Hace apenas unas semanas, en el número anterior de nuestra publicación, dábamos tímida cuenta de la caída del régimen de Túnez, luego de 23 años de tiranía, en un país, por cierto, de escasa relevancia en el mundo árabe. Allí mismo advertíamos de lo excepcional de esta situación por la idiosincrasia de este pueblo apacible y, también, vislumbrábamos las posibilidades existentes de un contagio en otros países de la región. De todos modos, no imaginábamos ni de manera remota cómo se desarrollarían estos acontecimientos en menos de un mes y que hoy llevan a analistas internacionales a comparar su envergadura con la caída del Muro de Berlín y otros sucesos que fueron una bisagra en la historia y cambiaron el devenir de la comunidad internacional.

Una brevísima cronología permite establecer que, desde el suicidio a lo bonzo del joven tunecino Mohamed Bouaziz como protesta al decomiso de su mísero puesto de frutas –hecho ocurrido el 17 de diciembre de 2010– hasta la fecha, y sin solución de continuidad, se sucedieron en el mundo los siguientes acontecimientos:

  • En Túnez, en medio de una revuelta popular que provocó casi un centenar de muertos, el presidente vitalicio Ben Alí se vio obligado a abandonar el país y refugiarse en Arabia Saudita a mediados de enero.
  • Previamente, ya en Argelia se iniciaban incidentes populares por el aumento del valor de los alimentos, hecho que provocó varios muertos y centenares de heridos y detenidos.
  • Semanas más tarde, en Egipto dio comienzo una revuelta popular que dejó millares de detenidos y varios muertos. Tras 18 días de tensión, violencia y la diaria sucesión de manifestaciones públicas en todo el país, el presidente Mubarak el 10 de febrero y las Fuerzas Armadas tomaron el control de la situación, asumiendo el poder con la promesa de entregarlo a un gobierno civil en un plazo de seis meses.
  • Durante este proceso, inicialmente, el régimen egipcio bloqueó la red social Twitter y, luego de decretar el toque de queda, cortó los servicios de los proveedores de Internet en todo el país, suspendió la autorización para transmitir a la cadena Al Jazeera y cerró sus oficinas en El Cairo y en el resto del territorio. En China, mientras tanto, el gobierno bloqueó la palabra “Egipto” de sus buscadores de Internet. Cualquier parecido a querer parar el sol con la mano es pura coincidencia.
  • Frente al temor de un efecto de contagio, el rey jordano Abdallah II ordenó la aceleración de las reformas políticas en su país; el presidente yemení Alí Abdullah Saleh anunció que no se presentaría a la reelección en 2013 y tampoco cedería la candidatura a su hijo. En Argelia, luego de 19 años, se anuncio la pronta suspensión el estado de emergencia que impedía las manifestaciones públicas. Y en Siria, a través Facebook, se ha creado un grupo denominado “The Syrian Revolution 2011”.
  • En Irán, que ya fue escenario de duras protestas en 2009 tras unas discutidas elecciones presidenciales que dieron la reelección a Mahmoud Ahmadinejad, la capital Teherán volvió a ser escenario de nuevas manifestaciones que fueron dispersadas por las fuerzas de seguridad con gases lacrimógenos y balas de goma.
  • Al borde de una guerra civil, el régimen libio de Ghadafi desató una feroz represión con cientos de muertos, mientras en Bahrein la dinastía sunnita enfrenta las protestas de la población chiíta apoyada por Irán. En Marruecos también se exigen reformas a la monarquía alauita. En China, mucho más distante del epicentro de las protestas, la policía dispersó marchas en Beijing y Shanghai convocadas a través de las redes sociales.

Lo cierto es que lo sucedido ha tenido repercusiones notables a nivel global, nadie quedó ajeno a estos hechos y desde las superpotencias como EE.UU, Rusia y el siempre involucrado Israel, hasta aquellas naciones ajenas al conflicto, sus líderes debieron tomar debida nota de esta nueva realidad verdaderamente perturbadora. ¿De dónde nace esa sensación? ¿Por qué esa preocupación se extendió como reguero de pólvora a lo largo y ancho del planeta? Es posible que así haya sido debido al infrecuente hecho de que líderes autocráticos se encuentren de repente ante gravísimas crisis que presentan una realidad con nuevos datos. Ya no se trata de intrigas palaciegas, ni de líderes opositores o terroristas a los que hacer frente; a quienes deben enfrentar ahora es a una masa popular informe y gigantesca surgida, de repente, de lugares donde se presumía vivía gente pacífica y silenciosa que durante décadas soportó con pasividad el olvido de sus gobiernos.

Obviamente, la situación creada ha generado un debate sin fin, también cientos de interpretaciones sobre cómo y por qué se sucedieron estos hechos y cuáles serán las consecuencias de ellos, volviendo el futuro verdaderamente imprevisible. Sin ninguna intención de simplificar un mundo cuya complejidad es abrumadora y menos estos acontecimientos excepcionales que sin duda tienen razones multicausales, podría ser plausible adjudicar a una situación particular el haber desencadenado todo este proceso. Nos referimos al incremento geométrico diario y permanente de la información y las comunicaciones que se suceden segundo a segundo en un mundo digital omnipresente que las nuevas generaciones manejan con gran desenvoltura.

Este auge de las redes sociales y de Internet, utilizadas como instrumento para desatar multitudinarias protestas contra regímenes autoritarios, nos remite a la película “Matrix” en la que un grupo de personas descubren que en realidad viven presas en un mundo virtual –The Matrix– y libran una batalla desigual para correr el velo de este universo artificial y concientizar al resto de la humanidad de su situación. Tal vez los jóvenes tunecinos y egipcios se sientan un poco como Neo (“El Elegido”), aquel personaje encarnado por Keanu Reeves, un programador informático que desentraña el funcionamiento de la Matrix y se convierte en el líder de la resistencia contra el sistema.

El sistema de comunicación global crece día por día como la mitológica Hidra de mil cabezas y las consecuencias que ello tienen sobre la población del mundo entero son apenas teorías improvisadas y superadas por la velocidad con la que esas mismas condiciones se modifican. Ninguna teoría puede ser corroborada cuando ya enfrenta una nueva realidad. Solo algunos datos que conforman el perturbador avance de la informática y la comunicación en la gran aldea:

Hace muy pocos días en Ginebra, Hemadun Touré, Jefe de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) anunció que los usuarios de Internet en el mundo alcanzaron la cifra de 2000 millones de personas y que la utilización de la telefonía móvil alcanzó los 5280 millones de abonados en el mundo. Quizás sería bueno para el lector volver atrás en este párrafo y releer lo extraordinario que representan estas cifras, absolutamente impensadas hace poquísimos años.

Un recorrido desde que Graham Bell patentó el teléfono en 1876 tiene algunos jalones importantes, como el invento del aparato inalámbrico (en 1808) con un alcance de 800 metros; también es un hito el nacimiento de ARPANET, primera red de computadoras y madre de la actual Internet. 1983 fue el año en que se puso en venta el primer teléfono móvil comercial y 1989, el de creación de la World Wide Web (www), sistema de distribución de intertextos vía Internet. Para algún joven despistado que crea que Google existió siempre, sepa que antes de 1998 no disponíamos de esa herramienta y para muchos de nosotros 1998 es ayer. Facebook se creó en Harvard en 2004 y Twitter, el terror de los tiranos, nació en el 2006, es decir, estaría todavía en preescolar.

Si algo faltaba agregar, Science publicó hace pocos días en California una investigación que duró cuatro años y reveló sorprendentes conclusiones relativas al tráfico de información, entre ellas que los bits almacenados sólo en 2007 deberían guardarse en 404.000 millones de CD. ¿Sorpresa, no? Y pregunta: ¿cuánto tardará en estar disponible esa información en un buscador adecuado para el usuario común… ¿Tres años? ¿Cinco años?

Bien, ¿qué intentamos decir con esta suma de datos apabullante e impactante? Creemos que nos permite intentar una especie de abordaje a esta realidad de hoy e intentar entender qué está pasando con esa masa popular hasta ayer silenciosa. El mundo se ha acercado de manera brutal e inexorable; hoy es imposible ocultar lo que ocurre en cualquier lugar del planeta y un terrible rugido de libertad intelectual acompaña este nuevo conocimiento profundo e inevitable. Esta nueva era de las comunicaciones en red abre las puertas a las nuevas camadas de jóvenes que llegan y significa también, de alguna manera, el retiro a sus jardines de invierno de aquellos que nacieron en un mundo dividido e incomunicado y que provocaron el hartazgo de multitudes. Una reacción contra dinastías anacrónicas con gerontocracias perpetuadas en el poder en países con unos ingresos per cápita extraordinarios, donde millones viven en dos euros diarios y en unas pocas, poquísimas manos, se concentran fortunas.

Quizás todos estos cambios que se producen a inusitada velocidad modifiquen también pensamientos y paradigmas que fueron durante décadas inamovibles verdades. Es posible que una de ellas, esa que dice que la interpretación democrática de Occidente es un absoluto sin sentido para el mundo árabe, empiece a ser cuestionada a futuro. Quizás esa realidad esté mutando, seguramente también tendrá variantes e interpretaciones acordes a cada cultura, pero lo cierto es que la comunicación hoy nos acerca y no hay vuelta atrás en este proceso de interconexión que abarca todo el planeta.

Porque si bien es cierto que la mutación es constante, no hay duda de que hay valores  universales que son inmutables. El respeto, la cultura, la libertad, el bienestar y el derecho a expresarse son derechos inherentes a la condición humana y, aunque puedan admitir interpretaciones diferentes, difícilmente ningún ser humano acepte pacíficamente su negación. Es por ello que este estado de comunicación, de vigilia permanente, este salir de las catacumbas del conocimiento, este acceso de casi todos al saber, generará cambios globales que hoy ni siquiera imaginamos.

Barack Obama ha dicho hace días que “la salida de Mubarak ha cambiado a su país y ha cambiado al mundo”. Quizás estas palabras sean proféticas y no importa cuánto tiempo llevará ese cambio ni cuántos avances y retrocesos se produzcan. Lo que es inexorable es que el mundo ha cambiado para siempre.

Ese espíritu de cambio, apenas naciente, es el que genera temor en los tiranos, en los mediocres y autoritarios de malos reinados y republiquetas en el mundo entero.

Ojalá que todos asumamos tremendo desafíos en esta nueva era de la comunicación global, donde ya nada nos será ajeno, y estemos a la altura de esas circunstancias.