Un equipo de la Red de Seguridad y Defensa de América Latina (Resdal) estuvo durante un mes en la isla caribeña para comprobar los resultados de la MINUSTAH. Por Lauro Noro
El estudio de campo -dirigido por Marcela Donadío, secretaria ejecutiva de Resdal, con la colaboración de Renata Avelar Giannini, del Brasil; de la doctora Carina de los Santos Gilomén y Juan Rial, de la República Oriental del Uruguay; y Patricia de Valenzuela, de la Argentina- tuvo un claro objetivo. Buscó develar las lecciones y experiencias del personal de peacekeeping (tropas de pacificación) sobre el impacto de la violencia de género en las zonas de conflicto. De esa manera, pudieron identificar las acciones para actuar en la prevención y erradicación de ese flagelo. Aquí, cabe recordar que el componente militar desplegado en Haití está integrado por 8728 efectivos, de los cuales 5078, o sea el 58 por ciento, es latinoamericano. “El contexto socioeconómico problemático de América Latina ha sido paradójicamente considerado como una ventaja comparativa en las operaciones de mantenimiento de la paz, porque la tropa reconoció la necesidad de la población local, que la ubicó en una mejor posición para lograr una respuesta adecuada”, consigna el documento de cuatro partes. Y agrega que “los militares latinoamericanos tienden a ver a otras regiones contribuyentes como culturalmente muy diferentes de la de los haitianos y, en su opinión, menos aceptadas. Por eso, son propensos a generar vínculos más cercanos, incluso a desarrollar lazos de amistad”. Sin embargo, advierte que sobre la violencia sexual y otras formas de violencia de género, el componente militar está en un segundo plano. “No parece estar involucrado con la prevención, tratamiento y erradicación de la SGBV (Sexual and Gender-Based Violence) o Violencia Sexual y de Género”, afirma en uno de sus párrafos. También sostiene que “la policía, y en particular la haitiana, investiga y detiene a los criminales, pero debido a la falta de capacidad y estructura, la mayoría de ellos son nuevamente devueltos a la calle. Además, hay un problema cultural, ya que se considera normal la violencia contra la mujer. Las víctimas, incluso, parecen defender al perpetrador, no quieren informar por temor a las consecuencias, ni entienden la violencia como algo anormal y no son conscientes de sus derechos como mujeres”.
Con la visita a los contingentes militares latinoamericanos, concluyeron sobre “la poca o ninguna capacitación sobre género antes de su despliegue, así como la formación recibida una vez en el terreno. A pesar de las directivas de la ONU en la materia, no había acciones especiales en ellos para proteger a mujeres y niños como grupo vulnerable”. Los argumentos esgrimidos pusieron el acento en que “la presencia militar era, de por sí, un factor de disuasión para inhibir la violencia y que ha funcionado para mejorar la situación de seguridad de las mujeres y la población en general”. Y sobre todo, en que las fuerzas militares tienen distintos enfoques sobre el problema. “Mientras Brasil muestra uniformidad en las doctrinas y acciones, haciendo hincapié en una colaboración más estrecha con la población y una presencia constante y notoria, los batallones uruguayos, por ejemplo, difieren en la estructura organizacional y comportamiento. Los argentinos parecen tener el factor cultural como parte del discurso oficial ante el fracaso o las lentas mejoras en estos casos”. Esa falta de uniformidad en las acciones y procedimientos ha llevado “a la ausencia de puntos focales de género y de conocimiento sobre la existencia de esta función. Con excepción de la Argentina, la Unidad de Género no ha sido capaz de difundir políticas comunes en el entrenamiento de las tropas”.
Un dato sobresale al recorrer las páginas del instrumento. A pesar del impulso de la ONU por incorporar mujeres militares en la primera línea para mejorar la respuesta en este tema, el porcentaje de ellas en el campo es solo del 2 por ciento de las tropas de América Latina y el 1,4 por ciento del personal militar en general.
La acción argentina
Nuestro país tiene desplegados 713 soldados en el departamento de Artibonite, a pocas horas de Puerto Príncipe. Su base está en Gonaives. Es uno de los pocos batallones conjuntos con personal de las tres Fuerzas Armadas. Un detalle que destacan. “A pesar de algunos problemas de coordinación, la integración ha sido un éxito. Cada una de ellas recibe una capacitación previa al despliegue y después de un mes, el personal cumple con entrenamiento conjunto en el Centro Argentino de Entrenamiento Conjunto para Operaciones de Paz (Caecopaz)”. Como está desplegado en una zona rural de Haití, fuera de la capital, sus retos son diferentes. “Los efectivos consultados sostuvieron que los pobladores de las afueras están menos acostumbrados a la caridad y más dispuestos a mejorar sus condiciones de vida”. Y con respecto al problema de la violencia contra las mujeres, está atribuido a una cuestión cultural. “La sexualidad y la familia son vistos de una manera diferente. Esto lleva a identificar el tratamiento del SGBV como algo normal. Por eso, los soldados antes de partir reciben un curso de cultura haitiana donde abordan la estructura familiar, valores y costumbres”, subraya en uno de sus párrafos. Aquí, los hombres del batallón argentino ponen de manifiesto “el importante papel de la mujer haitiana como centro de la sociedad ligado con su paradójica situación de vulnerabilidad y sometimiento. Es la responsable del soporte económico de la familia y figura de referencia para los niños”. Por eso, el trabajo refiere que la violencia familiar se produjo “cuando los hombres golpearon a las mujeres por no llevar suficiente dinero o alimentos a sus hogares”. En cuanto a la violencia sexual, la opinión obtenida es “que la sexualidad es un tema abierto. La gente por lo general tiene más de una pareja, tanto ellas como ellos. El sexo es algo normal. En algunos casos las mujeres son víctimas de esta violencia pero no la denuncian porque no la perciben como tal”.
La presencia militar tuvo un sostenido efecto. “Se convirtió en un factor inhibidor de la violencia a través de la disuasión. Y sobre todo, la doméstica. Los argentinos aseguran que no detectan más casos no porque no ocurran, sino porque cuando los hombres ven pasar a las patrullas, evitan comportarse de ese modo”. Otro de los factores que llamó la atención sobre las fuerzas de la Argentina fue “el intento por seguir algunas de las resoluciones de la ONU referidas a la mujer, la paz y seguridad”. En este punto, el escrito analiza que desde el Ministerio de Defensa, “el país ha sido parte de un proyecto piloto en la formulación e implementación de un plan nacional de acción para aumentar la participación de las mujeres en las Fuerzas Armadas”. Esas intenciones, aclara, incluyen los roles de combate para las mujeres porque, por lo general, “ellas provienen del cuerpo profesional y por lo tanto, permanecen en gran medida, dentro de la base”. Como ejemplo, detalla una entrevista a cuatro mujeres militares en Saint-Marc, que participaron activamente en las patrullas. “Percibieron que se produjo una relación más estrecha con la población cuando se presentaron, en especial con los niños huérfanos”. Esa tarea se ve potenciada en una escuela apadrinada por el Argbatt. “El personal femenino concurre con frecuencia para hablar con las chicas jóvenes sobre diversos temas”.
Los otros países
La estrategia del Brasil, según los especialistas, “se basó en la prevención y disuasión de la violencia con una presencia constante y notoria. Es la más ostensible, como lo muestra su equipamiento y el tipo de vehículos y armas utilizados”. Con una particularidad: “Entre 2006 y 2007, su trabajo fue objeto de interés internacional cuando tranquilizaron varias áreas dominadas por pandillas caracterizadas por altos índices de criminalidad. De esa manera, la gente pudo regresar a sus hogares y moverse con seguridad por los barrios Bell-Aire, Cité Soleil y Cité Militaire”. La violencia contra las mujeres fue abordada con esa perspectiva. Además, destacan el proyecto de Reducción de la Violencia en la Comunidad (CVR) y que los propios brasileños denominaron “limpieza de la cuadra”. Con uno de los programas, denominado “Dinero por trabajo”, la población seleccionada recibe un pago por limpiar su entorno y materiales para pintar sus casas y un poste de luz a energía solar para mejorar el aspecto y la seguridad. Sin embargo, apuntan en sus conclusiones a que el principal desafío que deberá enfrentar el contingente carioca es “evaluar el impacto de estos proyectos en la reducción de la violencia sexual en su área de responsabilidad. Muchos de los casos que se reportan tienen errores de definición y carecen de un patrón común de presentación. Pero, además, hay una falta de conciencia respecto del SCBV y otras formas de violencia, que se traduce en la ausencia de investigaciones sobre el impacto de estos valiosos proyectos”. Al respecto y cuando registran la opinión de los soldados, reitera que “las constantes patrullas, la postura del militar, las armas y los vehículos utilizados sirven para inhibir la violencia y disuadir peligros inminentes. Así, la violencia sexual también es prevenida”.
En el caso de Bolivia, consigna que las 18 mujeres militares desplegadas son las únicas que participan periódicamente en las patrullas junto con sus compañeros y hacen las mismas tareas que los hombres. Es lo que les permite un contacto más cercano con mujeres y niños.
Los chilenos, por su parte, “no están involucrados en operaciones de lucha contra las drogas ni en la persecución de delincuentes. Además, parecen estar menos ocupados en actividades de cooperación cívico-militar. Lo hacen de manera intermitente y dependiendo de la cantidad de recursos y la disponibilidad para organizarlos. Ningún efectivo cumple funciones con los casos de violencia sexual. El personal del batallón afirmó que no se encontraron muchos en su zona y no mencionaron al poder de disuasión como un factor para beneficiar a las mujeres locales”, destaca el informe.
La fuerza más numerosa y con mayor experiencia en operaciones de mantenimiento de la paz es la de los cascos azules uruguayos. Tiene 1109 soldados desplegados en las ciudades de Gonaives, Fort Liberté, Jacmel y Port Salut. “Esa característica es la que los distingue. Muchos habían sido desplegados por tercera, cuarta o quinta vez en el mismo batallón y por eso, conocen el idioma y a la gente. Y la segunda, es que estuvieron en el Congo antes de llegar a Haití, en un entorno de seguridad completamente diferente y peligroso. Algunos se mostraron frustrados porque no se sentían en su rol de soldados sino en el de trabajadores humanitarios”. Como colofón, rubrica que “el problema más grave que enfrentan se refiere al tráfico de drogas y de niños, a la trata de mujeres y a los disturbios políticos”.
Las conclusiones
El trabajo de los cuatro especialistas concluye que “el componente militar está considerado como el más fiable de las fuerzas de seguridad desplegadas en Haití. Sin embargo, es el menos involucrado en actividades que ayuden a aumentar el compromiso de las mujeres en la sociedad y disminuir su condición de vulnerabilidad”. Destacan que “ha logrado mejorar las condiciones de seguridad general en algunos barrios peligrosos de la capital y en los campos de refugiados y desplazados. Pero no llevaron a cabo ninguna acción destinada a promover un entorno más seguro para las mujeres y las niñas”. El documento también revela que “son ignoradas o simplemente desconocidas por la mayoría de los entrevistados, una serie de políticas y directrices para la aplicación de la política de género de la ONU”. Con excepción del batallón argentino, ninguno estaba al tanto de la existencia de una posición denominada “punto focal de género. No existe todavía una política en ese sentido para promover acciones coordinadas entre los contingentes”.
El idioma sigue siendo uno de los mayores problemas que enfrentan los soldados. Así lo refleja el escrito. “La lengua dominante es el inglés. La única forma de operar eficazmente donde el combate no es lo principal, sino la presencia y lograr la confianza de los locales, es manejarse con la lengua madre. No hacerlo aparece como una ‘incrustación’ en el país, una ‘burbuja’ dentro del encuadre formal”. Por eso, se recomienda hablar también francés. Y proponen que el soldado “debería ser” a la vez que combatiente “diplomático militar, fino observador de la realidad y por lo tanto, poseer mínimos conocimientos de sociología, análisis político, relaciones internacionales y cierta capacidad como asistente social. Hoy, está muy lejos de eso”.
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