El cambio climático y su impacto en el planeta representan un desafío urgente para la comunidad internacional en un momento histórico que definirá el futuro de la Tierra.
Pese a la complejidad del problema, una población que no cesa de crecer vertiginosamente –se estima que en 2050 la humanidad superará los 9000 millones, 2000 más que en la actualidad–, con su consecuente mayor consumo de recursos y un aumento de emisiones de gases de efecto invernadero responsables del calentamiento global que afecta el clima, la naturaleza, los ecosistemas y a la sociedad en todos los aspectos, las respuestas no alcanzan. Pareciera que la problemática del cambio climático aparece espasmódicamente en la conciencia de los habitantes de este castigado planeta, según los vaivenes de su inocultable visibilidad.
Claro ejemplo de ello fue la presentación en 2006 de Una verdad incómoda, el documental del exvicepresidente de los Estados Unidos Al Gore, que se anunciaba como “el film más aterrador que se haya visto jamás” y que junto al Informe Stern –que cuantificó los costos de la inacción frente al cambio climático– puso sobre el tapete la cuestión del calentamiento global. Poco había importado hasta entonces el trabajo llevado a cabo por la comunidad científica internacional, que desde 1991, a través de sucesivos informes elaborados por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), insistía en la necesidad de estabilizar las emisiones de los gases de efecto invernadero responsables del calentamiento terrestre, o la firma en 1997 del Protocolo de Kioto, que, ratificado por 165 Estados, fijaba la reducción de emisiones en un 5,2 por ciento respecto de los niveles de 1990.
Tampoco perduró el impacto del Informe publicado en 2007, donde se confirmó que el responsable fundamental del fenómeno del cambio climático eran actividades humanas como la deforestación, el transporte, el consumo energético, la sobreexplotación de recursos y los cambios en el uso de suelo, entre otras muchas.
Los años continúan pasando, las catástrofes naturales se suman y las consecuencias de la falta de decisión política para enfrentar esta realidad –entre cuyas secuelas se encuentran los cambios en la temperatura y las precipitaciones, el aumento del nivel del mar y el incremento de sucesos extremos que impactan en los ecosistemas, recursos hídricos, seguridad alimentaria y salud– se agravan.
Fragilidad planetaria
Para referirnos solo a la primera década del siglo XXI, según un informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) se trató de un lapso de fenómenos climáticos extremos sin precedentes. Algunas de sus manifestaciones fueron las altas temperaturas, que produjeron la disminución del hielo ártico y la pérdida de hielo de los glaciares; la ola de calor en Europa (2003), el huracán Katrina que azotó los Estados Unidos (2005); inundaciones en Pakistán (2010); el terremoto de Haití y el de Chile, ambos en 2010; ciudades cubiertas de nieve en varios continentes, ríos desbordados e impresionantes aludes que arrasaron todo a su paso, sequías y severas tormentas.
Estas tragedias, con su saldo de víctimas mortales, heridos, desaparecidos en medio de ciudades y pueblos devastados, no solo alcanzan las primeras planas de los medios gráficos y televisivos sino que también conmueven con su carga de desesperación y dolor la conciencia mundial, al menos mientras dura la catástrofe.
Sin embargo, la inacción sigue primando y la comunidad no deja de ejercer una ilimitada presión sobre el planeta en su afán de mejorar sus niveles de vida. Crecimiento económico, explosión demográfica e inadecuada gestión medioambiental pueden ser una ecuación fatal.
Predicciones
La pregunta es: ¿Hasta qué punto resulta factible predecir los impactos generados y analizar los posibles escenarios futuros? Según los especialistas, sobre la base de los datos demográficos, la fuente de energía utilizada y su cantidad más los usos dados a la tierra, es posible aplicar modelos matemáticos que permitan, teniendo en cuenta la emisión de gases contaminantes, calcular temperatura, precipitaciones, vientos, entre otros factores.
De todos estos datos, el factor clave es la temperatura, cuyos cambios impactan en todas las demás variables, como por ejemplo las lluvias, los vientos, la humedad, la fusión de los hielos o el incremento del nivel medio del mar, con sus efectos sobre el planeta y las personas.
Realidades y desafíos
Uno de los principales impactos ya puede observarse en la diversidad biológica de la Tierra, que en menos de 30 años disminuyó en un 30 por ciento, de acuerdo con un informe elaborado por la ONG Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF). Según los científicos, pese a que no es sencillo determinar su impacto en la flora y fauna, si el hombre no modifica su accionar podrían verse disminuidas en un 40 por ciento las especies para mediados de siglo.
Un elemento considerado testigo de estos cambios son los glaciares, que concentran cerca del 97 por ciento del agua potable del planeta y que, afirman los expertos, están derritiéndose a una velocidad fuera de lo común. De acuerdo con los modelos climáticos, en 2050 el Ártico podría haber perdido su hielo y con él su fauna, por ejemplo. Debido al deshielo se modificará el agua y por consiguiente la circulación oceánica, afectando la distribución de especies ictícolas, hecho que repercutirá en la pesca.
Pero las variaciones en el clima, además de modificar las pesquerías afectarán seriamente la agricultura, al punto que en las próximas décadas podría incrementarse la inseguridad alimentaria, afectando en particular a las poblaciones más vulnerables. En la actualidad, ya suman 110 los países en riesgo por la degradación del suelo y, según datos de las Naciones Unidas, se pierden cerca de 12 millones de hectáreas al año (superficie que podría generar 20 millones de toneladas de grano). En cuanto a las proyecciones y a modo de ejemplo, los expertos aseguran que en 15 años podría disminuir en África la producción de cereales entre un dos y un tres por ciento, incrementando en 10 millones la cantidad de personas en riesgo de pasar hambre. Por otra parte, aseguran que, de seguir aumentando la temperatura global, superará el 50 por ciento la población mundial que padecerá escasez de alimentos, más aún teniendo en cuenta que habitamos un mundo cuya densidad demográfica se multiplica exponencialmente.
En cuanto al agua, elemento vital para la vida, es ya un recurso sumamente vulnerable que escasea en muchas regiones. No hay que olvidar que, aunque está presente en el 71 por ciento de la superficie terrestre, el 97 por ciento es salada y una porción importante del resto se encuentra en estado sólido en glaciares y nieves. Las consecuencias del calentamiento terrestre sobre este recurso son preocupantes ya que, sumadas al incremento de las precipitaciones y los períodos de sequía con su consecuente impacto en los cursos de agua, van a impactar en los ecosistemas así como en la salud de los seres humanos.
El problema sanitario presenta otro gran desafío, ya que está íntimamente relacionado con el ambiente y sufre las consecuencias de cualquier factor climático como olas de calor, contaminación, desastres naturales o los fenómenos meteorológicos. Incluso los cambios en las temperaturas y las precipitaciones han llevado a la migración de ciertos vectores como los mosquitos, que se desplazan y van propagando las enfermedades. Según la Organización Mundial de la Salud, entre 2030 y 2050 el cambio climático sumará anualmente cerca de 250.000 muertes adicionales producto de las diarreas, el paludismo, el estrés calórico y, sobre todo, la malnutrición que condiciona el desarrollo de los niños.
Crecimiento demográfico
De acuerdo con el informe de Naciones Unidas denominado “Revisión de las Perspectivas de Población Mundial”, la Tierra cuenta en la actualidad con unos 7300 millones de habitantes, alcanzará los 8500 millones en 2030, los 9700 millones en 2050 y en el año 2100, la población mundial será de 11.200 millones de personas. El mayor crecimiento se dará en los países en vías de desarrollo –en especial se concentrará en nueve países: India, Nigeria, Pakistán, la República Democrática del Congo, Etiopía, Tanzania, EE. UU., Indonesia y Uganda–, hecho que generará, según este estudio, importantes problemas.
Independientemente de la cantidad de personas, otro punto a tener en cuenta es su lugar de asentamiento. Los organismos internacionales afirman que más de la mitad de la población del mundo vive en las ciudades y el fenómeno migratorio continúa en aumento, realidad que trae aparejados tanto riesgos sociales como ambientales. Las grandes urbes contribuyen a un incremento del consumo y también al crecimiento de las emisiones producto del aumento de los automóviles, aires acondicionados, entre otros elementos de confort contaminantes.
“Una señal de esperanza”
Sin embargo, pese a lo lúgubre del panorama, los estudios y advertencias realizadas por la comunidad científica volvieron con una fuerza nunca antes vista a la agenda internacional de la mano menos pensada. En medio de tanta incertidumbre, en mayo de 2015 irrumpió –abordando los diversos aspectos de la problemática ambiental planetaria, vinculada fuertemente con la desigualdad social– la Encíclica Laudato Si’ del Papa Francisco, que plantea una ecología integral y convoca a un cambio en los patrones de consumo.
Quizás motivado por este valioso documento, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, al presentar en agosto pasado el denominado “Plan de Energía Limpia”, cuyo objetivo es reducir las emisiones de carbono de las termoeléctricas del país en un 32 por ciento para 2022, afirmó que el cambio climático es la amenaza más importante de las futuras generaciones. “Solo tenemos un hogar, un planeta. No hay plan B”, sentenció. En su discurso, Obama, recordó lo expresado por el Papa Francisco en su encíclica acerca de que la lucha contra este problema global es “una obligación moral”. Sostuvo que somos “la primera generación que siente las consecuencias del cambio climático y la última que tiene la oportunidad de hacer algo para detenerlo”.
Por otra parte, entre el 25 y el 27 de septiembre, bajo el lema “2015. Es hora de la acción mundial por las personas y el planeta”, se llevó adelante la Cumbre de Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible en la sede de las Naciones Unidas, en la ciudad de Nueva York. Con la presencia de más de 150 jefes de Estado, los países fijaron 17 metas que conforman un programa de Desarrollo Sostenible para 2030 orientado a terminar con la pobreza extrema, luchar contra la desigualdad social y limitar el calentamiento global.
Durante la inauguración, el Papa Francisco destacó la importancia de que los países trabajen en conjunto a fin de lograr la justicia social para todos los habitantes del planeta y afirmó que el nuevo plan de desarrollo “es una señal de esperanza”.
El secretario general Ban Ki-Moon manifestó que esta cumbre “inaugurará una nueva era de desarrollo sostenible en que se erradicará la pobreza, se compartirá la prosperidad y se hará frente a los impulsores básicos del cambio climático”.
En pos de un acuerdo global
Ya no existe disidencia en cuanto al fuerte impacto que tendrá el cambio climático en nuestro futuro. Aunque serán las comunidades más pobres las más afectadas y los efectos disímiles, según las distintas regiones del mundo y su vulnerabilidad, las consecuencias las sufriremos todos. Si bien el objetivo de la comunidad internacional está centrado en la disminución de la emisión de gases de efecto invernadero,
la realidad demuestra que estas siguen aumentando y, de continuar por este camino, superaremos los 2 °C de temperatura, determinados como límite para evitar las peores consecuencias de este fenómeno global. Sin embargo, aún estamos a tiempo. Según informes del IPCC todavía podemos tomar medidas y, mediante la inclusión de esta problemática en la agenda política internacional, intentar alcanzar –en la Conferencia de París de diciembre de 2015– un acuerdo global que comprometa a todos los países en la lucha contra el cambio climático, en pos de un futuro para todos.