Un ejercicio de simulación de un grupo científicos de la Universidad de Princeton advirtió sobre los devastadores alcances de un hipotético enfrentamiento nuclear entre Rusia y la OTAN. El saldo sería de 91,5 millones de víctimas, entre muertos y heridos.
Primer acto: desde una base en Kaliningrado, Rusia lanza una ofensiva nuclear contra una localidad fronteriza entre Alemania y Polonia. Segundo acto: la OTAN responde con un ataque nuclear contra Kaliningrado. La secuencia de enfrentamientos incluye el ataque con 600 cabezas nucleares estadounidenses contra el territorio ruso y la respuesta de Moscú. Los posteriores ataques mutuos entre Rusia y los aliados de la OTAN afectan a las 30 ciudades más pobladas y a los mayores centros económicos del mundo. El saldo de esta hipotética guerra, según la simulación desarrollada por el Programa en Ciencia y Seguridad Global de la Universidad de Princeton dirigido por el profesor Alex Glaser, sería de 91,5 millones de víctimas.
¿Es solo un escenario de ciencia ficción? Por el momento, una guerra total de ese tipo aparece como muy poco probable. Sin embargo, tal como señala a DEF la titular de la Fundación NPSGlobal y secretaria de la Red de Líderes de América Latina y el Caribe por el Desarme y la No Proliferación (LALN), Irma Argüello: “Los riesgos vienen aumentando considerablemente en los dos últimos años”. Y añade: “Todos los países poseedores de armas nucleares están modernizando sus arsenales”. En concreto, de acuerdo con esta especialista, EE. UU. tiene alrededor de 1750 armas nucleares desplegadas y la Federación Rusa, 1600; en tanto que Francia y el Reino Unido –otros dos actores que podrían verse involucrados en un conflicto como el citado por los expertos de Princeton– cuentan con 300 y 120 armas nucleares desplegadas respectivamente. Se trata, tal como precisa Irma Argüello, de “aquellas armas que podrían ser utilizadas en cinco minutos a partir de la toma de decisión de los gobiernos”.
Las últimas noticias en materia de proliferación no son para nada alentadoras. La retirada de EE. UU. del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF), concretada el 2 de agosto pasado, y la incertidumbre en torno a la negociación del Tratado de Reducción de Armas Estratégicas, conocido como Nuevo START o START III, vigente hasta febrero de 2021, llegan en un momento de fuertes discrepancias entre EE. UU. y la Federación Rusa. Firmado en 1987 por Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov, el INF contemplaba la eliminación de todos los sistemas terrestres y de misiles crucero con alcances comprendidos entre los 500 y 5500 kilómetros.

Uno de los puntos de la discordia es el misil ruso Novator 9M729 (SSC-8, según la clasificación de la OTAN), cuyo alcance superaría, a juicio de EE. UU., el rango de alcance de 500 kilómetros. Moscú, por su parte, rechaza la acusación de Washington y alega que ese misil no sería más que una versión mejorada del modelo Iskander-M y que su alcance no sería superior a los 480 kilómetros. Las autoridades del Kremlin consideran, a su vez, como una amenaza el despliegue por parte de EE. UU. del sistema terrestre de defensa antimisiles Aegis Ashore en la base rumana de Deveselu. Cabe recordar que, en el marco de los acuerdos de la OTAN, EE. UU. tiene además armas nucleares tácticas en cinco países: Italia, Alemania, Bélgica, Holanda y Turquía.
Si bien el argumento de EE. UU. respecto del misil ruso Novator 9M729 fue respaldado por sus aliados de la Alianza Atlántica, no deja de ser sugestivo que el Pentágono probara el pasado 18 de agosto una versión modificada del misil crucero Tomahawk, con un alcance de 690 millas –es decir, unos 1110 kilómetros–, un rango superior al previsto en el Tratado INF, del que el país acababa de retirarse. “Si testearon un misil el 18 de agosto y el INF había caducado 16 días antes, eso significa, obviamente, que venían preparándolo desde antes”, sostiene Irma Argüello, quien aduce que “visto desde un punto de vista neutral, probablemente tanto EE. UU. como Rusia ya estuviesen desarrollando algunos misiles violatorios del tratado”.
En este escenario de posturas enfrentadas, se llega a la renegociación de la última versión del Nuevo START, firmado en 2010 por Barack Obama y Dimitri Medevedev y que expira en febrero de 2021. “Existe una gran preocupación en la comunidad que está comprometida en los temas de la seguridad internacional porque si este instrumento cayera, dejaría de existir el único acuerdo vinculante entre las dos mayores potencias, que controlan el 90 por ciento de las armas nucleares”, alerta la titular de la Fundación NPSGlobal.