En una democracia delegativa, el gobierno llega al poder por los votos, pero luego actúa y maniobra para socavar las instituciones.
“Todo acontece y nada se recuerda / en esos gabinetes cristalinos / donde, como fantásticos rabinos, / leemos los libros de derecha a izquierda”, decía Jorge Luis Borges en su poema “Los espejos”.
Una mirada de lo que ocurre estos días en América Latina, y en especial en Sudamérica, nos mostraría una especie de juego de espejos. Si miramos nuestra historia no tan reciente, pero siempre presente en los debates públicos (en particular los del circulo rojo, o sea, los sectores hiperpolitizados de todos los bandos ideológicos y de interés), las referencias al autoritarismo, al militarismo, a los quiebres de las instituciones y a las libertades básicas siempre se refieren a antiguos regímenes militares de derecha, ligados en muchos casos al bando pro-estadounidense en la pasada Guerra Fría.
Sin embargo, por esas vueltas del destino y como si fuese un espejo invertido, esa realidad ha comenzado a ser propia de otro tipo de matriz ideológica y a otras alianzas internacionales. Una parte sustancial de los fervientes sectores anti-militares en Argentina y otros países de la región ahora ven con estima y como fundamentales a los militares venezolanos que pasan a ocupar más y más cargos claves dentro del Estado y del gobierno bolivariano. Sus actuales responsabilidades incluyen la distribución de alimentos, con casi dos decenas de oficiales superiores destinados a coordinar y efectividad la distribución de arroz, harina y otros productos esenciales.
Una nuevo tipo de “burocracia autoritaria”
Ni el gran Guillermo O’Donnell, cuando escribo el clásico de la Ciencia Política mundial “El Régimen Burocrático Autoritario” a fines de los años 60, se lo hubiese imaginado. El autor acuñó el uso del término “burocrático autoritario” para explicar y analizar los gobiernos militares que asumieron el poder en Brasil 1964 y Argentina en 1966. En ambos casos los militares pasaban a hacerse cargo, por tiempo indefinido, del manejo de medios de comunicación, la energía, los ministerios, las secretarias, los puertos y las aduanas, entre otros numerosos organismos. Los mandos militares y sectores de la élite política y empresarial habían llegado a la conclusión que solo un régimen de esta naturaleza lograría sacar al país de la inestabilidad política, económica y social y desactivar las “amenazas” de sectores medios pro-izquierdistas y del sindicalismo combativo.
Hoy, casi 50 años después, uno encuentra ecos de esta lógica por las tierras caribeñas. Desde ya que este avance de la “burocracia autoritaria” de estilo tropical se da, esta vez, dentro de un gobierno que llegó al poder por medio de los votos. Hecha esa salvedad, está claro que usando cualquier indicador básico politólogo y en especial el clásico decálogo de Robert Dahl sobre ese sistema al que podemos llamar “poliarquía” o democracia republicana, veremos que el aguja avanza más aceleradamente hacia el menos que hacía al más. La explicación ad hoc, creída o actuada según el caso y el personaje en cuestión, es que esta vez esta lógica del sistema burocrático autoritario es “buena”, ya que la hacen militares y civiles progresistas y preocupados por los sectores más vulnerables.
Democracia y populismos latinoamericanos
No obstante, si uno va más allá del formalismo, se terminará encontrando con personas y personajes que en el fondo quizás nunca (y con todo derecho) creyeron en las virtudes de democracia republicana. Se trata de la versión 2.0 de las referencias a “democracia burguesa” o “partidocracia”, que solían usan en los 60 y 70 algunos sectores que, con o sin armas, confrontaban con gobiernos constitucionales y/o militares. Los últimos 15 a 20 años les han permitido a muchos de ellos llegar al poder por vía electoral, pero probablemente sin estar aún convencidos de una característica básica de la misma. Me refiero a la posibilidad de alternancia y al acceso medianamente equitativo a la prensa, así como la difusión de las ideas en la ciudadanía.
Para analizar este fenómeno de parte de gobiernos pro-neoliberales en los 90, y en especial el caso del Perú de Fujimori, el gran Guillermo O’Donnell acuñó el término “democracia delegativa”. En otras palabras, un gobierno que llega por los votos pero luego actúa y maniobra para socavar las instituciones y prácticas democráticas desde adentro. Era la época que la izquierda y la centroizquierda latinoamericanas pedían pulcritud institucional y luchaban contra la corrupción, cuando todavía no le convencían clichés como el “Roba pero hace” o los más recientes del tipo “La corrupción es el equivalente (aceptable) al impuesto revolucionario de los 70” o “Sin caja no se puede hacer política contra la oligarquía”.
El “republicanismo posicional”
Toda una lección de un mal que aqueja a la región y que afecta, con particular fuerza, a la Argentina: el “republicanismo posicional”. O sea, si estoy en la oposición soy republicano; si soy oficialista no me desagrada la lógica de democracia delegativa o el cesarismo de las masas. Sin usar términos politológicos, podríamos llamarlo meramente hipocresía, caradurismo o simples chantas.
Existe otro ejemplo no menos importante de espejo invertido si uno compara los 70 con la actualidad. En esa época algunos sectores enfatizaron fuertemente en el imperialismo de EE. UU. y su influencia en la toma de decisiones de los países de la región. Un gigante que determinaba los destinos de los liliputienses. En la actualidad hay un caso que pone patas para arriba o se transforma en un espejo invertido para seguir con nuestra línea argumental. Es el caso de la decisiva influencia cubana en la situación venezolana. Esa pequeña isla con su escaso PBI y población vis a vis un país intermedio y riquísimo en petróleo como Venezuela, ha sido y es punto de peregrinación de los actuales gobernantes venezolanos como décadas atrás Moscú lo era para los cubanos. Este último, en un esquema más tradicional de Gulliver.
Pocas cosas anticipan más lo que ocurrirá en Venezuela que la decisión cubana de abrir negociaciones con Rusia y Argelia para compensar la eventual futura falta de petróleo chavista.