Es la palabra más de moda en los ámbitos de trabajo y del emprededorismo. Qué nuevo significado adquirió el viejo “dejar para mañana lo que puedo hacer hoy”.
Esta palabra, que está muy de moda en la actualidad, viene del latín procastināre (pro, ‘adelante’ y crastinus, ‘referente al futuro’, literalmente, ‘postergar para más adelante’) y se usa para referirse a esas ocasiones en que nos ponemos a hacer cualquier cosa, mejor dicho, no cualquier cosa, sino algo que parece útil, necesario y muy trabajoso, para no hacer lo que tenemos que hacer. Una vez se me ocurrió, por ejemplo, limpiar las juntas de los azulejos del baño con un cepillo de dientes, tarea que me llevó mucho tiempo y un alto grado de concentración, y que, además, resultó muy útil, dado que los hongos suelen juntarse en esas uniones de los azulejos sin que nadie parezca percibirlo. La ponencia que tenía que presentar para el congreso podía esperar, lo mismo que, en la actualidad, puede esperar el trámite para cambiar de compañía de teléfono que me hace perder mucha plata todos los meses. Pero siempre encuentro algo para procrastinar, es decir, para “posponer o retrasar indefinidamente actividades o situaciones, sustituyéndolas por otras más irrelevantes o agradables”.
Me consuela pensar que quizás, Penélope, la esposa de Ulises, haya sido una de las primeras procrastinadoras de la historia: tejía de día y, durante la noche y en secreto, destejía, y de esta manera, dilataba, en el tiempo, el cumplimiento de la promesa de casarse con un pretendiente que debía ocupar el trono de Ítaca cuando concluyera el tejido. Ella, en realidad, esperaba a su esposo, que había desaparecido luego de la guerra de Troya, y al que todos creían muerto, pero que estaba vivito y coleando, y regresaría a la isla luego de innumerables aventuras.
Hasta hace poco tiempo, a los procrastinadores se les decía simplemente “vagos” o “haraganes”. Pero el calificativo, aplicado a la persona que pospone indefinidamente sus tareas para más adelante, depende en gran medida del ámbito en que dicha trasgresión se lleva a cabo. Por ejemplo, cuando íbamos al colegio, si hacíamos los deberes a las corridas y a último momento, muy probablemente, nos caía la penitencia en casa y una advertencia en el boletín, es decir, la vagancia se pagaba con creces. En el ámbito laboral, un “paja”, como se dice ahora en la jerga de los jóvenes, es el que nunca termina los trabajos y logra, con esa actitud, que sus tareas les sean derivadas a personas más eficientes y cumplidoras. Y como los tiempos cambiaron y lo que antes era mera vagancia ahora es “procrastinación”, la actitud de este tipo de empleados suele ser naturalizada de tal manera que, rara vez, corren peligro de ser despedidos. Capaz que no son vagos, sino personas que no pueden lograr una adecuada organización del tiempo, aunque, según los psicólogos, se trata de una conducta que tiene que ver más con la regulación de las emociones que con el tiempo.
El procrastinador se engaña a sí mismo en muchos aspectos: primero, se convence de que le sobra el tiempo y que hará las cosas en su debido momento. Y cuando llega el debido momento, se vuelve a convencer de lo mismo, y así, hasta que se da cuenta de que el tiempo se le ha terminado. Entonces, al no poder posponer más la tarea, se da por vencido y no hace nada o lo hace a los apurones, cosa que, si lo que tenía que hacer le sale mal, no es culpa suya sino de la falta de tiempo. Y si la cosa le sale medianamente bien, se convence de que, después de todo, no necesitaba tanto tiempo y el que tuvo resultó más que suficiente.
“El procrastinador se engaña a sí mismo en muchos aspectos: primero, se convence de que le sobra el tiempo y que hará las cosas en su debido momento. Y cuando llega el debido momento, se vuelve a convencer de lo mismo”.
Lo que no tiene en cuenta el procrastinador es el estrés que le ha demandado todo el proceso de autojustificación ni las posibles causas de su procrastinación; por ejemplo: ser demasiado perfeccionista y pensar que no podrá hacer las cosas tan bien como quisiera; o ser muy indeciso y perderse en los posibles modos de hacer algo sin llegar nunca a decidirse por la mejor opción; o convencerse de que su creatividad y talento solo se activan bajo presión y al límite.
Por otra parte, pareciera que el problema de posponer las actividades tiene que ver con el largo plazo, ya que los seres humanos somos propensos y, más en estos tiempos, a preferir las recompensas inmediatas. Encima tenemos HBO o Netflix, por lo cual, corremos el peligro de encontrar actividades más placenteras que limpiar las juntas de los azulejos del baño con el cepillito, como por ejemplo, darnos un atracón de alguna de las maravillosas series disponibles en estas plataformas. Pero, ojo, fuera de broma, los especialistas aseguran que la procrastinación es un problema de salud ligado a la depresión y a la autoestima.