de las regiones costeras con mayor productividad”, afirma Moreno. Y explica que esto se debe a la extensa plataforma continental y a la dinámica de la región “que sustenta una serie de actividades económicas como la pesca y el turismo en las áreas costeras, que son muy relevantes para la región”.

Recostada contra la cordillera de los Andes, se encuentra la región de Cuyo, una parte del cordón más árido de la Argentina, “cuya economía se sostiene principalmente a partir del cultivo de la producción vitivinícola, sustentada por el agua de los glaciares, razón por la cual son un recurso clave para sostener la diversidad biológica de la región”.

La Argentina, entonces, posee todos los recursos que se tienen en cuenta a la hora de evaluar la biocapacidad de un país: tierras de pastoreo, áreas de cultivo, zonas de bosques y pesqueras con sus respectivos recursos, como la ganadería, la agricultura, los recursos forestales y las pesquerías. Cuenta además con reservas de agua dulce como los Esteros del Iberá -uno de los mayores reservorios del planeta- y el Acuífero Guaraní, considerado como la tercera reserva de aguas subterráneas a nivel mundial.

EN CONTEXTO

Según el informe de WWF, mientras en los últimos 40 años la salud de los ecosistemas disminuyó un 30%, la demanda de la humanidad sobre los recursos naturales se duplicó. Dicho de otro modo, el nivel de consumo superó ampliamente la capacidad de recuperación de la Tierra y estamos consumiendo nuestras reservas. A mayor crecimiento económico, mayor demanda de alimentos, energía, transporte, espacio para infraestructura y residuos, por mencionar solo algunos requerimientos. El crecimiento geométrico de la población mundial exige encontrar nuevas formas de desarrollo que no impliquen un impacto mayor en los recursos naturales.

Además de la alarmante pérdida de biodiversidad -que en los países tropicales alcanza un 60% de la fauna y flora originales-, la ONG alerta sobre la situación global de los recursos pesqueros que se encuentran agotados en un 70%, de los bosques, que han sufrido una deforestación anual de 13 millones de hectáreas -aproximadamente la superficie de Grecia- en la última década, y de la fauna, ya que un quinto de las especies animales de la tierra está en peligro de extinción. “De seguir a este ritmo, en 2030 la población mundial necesitará los recursos de dos planetas para satisfacer sus demandas”, alerta.

Si bien este panorama nos ubica en una posición estratégica ante un futuro con recursos limitados, no debemos descuidar nuestro potencial. De hecho, la Argentina no escapa a esta situación global y, aunque el consumo interno no es tan elevado como, por ejemplo, el de la Unión Europea, China, Estados Unidos o la India, exporta buena parte de su producción, principalmente en commodities agrícolas, productos ganaderos, forestales y de la pesca. “El impacto del consumo no depende solo de nosotros sino también de la dinámica económica global”, afirma Moreno. “Para dar un ejemplo, el 90% de la producción anual de merluza -que es el principal recurso pesquero que tiene la Argentina- se exporta y solo consumimos el 10% de lo que el Mar Argentino está produciendo”.

LAS CLAVES

Una actividad que ha impactado en nuestra riqueza natural es la expansión de la frontera agrícola, principalmente de la mano de la soja. “Esta realidad ha generado una presión muy fuerte sobre los bosques nativos en el norte del país. La tasa de deforestación de Argentina alcanza el uno por ciento anual, muy por encima del promedio mundial. En los últimos diez años se deforestaron 300 mil hectáreas promedio anuales (un equivalente a 15 veces la ciudad de Buenos Aires)”, especifica Moreno. La región más perjudicada es la chaqueña, debido a que los bosques del Gran Chaco, en las provincias de Salta y Santiago del Estero y sectores de Chaco y Formosa, son las áreas de exportaciones más fuertes. “Al perder estos recursos vamos perdiendo la capacidad de los ecosistemas de proveer servicios ambientales, cuidar las fuentes de agua, sostener la diversidad biológica y el sustento de muchas comunidades rurales indígenas que viven de los productos y servicios de los bosques nativos. Además no olvidemos que la deforestación es una de las principales fuentes de emisiones de gases de efecto invernadero responsables del calentamiento global”.

Para tratar de paliar un poco esta situación, algunas provincias han comenzado planes de recuperación de bosques nativos. “La recuperación es factible pero siempre es más barato evitar la deforestación”, sentencia Moreno. Y cuenta que en el Congreso Forestal Mundial realizado en 2009, la provincia de Misiones asumió el compromiso de alcanzar la deforestación cero para el año 2020, compromiso que implica no solo reducir el nivel de deforestación sino también avanzar en planes de recuperación de bosques nativos. “La Fundación Vida Silvestre Argentina (FVSA) viene trabajando en un plan piloto en el noreste de la provincia, a través del cual ya llevamos plantados unos 70 árboles y hemos desarrollado unas técnicas de recuperación que esperamos poder llevar a escala nacional” (Ver recuadro).

Otro recurso seriamente amenazado es la pesquería. Pese a tener una de las plataformas continentales más productivas y amplias del mundo -que abarca una superficie de alrededor de cuatro millones de kilómetros cuadrados-, muchos de los principales recursos pesqueros argentinos sufren de sobreexplotación, debido a la escasez de controles y las exiguas herramientas de planificación. “El stock de ejemplares adultos de merluza, por ejemplo, principal recurso del que dependen casi 20 mil puestos de trabajo en forma directa en la provincia de Buenos Aires y las provincias patagónicas, se redujo en un 80% en los últimos 20 años, comprometiendo no solo la especie en sí sino también la actividad económica que sustenta”. La reducción de reproductores significa que hoy hay muchos menos peces y lo que se está pescando son juveniles, o sea ejemplares que no han llegado a reproducirse. El Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero estima que en 2009, el 60 % de la pesca se compuso de ejemplares juveniles, lo cual significa que ese recurso no va a poder seguir siendo productivo en los próximos años. Consultado acerca de la regulación de esta actividad, Moreno explica que la legislación existe, pero no se aplica y que el mayor problema que tenemos es la ausencia de una visión de largo plazo que nos permita saber adónde queremos llegar con nuestros recursos. “Deberíamos dejar de tomar medidas de acuerdo con informes puntuales y desarrollar un plan de manejo integral, administrando algunas técnicas de pesquería -como el uso de dispositivos de selectividad que permiten que los juveniles se escapen de las redes- que nos permitan recuperar el nivel de productividad. Para todo eso hace falta una fuerte visión política, una estrategia de mediano plazo y un costo que alguien deberá asumir. Estas crisis son recurrentes y el costo siempre se paga, el tema es en qué momento: si para cubrir una emergencia o para evitar el colapso”, reflexiona el director de FVSA (Ver recuadro).

Otro tema importante y pendiente en el sector del Mar Argentino es el relacionado con los hidrocarburos. “Hay algunas áreas como el Golfo San Jorge y el estrecho de Magallanes donde hay una incipiente explotación, pero es reciente y no hay aún un marco legal que regule la actividad. Es un tema que tenemos que empezar a prever porque la Argentina tiene un horizonte de reservas energéticas bastante acotado y debemos estudiar cómo desarrollar la exploración para disminuir los riesgos ambientales”.

Una de las regiones menos atendidas en cuanto a la conservación -menos del uno por ciento de su superficie está protegida- son los pastizales, ubicados en la zona centro del país. El pastizal pampeano, la pampa típica que tanto nos identifica, ha perdido más del 60% de su superficie original, convertida en área de cultivo, y el 40% restante se encuentra degradado por sobreexplotación. “Nos queda un poco más de 30% de pastizales naturales, concentrados en algunas áreas donde la producción agrícola no ingresó por limitaciones en el suelo. Estos sitios suelen utilizarse para la ganadería de cría, por ejemplo. La cuenca del río Salado es una de las grandes cuencas donde se realiza esta ganadería, ya que no es apta para la agricultura por su suelo salino e inundable”. Como el sobrepastoreo es un problema complicado y extendido en toda la región, Moreno explica que desde la Fundación están trabajando -junto al Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria y la Universidad de Buenos Aires- en promover buenas prácticas ganaderas que permitan mejorar el pastizal en términos productivos y ambientales. “El problema más grave que se da en la actualidad es el desarrollo de los monocultivos en zonas donde alternaban distintos tipos de cultivo con la hacienda. Es un efecto dominó: debido a la expansión de la soja, la ganadería debió mudarse a otras áreas, en algunas de ellas esto provocó que aumentara el nivel de deforestación y en otras se incrementó muchísimo la carga ganadera promedio. Todo este proceso afecta seriamente los pastizales naturales de la región pampeana”, sintetiza (Ver recuadro “Pastizales, un ecosistema desconocido”).

Por último, se encuentra la región cuyana, caracterizada por la presencia de glaciares de alta montaña que han quedado bajo el amparo de la recientemente aprobada Ley de Glaciares, que “surgió como una iniciativa para conservar las reservas de agua dulce que tiene nuestro país”. Moreno advierte sobre la complejidad que va a tener la implementación de esta ley, a raíz de que durante el debate para su aprobación el foco no estuvo puesto en la protección de las fuentes de agua sino en la controversia minería sí o no. “Son cosas distintas. Es necesario que Argentina tenga una Ley de Glaciares o mejor aun en protección de recursos hídricos, lo que también necesitamos es tener un debate más serio y profundo sobre el perfil de la actividad minera y repensar cómo se está desarrollando, cuáles son sus impactos y de qué manera reducirlos. Otro tema central es el inventario de los glaciares, que va a permitir planificar los recursos, una cuestión indispensable para entender en qué situación estamos y cuáles son las alternativas”.

LAS AMENAZAS

Las principales presiones que ejerce la actividad humana en los ecosistemas son la pérdida del hábitat o su alteración; la sobreexplotación de especies silvestres animales o vegetales; la contaminación, por vertidos urbanos e industriales o uso excesivo de plaguicidas; el cambio climático, debido principalmente a la quema de combustibles fósiles y la deforestación, entre otros; y las especies invasoras que terminan depredando a las autóctonas. Para el director de Vida Silvestre, aunque en nuestro país padecemos un poco de cada uno de estos males, los dos más importantes son la pérdida de los ecosistemas y la sobreexplotación de especies. Respecto a la contaminación, considera que está asociada sobre todo a centros urbanos -el caso del Riachuelo es más que ejemplificador-, por lo cual no es un problema generalizado, pese a que afecta a buena parte de la población. El cambio climático, por el contrario, concierne a todo el territorio y, aunque la Argentina no tiene un rol tan relevante por la escasa emisión de gases de efecto invernadero, Moreno opina que deberíamos empezar a desarrollar medidas de mitigación y adaptación. Por último, están las especies invasoras que representan un problema para la agricultura. “Hay algunas que generan impactos económicos y otras, en los ecosistemas y áreas protegidas. Un caso emblemático es el de El Palmar, que de ser un pastizal con palmeras se está transformando en un bosque de paraísos, especie originaria de Asia”.

LA HUELLA ECOLÓGICA

El nivel del impacto que ejercen las actividades humanas sobre los sistemas naturales -denominado “huella ecológica”- depende de factores como la cantidad de población, el estilo de vida que se lleve y el buen uso de los recursos naturales. Si toda la humanidad viviera como los países desarrollados, se necesitarían cuatro planetas para cubrir las demandas. De hecho, en la actualidad las naciones ricas ya no logran satisfacer sus necesidades y deben buscar recursos en otras partes del planeta, y esto se traduce en una grave pérdida de biodiversidad en los países de bajos ingresos. Según datos del Informe Planeta Vivo, en los últimos 40 años, la biodiversidad de los países con ingresos altos aumentó alrededor del 5%, mientras que en los de ingresos medios y bajos disminuyó entre el 25 y el 58%. “Estas estadísticas demuestran que los países desarrollados están invirtiendo en la conservación de sus recursos a diferencia de los países en desarrollo, que deben aprovecharlos al máximo de su capacidad, muchas veces para uso de los primeros”, analiza Moreno. Urge entonces que los seres humanos comprendamos que dependemos de los ecosistemas para vivir y que poner en riesgo la biodiversidad es arriesgar la subsistencia.

LA IMPORTANCIA DE LA CONSERVACIÓN

“Una herramienta clave para la conservación y el uso sostenible de los recursos es la creación de nuevas áreas protegidas y el efectivo manejo de las ya existentes”, declara el especialista. Un paso importante en este sentido fueron los compromisos asumidos en la Convención de Diversidad Biológica (COP 10) desarrollada en Nagoya, Japón, en el mes de octubre de este año, cuando 190 países acordaron conservar un 17% de la superficie terrestre y un 10% de superficie marina en todo el mundo, en tanto en la actualidad el promedio global es de12 y 6,6% respectivamente. La realidad argentina dista mucho de estos porcentajes: en todo el territorio nacional, la superficie terrestre protegida es del 7,7% y la marina, del 1,8% del Mar Argentino y del 1% de alta mar. La buena noticia es que a nivel global se determinó la importancia de cuidar los ecosistemas del planeta y a nivel local, la Administración de Parques Nacionales anunció la creación de tres nuevos parques marinos en el Mar Argentino para 2020. “Cuando se dan las condiciones necesarias, la naturaleza puede regenerarse y eso es lo que suele ocurrir en las áreas protegidas. De hecho, no solo mejora la situación ambiental sino también las actividades económicas y las poblaciones que viven en ellas”, declara. En cuanto a las tres nuevas áreas marinas protegidas -una en la provincia de Chubut y dos en Santa Cruz-, Diego Moreno explica que se trata de unas de las más ricas del mundo ya que “en ellas se desarrollan pesquerías de calamar y merluza y también cuentan con rutas migratorias para la fauna marina como la ballena franca austral y los pingüinos, entre otros animales”.

Otro importante instrumento de gestión que permite definir qué áreas del territorio se destinarán para distintos usos, según su importancia y las necesidades del conjunto de la sociedad, es el denominado “ordenamiento territorial, que permite compatibilizar desarrollo y conservación”.

Definitivamente, es indispensable buscar modelos productivos que preserven los recursos naturales a largo plazo y permitan dejar de lado la falsa antinomia desarrollo-sustentabilidad. “Debemos ampliar nuestra visión y conciliar la economía con el componente ambiental y social, promoviendo prácticas de consumo responsable. Es posible, pero debemos tomar plena conciencia de ello porque de lo contrario todas las iniciativas que se desarrollen al respecto van a carecer de sentido”, resume Diego Moreno.

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