En los años 80, luego de prestar servicios para el Ejército Rojo, Roman Abramovich encontró la manera de eludir los férreos controles del estado comunista y comenzó sus negocios (ilícitos, como toda actividad económica privada de la época) en el sector de  bienes raíces. Poca cosa al principio, pero el hombre supo hacerse un lugar. Hábil empresario y gran conocedor de las intrigas del Kremlin, sus arcas personales crecieron tanto como sus amistades en las altas esferas del Partido Comunista. Con la llegada de la Perestroika, logró legitimar todos sus negocios y en pocos años, de la mano del petróleo, llegó a ser uno de los hombres mas ricos e influyentes del mundo. Hoy tiene 45 años y, entre otras cosas, es el dueño del Chelsea Football Club de Londres. Magnate excéntrico, mediático, arquetipo del “self made man”, Abramovich es una de las caras visibles de la fenomenal transformación que vivió Rusia en los últimos veinte años. Su historia es la historia de esa nueva oligarquía de billonarios formada por los antiguos empleados estatales que, tras un desordenado proceso de privatizaciones, se quedaron con las empresas y las corporaciones del viejo imperio. Hoy, la mayor parte de esa riqueza está fuera del país. No obstante, Rusia sigue siendo Rusia: la octava parte de la tierra firme del planeta, el mayor exportador mundial de gas natural y el segundo de petróleo, un país con altísimos niveles de educación, potencia cultural, científica y militar, uno de los BRICs llamados a dominar la economía global de las próximas décadas. ¿Cómo entender a Rusia hoy desde nuestra mirada sudamericana? ¿Imperial, soviética, monolítica o socialmente efervescente?, se pregunta la periodista Patricia Lee Wayne en la nota especial para DEF que realizó desde Moscú. En el mes de la reasunción de Vladimir Putin, una radiografía del país más grande del planeta.