En diálogo con DEF, el experto en asuntos de defensa y seguridad, y profesor del Instituto de Estudios Estratégicos del US Army War College se refirió a la penetración china en América Latina y cómo afecta los intereses estadounidenses en la región.
-¿Cómo definiría el estado actual de las relaciones entre China y América Latina?
-Ha habido tres fases en las relaciones entre China y América Latina. Antes de su ingreso a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001, el enfoque había sido inevitablemente político. A partir de ese año y hasta 2009 fueron creciendo las relaciones comerciales bilaterales, en lo que yo defino “un intercambio comercial con China pero sin chinos”. A partir de 2009 comenzó una nueva etapa, que podríamos denominar China on the ground (“China en el terreno”), en la que por primera vez se instalaron empresas chinas en la región y, si bien Beijing mantenía su filosofía de no intervención en los asuntos internos de los países, debió empezar a preocuparse por la seguridad de sus ciudadanos y conseguir que sus empresas ganaran contratos. Finalmente, desde 2014, se ha abierto una tercera etapa, que se enfoca en un “nuevo realismo” chino. Ha habido un proceso de aprendizaje que dio una mayor dimensión de las ventajas y desventajas del vínculo comercial con China.
-En sus trabajos y conferencias usted destaca que China busca tratar con organizaciones regionales como la CELAC o UNASUR, dejando de lado otras como la OEA donde están presentes los EE. UU. ¿Hay una intencionalidad política?
-Yo considero que los intereses chinos en la región son principalmente económicos, lo que no significa que por ello sean menos estratégicos. Por su manera de insertarse en la economía global, necesita acceso a commodities para la formación de capital y para su industria, así como para el acelerado proceso de urbanización y, fundamentalmente, la alimentación de su población. A su vez, necesita acceso a mercados para sus productos manufacturados y busca formar sociedades (partnerships) en los sectores tecnológicos y de telecomunicaciones. Ahora bien, bajo ese nivel superficial, China también reconoce que se encuentra inmerso en un sistema mundial que no ha moldeado y el cual considera que hay que reformar estratégicamente. Está en su interés la supervivencia de una pluralidad de perspectivas políticas en América Latina. Un último punto es la dimensión militar, donde si bien Pekín no busca una guerra con Washington, sospecha que EE. UU. no va a permitir que lo sobrepase sin algún tipo de conflicto bélico, sabotaje o bloqueo. En ese sentido, ante la eventualidad de una guerra con EE. UU., los chinos van a utilizar sus capacidades económicas y políticas en todo el mundo, incluyendo América Latina. Ello implica el uso de sus capacidades comerciales para obtener inteligencia, así como para insertar y sostener agentes que pudiesen actuar directa o indirectamente contra los intereses estadounidenses. Y en un caso peor, si hubiera un conflicto bélico sostenido, yo creo que no descartaría la posibilidad de que ciertos países le permitieran el acceso a sus bases y aeropuertos. No digo que haya un plan nefasto de parte de China, pero sí considero que hay que entender la dimensión comercial dentro de un programa holístico en el que todo opera en apoyo de la seguridad de la proyección internacional de China.
-Con un gobierno como el de Donald Trump, que no parece mostrar gran interés en la región fuera del problema fronterizo con México, ¿corre EE.UU. el riesgo de ver debilitada su agenda con el ascenso de China?
-Antes de la actual administración, había una política constante y existía una preocupación respecto de los avances comerciales chinos en la región. Es cierto que ha habido cierta demora de parte de la nueva administración en la definición de su política hacia América Latina. Solo el pasado 16 de mayo fue designado Sergio de la Peña como secretario asistente del Pentágono para el Hemisferio Occidental y recién ahora existe una representación en el Consejo de Seguridad Nacional. Yo no creo que vaya a haber un cambio radical, pero considero que vamos a tener más resistencia y va a haber una mayor atención. Estamos ante el primer cambio sustancial de política de EE. UU. respecto de China –y también hacia Rusia– en América Latina que hemos visto en una década.
-¿Qué evolución han tenido los vínculos entre China y la Argentina con el cambio de gobierno en nuestro país?
-Durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner hubo una mezcla de interés comercial e ideológico. Por un lado, el aumento de las compras de soja chinas ayudó a transformar la economía argentina e impulso un cambio en el sector agrícola. También ha habido una pequeña presencia en el sector minero y, a partir de 2010, empresas chinas han incursionado en el sector petrolero, con la compra del 50% de las acciones de Bridas por parte de CNOOC y la adquisición por parte de Sinopec de los activos de Occidental Petroleum (Oxy) en el país. Durante la administración de Cristina Kirchner, la relación bilateral avanzó de su status de “alianza estratégica” a una “alianza estratégica integral” y también se intentó aprovechar la oportunidad de los préstamos chinos. Por otra parte, en el sector de la defensa Argentina hay una gran necesidad de renovar su flota aérea y también sus buques interceptores OPV para patrullar la costa continental. La compra de cazas chinos FC-1, que finalmente no se concretó, habría representado un avance estratégico para China y en particular para Norinco (China North Industries Corporation), y habría socavado al mismo tiempo las aspiraciones de Brasil de vender su avión Tucano. Durante la nueva administración Macri, hubo una coincidencia entre la suspensión temporal de los contratos con China y el hundimiento de un buque pesquero chino en marzo de 2016, lo que hizo preocupar a Pekín sobre un eventual cambio en su relación con la Argentina. Finalmente, si bien se dejaron de lado los contratos de defensa, se mantuvieron los proyectos de infraestructura (represas, centrales nucleares, Belgrano Cargas) y la “estación de espacio lejano” en Bajada del Agrio (Neuquén).