
Las palabras de las mujeres de ficción, personajes creados a lo largo de los siglos, que aún nos interpelan: hoy, un ensayo sobre los falsos mandatos de la mujer. Por Cecilia Chabod
Esta es una columna atípica. Esta vez no fue una lectura la que me evocó una situación presente, sino que ante un evento reciente traté de buscar qué palabras femeninas de la literatura podrían dar cuenta del significado de ciertas acciones y omisiones. El hecho que nos conmocionó fue un femicidio, uno más en esta cadena impensable que nos enfrenta a lo peor de una sociedad en la que pretendemos convivir de manera civilizada. Pero además, este femicidio ocurrió en el seno de la alta burguesía, perpetrado por un pater familias a su propia esposa. ¿Cómo bucear en los pensamientos, en los mandatos, en las acciones sociales aparentemente incuestionables hasta que se produce el quiebre de la violencia?
La literatura nos ha proporcionado personajes brutales e irrespetuosos en su seno familiar, pero para este caso deseaba encontrar palabras que, de alguna manera, trasuntaran el mandato del plácido mundo burgués a la mujer: callar, soportar, aparentar, buscar los resquicios por los cuales se filtre su individualidad, a pesar de ser “la esposa de”. Entonces recordé uno de los mejores retratos de la burguesía, La mujer justa, la magnífica novela de Sándor Márai (Hungría, 1900 – Estados Unidos, 1989). La novela se compone de tres partes, tres monólogos retrospectivos de los integrantes de un triángulo amoroso: el de Marika, la primera esposa, el de Péter, el marido, y el de la segunda esposa, Judit. Los tres revelan aspectos de la condición humana, no solamente en los vínculos de pareja, sino también en relación con los mandatos y expectativas sociales que cada uno conlleva.

Naturalmente, no es lo mismo la Budapest de la primera mitad del siglo XX que la Buenos Aires de 2020. Una mujer de la alta burguesía cuenta hoy con recursos que no necesariamente la mantienen solo en el papel de ama de casa, pero hasta cierto punto, ante ella y ante la sociedad, el mandato sigue: la mirada de su marido es la que la estatuye. No importa si ella es profesional o si se apasiona por alguna actividad solidaria o artística. Por sobre todas las cosas, debe ser la mujer “justa”, la mujer adecuada, la mujer cortada a la medida de lo que se espera de ella, en sus silencios, en su impecable y discreta presencia a la sombra de su marido.
Los fragmentos elegidos corresponden al monólogo de la esposa, quien lúcidamente comprende que no basta con amar. No le alcanza, no quiere ser la mujer justa. Entonces, llega el momento de la valentía, el de cerrar una etapa y tomar la decisión de alejarse. Marika pudo hacerlo, Silvia no. No la dejaron. Ni su marido, ni el entorno que no vio (no quiso, no pudo) esa fractura.
Y jugando con la polisemia del título de la novela, podemos especular: un intento de ruptura es un desajuste, hay que ajustar ¿o ajusticiar? ¿El victimario se creyó justiciero? ¿No es acaso injusto que víctima y victimario hayan sido enterrados juntos? ¿Hay formas de hacer justicia? Silvia, vayan estas líneas como reconocimiento a tus amigas, quienes sí hicieron justicia a tu memoria brindando una semblanza de tu carácter, tus pasiones, tus talentos, más allá de tus deberes de esposa. Eras la mujer justa. Y por todo lo que hiciste, es justo que descanses en paz.
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