“Debemos prepararnos para una guerra larga”. Declaraciones del ministro de Defensa de Francia Jean-Ives Le Adrian, luego del atentado a Charlie Hedbo en París

 

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Como es de conocimiento de la mayoría de nuestros lectores, DEF lanzó en el mes de diciembre una edición especial para conmemorar la llegada del número 100. También allí dimos amplia cobertura a un seminario de seguridad regional organizado por nuestra editorial. en conjunto con la DAIA, la Universidad Jorge Tadeo Lozano de Colombia y la ONG Viva Río de Brasil. Allí reafirmamos lo que hemos procurado desde el inicio de nuestro proyecto hasta casi llegar a nuestros diez años de existencia: desarrollar temas “que generaran agenda”.

Por cierto, los dramáticos acontecimientos de este verano (invierno boreal) no han hecho más que corroborar lo que desgraciadamente analistas, periodistas y académicos plasmaron en documentos y exposiciones tanto en el seminario desarrollado en la UCA, como en la treintena de columnas especiales de aquellos intelectuales y expertos a quienes invitamos a publicar en nuestro número especial. Me permito sugerir su relectura porque, en sus dichos, hay claras premoniciones que apabullan, a la luz de los gravísimos acontecimientos que hoy ocurren en el mundo.

La aldea global es cada día más infinitamente pequeña y está rasgada por un largo camino de desaciertos en la política internacional de las grandes potencias, desde que en 1989 el Ayatolá Jomeiní condenó por apostasía a Salman Rushdie por su libro Los versos satánicos, hasta la publicación en estos días de la novela Sumisión de Michel Houellebecq, que escandaliza a toda Europa porque en su trama fantástica el Islam arriba al poder en Francia. Esa es la aldea global, que tuvo hace semanas los diecisiete muertos de París y los cuatro millones de manifestantes repudiando el atentado contra Charlie Hebdo, también tuvo la muerte de un fiscal en Buenos Aires vinculado a pistas iraníes investigadas en el atentado ocurrido en el año 1994 contra nuestra mutual judía AMIA, así como los imperdonables desastres humanitarios perpetrados por Boko Haram en África y las situaciones traumáticas provocadas por las cinematográficas ejecuciones del Estado Islámico en el desierto de Siria o de Irak. No podemos eludir, en este racconto, la emergencia internacional de los millones de refugiados y desplazados que toda esta situación genera. Todo ello, reunido, crea un estado de desesperanza con consecuencias para el mundo entero, que excede completamente a cada uno de esos lugares de conflicto.

Quiere decir esto que después de un conmovedor grito occidental de “Je suis Charlie” en honor a aquellos periodistas asesinados, y la respuesta de la misma intensidad desde el mundo musulmán de “Je suis Mohamed” en contra de la satirización del profeta de su religión, solo queda por decir que estamos ante un mundo peor, un mundo más oscuro, menos tolerante donde la veta fascista ya ve al enemigo en el inmigrante y no en el fundamentalismo radical, donde empieza la hora del ultranacionalismo, de la xenofobia y del mesianismo.

Un cambio profundo y complejo verificado a partir del final de la Guerra Fría, que se acentuó con los atentados del 11 de septiembre de 2001, fue el surgimiento de un nuevo paradigma. El terrorismo transnacional se convirtió en un actor global, operativamente independiente y con fuentes autónomas de financiación, que funciona como una suerte de “franquicia” desplazándose por todo el planeta. Un claro ejemplo de ello es la red Al Qaeda y sus grupos afines, diseminados especialmente en Medio Oriente y África, pero con capacidad de golpear las principales metrópolis europeas y el propio corazón financiero y político estadounidense.

Si limitamos el análisis a la última década, de acuerdo con el Barómetro de Conflictos elaborado por la Universidad de Heidelberg, en 2005 existían en el planeta 249 conflictos políticos, de los cuales solo dos de ellos recibían abiertamente la calificación de “guerras” y 22 eran considerados “conflictos altamente violentos”. Mientras tanto, en el frente del terrorismo internacional, el 11 de marzo de 2004 se habían producido los atentados en Atocha, en Madrid, con un saldo de 191 muertos, y el 7 de julio de 2005 se produciría el atentado contra el metro y las redes de buses de Londres, con un saldo de 56 muertos. En ambos casos, quienes reivindicaron los actos “justificaron” sus acciones como una represalia por el apoyo brindado, respectivamente, por los gobiernos de José María Aznar y Tony Blair a la campaña militar de George W. Bush contra Irak en 2003.

Lejos de estabilizarse, la zaga de conflictos internacionales llegó en su punto de mayor virulencia en 2013, con 414 conflictos, de los cuales 45 eran calificados como “altamente violentos”. La guerra civil en Siria, la entrada en escena del Estado Islámico (EI) y la “Primavera Árabe” en Medio Oriente y el Maghreb desestabilizaron una región muy sensible del planeta. La caída de dictaduras longevas, como las de Hosni Mubarak en Egipto, Muamar Gadafi en Libia o Alí Abdullah Saleh en Yemen, sumaron tensión. A partir de marzo de 2013, y ya fuera de esa zona caliente del planeta, debemos sumar un grave conflicto en el patio trasero de Europa: la anexión de Crimea por parte de Rusia y el intento de secesión de dos regiones rusófonas del este de Ucrania (Donetsk y Lugansk).

En lo que se refiere al terrorismo internacional, a pesar de la desaparición física de Osama Bin Laden en mayo de 2011, el grupo se mantiene activo a través sus filiales, como Al Qaeda en el Maghreb Islámico (AQIM) y Al Qaeda en la Península Arábiga (AQAP). Hoy el foco de la atención internacional está puesto en Irak y Siria: la anarquía reinante en estos dos países clave de Medio Oriente despierta el temor de un nuevo Afganistán, es decir, una base de operaciones para grupos terroristas asociados al fundamentalismo islámico del EI. Se ha convertido además en una Meca de peregrinaje de jóvenes europeos de origen árabe y musulmán, como los hermanos Cherif y Said Kouachi, responsables de la masacre de Charlie Hebdo en París, quienes poco tiempo antes habían regresado de Siria.

Mientras tanto, en África, el clima de violencia se ha acentuado. De hecho, durante 2014 solamente en Nigeria se registraron más de 10.000 muertos por ataques terroristas, en tanto que la cifra alcanzó los 800 muertos en Kenia, dos de los países más golpeados por la violencia terrorista. En Nigeria el foco de atención está puesto en la organización Boko Haram (que significa “la educación occidental es pecado”, en una rudimentaria traducción al castellano). Por su parte, el grupo Al-Shaabab sigue lanzando ataques en territorio somalí y en el vecino Kenia contra iglesias y pastores cristianos para incitar al odio religioso. Su golpe más siniestro se produjo en septiembre de 2013, cuando un grupo comando copó el concurrido shopping mall Westgate, de Nairobi, y resistió durante 48 horas el asalto de las fuerzas militares locales, lo que dejó un saldo de 67 muertos.

Este más que reducido cuadro de situación está absolutamente alejado de las previsiones que los analistas internacionales hicieron hace una década sobre la marcha del mundo. La democracia y el capitalismo parecían entonces fórmulas imbatibles y era el objetivo a conquistar para quienes no pertenecieran a ese selecto club que, con comodidad, lideraban los EE. UU. Tal como manifiesta Rosendo Fraga en su columna de diciembre en DEF, a cada administración americana se le presenta al inicio de su mandato una prospectiva de alrededor de dos décadas adelante sobre escenarios futuros. En general hay aciertos, pero en todos los casos ocurre que los hechos acontecen a una velocidad impensada, acortando sensiblemente las previsiones analizadas. Este es un dato más para asegurar que el desafío que presenta este complejo primer tercio del siglo XXI es decididamente descomunal por la rapidez con que acontece, y pareciera que de nada o poco servirán los casi 700 billones de dólares que los americanos invierten en defensa para evitarlo. Más lógico parece pensar en que mucha inteligencia y mucho sentido común serán necesarios además para afrontar este tipo de conflicto. El ministro de Defensa francés, Jean Le Arian, advirtió: “Debemos prepararnos para una guerra que será larga”. El funcionario seguramente no se equivoca y es allí donde falla el ciudadano medio americano, para quien el conflicto prolongado, asimétrico y sin victorias aplastantes, es quizás el mayor y más complicado desafío a digerir. Aún vivimos tiempos como para la recién estrenada película El francotirador de Clint Eastwood, donde priva el patriotismo y el honor por sobre todas las cosas, pero el camino es corto para llegar a Regreso sin gloria, aquel drama desgarrador sobre la guerra de Vietnam que protagonizaron Jane Fonda y Jon Voight en 1978 y que fue engalanada con varios Oscar. Esos cambios de humor ya fueron vividos y finalizaron con grandes y estruendosos fracasos.

La situación registra algunos aliados fenomenales como para que occidente no tenga casi nada a favor en los años por venir. A saber:

– Una sociedad cada vez más hedonista, aferrada a los bienes materiales y a la obtención de la felicidad en el presente. En general, poco espiritual y poco afecta al sacrificio y que procura evitar el dolor y el sufrimiento, muchas veces casi como un fin en sí mismo. Esa sociedad enfrenta un terrorismo extremo con reglas que legitimizan los procedimientos más sórdidos, que encuentran en su propio martirio la salvación y que ven en su enemigo al infiel que es la razón de todas las impurezas del mundo.

– La comunicación y las redes sociales: la extraordinaria difusión del ataque a las Torres Gemelas en 2001, que multiplicó por millones el efecto devastador de la operación realizada, fue solo la muestra de lo que la instantaneidad y el cambio de paradigma en las comunicaciones trajo para el nuevo siglo. Hoy las posibilidades de sembrar el terror son no solo extraordinarias, no solo en tiempo real, sino que además son cada día más económicas y recorren el planeta en escasos segundos. Un europeo degollado en el desierto o un niño jugando con la cabeza de un soldado kurdo provocan un efecto devastador multiplicado a la enésima potencia por los medios y las redes sociales.

– La evolución tecnológica: desde algún punto de vista, quizás sea este el más aterrador de los aspectos que pueden analizarse para el porvenir. Ni siquiera los más audaces tecnócratas pueden asegurarnos dónde estaremos ya no en el 2050, sino en la próxima década. Qué giros y hacia dónde nos llevará ese impulso tecnológico, los nuevos mapas del ADN, la aplicación de la nanotecnología en miles de proyectos, los cambios industriales vinculadas a las apenas incipientes aplicaciones de 3D, la cibernética del futuro, la bioimpresión de prótesis de órganos y tejidos del cuerpo humano, la teletransportación, los androides y las posibilidades de hacer la guerra sin la intervención humana directa solo algunos de esos aspectos. Ellos, en parte, solucionarán millones de problemas, habrá además un fuerte abaratamiento de estos desarrollos, muchos de los cuales ya existen. Ahora bien, todo ello caído en las manos equivocadas, puesto a disposición de un grupo de fanáticos dispuesto a todo, podrían permitir hacer un daño infinitamente superior al que conocemos hasta hoy. Solo un ejemplo para inquietarnos: ¿podría Occidente soportar sin paralizarse que uno de cada cinco aviones de transporte de pasajeros que cruzaran el Atlántico explotara en manos de un suicida o por la acción de un dron hiperdesarrollado que existirá en pocos años? Esta pregunta, que hoy solo puede ser respondida buceando en las novelas de Bradbury o Asimov, podría volverse una realidad en el futuro cercano.

El entramado es complejísimo y tampoco resulta fácil para el terrorismo islámico, debido a las infinitas internas entre Al Qaeda, Hamas y el propio Hezbollah para obtener la supremacía que les garantice, entre otras cosas, las fuentes de financiamiento. Fuentes que son provistas por aquellos países que se favorecen de esta lucha por cuestiones religiosas, geopolíticas y aun, económicas. La guerra está declarada y no habrá un paso atrás de parte de aquellos que interpretan la religión como una verdad irrefutable. Aquellos para quienes la superioridad del Islam los invita a inmolarse y a intentar transformar a los integrantes del mundo entero en “soldados de Alá”.

En diciembre pasado, en nuestro seminario, Ely Karmon, famoso investigador del International Institute for Counter-Terrorism del Interdisciplinary Center (IDC) manifestaba: “El objetivo estratégico final en esta guerra es lograr una hegemonía, no en el Golfo o Medio Oriente, sino en todo el planeta. Ese es el método de lucha, el método que legitima el terrorismo y la subversión política”. Quizás los infinitos y malogrados esfuerzos del gobierno japonés por salvarle la vida al periodista Kenji Goto (de la cadena televisiva NHK), secuestrado en Siria y decapitado hace pocos días, sea un ejemplo más de la internacionalización del conflicto.

Curiosamente, al mismo tiempo se produjo en Francia un mayúsculo escándalo a raíz de un interrogatorio policial realizado en Niza a un niño de ocho años que declaró en su escuela su apoyo a los terroristas. Hamed le dijo a su maestro: “Je suis avec les terroristes” y de allí en más fue objeto de acciones del propio colegio y de interrogatorios en la comisaría del lugar, que obviamente muchos consideraron inadmisibles en un estado de derecho.

Quizás estas situaciones no vinculadas en nada marcan el grado de tensión general que tan graves acciones terroristas provocan y, al mismo tiempo, el infinito esfuerzo que Occidente deberá realizar para dar batalla y ganarla, sin caer en la xenofobia y el autoritarismo. Si ello no ocurriera, finalmente quedará afectado nuestro propio sistema de vida, ese que nos llevó siglos y millones de vidas construir.

Dijo Franciso: “El fanatismo y el fundamentalismo, así como los miedos irracionales que propicia la discriminación, deben ser enfrentados con la solidaridad de todos”. No son estas inocentes palabras que parten de un guía espiritual sino que, por el contrario, conllevan un mensaje de integralidad y convocan a la imprescindible unión para lograr afrontar con éxito a estos mensajeros de la muerte.