El juego de intereses que ha despertado el conflicto en Siria, con distintos actores regionales y extranjeros involucrados, abre muchos interrogantes sobre el futuro de las actuales alianzas. EE. UU., Turquía, Rusia e Irán mueven sus fichas en un tablero cada vez más complejo y cambiante. Escribe Omar Locatelli / Especial para DEFonline

A partir de la degradación del poder militar del Estado Islámico (ISIS), EE. UU. buscó construir una fuerza de seguridad fronteriza en el noreste de Siria para evitar el resurgimiento yihadista. El incremento de fuerzas kurdas en la región de Rojava llevó a Turquía a lanzar, el año pasado, la operación “Escudo del Éufrates” para evitar el avance kurdo al oeste de ese río. Washington tuvo que mediar para evitar un enfrentamiento entre kurdos y turcos. A partir de ese momento, Rusia controlaba el espacio aéreo al oeste del río, mientras que EE. UU. lo hacía al este del mismo. Con la disminución de las acciones bélicas frente a ISIS y el avance del acuerdo de paz, los kurdos buscan unificar su territorio en el noreste del país con un sector noroccidental, en la zona de Manbij, para asegurar el control de la frontera entre Turquía y Siria.
Por su parte, Washington buscaba justificar su presencia en la región como forma de mantener su alicaída influencia político-militar. El exsecretario de Estado, Rex Tillerson, lo justificó al mencionar que “actualmente ISIS tiene un pie en la tumba y que, con la presencia de las tropas de EE. UU. en Siria hasta su total derrota, tendrá los dos”. Esta afirmación provocó el enojo turco, por entender que significaba la continuación del apoyo estadounidense a los rebeldes kurdos, que se había iniciado en el principio de la lucha contra ISIS. De hecho, fue EE. UU. quien armó a las milicias kurdas sirias, conocidas como Unidades de Protección del Pueblo (YPG). Esa milicia se constituyó como el brazo armado de la izquierda del partido de los Trabajadores Kurdos Turcos (PKK), enemigo del gobierno turco. Creció y se independizó peleando, dentro de las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF), formadas por EE. UU. para luchar contra ISIS a partir de una coalición de rebeldes sirios opuestos a Assad.
Con el beneplácito de Rusia, Turquía ha venido utilizando a los combatientes del Ejército Libre de Siria (Free Syrian Army -FSA-), opuestos a Assad. Junto a sus tropas, lanzó el 20 de enero pasado la operación “Rama de Olivo”, que tiene la finalidad de crear una zona de seguridad de 30 kilómetros en territorio sirio, alrededor de la localidad de Manbij y otras doce localidades, entre las que se encuentra Afrin, en el noroeste; Kobani, en el centro; y Qamishi, en el noreste. Rusia apoya la acción pues, de esa manera, logra una discordia entre EE. UU. y dos de sus aliados, Turquía y los kurdos, además de acrecentar su influencia diplomática en la región. Mientras tanto, Turquía le permite a Siria continuar con sus ataques a los rebeldes sirios remanentes en la zona de Idlib.
Francia, mientras tanto, ha tratado de convocar una resolución del Consejo de Seguridad de ONU, sin éxito, para detener el avance turco. EE. UU. solo se ha comunicado con Turquía para requerir explicaciones del hecho, sin tener una respuesta favorable, pero Washington aún no ha resuelto su dilema de apoyo. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ha prometido que, luego de que la operación cumpla sus objetivos, se detendrá. EE. UU. busca mantener sus tropas en Siria hasta la eventual salida de Assad del poder, mientras duda de seguir con su apoyo a las fuerzas kurdas para no tener que enfrentar a Turquía.
Como parte, casi risueña de las acciones, el gobierno de Afrin, principalmente kurdo, opuesto al régimen de Assad, le ha pedido al mismo Assad que “haga ejercicio de su soberanía sobre su territorio en Afrin y proteja sus fronteras de la ocupación turca”. El avance turco se encontró con una defensa organizada en trincheras, túneles y casamatas, ocupados por alrededor de 10.000 combatientes que le provoca un costo mucho mayor y un desgaste difícilmente previsto por Ankara. La capacitación lograda por los kurdos en las acciones anteriores contra ISIS, formando parte de las organizaciones apoyadas por EE. UU., le permiten enfrentar exitosamente la ofensiva turca. No obstante, las pérdidas reconocidas en el “peor día para los turcos” hicieron que su propio presidente alentara a los suyos diciendo que “gracias a Dios las montañas comenzaban a ser conquistadas”.
Amigos y enemigos
La ofensiva turca ha puesto en juego las alianzas originales y sus intereses derivados. El avance turco continuó desde Afrin hasta Manbij (150 kilómetros al este), que es el límite de las operaciones de las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF), apoyadas por EE. UU., sin que aún haya sido conquistada la localidad. La razón es que la misma sería el centro de las operaciones de las YPG kurdas (brazo armado del PKK). Además allí se ubica el Consejo Militar de Manbij, aliado de EE. UU. desde el inicio de su accionar antiyihadista. Un vocero de la diplomacia estadounidense mencionó que sus aliados kurdos y árabes en Manbij, y donde fuera que se encontraran en el norte de Siria, continuarían siendo apoyados.
Por su parte, si bien huyeron de las que fueron sus capitales principales (Raqqa y Mosul), los integrantes del degradado ISIS siguen desparramados en Siria, apoyando todo accionar rebelde en las diferentes localidades conquistadas, las cuales empiezan a resurgir con el retorno de sus habitantes originales. La forma de accionar en su contra ha determinado un nuevo tipo de organización. De esas lecciones aprendidas surge la necesidad de integrar nuevos “micro-equipos de combate”, conformados por un lanzador portátil antiaéreo, un tanque, una cargadora frontal bulldozer, un sistema misilístico antitanque, un equipo de francotiradores y un equipo de tiradores.

En el caso de Irak, sus dilemas trascienden las operaciones militares desarrolladas en contra de ISIS y comienzan con la necesidad de establecer un orden civil para reconstruir las destruidas localidades ocupadas y “limpiar” todo vestigio de las operaciones libradas en el lugar. Sus fallas estructurales, en opinión de muchos analistas, eran anteriores a la lucha antiyihadista, lo que colocaba al país en la calificación de “Estado fallido.”
Para el caso de Rusia, su dilema pasa por evidenciar una faceta diplomática pacifista en la región, como contrapartida de sus accionar militar en la zona del Mar Negro y su influencia en Ucrania y poblaciones derivadas.
Por último, el accionar kurdo, tanto en Irak como en Siria, busca el reconocimiento internacional por haber sido sus combatientes –los peshmerga– quienes pudieron detener el avance original de ISIS. Su objetivo final es el logro de su tan ansiado Kurdistán independiente, fraccionado desde el acuerdo Sykes-Picot de 1916. El referéndum realizado en Irak en septiembre pasado, si bien contó con un 92% de aprobación, fue declarado ilegal por el premier iraquí Nuri al-Maliki. Ninguno de los otros dos gobiernos de la zona, ni el sirios e ni el iraní, permitirá la independencia de los territorios kurdos porque en ellos se encuentran valiosas reservas de hidrocarburos, que disminuirían notablemente sus ingresos. El interrogante que surge es si será necesario que cambien de aliados, de EE. UU. a Rusia, para lograrlo.
Final abierto e incierto
Hasta el 3 de abril pasado, las palabras de Trump, que anunciaban el pronto retiro de 2000 soldados de EE. UU. del norte y este de Siria, presagiaban una disminución de la tensión armada, con la supremacía rusa y el virtual triunfo de Assad. Cuatro días más tarde, un ataque del gobierno sirio con armas químicas sobre la zona rebelde de Douma, que provocó docenas de muertos y heridos civiles, cambió el tablero estratégico.
A diferencia de Obama, quien había declamado que el ataque químico era una “línea roja” que no podía ser tolerada pero luego no actuó a pesar de la evidencia, su sucesor Trump procedió en consecuencia y afirmó que “sería un gran precio a pagar”. El 13 de abril, junto con Gran Bretaña y Francia, EE. UU. lanzó un ataque “quirúrgico” con 105 misiles, contra tres centros de investigación, desarrollo y depósito del tipo de armas químicas, supuestamente usadas en el ataque del gobierno sirio del 7 de abril. Su finalidad fue demostrar su capacidad de infligir daños sin provocar bajas entre los efectivos rusos e iraníes, amenazando además con lanzar otras operaciones si el gobierno sirio continuaba con sus ataques químicos. Por su parte, Rusia condenó el ataque, sin lograr una resolución condenatoria del Consejo de Seguridad de ONU. Además Irán, en consonancia con la misma Rusia, le aseguró a Assad el control de la Siria “útil” (las ciudades más importantes, las regiones fértiles y los puertos), a fin de que permanezca en el gobierno.
Si bien los dilemas de las potencia hegemónicas en Medio Oriente podrían facilitar la unión de los gobiernos árabes sunitas (dirigidos por Arabia Saudita) en contra de los chiítas (Irán y Siria), el indeciso rumbo de EE. UU. para con sus aliados favorece la influencia rusa en la región y la pérdida de su papel hegemónico diplomático. De todos modos, la permanencia y el accionar de distintos actores occidentales en la región es muestra del interés de sus países en la misma, aunque no refleja una adecuada y firme coherencia diplomática en sus resoluciones. Es peligroso jugar a descifrar cuándo los amigos de mis amigos se vuelven mis enemigos.
Inshallah (quiera Dios en árabe) que la religiosa frase de Santo Tomás Moro sea la inspiración de muchas de las acciones actuales, en especial cuando se refiere al destino de los desplazados de la región: “Dichosos los que piensan antes de actuar y rezan antes de pensar, porque evitarán muchas tonterías”.