En una serie de entrevistas, DEF conversó con distintos divulgadores para conocer más sobre su labor e intentar responder una incógnita: ¿es un buen momento para posicionar mejor al ámbito científico? Por Fer Villarroel
La curiosidad como motor de todo. Eso podría definir, en buena parte, a Pedro Bekinschtein (alias Pedro Bek). Ya queda poco de ese niño que soñaba con pasar sus horas dentro de un laboratorio e interactuar poco con la gente, sin embargo mantiene esa capacidad de seguir haciéndose preguntas para poder resolver. Con sentido del humor e ingenio, intenta que sus respuestas lleguen a mayor cantidad de personas porque aspira a que todos “puedan ver a la ciencia como parte de la cultura”.
—Existe una camada de divulgadores jóvenes que parecieran haberle “encontrado cierta vuelta de tuerca” a la divulgación científica. ¿Fue la solemnidad uno de los déficits que siempre caracterizó al área?
—Si vos no tenés una cultura de educación y pensamiento científico en una sociedad es muy difícil que la gente respete o entienda el valor de la ciencia. Entonces, la opción para contraponer a eso es tener que hacer de esto algo solemne, ponerle el status de alguien que sabe mucho y que te va a explicar todo lo que sabe. Eso pone a este tipo de conocimiento en un lugar muy alto y de autoridad que es justo es lo que la ciencia pide que no hagas. Si no brindas educación en ciencia, es muy difícil que la gente confíe en los científicos y entienda lo que hacen, y es ahí es en donde entra lo solemne. A mí eso no me gusta, por eso trato de que entre por otros lados. Pero ese es todo un trabajo y no hay una sistematización. De hecho, a los científicos nadie les exige que hagan divulgación de lo que investigan, y los que lo hacemos es porque queremos, aunque podríamos no hacerlo.
—¿Sentís que la pandemia desnudó la falta de cultura científica en el país?
—Si, creo que falta cultura científica en general para que se entienda cuáles son los procesos de la ciencia y falta cultura por parte de los científicos para que sepan comunicar datos. Si estás en las redes sociales, vas a ver que hay muchos científicos que publican un montón de cosas. Muchos de ellos están seguros de lo que dan a conocer y de la manera en que lo hacen, pero mucha gente interpreta eso mismo de muchas otras formas. El aporte que hace la ciencia a la cultura tiene que cambiar desde todos lados: desde la alfabetización científica a la población hasta el cómo comunicar de los científicos para que su rol sea efectivo.
—Sobre esto último, ¿qué cosas se hacen mal dentro del periodismo y contribuyen a la confusión?
—A mí no me gusta tratar a los periodistas como si fueran todos iguales, porque hay de todo y no es que es algo de “los” periodistas sino de “algunos”. Me parece que, en todo lo relacionado con ciencia y salud, se requiere una formación específica para poder dar a conocer esos temas. Los periodistas especializados entienden un poco más de los procesos de la ciencia, están más formados, tienen mayor contacto con científicos y, entonces, son bastantes más cautelosos en su manera de comunicar. Lo que pasa es que el lugar que estos profesionales suelen ocupar en los medios, en Argentina, es bastante pequeño.
Creo que esto es algo que no solo atañe a este tema sino al periodismo en general y tiene que ver con la sensación de que cualquiera puede escribir sobre cualquier cosa. Veo un montón de periodistas que hacen multitareas, que un día escriben sobre deportes, otro sobre política, y la realidad es que es imposible que alguien sepa cómo funciona todo. Me parece que, en general, hay un abuso sobre eso. Pareciera que como alguien es muy conocido y tiene mucha llegada puede decir cualquier cosa.
—Según la divulgadora Eugenia López, “la gente busca patrones para intentar comprender la vida y por eso se apoya en la astrología y otras alternativas”. ¿Coincidís con esta mirada? ¿Qué tendría que hacer la ciencia para atraer más adeptos?
—Me parece buenísimo eso que dice Euge. Como científico también estuve ahí y debo decir que me reí de esas cosas pero, luego, mi mirada fue cambiando a lo largo de los años. Claramente, la burla no es el camino para que la comunicación sea efectiva sino que, por el contrario, genera un efecto contraproducente. Creo que la incertidumbre genera la necesidad de tener algo de qué agarrarse. En la población “no científica”, a niveles extremos, tenés las teorías conspirativas. Por ejemplo, tomemos lo que pasa con el virus: están los que afirman que el COVID-19 se generó en un laboratorio en China y eso es mucho más fácil de aceptar que comprender que hay todo un modelo de producción de animales en contacto con los humanos, y que puede ser causal de otras pandemias.

La mente y la pandemia
—¿Cómo funciona nuestro cerebro en cuarentena?
—Hay muchos mecanismos que se ponen en juego en estos momentos. Por un lado, tenés todo lo que son de reacción emocional. Es decir, hay una amenaza y existe un virus que está ahí, que te podés contagiar, podés contagiar a otros y se pueden morir. El cerebro tiene una forma de reaccionar ante esas amenazas y es generando un montón de sustancias que tienen que ver con el stress y que te ponen en un estado de alerta. Lo que pasa es que esos mecanismos están preparados para acciones rápidas, la amenaza está y, luego, desaparece. En este contexto, se trata de una amenaza permanente y esos mecanismos están asociados a la generación de mayores patologías del ánimo, cómo la depresión o la ansiedad. Por otro lado, se ponen en juego todos esos mecanismos que se tienen para resolver tanta incertidumbre, lo cual viene a reforzar la idea de que en estas situaciones las personas necesitan aferrarse a sus creencias y a sus grupos de pertenencia. En momentos así, se empiezan a exacerbar esas reacciones, creencias y la “tribalización” de las acciones. Todo tiene que ver con surfear la amenaza y la incertidumbre.
—¿Qué pasa por la mente de aquellos que, a pesar de las evidencias sobre las medidas que se deben tomar para cuidarse, parecieran desconocerlas y se ponen en riesgo?
—Obviamente es un tema súper complejo y hay motivos de todo tipo, pero algo que se observa y que se ha estudiado en otras pandemias es el tema de la percepción del riesgo. Una de las razones para ello es lo que hablábamos anteriormente sobre la falta de cultura científica y el hecho de la mala comunicación por parte de la ciencia. Por ejemplo, esto se vio en el debate “tapabocas no, tapabocas si” y los interrogantes que eso generó en la sociedad. Pero otro aspecto radica en cuánto riesgo percibís de contagiarte y es ahí en donde tenés un problema. Cuando tenés pocos casos, la percepción del riesgo es baja en general y la gente dice “para qué me voy a cuidar, para qué voy a hacer todo esto”. Sin embargo, cuando la gente ve a conocidos o familiares que se contagian, esa percepción aumenta. El tema es cuando es mucha la gente que no tiene a nadie contagiado y debe confiar en lo que le están diciendo. Ahí va a ser determinante cuánta confianza existe en los médicos, los científicos y el gobierno, lo cual va a determinar cuán riesgoso va a ser para vos salir o no a la calle.
Más presupuesto, más herramientas, mejor ciencia
—¿Es un buen momento para repensar y reposicionar este campo del conocimiento?
—Me parece que es un buen momento para reposicionar a la ciencia como cultura y manera de ver el mundo, pero siento que a los científicos nos hace falta entender mucho más la comunicación, porque con simplemente mostrar datos no alcanza. Este es un momento para que la gente entienda para qué sirve la ciencia y para qué sirve la investigación que se hace y, por otro lado, es un momento para que los científicos corrijan todos los errores que tienen que ver con cómo comunicar esa ciencia.
—Estudiaste en Inglaterra, ¿hay algo que la ciencia argentina, más allá de lo presupuestario, pueda incorporar para ser mejor y que no conlleva demasiados costos?
—Estuve en Cambridge, que es como un centro neurálgico de la ciencia. Algo que me gustaba mucho era un centro de desarrollo profesional que tenían allá, donde ofrecían cursos de distinto tipo, desde cómo escribir un paper, hasta cómo realizar comunicación efectiva, estrategias de negociación y hablar con la prensa. Tenías un montón de herramientas que podías tomarlas o no, pero que estaban a disposición para capacitarte. Eso acá no hay y uno aprende a ser científico, a liderar gente y a comunicar a los tumbos; es todo autodidacta. Pero hay un montón de cosas que se podrían aprender y se podrían enseñar para que todo funcionara mejor. Obviamente, el presupuesto y el financiamiento son ridículamente bajos acá, pero creo hay otras cosas que a un costo muy bajo podrían tener resultados muy buenos en la gente que produce ciencia.
—¿Qué te gustaría que pase pospandemia?
—Me gustaría que la población pudiera ver a la ciencia como parte de la cultura al igual que como ve a otras disciplinas, como parte de lo que funciona en todos los momentos de la vida. Me parece que eso ayudaría a fomentar el pensamiento científico y, una vez que eso pase, se entendería por qué hay que financiarla, lo cual se transformaría en un círculo virtuoso. Me parece que en el fondo todo se relaciona con la educación temprana en ciencias; ahí es donde empezamos a notar por qué es importante esta manera de ver el mundo. Esto no quiere decir que haya otras formas de entenderlo, sin embargo, esta es una manera muy eficiente de ver el mundo y sobre todo de mejorar la calidad de vida.
Un poco más sobre Bek
Es doctor en ciencias biológicas de la UBA, realizó un postdoctorado en el Departamento de Psicología de la Universidad de Cambridge. Escribió tres libros: “Neurociencia para (nunca) cambiar de opinión”, “100% memoria” y “100% cerebro. Secretos y misterios que hay en tu cabeza”. Forma parte del equipo de coordinadores de Expedición Ciencia y se desempeña en medios como Revista Barcelona y La liga de la Ciencia (TV Pública).
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