Fue un año bisagra. Esos que se leen con el paso del tiempo y cuyas consecuencias se comprenden mejor desde la mirada retrospectiva. Marcó un antes y un después. Un año de revuelta popular, de ciudadanos en las calles, de hartazgo generalizado e indignación. Un acontecimiento dramático que dejó en evidencia la profunda crisis de representación y el agotamiento de un modelo económico y político. La culminación de un círculo vicioso de recesión, deuda pública, ajuste, desempleo y pobreza. No es Grecia 2011. No es España. Es la foto de Argentina 2001, el recuerdo de una de las peores crisis de la historia moderna del país. La de los cinco presidentes, las asambleas populares, el corralito, los piquetes, las cacerolas, la represión y los 39 muertos.
Sin pretender extrapolar la experiencia una década después, el antecedente se impone inevitable al momento de revisar y entender algo de lo ocurrido en el mundo durante el año que acaba de terminar. En esta edición, intentamos pensar el que creemos ha sido el principal suceso mundial de 2011: el regreso de la protesta social al centro de la escena. Hubo protesta contra la opresión y la censura, por la libertad, por los derechos humanos, por la falta de oportunidades, por el derecho a la educación, por la escandalosa distribución de riqueza. Fue el año del estallido. Un tiempo revoltoso que deja consecuencias inmediatas y una nueva comprobación de que más allá de cual fuere el régimen o el sistema en crisis, persiste la confianza colectiva en la posibilidad de cambiar el curso de las cosas.