
Damián Flegler, Jefe del Servicio de Clínica Médica del Hospital Aeronáutico Central, ayudó a Irene de 101 años a recuperarse de COVID-19. Hoy, cuenta como es su trabajo en medio de la pandemia. Por Patricia Fernández Mainardi
DEF pudo dialogar con el capitán médico Damián Flegler, jefe del Servicio de Clínica Médica del Hospital Aeronáutico Central, ubicado en el barrio porteño de Nueva Pompeya. El doctor explicó cómo son sus días en medio de la pandemia y contó la historia de Irene, la paciente de 101 años que logró recuperarse de coronavirus.
—¿Cuáles son las tareas que tiene a cargo en este momento?
—Mi tarea puntual es el seguimiento de los pacientes que se internan en sala general dentro del Hospital Aeronáutico Central de Buenos Aires. En el contexto actual, me ocupo de la supervisión de los médicos de planta y residentes del servicio. Además, formo parte del refuerzo en la guardia externa del Hospital, tanto en el sector febriles como no febriles.
—¿Qué clima viven los profesionales del hospital?
—Es una mezcla de sensaciones. Al inicio de la pandemia no había muchos casos y el clima era de incertidumbre. En este momento, tenemos un crecimiento exponencial de los casos, con algunos mucho más graves. Esto genera una sensación de angustia permanente. Hay mucha tensión latente, y un esfuerzo por evitar que se rebase la capacidad de trabajo.
En este contexto, no puedo dejar de destacar la resiliencia y la solidaridad para sobreponerse a una situación, por demás inusual y avasallante, de médicos y residentes del servicio, así como también del personal del hospital.
—¿Cómo pasan las jornadas acá?
—La pandemia duplicó las camas del hospital, lo que generó un marcado aumento del trabajo. Se crearon protocolos institucionales para afrontarla y eso nos está permitiendo llevar adelante de la mejor manera posible este momento. En el día a día, tenemos que cumplir varias veces con protocolos de vestimenta estrictos, no solo al ver a los pacientes sino al momento de encontrarnos con compañeros. Es tedioso el hecho de tener que cumplirlos. Pero, por otro lado, lo hacemos a sabiendas de que es lo que va a generar protección a nuestros camaradas y a sus familias.
—Después de haber estado atendido, ¿cómo es la vuelta a casa?
—No tengo miedo, es importante recalcar el hecho de que si uno es responsable con las medidas de aislamiento al ver un paciente con COVID-19, la posibilidad de contagio es muy baja y, si bien la posibilidad de contagiar a un ser querido existe, si uno adhiere a estas medidas no debería pasar.
En este contexto, muchos de nosotros optamos por dejar de ver a nuestros familiares que pudieran tener algún factor de riesgo e, incluso, algunos se han mudado de domicilio durante el tiempo que dure esta pandemia y con el objetivo de no ser un vector en sus familias.

El caso de Irene
—¿Cómo llegó la paciente?
—Ella residía en un geriátrico en donde hubo algunos contagios. Por ende, cuando presento algún síntoma compatible con COVID-19, y por su edad, nos la derivaron en lo inmediato. Cuando llegó tenía síntomas leves y, además, algunas de sus comorbilidades previas se habían agravado. Ella es portadora de una demencia, por lo que estaba algo más desorientada que lo habitual.
—¿Cuánto tiempo permaneció en el Hospital? ¿imaginaron que podría recuperarse?
—Permaneció 36 días. Cuando ingresó no teníamos muchas esperanzas. Se sabe que a los pacientes que peor les va con esta infección es a los adultos mayores. Sin embargo, a los pocos días de estar internada empezó a levantarse más de la cama, a estar más orientada y a comer mucho mejor. Ahí fue cuando nos dimos cuenta de que estaba sobrellevando bien la enfermedad. Por su fortaleza y por el esfuerzo solidario de enfermeros, médicos y kinesiólogos, se pudo salir adelante.
—¿Cómo se dio la relación paciente-médico con Irene?
—Ella empatizó de una manera inusual en todo el personal, es muy cálida con los médicos y enfermeros que la atendieron, eso genera mucha satisfacción en la tarea. Se vivió con mucha alegría el hecho de que se allá curado de manera óptima.
—¿Cómo fue su alta?
—Cuando uno tiene que generar el egreso de un paciente con COVID-19, hay situaciones que requieren que la persona presente el hisopado negativo. En este aspecto, ella demoró bastante en cumplir el requisito. Por eso cuando le pudimos otorgar el alta, generó mucho júbilo en todos nosotros.
Cabe aclarar que, cuando alguien mayor se interna con esta enfermedad, deja de ver a su familia. O, en el caso de Irene, a sus compañeros del geriátrico y gente que la asiste habitualmente. Es así que, durante la internación, el personal sanitario no solo obra con tarea técnicas de la profesión, sino que uno pasa a ser el único vinculo del paciente.
El aislamiento en los abuelos como Irene genera un impacto negativo inconmensurable. Así es que, uno se porta no solo como su médico sino como su familia, aunque sea por un corto período de tiempo. Es por esto que, el alta de Irene, cayó como un bálsamo en el medio de toda esta situación que nos toca vivir.
—¿Se siente orgulloso por haberla podido acompañar y curar?
—Orgullo y satisfacción de haberla podido ayudar a salir de esta situación de enfermedad por la que pasó. Nos llevamos un recuerdo muy cálido de ella.

Vocación de servicio
-Imagino que no debe ser fácil estar hoy cumpliendo esta misión. ¿Cómo lo vive?
-No es para nada fácil. De pronto, nos encontramos con un aumento sustancial del trabajo y con la necesidad de agrandar nuestro hospital para alojar a los enfermos que van llegando. Esta pandemia tiene además la dificultad de que nuestros pacientes, muchas veces, son compañeros del hospital que días antes estuvieron codo a codo con vos cumpliendo su tarea. Eso lo hace todavía más complejo. Además, aumentamos la cantidad de horas de trabajo y de guardias, lo que conlleva a un aumento del cansancio.
En lo personal, lo vivo con sensaciones encontradas. Por un lado, la tristeza de vivir esta situación de pandemia. Por otro lado, la satisfacción de poder estar presente y aportar todo mi conocimiento y esfuerzo para enfrentar esto desde la primera línea.
—¿Por qué eligió desarrollarse profesionalmente en el Hospital Aeronáutico? ¿Qué representa esta Institución y la Fuerza Aérea para usted?
—En el inicio, cuando recién me recibí, me sedujo la residencia de clínica médica con 50 años de antigüedad de integrada con profesionales bien formados, y por demás probos, de este Hospital. Estaba bien vista en el ámbito de la medicina y enmarcada dentro de una Fuerza en donde se podía hacer carrera. No tenía familia militar así que mucho no sabía del ámbito castrense. Con el paso del tiempo, tanto el hospital como la Fuerza fueron adoptando un papel de segundo hogar en mí.
Actualmente me enorgullece poder ocupar el lugar que me toca. Siento que todo lo que el hospital le aportó a mi crecimiento profesional se lo puedo devolver con esfuerzo y, además colaborar en la formación de nuevos médicos internistas. Todo esto me genera una satisfacción enorme y un sentido de pertenencia muy grande hacia el hospital y hacia la Fuerza.
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