Después de la intempestiva salida al acuerdo sobre cambio climático anunciada por Donald Trump, conversamos con Enrique Maurtua Konstantinidis, director de Cambio Climático de FARN, acerca de las consecuencias de esta decisión. Por Susana Rigoz. Fotos: AFP

El 1º de junio pasado, Donald Trump, presidente de los Estados Unidos, anunció formalmente el abandono de los compromisos climáticos asumidos en el Acuerdo de París. El anuncio generó en principio un impacto importante ya que se temió que echara por la borda el consenso alcanzado después de años de negociaciones acerca de las medidas destinadas a combatir el cambio climático. El acuerdo, considerado un logro ambiental histórico, perdía a uno de los principales países emisores de gases de efecto invernadero.

Del entusiasmo a la inquietud

Cuando en noviembre de 2016, Donald Trump ganó las elecciones, la preocupación de que los esfuerzos realizados a fin de lograr un pacto global en la lucha contra el calentamiento del planeta fue unánime. Los temores iniciales se concretaron cuando el 1º de junio el presidente de la primera economía mundial anunció la decisión de abandonar el Acuerdo climático. “EE. UU –que junto con China es responsable del 40 % de las emisiones globales de dióxido de carbono, el más pernicioso de los gases de efecto invernadero– es el segundo emisor a nivel mundial y el primero histórico, razón por la cual no pasa desapercibida su actuación. Sin embargo, hay que reconocer que la medida no sorprendió ya que estaba explicitada desde la campaña presidencial. Hay que admitir que Trump fue fiel a sus promesas”, ironiza Maurtua Konstantinidis, director de Cambio Climático de la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN), al ser consultado por DEF.

En realidad los compromisos estadounidenses en materia de emisiones jamás fueron demasiado generosos –ni siquiera durante la administración de Barack Obama– por lo cual en este nuevo contexto las expectativas de que alcance las metas propuestas es ínfima. Aunque el panorama es sombrío, no todo está perdido ya que, según manifiesta el especialista, “ya muchos estados y ciudades –Los Ángeles, Nueva York, Boston y Chicago, entre otros– aclararon que continuarán con sus compromisos para cumplir con las metas de París, por lo cual existe la chance de que puedan alcanzarse los objetivos propuestos”. Incluso las industrias petroleras se manifestaron a favor de que los Estados Unidos se mantengan dentro del Acuerdo y “están comenzando a cambiar su discurso autodenominándose “industrias energéticas” y diversificando su cartera. Es indudable que la tendencia va en ese sentido y que oponerse a ello es ir a contramano del mundo”, sostiene el integrante de FARN.

Rumbo a un futuro posible

Según vienen advirtiendo desde hace años los científicos, en especial el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC, según sus siglas en inglés), creado en 1988 por la Organización de las Naciones Unidas, el calentamiento global es atribuible a la actividad humana y, pese a que son múltiples los factores que contribuyen al cambio global, el más importante es la emisión de gases de efecto invernadero (GEI), en especial de dióxido de carbono –CO2– que al acumularse en la atmósfera no permite que la energía del sol vuelva al espacio, lo que genera un aumento de temperatura con todas las consecuencias que ya estamos padeciendo, en especial, el incremento de desastres naturales, la pérdida de la biodiversidad, el estrés hídrico, la contaminación y la destrucción de los ecosistemas, entre otros.

Mucha agua corrió bajo el puente desde que se firmó en Japón el 11 de diciembre de 1997 el Protocolo de Kyoto que entró en vigor el 16 de febrero de 2005 y cuyo principal objetivo es que los países desarrollados disminuyan las emisiones de GEI a un 5 % menos del nivel que tenían en 1990.

Dieciocho años más tarde, el 4 de abril de 2015 se logró firmar –en la denominada Cumbre del Clima, con la presencia de representantes de alrededor de 200 naciones– el histórico Acuerdo de París cuyo objetivo es lograr que el aumento de la temperatura esté por debajo de los 2 ºC a fines de este siglo, para evitar el riesgo y los efectos que tendría para la vida en el planeta el traspaso de ese umbral. Considerado un éxito diplomático, el convenio impulsa medidas de mitigación para reducir las emisiones; de adaptación, para disminuir la vulnerabilidad de los países frente a los impactos del clima y recuperarse de sus consecuencias; y promueve inversiones y apoyo financiero para reducir las emisiones de carbono. “El acuerdo, que entró en vigor el 4 de noviembre de 2016, ya fue firmado en tiempo récord por 195 países –excepto Siria y Nicaragua– y dio un gran impulso al camino hacia una economía baja en carbono. A un 2015 caracterizado por una gran actividad, le siguió una etapa menos espectacular pero también importante en cuanto al desarrollo y la implementación de medidas puntuales para la ejecución de este  importante pacto climático”, explica Maurtua Konstantinidis.

¿Razones erróneas o falaces?

La alegría por haber logrado acordar una acción climática conjunta, ambiciosa y solidaria no tardó en ser opacada por la determinación de la primera potencia mundial de abandonarla. “Fui electo para representar a los ciudadanos de Pittsburgh, no de París”, afirmó Donald Trump; y a la cabeza de las razones esgrimidas para semejante resolución están la defensa de la creación de empleo en su país –ya que, afirmó, las cargas económicas impuestas devendrían en pérdida de puestos de trabajo en diversas industrias, en especial la energética y la automotriz– y la posibilidad de sortear las ventajas concedidas a países como China o la India.

Este planteo, advierte el experto en cambio climático, no solo es equivocado sino también peligroso. “Mientras se manifiesta preocupado por el futuro laboral de sus compatriotas, Trump los está llevando a apostar por el carbón, industria que viene perdiendo fuerza e importancia desde hace 50 años”. Y aclara que, sin ir más lejos, el desarrollo de la energía solar ya les está dando más empleo a los ciudadanos estadounidenses que toda la industria referida a combustibles fósiles (petróleo, gas y carbón) combinados. “El argumento de que va a generar empleo es mentira”, asegura.

Otro tema que se presta a confusión es el de los compromisos impuestos por el Acuerdo de París. “Cada país determina su propio compromiso climático –denominado ‘contribuciones nacionalmente determinadas’– sobre la base de lo que evalúa acerca de sus propias capacidades. Maurtua Konstantinidis comenta que lo propuesto por los Estados Unidos no es ambicioso y está diseñado para su propia conveniencia. “Aquí está la contradicción del discurso de Trump”, manifiesta.

Si bien de algún modo estos compromisos son legalmente vinculantes por estar en el marco del Acuerdo, su incumplimiento no es punitivo, aunque significaría para los Estados Unidos un aislamiento aún mayor del que ya se evidencia.

Consultado acerca de cómo debe hacer un país para salir del Acuerdo, el entrevistado explica que  recién tres años después de entrado en vigor –noviembre 2016– cualquier nación puede presentar una carta para retirarse, carta que se hace efectiva un año después. “Si sacamos cuentas, los EE. UU estaría en condiciones de retirarse solo días antes o después de sus elecciones presidenciales. Una paradoja”.

El problema realmente serio que trae aparejada la decisión de la Casa Blanca es el relacionado con financiamiento climático ya que los países en desarrollo necesitan de las naciones ricas para hacer frente al calentamiento global. “La ausencia de EE. UU no solo va a sentirse sino que puede generar un daño grave”.

Un nuevo líder climático

En el nuevo contexto internacional, China continúa profundizando un camino iniciado hace años y comienza a liderar la temática, cubriendo junto con la Unión Europea el espacio dejado por los EEUU, a fin de garantizar el mantenimiento del Acuerdo. Se trata no solo de un compromiso ambiental sino de una prioritaria cuestión de supervivencia ya que padece un nivel de contaminación atmosférica que afecta seriamente la calidad de vida de sus habitantes. “Pese a ser el primer emisor mundial, es uno de los principales productores de tecnología limpia y hace tiempo que en sus planes quinquenales de desarrollo va disminuyendo la emisiones, cerrando plantas de carbón e incluyendo más energías renovables”, explica Maurtua Konstantinidis.

La preocupación generada por la decisión de Donald Trump no se redujo a los límites de su propio país sino que de inmediato se temió un posible efecto dominó que podría impulsar a otras naciones a librarse de sus propios compromisos. Sin embargo, según analiza el director de Cambio Climático de FARN “Hasta ahora lo único que generó fue el rechazo de los líderes de todo el mundo (ver recuadro), rechazo unánime y fundamental para frenar otras reacciones que quizás hubieran surgido en un escenario de silencio”, concluye .