Defensor férreo de la laicidad, el actual editor de la publicación satírica Charlie Hebdo da su visión crítica sobre el rol político de las religiones y sobre el problema musulmán en su país. Por Juan Ignacio Cánepa.
¿De qué manera, según su mirada, una religión se transforma en un programa político?
A partir del momento en el que cesa de ser simplemente una fe, para convertirse en un instrumento de control social y político. A partir del momento en el que empieza a ejercer un control sobre el colectivo, se convierte indefectiblemente en un programa político. Desde el momento en el que busca imponerse a una masa, a un colectivo, sobre todo si pretende hacerlo sin que haya lugar para cuestionarla, para la discusión. Ahí se convierte en política.
¿Esto es así con todas las religiones?
La historia demuestra que ha sido así con aquellas que denominamos las religiones de la Biblia, es decir, el cristianismo, el islam, el judaísmo, con una pequeña salvedad para el caso del judaísmo, que en el pasado nunca había tenido un estado, y hoy tiene a Israel. El problema con el judaísmo es cómo definir quién es judío, ¿lo es porque pertenece al pueblo judío o porque es creyente?… Hay un número incalculable de judíos ateos. La gran mayoría de los judíos son laicos y han luchado siempre por la laicidad. Pero lo que sucede hoy es que hay un estado, Israel, que en principio es laico en su constitución, pero está dirigido por un gobierno que se apoya en los partidos religiosos y religiosos integristas para mantener el poder. Es una cuestión puramente política.
Para el cristianismo y el islam es diferente, porque a diferencia del judaísmo, son religiones proselitistas, es decir, tienen una esencia política desde el comienzo, apuntan al mundo entero. Eso hace que hayan sido potencias políticas a lo largo de lo historia y que lo sigan siendo hoy. Hay que recordar que el Vaticano es un Estado, y uno de los más ricos del mundo, dicho sea de paso. El islam hoy reina sobre un numero muy considerable de Estados.
¿Cómo se hace para respetar las creencias de cada uno?
Hay un instrumento muy sencillo, que se llama laicidad, que establece que el Estado no tiene religión, es ateo y considera que los ciudadanos no se definen por su pertenencia religiosa o comunitaria, sino por la pertenencia a la nación.
¿La democracia tiene que ser necesariamente laica?
Para mí no es posible tener una democracia verdadera sin laicidad, sin una separación estricta entre poder religioso y entre poder civil y, sobre todo, entre discurso religioso y entre discurso político, porque uno de los principios de la democracia es que todas las leyes están sujetas a la crítica, al debate, y que pueden ser cambiadas. De hecho, se cambian todo el tiempo. El problema de una ley religiosa es que se decreta eterna. Por supuesto, se puede interpretar, discutir, pero en el interior de la religión, nunca por fuera. En el fondo nunca cambia realmente. Le tomó varios siglos a la Iglesia católica, por ejemplo, reconocer a Galileo, admitir que la Tierra no era plana. La democracia aspira a mejorar la sociedad, no lo logra siempre. Yo no digo que sea un instrumento perfecto, pero su principio es el de buscar la mejora de la sociedad y la emancipación de los ciudadanos. La religión es lo contrario, tiende a fijar la sociedad, a hacerla regresar cuando han evolucionado y no busca la emancipación de los ciudadanos, sino su control mediante el discurso.
“Los dirigentes del islam, los dirigentes religiosos, no hacen autocrítica”.
Europa y el islam
¿Ve usted una solución posible al conflicto actual que se manifiesta en Europa en relación al islam?
El problema de Europa hoy es que es víctima no solo a nivel religioso, sino también a nivel social y estatal. Vive un repliegue identitario, es decir, tenemos un cierto número de estados que tienden a definirse ya no en base a la pertenencia a una comunidad europea, sino que se repliegan sobre identidades que podríamos llamar culturales o históricas. Se oye mucho a dirigentes políticos hablar de las raíces cristianas de Francia, que no tiene nada que ver. Por supuesto que Francia tiene raíces cristianas, pero tiene también muchas otras, raíces de la civilización romana, pagana, bárbara. Nuestros ancestros, los galos, no eran cristianos, por lo que es realmente idiota afirmar que solo tenemos raíces cristianas. El problema es que tendemos a replegarnos cuando deberíamos hacer lo contrario, abrirnos. Las religiones se apoyan en eso, juegan con eso, se toman del poder de rechazo del otro y de repliegue. En ese contexto, desafortunadamente Europa está lejos de dejar de sufrir. Mientras en ciertos países las fuerzas políticas e intelectuales, que son las que deberían oponerse a este repliegue identitario, sigan acentuándolo.
¿Piensa en alguien en particular?
Pienso en ciertas izquierdas en Europa, puntualmente en Francia, y en ciertos partidos de izquierda que por motivos electoralistas prefieren apoyarse y sostenerse sobre el comunitarismo por sobre el universalismo, que es donde deberían apoyarse.
¿Están los políticos a la altura de este desafío?
Es una gran pregunta. Hace falta que Europa tome conciencia de por qué existe hoy. El pecado original de Europa, para usar un término religioso, es el haber sido construida a la inversa, quiero decir, primero como una comunidad económica y no como una comunidad política. Hoy vemos que trata de volver a subirse al tren, pero vemos que no funciona, porque todas las instituciones europeas son instituciones en principio económicas y lo político no les interesa. Les interesa el libre mercado y la libre competencia, pero la circulación de ideas no les interesa para nada.

Sátira, política y religión
¿Nos vamos a morir de tanta corrección política?
No, no vamos a morir de corrección política. Hay un problema con esa expresión, hoy se ha convertido en un fin en sí mismo, ya no se puede sostener un discurso sin riesgo de ofender a alguien. El problema es que desde el momento en que se tiene un discurso político o intelectual, uno va a ofender a alguien. En algún lado habrá alguien que va a sentirse personal o colectivamente afectado. Entonces, efectivamente, hoy lo políticamente correcto impide un poco que tenga lugar ese discurso político y ese debate que debe existir.
Lo paradójico es que con la llegada –y hoy, la hegemonía– de Internet y de las redes sociales, la violencia totalmente descontrolada que allí se ejerce se ha convertido en una forma de expresión, que va camino a salirse de la virtualidad de las redes sociales para expresarse, porque hay toda una generación que no ha conocido nada más que eso. Hay adolescentes que hoy comienzan a informarse, a leer, a intercambiar ideas a través de Internet y de las redes sociales, a través de esta forma de violencia que consideran totalmente normal y natural, cuando no lo es. Esto explica por qué cuando uno en Facebook dice algo tan simple como “no me gusta tal película”, puede recibir una cantidad de insultos por parte de internautas que aman esa película. Hasta llegan a decirte que mereces la muerte.
Por lo tanto, por un lado tenemos una corrección política que se ha convertido en una especie de religión y, por el otro, una realidad que está bien lejos, que, por el contrario, es la expresión totalmente desinhibida de sentimientos y de pulsiones.
¿Qué lugar ocupa la sátira en el periodismo político actual?
Hay pocos periódicos satíricos. En Francia hay dos, Charlie Hebdo y Le Canard Enchaîné, que es un viejo periódico nacido en 1917, durante la Primera Guerra Mundial. Hay múltiples puntos en común entre ambos: en primer lugar, sus dibujantes. Son dos periódicos que no usan fotografías, que usan solamente los dibujos como expresión visual y también intelectual. En los periódicos clásicos hay una o dos caricaturas editoriales, nada más, mientras que en estos hay solo eso. Todo lo que no es un artículo es una caricatura editorial. El segundo punto en común es que son publicaciones totalmente independientes, que no pertenecen a ningún grupo de prensa y que viven solamente de las ventas y de los abonos de sus lectores. No hay ningún tipo de publicidad en ninguno de los dos. Esto significa que no somos dependientes ni de un grupo de prensa –que podría presionar por motivos económicos–, ni de anunciantes a quienes siempre se debe cuidar de no agitar mucho si se quiere seguir trabajando y publicando.
¿Ha sido usted testigo de algún tipo de discurso autocrítico por parte de referentes del islam después de alguno de los atentados?
Los dirigentes del islam, los dirigentes religiosos, no hacen autocrítica. Ellos reconocen evidentemente que la violencia no está bien, que el terrorismo no está bien, que el totalitarismo no está bien, pero, al igual que la religión que representan, están en campaña política permanente. Sin embargo, hay un gran número de intelectuales musulmanes que reflexionan sobre el rol político y social del islam. El problema es que frecuentemente son considerados como traidores a la causa, un poco como en los 60 y 70, cuando uno no estaba dentro de la línea del partido y entonces era considerado un traidor del socialismo. Por ejemplo, el escritor que es musulmán y laico Kamel Daoud, argelino, que ha escrito una columna en Le Monde sobre lo que sucedió hace dos años en la víspera de Año Nuevo en Colonia, Alemania, donde ocurrieron agresiones masivas contra mujeres por parte de personas de la comunidad turca y musulmana. Escribió una larga columna sobre la frustración sexual que provoca el islam como religión en las sociedades islámicas. Él no escribe nada demasiado nuevo ni demasiado escandaloso. Si llevamos lo que dice al período de la Inquisición, por ejemplo, es exactamente lo mismo que pasó con el catolicismo. La religión católica, el islam y el judaísmo, trabajan sobre la sexualidad, porque la sexualidad es también un medio de control. Si controlan la sexualidad de las mujeres controlan la de los hombres, frustrándolos de alguna manera, y haciéndoles aceptar la sumisión, los convierten en un instrumento que podrán someter. Es el principio mismo del poder totalitario, un poder muy vertical que desciende muy abajo, que busca siempre ofrecer, incluso a quien está en lo más bajo de la escala, porque eso le permite en el fondo obligar a la persona a someterse. Así funcionan las religiones, sometiendo a la mujer, lo que permite a su vez someter a los hombres y hacerlos sumisos.
¿Cuál es su opinión sobre el papa Francisco?
El papa es un jefe de Estado, hay que considerarlo así. Puede ser simpático, es ciertamente mucho menos rígido que Benedicto XVI, es menos brutal que Juan Pablo II, pero pienso que Francisco es un papa muy político. Ha comprendido en qué punto del discurso político tiene que apoyarse hoy para que la religión católica pueda ejercer su poder. No fue casualidad que su primera encíclica haya sido ecológica. Entendió bien que era uno de los grandes debates sobre los cuales la iglesia católica debía pronunciarse. Sigo los diarios italianos y en todos ellos hay dos o tres páginas diarias dedicadas al papa y noto que adapta todos los días su discurso en función de la persona que tiene en frente, algo muy político. Entonces, es un hombre de Estado que sirve a los intereses de su Estado y el interés de su Estado es la iglesia.