Desde el cambio de administración, la política exterior estadounidense ha dado un giro sustancial en varios puntos. ¿Qué consecuencias tendrá la caída del acuerdo nuclear con Irán? ¿Se logrará alcanzar la paz en la península de Corea? ¿Se ha instalado una nueva Guerra Fría? Por Irma Argüello, Presidenta de la Fundación NPSGlobal. Tw: @irmaar
Desde el inicio de su gestión, Trump ha cambiado drásticamente la manera en que los Estados Unidos se relacionan con el mundo. Su proceder responde claramente a la demanda del ciudadano medio estadounidense, con acciones alejadas del pensamiento y del sentimiento de las élites de las grandes metrópolis del país. En una actitud coherente con las promesas de campaña, propone el reposicionamiento del gigante americano como líder absoluto e indiscutido en el contexto internacional. Se trata de “Hacer grande a los Estados Unidos de nuevo” (Make America Great Again), como rezaba el eslogan de su campaña.
En campos como el económico y el comercial, las cosas han resultado conceptualmente sencillas para este hombre de negocios devenido en presidente. Capitaliza éxitos, como la aprobación legislativa, a fines de diciembre, de una masiva reducción de impuestos que –se anticipa– hará crecer la economía estimulando el consumo interno y, además, promoverá la competitividad internacional y la inversión. En términos de comercio exterior, la nueva política arancelaria ha sido el catalizador del acuerdo con China, que busca reducir el enorme déficit en el balance de intercambio de bienes y servicios. Esto alejaría a ambos países de una posible guerra comercial en la que ninguno gana.
No obstante, en asuntos de seguridad internacional, las cosas distan de ser tan sencillas. El estilo con el que Trump está lidiando con estos asuntos y su predisposición para abrir nuevos frentes de conflicto despiertan incertidumbre y representan un desafío constante para los actores en el tablero internacional.
En el caso de la relación entre los Estados Unidos (y aliados de la OTAN) y Rusia, se nota un deterioro progresivo de los consensos básicos que sentaron las bases de la estabilidad pos-Guerra Fría.
UNA NUEVA GUERRA FRÍA
Putin, con ambiciones similares a las de Trump, pero con más experiencia en los asuntos internacionales, actúa eficientemente desde lo político para incrementar la influencia directa de Rusia en el contexto internacional, o, dicho de otro modo, para restaurar la bipolaridad perdida en 1991. Esta suerte de antinomia Estados Unidos-Rusia no solo repercute en un aumento de tensiones en el escenario euro-atlántico, sino que pone a los dos líderes y a sus respectivos Estados en veredas opuestas en conflictos significativos alrededor del mundo, tales como los de Medio Oriente, Corea del Norte y Venezuela.
En este estado de cosas, puede decirse que, en el nuevo escenario internacional, se está configurando una suerte de segunda Guerra Fría, más compleja y menos predecible que la primera, por la influencia de actores estatales emergentes, como China, y no estatales, como el terrorismo yihadista y el crimen organizado.
Como respuesta a este contexto de gran inseguridad, la mayoría de los Estados con peso internacional están invirtiendo en sus arsenales, convencionales o nucleares, según el caso. Simplemente a modo de referencia de esta nueva carrera armamentista, un estudio de SIPRI indica que el gasto militar global en 2017, a valores constantes, superó un 51 % el de 1992, lo que marca el inicio del período de distensión pos-Guerra Fría.
En términos de arsenales nucleares, esta tendencia se confirma en la última Revisión de la Postura Nuclear (Nuclear Posture Review) de los Estados Unidos, de febrero de este año. Como producto de la creciente desconfianza internacional, en particular respecto de Rusia, la nueva doctrina nuclear propone desarrollar un arsenal “tan fuerte y poderoso que disuada cualquier acto de agresión”, tal como fue declarado por Trump.
Sin dudas, el documento representa un fuerte retroceso en la pregonada intención de Barack Obama de trabajar por un mundo libre de armas nucleares, que le valió al expresidente el Premio Nobel de la Paz en 2009.
La presente versión propone, entre otros puntos, expandir las opciones de utilización de estas armas, incluyendo la posibilidad de “primer uso” en circunstancias extremas, para defender los intereses vitales de los Estados Unidos. Esto contempla la respuesta a ataques no nucleares estratégicos; por ejemplo, químicos, biológicos, convencionales y cyber. También planea el desarrollo de armas nucleares de baja potencia, como ojivas para misiles balísticos y crucero –esencialmente, para el lanzamiento desde submarinos–, que son más aptas para conflictos limitados (como las armas con las que cuenta Rusia).
“En el nuevo escenario internacional, se está configurando una suerte de segunda Guerra Fría, más compleja y menos predecible que la primera”
La reacción de Putin no se hizo esperar. Anunció que Rusia había desarrollado una serie de nuevas armas nucleares estratégicas que podrían evadir las defensas de los Estados Unidos: misiles balísticos multiojivas, un misil crucero cuyo motor sería un pequeño reactor nuclear y un modelo de dron subacuático equipado con una cabeza nuclear. Es difícil precisar el estado de tales desarrollos, pero indudablemente las intenciones de confrontación están más que manifiestas.
La diplomacia es coherente con este incremento de tensiones, lo que se ve reflejado en la dinámica del Consejo de Seguridad de la ONU, donde el uso alternativo del veto prácticamente ha llevado al organismo a una situación de parálisis en los temas más acuciantes. Así, se da el veto ruso a todas las iniciativas condenatorias del uso de armas químicas en Siria apoyadas por los Estados Unidos; la última de ellas, el pasado abril. En contrapartida, el país del norte ha vetado en diciembre un proyecto de resolución apoyado por los demás miembros, incluso Rusia, y ha llamado a los Estados a evitar establecer sus embajadas en Jerusalén.
MEDIO ORIENTE, UNA REGIÓN DE FRENTES ABIERTOS
Es claro que la comunidad internacional ha vivido como una provocación la iniciativa de los Estados Unidos –concreta hoy– de mudar su embajada a esa ciudad. En ese sentido, fue una llamada de atención que en la resolución de la Asamblea General de la ONU, que rechazó por mayoría abrumadora la propuesta de Trump de reconocer a Jerusalén como capital de Israel, se sumaran, a la hora del voto, Rusia, China, Francia y el Reino Unido, así como otros tradicionales aliados de los Estados Unidos, por ejemplo, Corea del Sur y Japón.
Es evidente que en la era Trump se ha fortalecido el vínculo con Israel; y también, la particular coordinación personal entre el mandatario y el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu. Esto se reflejó en las instancias previas al retiro de los Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán, el pasado 8 de mayo. Así, pocos días antes, el premier israelí realizó una conferencia en la que denunciaba que el citado pacto estaba basado en mentiras por parte de Irán y que la república islámica estaba preservando, en secreto, el know-how sobre el desarrollo de armas nucleares.
La salida de los Estados Unidos del acuerdo nuclear pone en riesgo su continuidad y, por ende, su propósito: evitar que Irán se convierta en un Estado nuclearmente armado en el corto plazo. Por ahora, los informes del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), encargado de la verificación del acuerdo, confirman el acatamiento de Irán a los compromisos tomados.
El caso es que Trump justifica el retiro de los Estados Unidos y el restablecimiento de sanciones a Irán en cuestiones ajenas al pacto, que deberían haberse discutido por separado, a saber: el avance del programa misilístico y las ingentes inversiones de Irán como patrocinador del terrorismo internacional. También pone en duda la capacidad real del OIEA de realizar una correcta verificación del cumplimiento.
El impacto de la decisión unilateral de los Estados Unidos ha sido enorme. Un Irán recuperado económicamente ya ha amenazado con retomar sus actividades nucleares a pleno, con el riesgo que implica esta proliferación.
Un hecho relevante es que ninguno de los socios del acuerdo, los restantes cuatro miembros permanentes del Consejo de Seguridad, además de Alemania y la Unión Europea, ha acompañado a Trump en su decisión. Rusia es aliado de Irán en Siria, y los europeos prefieren sostener el acuerdo hasta las últimas consecuencias, tanto por razones de seguridad como por los negocios que se pondrían en cuestión.
Los análisis alertan sobre el riesgo de que la fisura entre aliados de la OTAN en dos temas de alta sensibilidad, como Israel e Irán, pueda conducir a un mayor aislamiento de los Estados Unidos y a un debilitamiento de la seguridad de Occidente.
PENÍNSULA DE COREA, ENTRE EL OPTIMISMO Y EL ESCEPTICISMO
Por último, por iniciativa de Trump, se ha cancelado la Cumbre del 12 de junio en Singapur entre Trump y Kim Jong-un, líder de Corea del Norte. Esta inédita reunión se percibía como la culminación de un proceso de distensión ocurrido a meses de una retórica amenazante que, por momentos, pareció escalar a una confrontación. Ahora, el entorno conflictivo parece haber regresado.
La paradoja de la situación es que, en el marco de tales tensiones, líderes duros, como Vladimir Putin y Xi Jinping, debieron jugar el rol de moderados mediadores. Un dato no menor es que Corea del Norte ha avanzado lo suficiente en su programa nuclear y misilístico como para contar con una bomba termonuclear que podría alcanzar el territorio continental de los Estados Unidos.
La Cumbre había generado optimismo, ya que abría una oportunidad para la resolución pacífica del conflicto en la península. Pero no podía resignarse el escepticismo. Es que existen dudas muy razonables respecto de la posibilidad realista de compatibilizar las posiciones de ambos líderes, sobre todo en materia de “desnuclearización”.

Así, mientras Trump y la línea dura de su administración pretenden la remoción total de las armas nucleares norcoreanas, es difícil imaginar que Kim Jong-un renuncie a ellas luego de los enormes sacrificios que padeció el régimen para conseguirlas. Lo esencial es determinar si, verdaderamente, existen incentivos de seguridad y económicos convincentes por parte de los Estados Unidos y sus aliados para impulsar a Kim a tal decisión. La respuesta parece ser negativa. En este orden de cosas, se inscribe la reciente declaración del vicecanciller norcoreano, Kim Kye Gwan, quien amenazó con cancelar la Cumbre si los Estados Unidos pretenden acorralarlos para forzar el abandono unilateral de las armas nucleares.
UN FINAL ABIERTO
En términos de retórica, doctrina y hechos, el estilo de Trump no deja espacio para sutilezas, lo cual, como se ha visto, se refleja de manera contundente en las perspectivas de seguridad internacional.
Muchos, dentro y fuera del país, denuncian que la política exterior del presidente de los Estados Unidos conduce a aumentar los riesgos de seguridad, incluyendo las chances de proliferación y de uso de armas nucleares; otros igualmente calificados aseguran que tales decisiones tienen un efecto “disciplinador” en el sistema internacional.
El tiempo y la evolución de los acontecimientos dirán quién tiene razón. Mientras tanto, el desafío para el mundo continúa siendo construir seguridad a partir de actores poderosos, tan controvertidos como poco convencionales.