El semanario británico sugiere a EE.UU. que presente las pruebas del uso de armas químicas que involucran al gobierno de Bashar Al Assad, le dé un ultimátum y le propine un “castigo limitado” que disuada al régimen de Damasco de volver a recurrir a su arsenal.

A continuación, la traducción de la nota de tapa de The Economist de esta semana:

De la edición impresa de “The Economist” – 31 de agosto de 2013

El crudo espectáculo del sufrimiento en Siria -100 mil personas han muerto en la guerra civil- perseguirá al mundo durante un largo tiempo. Una intervención nunca ha parecido fácil. Sin embargo, en los últimos dos años y medio, los extranjeros han perdido muchas oportunidades para modificar para bien el resultado (de la guerra). Ahora EE.UU. y sus aliados han sido forzados a actuar debido al aparente uso de armas químicas por parte del presidente Bashar Al Assad, que ha provocado la muerte de alrededor de 1000 civiles, la única cosa que Barack Obama dijo que jamás toleraría.

El presidente de EE.UU. y sus aliados tienen tres opciones: no hacer nada (o hacer lo mínimo posible, tal como Obama ha hecho hasta ahora); lanzar un asalto sostenido con el claro objetivo de derrocar a Assad y su régimen; o provocar un golpe limitado pero duro contra el dictador sirio, como castigo por el uso de armas de destrucción masiva. Cada una de estas opciones conlleva el riesgo de agravar la situación. Consideramos que la tercera alternativa es la mejor.

NINGUNA OPCIÓN ES PERFECTA

Desde el Pentágono hasta el Parlamento británico, los defensores de un enfoque de real politik argumentan que no hacer nada es el único camino prudente a recorrer. Miren Irak, afirman; cuando EE.UU. ataca torpemente un país, termina por asumir un nuevo problema. Un ataque provocará inevitablemente sufrimiento: los misiles crucero son notablemente precisos, pero aun así pueden causar la muerte de civiles. Assad podría buscar venganza, tal vez ayudado por sus principales aliados, Irán, Rusia y Hezbollah, el partido-milicia chiíta que cuenta con experiencia en las oscuras artes del terrorismo internacional y que amenaza a Israel con sus 50.000 cohetes y misiles. ¿Qué ocurriría si la base británica en Chipre es atacada por misiles Scud fabricados en Rusia? ¿O si una operación militar hace que parte de las armas químicas terminen en manos de milicianos cercanos a Al Qaeda? ¿Y si se desestabilizan los países vecinos, Turquía, Líbano, Jordania o Irak?

No hacer nada conlleva riesgos aún mayores. Si Occidente tolera un crimen de guerra tan flagrante, Assad se sentirá aún más libre para utilizar sus armas químicas. A fin de cuentas, ya ha cruzado la “línea roja” fijada por Obama en distintas oportunidades, utilizando este tipo de armas a menor escala, sin que Obama y sus aliados parpadearan siquiera. Una amenaza a EE.UU., especialmente en torno a las armas de destrucción masiva, debería importar algo: sería duro ver cómo Obama se come sus palabras sin que eso afecte la credibilidad de la superpotencia, para alegría de Irán y Corea del Norte.

Las precauciones  de EE.UU. ha costado muchas vidas. Hace un año, este medio abogó por una intervención militar: no para que Occidente pusiera tropas en el terreno, sino para que armara fuertemente a los rebeldes, creara corredores humanitarios, impusiera zonas de exclusión aérea y, en caso de que Assad las ignorara, atacara sus defensas anti-aéreas y su arsenal pesado. En ese momento el régimen de Assad tambaleaba, la mayor parte de los rebeldes mostraba posiciones moderadas, el número de víctimas era menor a la mitad del total de muertos al día de hoy, y el conflicto podía extenderse a otros países. Algunos de los asesores de Obama lo instaron a armar a los rebeldes. Sin embargo, preocupado por la elección (presidencial), él prefirió ignorarlos; ahora enfrenta, como él mismo ha reiterado, una decisión más dura.

¿Por qué entonces Obama no realiza ahora aquello que debió haber hecho antes, utilizando el pretexto del ataque con armas químicas para optar por la segunda opción y forzar un cambio de régimen (en Siria)? Porque, lamentablemente, los hechos han cambiado. El régimen de Assad está hoy más sólido, mientras que los rebeldes, desprovistos del apoyo de Occidente y dependientes de la ayuda saudita y qatarí, se han radicalizado, lo que hace los jihadistas carguen sobre sus espaldas con mayores responsabilidades de combate. Un levantamiento contra un brutal tirano se ha convertido en una guerra civil sectaria. Los sunnitas, que componen cerca de tres cuartos de la población total, apoyan en general a los rebeldes; mientras que la minorías religiosas -incluidos los cristianos- respaldan sin mucho entusiasmo a Assad. Se dejó pasar la oportunidad de acelerar los tiempos de la guerra hacia una rápida conclusión, y no es ingenuo pensar que ello desencadenó el uso de armas químicas.

Obama debería, por tanto, centrarse en la tercera opción: un limitado castigo a Assad, pero de una entidad tal que lo disuada de volver a recurrir a las armas de destrucción masiva. Un ataque dirigido a las reservas de armas químicas tiene el doble riesgo de provocar más bajas civiles y de hacer que ese arsenal caiga en las manos equivocadas. Sería mejor una “lluvia” de misiles sobre los centros de comando del dictador, incluidos sus palacios. De esta forma, Obama ayudaría a los rebeldes, aun cuando probablemente no provoque una caída del régimen. Con suerte, ataques bien calibrados podrían forzar a Assad a sentarse en la mesa de negociaciones.

HÁGANLO BIEN Y SIGAN ADELANTE

De todos modos, sería un error abondarse a la suerte, en especial en un país que no ha sido acompañado por la suerte. No hay ninguna ventaja táctica en precipitarse:  durante meses Assad y sus amigos se han estado preparando para cualquier contingencia, incluso buscando formas de esconder sus armas químicas. Obama deberá sopesar todas las circunstancias antes de ordenar un ataque.

El primer trabajo es establecer con precisión las evidencias de que las fuerzas de Assad son responsables de atrocidades. El secretario de Estado de EE.UU., John Kerry, dijo la verdad cuando aseguró que Siria, durante cinco días, negó al equipo de inspectores de Naciones Unidas el acceso a las zonas atacadas con gases venenosos, lo que equivale a admitir la culpabilidad por el hecho. Sin embargo, considerando el fiasco de las armas nunca encontradas en Irak, no sorprende el escepticismo que muchos tienen al respecto. Obama debe además reunir la coalición más amplia de países, teniendo en cuenta que China y Rusia mantienen su hostilidad hacia las posiciones occidentales y están seguros de poder bloquear en el Consejo de Seguridad cualquier resolución que autorice el uso de la fuerza en los términos del Capítulo 7.  Es muy importante que esa coalición incluya a Alemania, Turquía y también a la Liga Árabe.

Antes de lanzar los misiles, Obama deberá dar a Assad una última oportunidad y plantearle un claro ultimátum para que entregue la totalidad de sus armas químicas en un período perentorio. El tiempo de las inspecciones ha llegado a su fin. Si Assad accede, entonces tanto él como sus oponentes se verán privados de las armas químicas, lo que sería una victoria para Obama. Si en cambio Assad se niega, se debería tener con él la misma misericordia que él mostró con su pueblo. Si un misil estadounidense golpeara al propio Assad, dejemos que así sea. Él y sus secuaces solo podrán culparse a sí mismos.

Link al artículo original de The Economist (en inglés):

http://www.economist.com/news/leaders/21584329-present-proof-deliver-ultimatum-and-punish-bashar-assad-his-use-chemical?spc=scode&spv=xm&ah=9d7f7ab945510a56fa6d37c30b6f1709