El protagonismo que presentan la Argentina y Brasil en materia de consumo de droga, y como punto de salida de importantes embarques de algunas de estas sustancias hacia Europa, convierte al combate al narcotráfico en una buena política de integración para trabajar con el Viejo Continente.

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Un lugar común en nuestro país, cuando se habla de la problemática del narcotráfico, es ligarla a un dinámica mayor y que nos trasciende, como es la imagen “congelada” –y quizás potenciada por la excelente serie El Patrón del Mal sobre Pablo Escobar– de las décadas pasadas sobre Colombia como principal productor y fuente de emisión de cocaína y los Estados Unidos como punto de recepción y consumo. Ese cliché actúa en algunos casos, por ignorancia o por añoranzas ideológicas al margen derecho del colapsado muro de Berlín, para advertir que la cuestión de la droga no es un tema auténticamente atinente a las prioridades argentinas y que en todo caso afecta a (o incluso sería manipulado por)la superpotencia. Estas visiones se potenciaron a medida que la ola bolivariana avanzaba en la pasada década en la región y la Argentina producía un giro de mayor aspereza hacia los EstadosUnidos y las potencias occidentales y democráticas a partir de 2005 y más aún luego de 2007.

La verdad es que ese cliché ha quedado bastante desactualizado. La Argentina no es solo el país con mayor consumo per cápita de cocaína en América Latina, sino que diversos informes internacionales la dan como un punto de salida importante de droga hacia Europa, un mercado con moneda fuerte y donde el consumo del polvo blanco no está estancado desde hace casi 20 años, como ocurre en territorio estadounidense. Otros epicentros importantes, según esos reportes, serían Venezuela y Brasil. En diversos casos, la droga hace escalas en África, donde organizaciones criminales y muchas veces terroristas, relacionadas con Al-Qaeda y más recientemente el Estado Islámico, ayudan a la logística de la carga hacia Europa y, con ello, adquieren cuantiosos recursos económicos para su lucha armada y su adoctrinamiento.

NUEVA AGENDA

En este escenario, una de las prioridades de los ministerios de Relaciones Exteriores ySeguridad, así como de Inteligencia y de Aduana, debería pasar por articular y consolidar la cooperación y coordinación con las agencias ligadas a estos temas en la Unión Europea y también a nivel bilateral con Francia, Italia, España, Holanda, Alemania, entre los más importantes. Esto no implica no potenciar y renovar los vínculos en materia de seguridad y lucha contra el narcotráfico con Washington. Una cosa no quita la otra. Organizaciones delictivas en red solo pueden ser enfrentadas con Estados que se adapten para navegar esas lógicas. Una transición similar al paso del modelo fordista y de verticalidad industrial a las megaempresas actuales ligadas a Internet y las redes sociales.

Una mirada a las temáticas que suelen existir en nuestra agenda con la Unión Europea y los países más importantes de ese polo económico-financiero nos mostraría cuestiones vinculadas al comercio, las tarifas, el proteccionismo, entre otras. Es momento de “securitizar” más esa relación. Quizás para París, Roma, Madrid o Ámsterdam sea más relevante mejorar la seguridad de los puertos argentinos en materia de detección de drogas y otras sustancias ilícitas. Al mismo tiempo, debido a que el narcotráfico potencia las arcas de grupos terroristas en África, hay que aprovechar la ocasión para recuperar y relanzar una relación históricamente importante para la Argentina,como es el vínculo conSudáfrica, y otorgarle prioridad también a otro Estado clave de ese continente, Nigeria.

De más esta decir que estos replanteos deben acompañarse de una pragmática securitización de la relación entre la Argentina, Brasil y Uruguay. El momento de hablar del Mercosur y el proceso de integración, en el que se discutían tarifas, cuotas y aranceles, fue en los 90, y este dio paso a grandes disquisiciones y entelequias ideológicas en los años pasados (Brasil, prudentemente, combinó eso con crudo pragmatismo, manteniendo sólidos vínculos con los Estados Unidos, Japón, el Reino Unido, Francia, Alemania, etc.). El tráfico de drogas y sus crímenes conexos deben ser aspectos claves de la agenda de integración en el Cono Sur.

Específicamente, el protagonismo que presentan la Argentina y Brasil en materia de consumo de drogas y como punto de salida de importantes embarques de algunas de estas sustancias hacia Europa y otras regiones hace que resulte llamativo que nuestros países no comiencen a mirar el proceso de integración y de confianza mutua en áreas que no se limiten a lo comercial y lo nuclear. Ambos temas son fundamentales y tanto el gobierno de Alfonsín como el de Menem han sido cruciales en esos campos. Más llamativa es esta “desecuritización” de la agenda bilateral, si se considera el impacto directo que tiene el narcotráfico sobre la violencia, el tráfico de armas y personas y el crimen organizado en nuestros dos países. Todo ello, en un contexto regional en donde el colapso económico y político en Venezuela, otro gran punto de salida de drogas, y el proceso de paz que parece estar cada vez más cercano en Colombia deberán ser adecuada y detalladamente analizados por países consumidores y de paso de droga como son Argentina y Brasil, y por el destino final de muchos de esos embarques, tal como es la rica Europa.

Una de las ventajas de este nuevo escenario, quizás una de los pocas dados los dantescos efectos que ya el narcotráfico produce sobre la seguridad ciudadana y la corrupción en Argentina, es que nuestros principales interlocutores para sumar fuerzas contra esta amenaza –ya hecha realidad clara y presente– son países y gobiernos europeos y latinoamericanos. Un placebo importante para las viudas de la Guerra Fría, especialmente del sector ideológicamente derrotado de nuestras pampas, que siempre ve con desconfianza todo lo que sea articular agendas con los Estados Unidos. Por supuesto, esto nunca impide a esas almas puras viajes puntuales a Nueva York, Miami y otras lindas ciudades del “imperio”, y ni que decir de seguir ahorrando en dólares.