
Con la balcanización del Estado sirio y en el contexto de un Irak sacudido por los enfrentamientos sectarios, los kurdos quieren hacer oír su voz en el rediseño del mapa geopolítico de Medio Oriente.
Desde la disolución del Imperio otomano y la abolición del sultanato en 1922, la creación de un Estado nacional ha sido el mayor anhelo de los kurdos, pueblo de origen indoeuropeo al que algunos historiadores consideran descendiente directo de los medos y que fue islamizado el siglo VII de nuestra era. Se calcula que la población total asciende a 32 millones, distribuidos en los actuales territorios de Turquía (Kurdistán septentrional), Siria (Kurdistán occidental o Rojava), Irak (Kurdistán oriental) e Irán (Kurdistán meridional), además de la diáspora.
El Acuerdo Sykes-Picot, por el cual Gran Bretaña y Francia delimitaron secretamente en mayo de 1916 sus respectivas esferas de influencia en la zona, privó a los kurdos no solo de un Estado propio con fronteras reconocidas internacionalmente y sino también de la capacidad para autogobernarse. Hoy ese sueño ha vuelto a aflorar en el contexto de la fallida convivencia con el poder chií dominante en el Irak post-Saddam Hussein y de la virtual desintegración de Siria al cabo de siete años de guerra civil. Sin embargo, las grandes potencias se resisten a modificar el statu quo regional, y dos poderosos vecinos –Turquía e Irán– ven con recelo los anhelos independentistas de los kurdos.
UN ANHELO LARGAMENTE POSTERGADO
Más allá de la efímera República de Mahabad, proclamada en enero de 1946 en el noroeste de Irán y disuelta por las tropas del sha de Persia en diciembre de ese año, las aspiraciones nacionales del pueblo kurdo han sido históricamente desoídas en los despachos internacionales. “Después de la caída del Imperio otomano, los kurdos recibieron mensajes ambiguos por parte de las potencias y, si bien inicialmente se les había prometido la creación de un Estado, esa promesa nunca se cumplió y, en líneas generales, la experiencia que tuvieron en cada uno de los países en los que quedaron subsumidos no fue positiva”, explicó a DEF el investigador Kevin Ary Levin, miembro del Departamento de Medio Oriente del Instituto de Relaciones Internacionales (IRI) de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP).
“Hoy los kurdos están dejando de verse a sí mismos como un pueblo victimizado para convertirse en una comunidad política coherente y con aspiraciones nacionales viables”, asegura David L. Phillips, actual director del programa de Construcción de la Paz del Instituto para el Estudio de los Derechos Humanos de la Universidad de Columbia, en su libro The Kurdish Spring (“La primavera kurda”), publicado en 2015. Sin embargo, lejos de exhibir una estrategia unificada, los intereses en pugna entre las distintas facciones dentro del mundo kurdo transmiten una imagen más parecida a la de un mosaico resquebrajado que a la de una estructura monolítica.
LAS AMBICIONES DEL KURDISTÁN IRAQUÍ
La desconfianza hacia la administración central iraquí, conducida por una alianza de fuerzas chiíes que poco ha hecho por ganarse el apoyo del resto de las comunidades del país, ha llevado al Gobierno Regional del Kurdistán (GRK), sostenido en el poder militar de su brazo armado, los peshmerga, a elegir la vía de los hechos consumados. Sin embargo, el camino se ha hecho cuesta arriba tras la celebración del referéndum del 25 de septiembre del año pasado, en el que el 92,7 % del electorado kurdo-iraquí votó a favor de la secesión. La fuerte reacción del primer ministro iraquí Haider al-Abadi y la declaración de inconstitucionalidad por parte de la Corte Suprema de Justicia del país terminaron por forzar la renuncia del histórico líder del Partido Democrático del Kurdistán (PDK), Masud Barzani, quien se encontraba al frente del gobierno regional desde 2005.
En cuanto a los límites territoriales, una espinosa controversia entre el gobierno de Bagdad y las autoridades del GRK es la de la provincia de Kirkuk, conocida como la “Jerusalén kurda” y que cuenta con recursos petroleros estratégicos. Este decisivo enclave es reclamado por la administración regional del Kurdistán iraquí, lo que es inaceptable para el gobierno central iraquí y es también rechazado por la población árabe y turcomana residente en la zona. El referéndum sobre el estatus de Kirkuk, previsto por el artículo 140 de la Constitución post-Saddam, nunca se celebró; y los kurdos asumieron de facto el gobierno de esa provincia.
En octubre pasado, en plena agitación independentista, tropas de élite del ejército iraquí avanzaron en la zona y se apoderaron del territorio. Acto seguido, el gobierno central puso en funciones a un hombre de su confianza, Arkan Yaburi, quien se convirtió así en el primer gobernador árabe de Kirkuk desde 2003. Sustituyó al kurdo Neshmedin Karim, destituido por el Parlamento iraquí por haber apoyado la celebración en Kirkuk del referéndum independentista de septiembre pasado.
Mientras tanto, haciendo gala de un impensado pragmatismo, el gobierno de Recep Tayyip Erdogan ensayó en los últimos años un acercamiento con el Gobierno Regional del Kurdistán iraquí, mientras mantenía −fronteras adentro de Turquía− su política represiva hacia los derechos de su propia población kurda. De hecho, estos esfuerzos diplomáticos no alteraron su política hacia el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), cuyo líder, Abdullah Öcalan, fue condenado a cadena perpetua por un tribunal turco y se encuentra recluido en una cárcel de la isla de Imrali, en el mar de Mármara, desde hace 18 años. Cabe leer el acercamiento de Ankara con el gobierno kurdo de Erbil en clave geopolítica, pues le permite mantener su influencia sobre un Irak que ha quedado bajo la órbita de Irán luego de la retirada de las tropas estadounidenses del país, sin por ello renunciar a combatir al PKK en territorio turco y a sus aliados en la vecina Siria.
Desde mayo de 2014 y hasta la reciente toma de sus instalaciones petroleras por parte del ejército iraquí, el GRK, instalado en Erbil, venía exportando el petróleo extraído de sus yacimientos de Taq Taq y Tawke a través del oleoducto Kirkuk-Ceyhan, razón por la cual consiguió la salida que necesitaba hacia el Mediterráneo a través de Turquía. “Mientras esta operación permitía al gobierno kurdo obtener una importante fuente de ingresos y negociar con Bagdad desde una posición de mayor fortaleza, la interdependencia también contribuyó para que Turquía pudiera proteger sus intereses en la región, incluyendo la posibilidad de ingresar en el territorio kurdo iraquí en su avanzada contra los militantes del PKK, agrupación que mantiene una presencia en la zona montañosa de Sinjar, al norte de Irak, desde la década de 1990”, detalló Levin, quien aclara que el límite para Turquía es la independencia del Kurdistán iraquí, un escenario inadmisible para Ankara.
LOS KURDOS EN SIRIA, ASEDIADOS
Otra de las fronteras calientes de la región es la que comparten Siria y Turquía, país que acaba de lanzar una ofensiva militar contra los enclaves kurdos en la zona. En marzo de 2016, en un intento por reunir bajo un mismo “paraguas” administrativo el territorio controlado por los kurdos, el dominante Partido de la Unión Democrática (PYD) estableció la Federación Democrática del Norte de Siria –también conocida como “Rojava”–, en la cual consiguió reunir tres cantones que no presentaban contigüidad geográfica (Afrín, Kobani y Jazira).
Los kurdos se encargaron de aclarar que no buscaban la partición del Estado sirio, sino que pretendían defender sus derechos “en el seno de una Siria democrática y federal”. ¿Cuál ha sido su jugada? “Las Unidades de Protección Popular (YPG), fuerza de combate del PYD que ha tomado consciencia de su valor e influencia como aliado indispensable en la lucha contra el contra el Estado Islámico, no han dejado escapar la oportunidad de jugar con los poderes fuertes de la región –EE. UU., Rusia, Turquía y el régimen de Bashar al-Assad– poniéndolos unos contra otros, sin importarles los costos”, advierte el analista Joost Hiltermann, director del programa de Medio Oriente y Norte de África del International Crisis Group.
Sin embargo, a diferencia del pragmatismo que ha caracterizado los vínculos de Ankara con los kurdos iraquíes, el gobierno turco considera a las YPG como un “grupo terrorista”, y lo acusa de traficar armas para el PKK a través de la frontera entre ambos países. Con este argumento y en una directa intervención en la guerra civil siria, el Ejército turco inició en la operación “Ramo de Olivo” contra posiciones del YPG en el cantón de Afrín. Turquía y sus aliados en Siria derrotaron a las fuerzas kurdas y pasaron a controlar este enclave fronterizo con su territorio en marzo de 2018. Esta ofensiva militar ha puesto a EE. UU. en una encrucijada, ya que se trata de un enfrentamiento entre dos aliados de Washington: su socio histórico de la OTAN, Turquía; y un aliado más reciente, los kurdos de Siria y sus unidades militares, que han sido muy eficaces en la lucha contra el Estado Islámico.

Sin estar directamente involucrado en estos conflictos, Israel mira de reojo la situación y no oculta su interés por debilitar a su principal enemigo en la región: el régimen iraní, aliado del gobierno de Bagdad y sostén del régimen de Bashar al-Assad en Siria. El año pasado, el premier israelí Benjamín Netanyahu expresó abiertamente que su país apoyaba los “legítimos esfuerzos del pueblo kurdo para conseguir su propio Estado”, al tiempo que definió a los kurdos como “un pueblo valiente, prooccidental, que comparte nuestros valores”.
A pesar de encontrarse en las antípodas ideológicas de Netanyahu, el exministro de Asuntos Exteriores israelí, Shlomo Ben Ami, ha coincidido en las ventajas que traería un Kurdistán independiente. En una columna publicada en agosto del año pasado en el diario El País de Madrid, este experimentado político laborista se refirió al Gobierno Regional del Kurdistán como “el único gobierno realmente funcional en Irak, con mando sobre las áreas más pacíficas y estables del país”.
En clave geopolítica y en referencia a la rama del Islam profesada por la mayoría de los kurdos, Ben Ami opinó que “la creación de una auténtica alianza suní, que incluya un Kurdistán independiente, redundaría en el interés de EE. UU.”, ya que permitiría “contener la influencia del eje Rusia-Irán-Hezbollah”, en alusión al polo de poder chií conformado por Teherán y la organización político-militar libanesa aliada.
Respecto a la disputa de fondo entre el Estado hebreo y el régimen de los ayatolas, el analista Levin manifestó que existe “un interés estratégico de Israel por sacarle a Irán –en su rol de protector del Estado iraquí post-Saddam– las grandes reservas petrolíferas del norte de Irak”, para lo cual sería funcional la existencia de un Estado independiente kurdo que mantuviera bajo su control estos recursos hidrocarburíferos clave, algo que hoy parece muy difícil de alcanzar en vista del avance del gobierno central iraquí sobre la zona.
“Para quienes están interesados en ampliar el abanico de aliados de EE. UU. en la región, entre los que podemos mencionar como referentes a Israel, Turquía y las monarquías del Golfo Pérsico, el surgimiento de un Estado independiente en el actual Kurdistán iraquí podría significar la llegada de un aliado para Occidente”, añadió Levin, aunque aclaró que no todos coinciden con este análisis por sus “efectos desestabilizadores” sobre el resto de la región.
Lo cierto es que, aun cuando no lograran su objetivo de máxima de construir un Estado propio, los kurdos están llamados a desempeñar un rol fundamental en el rediseño del mapa geopolítico de Medio Oriente. Con sus nuevos aliados y una influencia cada vez mayor en los asuntos de la región, tal vez sea hora de archivar aquel viejo proverbio que decía que los kurdos no tenían más amigos que las montañas.