En un nuevo documento de la Fundación Taeda, la politóloga Sol Parra analiza el surgimiento, auge y caída de los Hermanos Musulmanes en Egipto, y plantea posibles vías de salida a la actual crisis en el país árabe.
La sucesión de protestas que se iniciaron en enero de 2011, y que luego pasarían a conocerse como la “Primavera Árabe”, generaron no pocos miedos en Occidente, especialmente en Estados Unidos e Israel, respecto del impacto que una apertura democrática de tales países podría generar en el delicado equilibrio regional. Si bien el carácter de los reclamos en la plaza de Tahrir durante los 18 días que precedieron a la salida de Mubarak era de carácter secular, abogando por la apertura democrática y mayores libertades civiles y políticas, el fantasma de un giro hacia una teocracia como la de Irán sobrevoló la mente de ciertos políticos. Muchos autores critican el hecho de que Estados Unidos e Israel hayan pasado por alto durante décadas los abusos cometidos por el gobierno de Mubarak en Egipto contribuyendo con millones destinados al sector militar del país, a pesar de la retórica a favor de una democratización de la región. Tal como señala Fouad Ajamin: “Los americanos se sienten bastante cómodos con el autoritarismo. El miedo a una toma del poder de los fundamentalistas juega a favor del régimen de Mubarak” (1995). Más allá de estos deseos, la puesta en marcha de elecciones parlamentarias y presidenciales en 2012 implicó un quiebre en la historia reciente de Egipto, cristalizando las preferencias del pueblo que concurrió a las urnas. Los mayores ganadores resultaron ser los Hermanos Musulmanes, quienes basándose en una estructura previa a las revueltas, consiguieron la mayor cantidad de votos en las elecciones parlamentarias y ubicaron a uno de los suyos en la Presidencia del país. Es por ello que, a pesar del golpe de Estado perpetrado por el general Abdel Fattah al Sisi el 3 de julio que ha retornado la situación del país a un estado de cosas anterior, vale la pena analizar el funcionamiento de esta organización, que hoy vuelve a ser acorralada y que hace dudar de la factibilidad de una democracia pensada en términos occidentales en el país, así como también del interés real de las potencias en que se den reales cambios en esta dirección.
Es importante destacar que la Hermandad Musulmana, a pesar de haber sido durante décadas la oposición por excelencia en Egipto, no fue la iniciadora de las protestas y solo apoyó oficialmente las mismas a partir del séptimo día, cuando fue claro que no se trataba de una mera revuelta a ser aplastada por Hosni Mubarak fácilmente. Por lo antedicho, este artículo se propone analizar la historia de esta agrupación islámica, su ideología y el rol que jugó durante la breve presidencia de Mohamed Morsi. Si bien existen muchos autores que los han identificado como actores moderados, no son pocas las fuentes occidentales que señalan que lo finalmente pretendía la Hermandad Musulmana, a través de su Partido Libertad y Justicia, era instalar un régimen teocrático, jihadista violento, donde las minorías religiosas y las mujeres no fueran respetadas, y donde los acuerdos de Camp David serían denunciados. La nueva Constitución, aprobada por un escaso margen a fines de 2012, pareció alimentar esta segunda hipótesis. Puede señalarse entonces que si bien en principio existió la esperanza de que los Hermanos Musulmanes resultaran actores moderados al hacerse del poder, fue justamente su falta de diálogo con otras fuerzas políticas, y especialmente el traicionar el espíritu secularista que fuera impulsado al inicio de la “Primavera Egipcia” lo que determinó la caída de este gobierno democráticamente electo.
EL NACIMIENTO DE LA HERMANDAD MUSULMANA
La Hermandad Musulmana nació en 1928 de la mano de Hassan al-Banna, un maestro de la ciudad de Ismailia, con el propósito de generar una reforma islámica profunda de la sociedad y el Estado, dentro de la rama sunní del Islam. La ideología de la organización se compone de tres creencias principales: 1) El Islam es un sistema total y árbitro de la vida en todas sus categorías; 2) El Islam está formulado y basado en dos fuentes primarias: la revelación en el Corán y la sabiduría del Profeta en Sunna y 3) el Islam es aplicable a todos los tiempos y lugares. (Stilt 2010: 77). Tal como señala Carrie Wickham (2011), “su método primario fue la extensión de la da’wa religiosa, a través de la predicación en mezquitas y cafés, al tiempo que se proveía de servicios sociales para hacer frente a las necesidades de los pobres…”, lo que le ha permitido generar la red de adherentes con la que cuenta en Egipto. La idea que subyace es que los musulmanes altamente comprometidos con sus creencias religiosas con el tiempo serían los encargados de demandar un orden político regido por la Shari´a, sin que ello supusiera que la misma Hermandad se involucrara en política. Es vital señalar, en pos de pensar la situación actual, que el grupo se ha opuesto siempre a cualquier intervención extranjera en la región, negando la legitimidad del Estado de Israel y los acuerdos de Camp David, implicando un fuerte anti-norteamericanismo y antisemitismo. En este sentido, la relación de la organización para con la violencia ha sido ambigua en sus inicios. Si bien algunos autores destacan que al-Banna se oponía al uso de la violencia, Gerges (2011) señala que en los años 40 el mismo Banna creó el “aparato secreto”, una organización paramilitar, para luchar contra la ocupación británica lo que desencadenó la prohibición y persecución de la agrupación, llevando a la muerte de su fundador. No obstante haber formado parte de los grupos que apoyaron el golpe de Estado que permitió la llegada al poder de Nasser, quien fuera integrante de la agrupación de Oficiales Libres, la Hermandad Musulmana fue culpada posteriormente de un intento de matar al mencionado líder, generando nuevamente su prohibición, el encarcelamiento y ejecución de muchos de sus miembros. En este punto es importante destacar que Sayyid Qutb fue uno de los Hermanos ejecutados en 1966, cuya ideología se ha considerado inspiradora de agrupaciones como Al Qaeda, ya que Ayman al-Zawahiri fue su discípulo. “Estos enfrentamientos con las autorizades provocaron un importante cambio en la ideología de la Hermandad (…) el trabajo de Qutb propugnaba el uso de la Jihad (lucha) contra sociedades jahili (ignorantes), tanto Occidentales como Islámicas, las cuales él consideraba que necesitaban una transformación radical” (BBC, 26/6/2012). No obstante, otras fuentes señalan que sus textos permiten varias lecturas, por lo cual no puede señalarse que Qutb incitara las acciones del terrorismo islámico que luego se llevarían a cabo en su nombre. Pero lo que esto marca es la maleabilidad de estos textos en cuanto a su interpretación, permitiendo pensar las contradicciones que se dan al interior del grupo.
Frente a esta realidad hostil, a partir de los años 70 los Hermanos Musulmanes renunciaron definitivamente a la violencia, en pos de optar por la vía política. De hecho ante la llegada de al-Sadat al poder muchos de sus líderes fueron liberados. Cabe destacar que la falta de transparencia en la organización de la agrupación y el modo en que sus miembros son reclutados responde justamente a años de represión en los que debió operar en la clandestinidad. Este hecho dificulta el entendimiento del funcionamiento y la ideología de la organización. Puede decirse que esta característica ha sido una de sus mayores fortalezas a la hora de mantenerse, pero también se presentó como una gran debilidad con el advenimiento de la nueva era iniciada en 2012, ya que este manejo oscuro genera desconfianza desde distintos sectores de la sociedad, tanto egipcia como internacional. Asimismo, la experiencia de estas épocas pasadas por parte de la dirigencia de la Hermandad Musulmana, la “vieja guardia”, hoy es vista como uno de los ejes de fractura respecto de los sectores que se incorporaron a partir de los años 70, más proclives a una visión más moderada del Islam y más fácilmente traducible en la pata política necesaria para los tiempos democráticos; como señala Ramadam (2011), “ el pensamiento político de la Hermandad ha evolucionado considerablemente durante los últimos 20 años”. Como veremos luego, es aquí dónde se inicia la fractura entre un ala más conservadora que “…apoya los procedimientos de la democracia sin internalizar sus valores centrales, como los principios de igualdad de género y el respaldo a un amplio rango de libertades individuales garantizadas a ciudadanos de sistemas democráticos en Occidente”, y otra ala que “…ha gravitado en los años recientes hacia una interpretación más progresiva del Islam, la cual define sus valores de pluralismo e igualdad como características esenciales de la religión islámica y de la herencia civilizadora del Islam.” (Rosefsky Wickham 2011, 207-208)
Si bien en los años iniciales de Sadat los Hermanos Musulmanes fueron considerados como aliados en la lucha contra la izquierda comunista (ya que el islamismo se consideraba un mal menor), todo cambió con el reconocimiento de Israel a partir de los acuerdos de Camp David en 1978. Dada la histórica oposición del grupo respecto de la existencia del Estado de Israel, el grupo pasó nuevamente a la oposición y esta paz le terminó costando la vida a al Sadat en 1981 a manos de radicales islámicos. Es a partir de este último acontecimiento que se abre una nueva etapa en las relaciones de la Hermandad con las autoridades políticas egipcias.
Sayyid Qutb, líder de la Hermandad Musulmana, ejecutado en 1966.
LA ERA MUBARAK
Desde un inicio la estrategia de Hosni Mubarak fue distinguir entre islamistas radicales y moderados, de modo tal de colaborar con los últimos para debilitar a los primeros. “Al legitimar a la Hermandad como los principales representantes del centrismo islámico, Mubarak podía ubicar a los militantes por fuera de la corriente principal. Una vez que eran aislados, él podía aplicar medidas en contra de los mismos generando pocas protestas. Mubarak esperaba que la Hermandad se contuviera de intentar cooptar el sistema político y que incluso apoyaran algunas de sus iniciativas” (Walsh 2003: 32). Consecuentemente, Lampridi-Kemou (2011: 113-114) señala que muchos miembros que permanecían presos fueron liberados y a partir de 1984 la Hermandad empezó a participar en elecciones, integrándose a la vida política. De este modo el régimen limitaba el carácter de la oposición, dado que los Hermanos, a fin de mantenerse activos, se transformaron en menos contestatarios y hasta apoyaron la candidatura de Mubarak en 1988 desde el Parlamento. Dado que continuaba la prohibición de formar su propio partido político, el mecanismo utilizado por la Hermandad fueron las alianzas: primero con el Partido New Wafd y luego en 1987 con el Partido del Trabajo y el Al-Ahrar, formando la Alianza Islámica que obtuvo 65 bancas en el Parlamento. Uno de los hechos característicos de aquí en más será que, a falta de un partido propio, lo que identificará a los miembros de la Hermandad en tanto candidatos va a ser el slogan “el Islam es la solución”.
Autores como Abdel-Kotob (1995) van a apuntar a que la nueva estrategia de la agrupación fue de acomodación con el régimen, ya que implicaba el uso de los canales institucionalizados para conseguir los cambios queridos, demostrando el carácter reformista de la agrupación. A pesar del carácter institucionalizado de la participación, desde Occidente se empezó a ver esto con cierto temor por las consecuencias que un crecimiento de la representación islámica pudiera tener a futuro. Al mismo tiempo, en el marco de la sociedad civil, la Hermandad Musulmana optó por avanzar en las asociaciones sindicales y de estudiantes. Allí se ganó su espacio gracias a sus excelentes políticas sociales y de contención que han caracterizado a la organización desde sus inicios, reviviendo el sentido de la umma (comunidad islámica) presente en el Corán, a la vez que llenaba los vacíos dejados por un Estado ausente. Dentro de tal campo, una base importante de su poder está asentada en las instituciones financieras y bancos islámicos que proveen anualmente una tasa de interés altamente superior a la de los bancos comerciales a partir de acuerdos para compartir las ganancias y que operan principalmente en el sector informal de la economía, que constituye un gran porcentaje de la economía egipcia.
Estos programas mencionados, sumados al aumento de la popularidad de la Hermandad Musulmana en el campo político, generó la percepción en el gobierno de que la agrupación se estaba convirtiendo en una amenaza para su propio poder. De allí que se optara por un cambio de estrategia: el número de votos para entrar en el Parlamento fue elevado, fue puesta en duda la legitimidad de las elecciones en los sindicatos, y aumentado el capital necesario para el establecimiento de bancos islámicos, combinándose con el resurgimiento de la represión, entre otras acciones. Asimismo, la diferencia trazada en los comienzos del gobierno de Mubarak entre grupos radicales y moderados fue disuelta, al tiempo que el mismo presidente empezó a denominar a la Hermandad como organización ilegal. Por ello, la agrupación aumentó sus críticas al régimen y boicoteó las elecciones de 1990, iniciando un período de alta conflictividad.
Los años 90 van a estar marcados por una escalada de la violencia desde el gobierno, en respuesta al aumento de atentados terroristas derivados del rechazo que generó la posición oficial del país en la Guerra del Golfo. Los Hermanos también se vieron afectados por el aumento de los arrestos, que incluso alcanzaron a los miembros pertenecientes al órgano máximo conocido como el “Consejo de Guías”, así como también por el cierre de sedes de la organización. De hecho, la nueva política del gobierno provocó que los partidos existentes, a los cuales la organización se había aliado en elecciones pasadas, se alejaran a fin de que la represión no los alcanzara. Es por esto que a partir de este momento los candidatos de la entidad se presentarán como “independientes” de toda afiliación política, aunque sean identificables por el slogan ya mencionado.
Los eventos del 11 de septiembre de 2001 tuvieron repercusiones inesperadas para la Hermandad Musulmana en cuanto actor político. Lampridi-Kemou (2011: 121) destaca que si bien el nuevo clima le permitió a Mubarak alinearse aún más con Estados Unidos y obtener mayores beneficios económicos al participar en la “Guerra contra el Terrorismo”, además de garantizarse su estadía en el poder como garante contra el “avance islámico”, las reacciones contra la presencia de la superpotencia en la región hizo que los egipcios canalizaran su ira hacia tal país, olvidando el frente doméstico. El régimen pudo permitir así una mayor libertad para manifestarse, ya que no era el target de la bronca, con el efecto de que en las elecciones de 2005 los “independientes”, miembros de la Hermandad, ganaran 88 bancas del Parlamento. Esta nueva avanzada de la agrupación en tanto la oposición más importante al régimen tuvo como corolario el llamado a un “referéndum express” para la reforma de la Constitución en 2007, a partir de lo cuál no solo se limitaron las libertades individuales sino que también se incluyó una enmienda que prohibía los partidos basados en la religión, una medida que debe ser leída en clara referencia al grupo en análisis. Asimismo se intervinieron las redes de financiamiento de la organización, y en las elecciones de 2010 prácticamente no se dejó espacio para la participación limpia, lo que se tradujo en que la Hermandad no consiguiera siquiera un escaño.
Siguiendo a Wickham (2011), puede decirse que durante los 30 años de “reinado” de Mubarak los Hermanos fueron permanentemente asediados. Uno de los guías supremos de la organización, Khayrat Shater, estima que en el período hubo 35.000 arrestos de miembros de la organización, provocando que desde el Consejo se optara por una política pragmática de “auto-restricción” para evitar represalias. En este contexto se inscribe el hecho de que no se presentaran candidatos “independientes” en todos los distritos electorales y que se optara por una estrategia de “acomodación” con el régimen. “En suma, el gran tamaño e influencia de la Hermandad, la hizo más vulnerable a la represión, y consecuentemente más reacia a cruzar la línea roja y movilizar a sus adherentes hacia la calle” (212). Esto claramente explica por qué la organización, a pesar de ser la principal oposición organizada del país, solo se sumó oficialmente a las revueltas iniciadas el 25 de enero de 2011 una vez que fue claro que no se trataba de una manifestación de un grupo minoritario de la sociedad.
Hosni Mubarak, dueño del poder absoluto entre 1981 y 2011.
LA “PRIMAVERA” EGIPCIA
Como fue mencionado al inicio, la Hermandad Musulmana no fue impulsora del ciclo de protestas en la plaza Tahrir que terminaron con la salida de Mubarak del poder, y ello permite comprender los sucesos que han tenido lugar a partir del 3 de julio del corriente año. El carácter secular de esta protesta quedó manifiesto en el hecho de que participaron tanto islámicos como cristianos coptos, protegiéndose entre sí ante la represión policial, sumado al hecho de que las consignas eran en pos del fin del autoritarismo y la democratización de la sociedad, siendo los jóvenes los principales actores. De hecho lo que hizo esta protesta fue cristalizar las divisiones internas que fueron mencionadas anteriormente. La “Vieja Guardia”, personificada en el consejero supremo Muhammad Badie, solo apoyó la protesta cuando la salida de Mubarak era clara, mientras que el ala más reformista conformada por los jóvenes participó de la protesta desde sus inicios, más allá de no identificarse como miembros de la organización, bajo consignas mucho más progresistas que las que la cúpula admitiría. Este hecho llevó a que en los inicios de la transición democrática, tutelada por el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, al anunciar Badie que la organización crearía un partido y que sus miembros tendrían vedado el unirse a otros, muchos exponentes del ala reformista se retiraron de la organización y formaron sus propios partidos, o fueron expulsados como en el caso del reformista el-Fotouh. La falta de consulta del Consejo de Guías a la comunidad más amplia de la organización, nucleada en el Consejo Shura, puso de manifiesto los déficits democráticos en el manejo interno de la Hermandad que, ante las nuevas libertades en puerta, muchos miembros ya no estaban dispuestos a tolerar.
Finalmente la organización creó el Partido Libertad y Justicia, el cual quedaría abierto a personas de todas las religiones, y se presentó como “un partido civil con un marco de referencia islámico”. Mohamed Morsi, miembro del Consejo de Guías, fue nombrado como el presidente del partido, para lo cual resignó su posición en el órgano directivo de la Hermandad. El objetivo era demostrar la independencia del nuevo partido respecto de Hermandad, aunque ello no supusiera que ante cuestiones importantes existieran consultas. Morsi pertenece al ala de los “conservadores pragmáticos” que “combinan conservadurismo religioso con la creencia en el valor de la participación y el compromiso (…) deseosos de cooperar con grupos seculares en el logro de metas comunes, siempre que no requiera la disolución o el abandono del núcleo ideológico Islámico” (Wickham 2011: 210). La autora destaca que si bien este grupo se presenta como abogando por la igualdad y el pluralismo, ello debe ser balanceado con su deseo de preservar su identidad y cultura. Es por ello que la participación política de mujeres y coptos ha sido permitida dentro del partido, pero en la Constitución sigue existiendo una prohibición para que un miembro de estos grupos pueda hacerse cargo del gobierno. Desde ya que no todos los miembros de la Hermandad Musulmana están de acuerdo con estos avances, pero esta es la dirección oficial que el partido tomó para presentarse a elecciones en 2012. Un hecho a destacar es que en 2012 hubo una mujer, Sabah Saqari, compitiendo por ocupar la presidencia del partido, lo cual resulta una muestra un cierto grado de apertura, aunque debe tenerse en cuenta el carácter autónomo del partido, cuyo funcionamiento puede variar ampliamente respecto de la Hermandad Musulmana, institución mucho menos progresista.
De lo dicho se desprende que es claro que los miedos suscitados en algunos sectores de Occidente por la llegada de la Hermandad Musulmana podían ser considerados como excesivos a inicios de 2012 e incluso este mismo año, en cuanto a la posible islamización de la sociedad al estilo de Irán. Ya en la plataforma provisional lanzada por la Hermandad con motivo de las elecciones de 2011 se señalaba que Egipto era un Estado Civil y que no se buscaba imponer una teocracia (Stilt 2010: 90). De todos modos la Constitución aprobada por referéndum en diciembre de 2012, y el proceso de formulación de las mismas, siembra al menos algunas dudas respecto del posible desenlace de este proceso, de no haber mediado las protestas en contra del gobierno desencadenadas por el golpe.
Mohamed Morsi llegó al poder en 2012 com0 candidato de los Hermanos Musulmanes.
ELECCIONES
Muchos de los analistas señalaban que la Hermandad Musulmana “…ha sido el grupo opositor más popular y mejor organizado en Egipto por décadas, por lo tanto parecería desprenderse que debería ganar más votos que cualquiera…” (Totten 2012). Es por ello que ante el miedo que generaba la posibilidad de que arrasaran en las elecciones parlamentarias que se iniciaron a fines de noviembre de 2011, y en pos de demostrar su compromiso con una democracia pluralista, la dirigencia del partido señaló que no presentaría candidatos en todas las jurisdicciones y en principio tampoco presentaría un candidato presidencial. Los resultados de los comicios arrojaron un 45% de votos favorables a los Hermanos, mientras que la gran sorpresa fue que los salafistas, ala más radical del Islam, obtuvieron el 29% de los votos, por lo cual el Parlamento pasó a estar controlado por las fuerzas islámicas. Como señala Samuel Tadros (2012), más allá de si el sistema electoral favoreció a los partidos islámicos, o si los tiempos no le permitieron a los nuevos partidos organizar sus bases, o cualquier otro motivo que se haya esbozado, lo cierto es que los partidos laicos hicieron de su anti-islamismo un eje detrás de lo cual no había ningún contenido común alternativo y allí se originó su fracaso. Más aún, cabe agregar que la mayor parte de la población egipcia es religiosa y vive en zonas rurales, haciendo predecibles los resultados.
Más allá de estos sucesos en las urnas, la nueva mayoría islámica no pudo realmente ejercer el poder, retenido por los actores que han tenido un rol preponderante en la historia egipcia y que continúan siendo árbitros de su política: los militares. Los mismos han intentado, desde la caída de Mubarak, proyectarse como un actor con poder de veto sobretodo en lo que respecta a las relaciones exteriores, mantener su independencia presupuestaria y preservar la inmunidad para no ser juzgados por los crímenes cometidos durante la transición. Todo ello ha sido posible, dado que la conformación de la Asamblea encargada de la redacción de la nueva Constitución no se dio inmediatamente después de los sucesos revolucionarios, hecho al cual contribuyó la conformación del Parlamento con una abrumadora mayoría islámica.
En este contexto puede entenderse que la Hermandad Musulmana finalmente haya presentado a Mohamed Morsi como candidato. La organización había planteado que no participaría en la contienda presidencial, dado que temía que la concentración de poder en su partido fuera una invitación a la invasión de alguna potencia. Ante el hecho consumado de que la mayoría parlamentaria islámica había sido recibida a nivel internacional sin mayores repercusiones y que los avances en torno a la redacción de la constitución estaban siendo prorrogados, el Partido Libertad y Justicia cambió de parecer. No es menor señalar lo acertado de su decisión, dado que el 12 de julio el Tribunal Constitucional decidió disolver el Parlamento, alegando que el acuerdo electoral entre las fuerzas que se había logrado para tales comicios era inconstitucional (El País 14/6/12). Este veredicto, dado por un órgano conformado por miembros de la era Mubarak, puede leerse como un mensaje a los Hermanos Musulmanes respecto de sus posibilidades de concentrar el poder, así como también demuestra los problemas que acarreó una revolución democrática donde muchas de las antiguas instituciones quedaron en pie.
Lo antedicho solo dio como resultado que los votantes pro-Islam, así como aquellos que se oponían a la vuelta a la época previa a la “primavera”, volcaran su apoyo hacia la candidatura de Morsi que ganó con el 51% de los votos en la segunda vuelta. Si bien la Junta retuvo el derecho de veto sobre los artículos de la Constitución a redactarse y dejó bajo sus prerrogativas los asuntos relacionados a la defensa del país, haciendo que la Presidencia ganada por la Hermandad tuviera en principio escaso margen de acción, los resultados electorales demostraron la importancia de la organización en el país, además de darle credenciales democráticas innegables de cara a la comunidad internacional. Asimismo, el discurso dado por Morsi en la Plaza Tahrir pareció escrito a fin de diluir los temores internos y extremos, ya que la autoridad electa se refirió a sí mismo como “el presidente de todos los egipcios” y prometió respetar los acuerdos internacionales, así como respetar el espíritu de la “revolución”.
Por otro lado, los primeros meses de de Morsi en el poder estuvieron marcados por la moderación en un ambiente altamente hostil. Si bien el mismo se enfrentó rápidamente al ejército mediante un decreto que impulsaba el restablecimiento del Parlamento disuelto por el Tribunal, otros hechos tales como la primera composición de las distintas carteras del poder ejecutivo, donde solo cuatro de los dirigentes pertenecían al Partido de Libertad y Justicia, mostró una faceta negociadora de la Hermandad Musulmana en el poder, lejos de todas las miradas estigmatizantes de Occidente. Más aún, ante disturbios suscitados en el Sinaí, Morsi condenó la violencia desplegada aparentemente por Hamas, grupo que se considera como un desprendimiento de la Hermandad. Este dato no fue menor en tanto muestra de su actitud en una zona dominada por jihadistas islámicos, producto de la escasez de fuerzas en cumplimiento de los acuerdos con Israel.
En su primera aparición en el ámbito internacional, en la Asamblea General de Naciones Unidas, Morsi quiso despejar dudas acerca del rumbo que tomaría el país bajo su mando. En este sentido señaló que en Egipto se construiría como “un Estado constitucional, con respeto a las libertades, los derechos humanos y la justicia social y por las minorías religiosas“. Asimismo descartó tajantemente la posibilidad de convertirse en una teocracia e hizo hincapié en que su gobierno respetaría la libertad de expresión siempre que no se utilizara como plataforma de ataque a otras comunidades.
A pesar de este panorama donde la Hermandad Musulmana convertida en gobierno parecía mostrarse ampliamente conciliadora y alineada con las expectativas de occidente de que Egipto avanzara en pos de una democracia, la situación empezó a complicarse producto de la lucha de Morsi por imponer su poder frente a las fuerzas militares y el Tribunal Supremo. Estas dos instituciones, el mantenerse como guardianes del “viejo orden”, llevaron a Morsi a tomar medidas en una dirección que hacía temer su conversión hacia el autoritarismo. En este sentido, a fines de noviembre de 2012, y en pos de evitar que sus decisiones fueran luego revertidas por el Tribunal, Morsi se otorgó poderes exclusivos argumentando estar defendiendo la revolución. Su fin último era que la Asamblea Constituyente no fuera disuelta antes de completar la redacción de la nueva Constitución. Este hecho generó amplias protestas en la Plaza Tahrir, justamente de quienes habían sido los reales promotores de la caída de Mubarak, demostrando que el camino hacia la estabilidad política y económica del país sería mucho más complicada de lo que parecía a mediados de 2012. En este mismo sentido, la redacción de la Constitución fue otra muestra de la incapacidad de los Hermanos Musulmanes para generar consensos. Si bien la mayor parte de los analistas coinciden en señalar que este nuevo texto se distanciaba muy poco del de 1971, no puede pasarse por alto que presentaba artículos que generaban ciertos reparos respecto del papel que el Islam jugaría en la nueva configuración. Más sospechas suscitó el hecho de que la reforma fuera aprobada en menos de 16 horas, en una Asamblea de la cual los partidos laicos opositores se habían retirado y frente a las crecientes protestas que se estaban generando en la calle. Peor aún, el texto fue sometido a referéndum popular tan solo dos semanas después, dejando poco lugar para que el pueblo egipcio pudiera analizar el texto y votar en consecuencia. A pesar de que el “si” triunfó por casi un 64%, el porcentaje del padrón electoral que concurrió a votar fue menor al 35% y no fueron pocas las ONG que denunciaron irregularidades.
Ante este clima enrarecido en que las protestas contra el gobierno de Morsi se hicieron más frecuentes en las calles y la situación económica se deterioró abismalmente, el primer intento de la Hermandad Musulmana de controlar legítimamente el país tenía los días contados. El cambio de gabinete de Gobierno, que tuvo lugar en mayo de este año, no hizo más que corroborar las denuncias de la oposición que señalaban que se estaba dando una “hermanización” del Estado, cerrando cualquier posibilidad al diálogo entre las distintas fuerzas. De allí al surgimiento del movimiento Tamarod, que impulsó con masivas protestas la dimisión de Morsi, solo había un paso. Cuando Morsi hizo caso omiso a esta amenaza que ya contaba con el respaldo del cuerpo militar, aduciendo su legitimidad democrática, el general Abdul Fattah al-Sisi concretó el golpe de estado el 3 de junio. Este hecho no solo perjudicó a los Hermanos Musulmanes, sino que también tiró por la borda el primer experimento democrático luego de décadas de autoritarismo, con el curioso beneplácito de muchos de los que habían estado en la Plaza Tahrir luchando para que Mubarak renunciara en 2011.
Debe destacarse que la reacción de la comunidad internacional ha sido controversial, en cuanto ha sido mucha la resistencia para denominar desde un inicio a estos sucesos como “golpe de Estado”. La represión que se ha desencadenado desde la suspensión de la Constitución y la asunción como presidente interino de Adly Mansour, juez del Tribunal Supremo, han hecho inevitable que tanto desde Estados Unidos como desde Europa surgieran las voces de condena.
Plaza Tahrir, un símbolo de la protesta.
DE CARA AL FUTURO
La situación actual plantea serios interrogantes respecto del futuro de la organización. Luego de ser depuesto, Mohamed Morsi ha sido encarcelado y llevado a juicio por incitar la violencia. Pero el ex presidente no ha sido el único miembro de la Hermandad que ha tenido tal destino: tanto Khairat al-Shater, el segundo hombre en la conducción, como su líder supremo Mohammed Badie han sido detenidos bajo la misma acusación. Más aún, el pasado 23 de septiembre los Hermanos Musulmanes han sido proscriptos nuevamente por un tribunal que además ordenó la confiscación de todos sus bienes. Esto fue posible por la denuncia presentada por el partido Tagamu, de orientación comunista, que alega que la organización posee un brazo armado secreto. De todos modos, el brazo político de la organización, el Partido de la Libertad y la Justicia, podrá seguir funcionando por no existir ningún vínculo orgánico, aunque en el actual clima de represión poco pueda hacerse por los canales institucionalizados.
Para concluir, cabe preguntarse por el futuro no solo de la organización, sino también del país en su totalidad. Indiscutiblemente, más allá de los errores que el gobierno de Morsi ha tenido durante su año en el poder, los Hermanos Musulmanes son la organización más importante en Egipto, con la que difícilmente los militares logren acabar. Más aún, es innegable que gran parte de la población profesa el islamismo y desea un gobierno que respete sus creencias. El desafío entonces radica en lograr que las fuerzas que abogan por una sociedad secular de corte occidental, las mayores protagonistas de los sucesos de inicios de 2011 que luego tristemente celebraron el derrocamiento del gobierno democráticamente electo, puedan dialogar con esta otra mayoría defensora del Islam, y viceversa. De otro modo, los únicos ganadores serán las fuerzas militares egipcias que, bajo el pretexto de presentarse como moderadores, seguirán controlando el Estado en su propio beneficio y sin contribuir de modo alguno al desarrollo económico y social del país.