Sin la imaginación, que en realidad es la comprensión, no seríamos capaces de orientarnos en el mundo. Es la única brújula de la que disponemos.

Hannah Arendt

Hasta hace poco, quién hubiera dicho que los principales dolores de cabeza del 2011 los tendrían Merkell, Zapatero y Sarkozy, también incluido Obama y el destituido Cavalieri Berlusconi. Quién hubiera dicho que ellos enfrentarían la crisis y que América Latina tan solo la iba a mirar con un cierto alivio, al menos hasta la fecha. Las razones de este hecho son sin duda múltiples, pero básicamente, podríamos destacar las tres siguientes:

  • El mantenimiento del crecimiento al 9% de importantes economías complementarias con las nuestras, como la de China, que reemplazaron los vínculos económicos con países en crisis.
  • El valor y la importante demanda que mantienen los alimentos, los minerales y la energía que favorecen la región.
  • La gran liquidez internacional que transforman a Latinoamérica en un tentador mercado de capitales.

Ahora bien, no todas son flores y hay datos que es bueno consignar para que la aparente calma que vive la región no termine en tragedia. Es cierto que superada la década del 90, todos los gobiernos, casi al unísono, produjeron importantes cambios vinculados a la lucha contra la pobreza; sin embargo, el marco de desigualdad sigue siendo notable y, si por ventura, el lector cree que las principales diferencias sociales están en otro lado –África, por ejemplo– lamento desilusionarlo, en nuestro subcontinente ganamos cómodos. Según uno de los expertos más importantes del mundo, el argentino Bernardo Kliksberg, asesor de la ONU, la OEA, la Unesco y el BID, entre otras muchas agencias internacionales, confirma que la distancia entre el 10 % más rico de la población y el 10 % más pobre es de 50 a 1 en Latinoamérica, mientras que en Europa es de 10 a 1 y, en Noruega, de 6 a 1.

Entonces, cabe preguntarse con cierta lógica, cuáles son las consecuencias que esas increíbles disparidades han provocado en las sociedades en cuestión. Por ejemplo, según datos de Unicef, en Noruega hay 83 usuarios de Internet cada 100 personas, tienen un porcentaje del 100 % de permanencia en la escuela primaria, y la expectativa de vida de los que nacen hoy es de 81 años. En su presupuesto de educación gastan el 6 % y el 16 % de los gastos del gobierno central se aplican sobre el sistema de salud. No es raro que con estos datos sea más alta la tasa de suicidios (1,4 %) que la de homicidios (0,1 %), según datos de 2009, y que solo un desequilibrado mental haya podido modificar ese mundo idílico al asesinar a casi 90 personas, la mayoría jóvenes, en julio de 2011.

Contrarrestando esos datos y usando como base el mismo año (2009), El Salvador tuvo la tasa de homicidios más alta en diez años (4365 personas), con un promedio de 13 muertos por día. Sin duda, nadie quiere en pleno siglo XXI criminalizar la pobreza, pero quién pondría en tela de juicio que en plena era de la comunicación, con el actual grado de la globalización, esas desigualdades no fueran una bomba de tiempo que explota a diario.  Así es como esa realidad, la miseria, la exclusión y el hambre, esta última quizás el mayor delito de lesa humanidad del siglo XXI, se ensaña con los más necesitados llevándolos al descreimiento, al rencor y a la ausencia de cualquier esperanza. Ocurre entonces que los que no tienen contención en su familia o sólidos valores personales pueden caer en el delito en mucho menos que un paso.

Es cierto que según la CEPAL la pobreza bajó sensiblemente en la región, según informe del año 2009/2010 y, también es cierto que la Argentina lidera holgadamente ese descenso. Sin embargo, el documento nos anoticia de la poca injerencia de los estados (21 %) en el financiamiento real para niños y jóvenes, mientras que en las economía desarrolladas esos porcentajes llegan al 45 % y, al sintetizar esto en un enfoque generacional de la economía, los resultados en términos comparativos son más que desalentadores para las generaciones por venir.

Simultáneamente, y es bueno recalcarlo, nuestra región carece de problemas graves en cuestiones básicas. En alimentos triplica sus propias necesidades, posee agua –un bien estratégico clave– en cantidades más que suficientes, tiene importantes reservas de energía y se destaca por su biodiversidad. Sin embargo, es aquí mismo donde hay más de 50 millones de personas sin agua potable, donde hay casi 200 millones que reciben ese líquido vital de aguas servidas, donde casi el 15 % de sus niños sufre de desnutrición crónica (Unicef) y el hambre es una pandemia que supera los 50 millones de personas, tema que debería avergonzarnos de solo pensarlo y de solo intentarle ponerle a esa número de cierta abstracción, el rostro de un niño, el rostro de una madre que no pueda poner el pan en la mesa de sus hijos.

Me permito citar nuevamente a Kliksberg –autor de 47 libros sobre la temática– para decir que una de las ideas primarias para avanzar de la manera más rápida posible, como lo exige la crisis mundial, Internet y los millones de indignados del mundo, es cambiar el concepto de “gasto social” por el de “inversión social”. Detalle no menor, porque allí donde se acaban las palabras surgen los números. Es decir, según la Unesco, los estados deberían invertir en salud y educación cuando menos el 6 % de su presupuesto. Hay una deuda social en Latinoamérica que pide a gritos aún más que eso, pero podría ser una base mínima que permitiera realizar cambios significativos. Al hacerlo, seguramente, otros gastos tendrían un descenso drástico. Por ejemplo, los aplicados al asistencialismo, al sostenimientos de cárceles, a los gastos innecesarios del sistema de salud, por drogas y abusos de todo tipo y los aplicados a la prevención del delito, entre muchos otros.

Entonces, en estos días cuando muchos preparan sus festejos y algunos dirigentes se relajan pensando que es en otros sectores del mundo donde se padece frontalmente la crisis, debiéramos todos no perder un minuto en esforzarnos e imaginar cómo acortar esta terrible brecha de desigualdad que le suma a la pobreza, injusticia, dolor e indignación.

Por un 2012 más justo para toda la región. Buen año para todos.