Los opinólogos profesionales existen, esos que no hacen nada, pero que están prestos
para opinar sobre lo que hacen los demás. Porque una cosa es aceptar la crítica profesional de algún colega bien intencionado o, incluso, la opinión intuitiva de familiares y amigos,
que muchas veces resultan reveladoras, pero otra cosa muy distinta es soportar la de los
que siempre le andan buscando el pelo al huevo. De esto sabía mucho Apeles, un pintor
al que le gustaba palpitar en vivo y en directo la opinión de su público. Y como en la Grecia
Antigua no había redes sociales, Apeles exponía sus cuadros en la plaza pública y andaba
por allí, escuchando lo que se decía de ellos. Parece ser que un día, un zapatero que volvía
de su trabajo, pasó circunstancialmente por la plaza y le llamó la atención el retrato de un
personaje muy importante de la ciudad. Al observar detenidamente el cuadro, hizo en voz
alta una crítica sobre la forma en que estaban pintadas las sandalias. Apeles lo escuchó,
tomó en cuenta la crítica e inmediatamente se llevó el cuadro a su taller y, una vez rectificadas las sandalias, lo volvió a exponer. Se cuenta que tiempo después, el zapatero, volvió a pasar por el lugar y al comprobar que su observación había sido corregida, se sintió ”con autoridad para criticar en voz alta otros aspectos del cuadro como si fuera un eximio pintor, a lo cual Apeles con gran humildad y gentileza le espetó: “Zapatero, a tus zapatos”.
