Alejandro Artopoulos, especialista en educación, dialogó con DEF sobre los principales problemas y desafíos educativos en tiempos de COVID-19. Por Pablo Nardi

A partir del advenimiento del COVID-19 y de la implementación de la cuarentena obligatoria, la mayoría de las actividades sociales se transfiguró. Una de las áreas más golpeadas es la educativa: cientos de miles de alumnos y profesores se vieron obligados a cambiar de un día para el otro el modo de establecer el vínculo pedagógico.

Alejandro Artopoulos es director del centro de Innovación Pedagógica de la Universidad de San Andrés, colabora con Argentinos por la Educación y es autor del informe ¿Cuántos estudiantes tienen acceso a Internet en su hogar en Argentina?, en el que se describen las inequidades que existen en el país respecto al acceso a la conectividad por parte de los estudiantes. Señala, entre sus conclusiones, que el 19,5% de los alumnos de primaria y el 15,9% de los alumnos de secundaria no cuentan con acceso a Internet en el hogar, para los cuales las oportunidades de continuidad pedagógica en el contexto de la pandemia de coronavirus se ven más limitadas. En diálogo con DEF, Artopoulos reflexiona sobre las consecuencias de la brecha digital, los problemas que enfrenta la educación local y la vuelta a clases presenciales.

¿A qué problemáticas se enfrenta la educación argentina en condiciones de pandemia?

—En la actualidad, pensando en las clases, es una situación inédita por la extensión, por lo menos en el AMBA. En esos casos, el reto que tenemos por delante es bastante difícil de sortear porque la escolaridad con distancia social va a implicar que no todas las horas que antes había de clase se van a poder sostener y, dependiendo del tamaño del grupo de chicos, van a tener que dividirse las horas. El desafío es cómo sostener la escolaridad con menos horas. Pero está más que claro a esta altura que para sostener la enseñanza en cuarentena total o parcial, internet, la conectividad y las plataformas son indispensables para mejorar la calidad del aprendizaje. Creo que a nivel de la Argentina y toda Latinoamérica estamos en una situación de dilema, porque la mayoría de países no tiene cobertura digital completa para hacer tareas, estudiar y estar en contacto con los docentes. Y aun cuando consideremos que todo va a funcionar y la mayor cantidad de chicos posible se va a conectar, está el problema que enfrentan los docentes en cuanto a repartir su tiempo. Una cosa va a ser estar en el aula todos los días y atender a los chicos que vayan, sean los que sean, y en paralelo atender en línea a los que no vayan a clase. Es el principal desafío: que los docentes no entren en colapsos nerviosos.

¿Esta situación de brecha digital se convierte en problema a partir de la pandemia, o antes también lo era?

—Para la mayoría de los especialistas no era un problema, porque no consideraban necesaria la conectividad en todos los hogares y todas las aulas en la educación de los chicos. Nosotros siempre dijimos que, más allá de cuál fuera la función de las TIC en tanto dispositivo pedagógico o el rol en las estrategias pedagógicas, la necesidad de estar conectados en aulas con internet y que los chicos aprendieran a resolver sus tareas con internet tenía un valor curricular, porque trabajar sobre internet reduce las brechas que van más allá de lo puramente digital. Son brechas nuevas de conocimiento respecto de los entornos digitales.

Para superar esa barrera de alfabetización que llamamos informacional, es necesario que los chicos aprendan cosas en internet con intervención particular de docentes. Es la única forma de que superen ciertos obstáculos en el acceso al conocimiento, que es muy diferente al conocimiento analógico, previo, que no reviste esas dificultades de interactuar con algoritmos, y que es un conocimiento fundamental. Entonces, para los especialistas que venimos señalando los problemas de brecha digital, esto es una reivindicación, pero igual es un desastre.

“Para los especialistas que venimos señalando los problemas de brecha digital, este momento es una reivindicación, pero igual es un desastre”, dice Artopoulos. Foto: Gentileza AA.

¿Cuál es el rol de las instituciones educativas en este contexto? ¿Enseñar? ¿Acompañar?

—Creo que hoy más que nunca la obligación es tener un plan para reparar las falencias que tiene el sistema. Depende de cada país y de los recursos materiales, intelectuales y especialistas, pero un país como Argentina que tiene la capacidad autónoma de crear reactores nucleares también tendría que poder sostener la escolaridad en un 80% o 90% de la población. Si no lo hace es por incapacidad de organización, no por falta de recursos. Hacerlo no va a ser fácil, porque en definitiva se necesita manejar los tiempos de los docentes. Y manejar eso, si no se hace bien, es imposible. Es lo que decía al principio, la administración del tiempo presencial y el atendimiento a los que están en línea. Esto lo vi consultando a los docentes universitarios que hoy dan sus clases online, cómo piensan que van a ser sus clases a la vuelta. Muchos empezaron a decir que si no estaban todos los alumnos en el aula, preferían seguir dando clases virtuales. Y tiene sentido, porque en el nivel universitario no está la necesidad de la socialización secundaria de la escuela. Por supuesto que hay una necesidad, pero se puede prescindir de ella en aras de mantener el ritmo de estudio. Ahora, en la primaria es imposible, en la secundaria también. Entonces, si tengo poco tiempo de escolarización presencial, ¿qué es lo prioritario? ¿Qué es lo más importante para que estos chicos no pierdan la escolarización? ¿Es más importante el contenido o que los docentes se dediquen a trabajar sobre aquellas cuestiones ligadas a las dificultades de aprendizaje? Lo que termina pasando es que tenés un tiempo escaso de escolarización y tenés que saber muy bien cómo aprovecharlo, porque de eso va a depender la alfabetización de muchos chicos.

Parece haber una disociación entre lo que los maestros perciben de su propia tarea docente y lo que perciben los padres. ¿Notás lo mismo?

Sí, absolutamente. Para el papá, el lugar donde los chicos van es para ser cuidados y que ellos tengan tiempo de hacer sus cosas. Pero si la escuela transcurre en la casa, les parece que la escuela falla en cuidar a los chicos en un sentido práctico, pragmático. Es un orden fundamental para que la sociedad funcione, porque si no los padres no pueden trabajar. Entonces pasa con esos padres que, al menos los más radicales, exigen a la escuela que ocupen a sus hijos tantas horas como ellos estaban en la escuela. Aparece la idea distópica de que los chicos tienen que estar conectados con pantalla y auriculares hasta que termina la jornada. Pero en realidad hay un exceso de trabajo del docente que no es visto: para preparar una clase por Zoom, el docente requiere mucho más tiempo. Eso es un problema de las autoridades: son ellas las que no hacen visible esto, no lo explican a los padres, y no ponen límite a las horas de Zoom. Justamente en este tipo de medidas es donde se juega la percepción del padre.

¿La pandemia invita a reevaluar otros aspectos de la educación en Argentina, más allá de la brecha digital?

—Me parece que no son temas nuevos, pero que se reavivan con todo esto, porque tiene que ver con la problemática de qué se está enseñando y qué tipo de valores están poniendo en juego en la enseñanza, a qué tipo de conocimiento se le da valor, y a través de eso qué valores morales se trabajan. Estamos en una situación límite en toda la humanidad, entre dos extremos sobre cómo transitar la cuarentena. En un lado está la idea de que la humanidad llegó a un nivel de desarrollo que permite que el Estado pueda usar esta cuarentena de forma razonable cuidando a todos de la mejor forma, y por lo tanto es fundamental que todos tengamos acceso al conocimiento de lo que está pasando de la forma más rápida posible. Entonces, hay que enseñar al alumno cómo identificar una noticia falsa de una noticia verdadera, cómo lograr confianza en entornos digitales, en definitiva, estamos en una etapa de la humanidad en la cual tenemos que agudizar determinadas capacidades para seguir sobreviviendo como especie.

¿Y el otro extremo?

—La segunda visión tiene mezclada una idea de conspiración en donde piensan que el virus fue inventado por los chinos para dominar Occidente. Uno lo puede leer de forma aislada, pero en realidad es un patrón. En internet, encontras sitios que defienden que la tierra es plana y que las vacunas no te protegen de nada, entre otras cosas. Teóricamente, deberíamos estar en la sociedad del conocimiento pero estamos en la sociedad de la simulación. No importa si un dato es veraz, lo importante es el impacto que genere en mis interlocutores y es ahí en donde tenemos una división muy fuerte de valores. La pregunta sería ¿importa la verdad? Yo creo que la educación debería ser fiel a que la verdad importa. Uno puede estar a favor o en contra del cambio climático, pero si no se entiende cuál es la evidencia reunida, se corta la comunicación. No alcanza con restaurar o promover el alfabetismo digital reforzado, informacional. Aparte de eso, necesitas docentes con armas epistemológicas que les permitan lidiar con todo ello.

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