A lo largo de 2017 el mundo siguió de cerca la aceleración de los programas nuclear y de misiles de Corea del Norte. La escalada se fomenta a través del cruce de exabruptos verbales entre el régimen comunista y el presidente de los EE. UU. ¿Qué caminos se pueden tomar para desactivar el conflicto potencialmente más peligroso? Por Irma Argüello.
La crisis en la península de Corea, que involucra el potencial uso de armas nucleares, es hoy, sin lugar a dudas, el más urgente y peligroso factor de inseguridad global.
Es sabido que palabras agresivas moldean acciones agresivas. De ese modo, la guerra de exabruptos verbales que se está desarrollando entre Estados Unidos y Corea del Norte puede traer aparejadas tensiones inmanejables que aceleren el conflicto hasta llegar a una confrontación bélica, sea por decisiones deliberadas, errores de cálculo o malas interpretaciones. Si eso ocurre, el uso de armas nucleares es una hipótesis que no pude ser descartada.
No es nuevo que el liderazgo de Corea del Norte, caracterizado por una permanente retórica amenazante, siempre consideró la obtención de armas nucleares para disuasión como el único medio para garantizar su supervivencia. Tampoco que Pyongyang percibe a las bases estadounidenses en la región y los ejercicios militares regulares de los EE. UU. con Corea del Sur y Japón como una constante provocación. ¿Qué cambió entonces para que la peligrosidad de la crisis en la península de Corea llegue hoy a niveles nunca alcanzados? El estilo impulsivo de Trump cambió los rituales de un conflicto de décadas, apartándolo de toda su previsibilidad anterior. El desequilibrio generado es tan notorio que potencias tradicionalmente duras, como China y Rusia, hoy se ven obligadas a oficiar como mediadoras para bajar los decibeles de una potencial escalada.
El plan nuclear
La estrategia de los gobernantes de Pyongyang ha sido siempre llevar a cabo un juego pendular entre el desafío a EE. UU. y Corea del Sur, con el pretexto de preservar su subsistencia y victimización ante esas potencias. En marchas y contramarchas, diálogos y rupturas a través de los años, y siempre con el respaldo de China, su casi exclusivo socio político y económico, la dinastía gobernante logró crear el marco adecuado para recibir apoyos y perpetuarse en el poder con la promesa de abandonar sus ambiciones nucleares no pacíficas. Por el contrario, en medio de un círculo vicioso de amenazas, rondas de conversaciones fracasadas, concesiones, transgresiones y sanciones de la comunidad internacional, los programas de armas nucleares y misiles prosperaron sin prisa y sin pausa, y con ellos la ilusión de unificar algún día las dos Coreas bajo la mano dura de la dinastía.
Los éxitos del programa nuclear se revelaron al mundo con el primer ensayo en octubre de 2006, tres años después de haberse retirado del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP). A este sucedieron otros cinco de sofisticación creciente, en 2009, 2013 y dos en 2016, hasta culminar con el del pasado 3 de septiembre, de una potencia muy superior a las anteriores, estimada en 150 kilotones, compatible con la detonación de una bomba termonuclear. A la fecha se estima que el país posee entre 30 y 60 bombas.
En paralelo –y solo durante la administración de Kim Jong-un– se realizaron con diferentes resultados más de 75 pruebas de misiles, incluyendo IRBMs, misiles balísticos de alcance intermedio (4.500 km), e ICBMs, misiles balísticos intercontinentales, específicamente dos pruebas del Hwasong-14 (alcance aproximado 10.400 km), el pasado julio. Este último, una vez perfeccionado, podría abatir la costa oeste de los EE. UU.
La amenaza se consolida
Una Corea del Norte con armas nucleares y vectores para transportarlas representa una amenaza para la región y un peligro para EE. UU.. Con pocas opciones de política exterior, las potencias mundiales han utilizado las sanciones comerciales, económicas y financieras para aislar al régimen de Pyongyan y llevarlo nuevamente a las discusiones de desnuclearización, detenidas desde hace años. Los gobiernos también han implementado sanciones para castigar al régimen por ciberataques (una especialidad que comparten con los chinos), lavado de dinero y violaciones a los derechos humanos.
El Consejo de Seguridad de la ONU aprobó ocho rondas de sanciones desde 2006 hasta la fecha, todas por unanimidad, sin embargo, nunca ha trabado la asistencia humanitaria. Las sanciones en sí han sido relativamente laxas como para contar con la aprobación de China y Rusia, los mayores protectores del régimen entre los cinco miembros con poder de veto en el Consejo de Seguridad. Existen también sanciones por parte de la Unión Europea, de los EE. UU. y de otros países, que involucran el comercio, las transacciones financieras y los activos.
“Si Pyongyang detonara una bomba termonuclear similar a la del último ensayo, el número de muertos en Corea del Sur podría llegar a 500.000″
Si bien estas medidas han tenido un fuerte impacto negativo en la economía de Corea del Norte, no han logrado detener los programas de armas de Pyongyang, ya que el régimen pudo sustituir por desarrollos locales algunos de los insumos claves, mientras que otros los ha obtenido en el mercado negro o a través países renuentes a aplicar las sanciones.
Existe un amplio debate internacional respecto de la utilidad de las sanciones y de su endurecimiento progresivo ante incumplimientos. China ha realizado grandes esfuerzos para sostener al régimen de los Kim evitando que colapse y, por ende, siempre se ha opuesto a sanciones severas. Las razones son múltiples: prevenir una mayor presencia de EE. UU. en la región de la mano de sus aliados Corea del Sur y Japón, evitar una masiva migración de norcoreanos desplazados a su territorio, y acotar la posibilidad que su pequeño vecino se transforme en un enemigo permanente.
Una guerra en la que todos pierden
Los estrategas han arribado a la conclusión que toda acción militar preventiva o punitiva hacia el régimen de Corea del Norte, sea convencional o nuclear, sea extensa o concentrada, tendría un altísimo costo en vidas propias y ajenas, dada la especial situación geopolítica de la zona. También que un primer ataque por parte de Corea del Norte culminaría con su desaparición.
Recientes estudios indican que una guerra convencional en la península arrojaría alrededor de 20.000 bajas por día, a ambos lados del paralelo 38. Según el Congresional Research Service de EE. UU. (CRS) esas bajas totalizarían centenas de miles, solo en los primeros días de contienda.
Si Pyongyang detonara una bomba termonuclear similar a la del último ensayo, el número de muertos en Corea del Sur podría llegar a 500.000, además de un número de heridos que superaría el millón. Esto incluiría vidas estadounidenses, ya que hay estacionados 28.000 efectivos, y viven y trabajan otros 120.000 inmigrantes. Además de los catastróficos efectos en el lugar, la disrupción global en todos los órdenes, incluido el económico, sería de una magnitud difícil de cuantificar, sobre todo ante la perspectiva de un conflicto bélico en el que tomaran partido otras potencias mayores.
Un dato clave es que Seúl, la capital de Corea del Sur, se encuentra ubicada a 48 km de la frontera. Otro dato no menor es que se adjudica una probabilidad de éxito de solo el 50 % a las defensas antimisiles cedidas por EE. UU. hoy instaladas para su protección (no el 97 % como indica Trump).
Un número similar de bajas se daría si Corea del Norte pudiera alcanzar con un misil nuclear una ciudad densamente poblada de la costa oeste de los EE. UU., tal como San Francisco o Los Ángeles. Aunque esta posibilidad no es inmediata, se supone que tal capacidad podría ser alcanzada por los norcoreanos en menos de un año. Para un ataque exitoso se requeriría que Pyongyang aumentara la confiabilidad y alcance del Hwasong-14; la miniaturización de la bomba para ser montada en la cabeza de dicho misil y la presencia de un sistema de control y guiado adecuado, que permita llevar de una manera certera el misil al blanco deseado.
Líneas de acción para una salida aceptable
Es claro que la única salida aceptable a este conflicto es una negociación a nivel político, en la que los EE. UU. tejan acuerdos sólidos con China –sobre todo– y Rusia. Deben acordar los pasos y límites para una negociación mayor, que involucre a todas las partes. China y Rusia, más cercanas al régimen, deberían oficiar como facilitadores del proceso.
Un dato preocupante es que hasta ahora las propuestas de ambas potencias para reducir las tensiones fueron sistemáticamente descartadas por la administración Trump. Se basan en suspender los ensayos nucleares y misilísticos de rango intermedio e intercontinental del régimen de Kim, a cambio de la cancelación de ejercicios militares entre EE. UU. y Corea del Sur.
En cualquier caso el primer paso para estabilizar la región es bajar los decibeles a la retórica que se ha aplicado hasta la fecha. En ese sentido no tendrían lugar declaraciones públicas, como la formulada por el secretario de Estado Rex Tillerson, quien indicó que “la diplomacia continuará hasta que caiga la primera bomba”. Tampoco la declaración del secretario de Defensa Jim Mattis, quien planteó que la diplomacia es más efectiva cuando está respaldada por una fuerza militar creíble y que EE. UU. nunca aceptará una Corea del Norte con status de potencia nuclear.
La intermediación diplomática del secretario general de la ONU podría ser esencial para convocar una reunión de emergencia a puertas cerradas con los líderes de las seis partes directamente involucradas: China, Japón, Rusia, las dos Coreas y EE. UU., donde se dialogue acerca de las preocupaciones de la comunidad internacional y las de seguridad de Corea del Norte, y se acuerde un curso de acción para estabilizar la región.
Por otra parte, y reflejando la honda preocupación en EE. UU. respecto de los procederes de Trump y su administración, existe una corriente interna que impulsa la aprobación en el Congreso de un proyecto de ley presentado por los demócratas Ted Lieu (Cámara baja) y Edward J. Markey (Senado), que anula la potestad del presidente para iniciar un ataque nuclear sin una declaración de guerra previa por parte del Congreso. Aunque las chances de aprobación de esta ley son bajas, dada la mayoría republicana, se trata de una medida que contribuiría a reducir de una manera sustancial los riesgos derivados de decisiones impulsivas. También sería una señal positiva para una medida global de control de armas sustantiva como es un Tratado de No Primer Uso entre los estados nuclearmente armados.
En virtud de que la ventana de oportunidad se va cerrando paulatinamente, es esencial que la administración Trump tome con celeridad las medidas necesarias para reorientar el conflicto hacia una negociación en los términos planteados. Se trata de bajar el perfil público del tema y poner las energías en un decidido diálogo en múltiples vías, de modo de reducir los enormes riesgos. Así lo hicieron John F. Kennedy y Nikita Khrushchev y sus equipos para neutralizar la crisis de los misiles cubanos en 1962. Y funcionó.
*La autora es presidenta de la Fundación NPSGlobal, secretaria de la Red de Líderes de América Latina y el Caribe