Aunque 2018 no fue un buen año para la política pluralista, 2019 trae la oportunidad de exponer, debatir y superar fallas fundamentales del sistema democrático.

A medida que la comunidad internacional se adentra en 2019, es menester aprender de la experiencia, y en tal sentido, revisar cuáles han sido las tendencias que se impusieron en la vida política el pasado año.

La primera tendencia representa un creciente descontento global con las organizaciones internacionales en beneficio del estado-nación tradicional. Los partidarios del statu quo consideran esa tendencia como un aumento del populismo y la juzgan como un retroceso para el progreso humano.

Hoy en día no son solo las Naciones Unidas (ONU) las que se reducen a un conductor de asiento trasero en asuntos determinantes de la vida internacional. Sus numerosos tentáculos, entre ellos el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, durante 2018, parecieron reducidos a la sombra de su gloria pasada. En la década de 1990, estos dos equipos dominaron las economías de más de 80 países del mundo con una mezcla de ideología e inyección de crédito. Hoy, sin embargo, se reducen a simples animadores o blancos de insultos desde el ringside.

Manifestantes a favor de la independencia de Cataluña se movilizan frente a la sede de la Comisión Europea, en Bruselas. Foto: AFP.

La Unión Europea (UE) también se ha mostrado claramente en declive. A pesar de su proyecto sobre la creación de un ejército europeo y lazos más estrechos entre los Estados miembros, la UE ha perdido gran parte de su atractivo original y se enfrenta a grandes desafíos, de los cuales, el denominado “Brexit” es uno de los primeros ejemplos. La realidad política actual indica que la única manera en que la UE puede sobrevivir, o al menos sostenerse, es reinventarse como un club de estados-nación en lugar de un sustituto para ellos.

Hace menos de una década, el filósofo alemán Jürgen Habermas y el papa Benedicto XVI afirmaron que el estado-nación corría serios riesgos de supervivencia y que, al menos en
Europa, el camino a la salvación era “un renacimiento del cristianismo como un vínculo cultural”. A mi juicio, agregaría: “como una fe tradicional y definitoria de la identidad y forma de vida judeo-cristiana occidental”. Sin embargo, la tendencia al declive también ha afectado a casi todas las iglesias cristianas, especialmente donde y cuando intentaron convertirse en actores políticos.

Una disminución similar podría observarse en todas las otras agrupaciones internacionales que van desde la Unión Africana (UA) hasta la Organización de los Estados Americanos (OEA), y pasando por la Liga Árabe (LA), el bloque euroasiático liderado por Rusia (BEA), el Consejo de Cooperación de los Países del Golfo (CCPG) y el Mercosur sudamericano.

EL COLAPSO GLOBAL DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS

Otra tendencia importante y creciente ha sido el colapso virtual de casi todos los partidos políticos en el mundo. Incluso en los Estados Unidos y Gran Bretaña, que tienen la tradición más antigua y sólidamente establecida de la política de partidos, tambien allí, el sistema se ha visto gravemente afectado.
En los Estados Unidos, el Partido Demócrata se ha transformado en una gran cantidad de grupos que van desde marxistas fuera de época hasta liberales de corazón sensiblero, todos ellos unidos por muy poco, excepto por su odio común hacia el presidente Donald Trump. Por su parte, el Partido Republicano, sacudido por primera vez desde el nacimiento del llamado “Tea Party”, se ha reducido a un papel secundario para la “revolución” trumpista.

En Gran Bretaña, el Brexit ha dividido a los dos partidos principales. Tanto conservadores como laboristas, entraron en una suerte de crisis de “tres facciones”, que con el tiempo, podría derivar en divisiones definitivas. Lo notable allí es que, durante dos siglos, el poder distintivo de Gran Bretaña se basó principalmente en la estabilidad de sus instituciones y en la capacidad de su elite política para enfrentar todos los desafíos con un firme apego al estado de derecho y a su característica moderación. Hoy, toda esa arquitectura política, construida exitosamente por los británicos, parece haber sido sacudida por el Brexit.

No ha sido distinto en Francia e Italia, donde los partidos insurreccionales han arrebatado el poder a los tradicionales. En Francia, los partidos gaullista y socialista, que gobernaron el país durante siete décadas, han sido dejados de lado por el movimiento República en Marcha, de Emmanuel Macron, que a su vez, está siendo sacudido duramente por el grupo insurreccional de los “chalecos amarillos”.

También, en Italia, todos los partidos tradicionales han sido expulsados del escenario por agrupaciones populistas de izquierda y derecha. Tras la dimisión de Berlusconi en noviembre de 2011, se hizo patente la crónica situación en la que se encontraba la política italiana, incapaz de hacer frente a los problemas actuales del país. El objetivo era afrontar toda esta serie de problemas y renovar la imagen de la clase política. Posteriormente y a partir de 2012, Italia ha confiado el gobierno a varios dirigentes políticos para crear un gran proyecto nacional que devuelva al país el rumbo adecuado y genere expectativas reales de mejora. Sin embargo, las especiales vicisitudes de la política italiana, de su sistema de partidos y de sus retos pendientes no han logrado revertir las varias y diferentes crisis de los últimos seis años, que mantienen en vilo la gobernabilidad en el país; y a casi un año de las últimas elecciones, las fuerzas políticas conformadas por una coalición populista del Movimiento 5 Estrellas y la Liga del Norte no consiguen armonizar los intereses nacionales italianos con los lineamientos exigidos por la UE. Así, con dos sectores internos, en apariencia enfrentados y con una oposición poco activa, la crisis política italiana parece dar visos de un giro más violento y de una desaceleración en materia de las políticas dimensionadas por la Unión Europea.

En Alemania, en tanto, la Alternativa para Alemania (AFD) ha superado la división de izquierda y derecha para ganar un papel destacado en la política nacional. Incluso un partido regional bien establecido, como la Unión Socialista Cristiana (CSU, por sus siglas en inglés), está ahora en declive en su base más fuerte, en Baviera.

A lo largo de 2018, muchos partidos políticos, en su mayoría nuevos, se abrieron paso hacia el centro del poder en varios países europeos, especialmente en Hungría, Polonia, República Checa, Eslovaquia, Holanda y Suecia.

SEPARATISMOS

Lo curioso en el escenario europeo es que cuanto más ideológico se muestra un partido, más vulnerable se vuelve, y esa ha sido la tendencia característica del declive en la política de partidos en varios países del mundo, no solo en
Europa. Es por eso por lo que prácticamente todos los partidos comunistas y nacionalistas han desaparecido o han sido reducidos a una sombra de su liderazgo y de glorias pasadas.
Los partidos separatistas, incluso en el País Vasco y Cataluña, en España, no han logrado más que un aumento del chovinismo dentro de la mayoría étnica castellana. Aunque es cierto que, en materia económica, las implicancias negativas del separatismo para los vascos es cuestionada por un alto porcentaje de los ciudadanos de Euskadi, una encuesta local de noviembre del 2018 mostró que un 66 % de los vascos no está convencido o no acompaña al movimiento separatista.



“Otra tendencia negativa es el surgimiento de políticas de `un solo tema´ que reemplazan el debate sobre las grandes políticas de estado”.


En el caso “catalán”, la independencia de Cataluña acarrearía, al menos, una docena de consecuencias inmediatas nefastas para el nuevo país. Ellas irían desde la salida automática del euro (con turbulencias monetarias imprevisibles) a una existencia fuera de la Unión Europea en la que el estatus internacional de la nueva Cataluña quedaría desdibujado e irreconocible. Así serían los primeros días de la República de Cataluña. Varios expertos catalanistas, entre ellos Antoni Castells, advirtieron que “sería difícilmente soportable quedarse fuera de la Union Europea”. “Cataluña no puede permitirse ese lujo”. Una Cataluña independiente no seguiría en el euro, porque no formaría parte de la Union Europea, y el euro es la moneda de la UE. En consecuencia, no estaría dentro de la unión monetaria, al menos, hasta que fuese admitida en la Unión, así, con mayúsculas, lo que requiere el voto unánime de todos los Estados miembros, España incluida.

Pero quizás el punto más complejo, y por el cual muchos catalanes rechazan la idea de independencia, es que si Cataluña se independiza, tendrá que solicitar la renegociación de distintos acuerdos, lo que le llevaría años. “La ley es muy clara: una declaración unilateral de independencia sacaría inmediatamente a Cataluña de la Unión Europea, privaría a los catalanes de los derechos que disfrutan como ciudadanos europeos y supondría la vuelta a las fronteras y a los visados, porque los catalanes dejarían de disfrutar de la libertad de movimiento en un espacio de seguridad jurídica mutua que garantiza el Acuerdo de Schengen”. Nada de esto ha avanzado en 2018, donde las negociaciones políticas sensatas han estado ausentes.

MONOTEMA

Otra tendencia negativa que formó parte del escenario político en la comunidad internacional en 2018 tiene que ver con el surgimiento de políticas de “un solo tema” que reemplazan el debate sobre las grandes políticas de estado; esta ha sido la generalidad errónea en muchos países. Una vez más, el Brexit en Gran Bretaña fue el ejemplo más evidente. Aquellos que buscaban retirarse de la Unión Europea parecían preparados para ignorar todos los demás temas siempre que pudieran promover esa búsqueda única, por no decir esa obsesión.

Tambien el desarrollo masivo del ciberespacio le ha dado a la política de “un solo tema” un impulso inesperado. Hoy en día, casi cualquier persona en cualquier lugar del mundo puede transmitir su palabra y posición con mediano éxito en torno a su tema favorito y puede publicitar tanto sus ideas sobre el secesionismo como una campaña para salvar de la
extinción a los osos polares. Aquí, el objetivo es luchar por las ideas con la mayor pasión posible, algo que no siempre es racional o va de la mano de las políticas de Estado. Tal tendencia contrasta con otra, promovida por los medios tradicionales o no tradicionales, como las redes sociales, que es la de ofrecer una narrativa uniforme de los eventos que no
siempre es buena ni real.

La constatación de tal proyección es sencilla: encienda cualquier canal de televisión o radio o pase por –casi– todos los periódicos on line y se sorprenderá de cómo todos dicen lo mismo sobre lo que está sucediendo. Gracias a una brusca disminución en los informes de campo, en su mayoría causados por restricciones económicas, los medios de comunicación de hoy tienen que depender de una brújula estrecha proporcionada por unas pocas agencias o periodistas “ciudadanos”.

Todo eso lleva a un empobrecimiento del debate político. El debilitamiento de los partidos, sindicatos, órganos internacionales e instituciones y parlamentos que proporcionan plataformas para el debate y la toma de decisiones ha privado a muchas sociedades de un espacio y un mecanismo para la batalla de las ideas y la competencia entre diferentes opciones políticas.

La mala noticia es que 2018 no fue un buen año para la política pluralista. La buena noticia es que 2019 puede exponer, debatir y superar estas fallas fundamentales del sistema democrático, y con ello, neutralizar el motor generador de tales fallas y la degradación del sano debate de ideas que ha pavimentado el camino a uno de los peores males de la política: el populismo.